Cuestiones de Sociología, nº 16, e024, 2017. ISSN 2346-8904
Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Departamento de Sociología

 

ARTICULO/ARTICLE

 

 

Otra controvertida relación maestro-discípulo.
Pierre Bourdieu & Luc Boltanski


Gabriel Nardacchione

CONICET - Instituto de Investigaciones en Ciencias Sociales “Gino Germani” -
Facultad de Ciencias Sociales - Universidad de Buenos Aires, Argentina
gabriel.nardacchione@gmail.com


Pablo Tovillas

Facultad de Ciencias Sociales - Universidad de Buenos Aires, Argentina
tovillaspablo@hotmail.com

 


Cita sugerida: Nardacchione, G. y Tovillas, P. (2017). Otra controvertida relación maestro-discípulo. Pierre Bourdieu & Luc Boltanski. Cuestiones de Sociología, 16, e024. https://doi.org/10.24215/23468904e024

 

 

Resumen
Este artículo analiza las obras de P. Bourdieu y de L. Boltanski, dando cuenta de una de las escisiones más sonadas de la sociología francesa de fin de siglo XX. Mucho se ha dicho sobre el estructuralismo-genético de P. Bourdieu y la sociología pragmática que L. Boltanski ayudó a fundar. En este caso trataremos de evitar conclusiones extremas, dando lugar tanto a una hipótesis de continuidad entre ambas obras, así como a mostrar sus diferencias. En este sentido, luego de describir sus trayectorias académicas, analizaremos dos aspectos centrales de sus obras: el rol del investigador en el trabajo sociológico y la relación entre lo subjetivo y lo objetivo.

Palabras claves: P. Bourdieu; L. Boltanski; Estructuralismo; Genético; Sociología pragmática

 

 

Another controversial master-disciple relationship. Pierre Bourdieu & Luc Boltanski


Abstract
This article analyzes the works of P. Bourdieu and L. Boltanski, giving an account of one of the most famous splits of the French sociology of the late twentieth century. Much has been said about the structuralism-genetic of P. Bourdieu and the pragmatic sociology that L. Boltanski helped to found. In this case we try to avoid extreme conclusions, giving rise both to a hypothesis of continuity between the two works, as well as to show their differences. In this sense, after describing his academic trajectories, we will analyze two central aspects of his works: the role of the researcher in sociological work and the relationship between the subjective and the objective.

Keywords: P. Bourdieu; L. Boltanski; Structuralism; Genetic; Pragmatic sociology



Este artículo pone su foco sobre las continuidades y rupturas entre las obras de P. Bourdieu y de L. Boltanski. Como se sabe, el primero fue maestro del segundo, relación que se cortó con la gestación de una corriente sociológica crítica de algunos aportes de la sociología bourdieusiana.

El artículo busca un punto intermedio entre una radicalización de las diferencias entre dichas obras y cierta relativización de las mismas. Cualquiera de las estrategias tendría elementos de prueba en las obras de los autores. En ese sentido, elegimos recorrer algunos ejes de la obra de ambos autores, planteando en cada caso una hipótesis de ruptura o de continuidad.

Por otra parte, cualquier contraste radical entre ambas escuelas sería apresurado si tenemos en cuenta los contextos de irrupción de cada una. La sociedad francesa de postguerra (años 50 y comienzo de los 60) no es la misma que la de los años 80, en plena expansión europea y bajo el auge de la globalización. En este caso, contrastar dos matrices gestadas en contextos sucedáneos, podría incurrir en anacronismos. Hecha la salvedad, haremos el intento.

El artículo está compuesto de tres partes. En la inicial realizamos un resumen de la trayectoria académica de los autores, tomando en cuenta en ambos casos un período de producción determinado. Luego tomaremos dos dimensiones de análisis de la obra de cada uno. Primero, el rol que le atribuyen al investigador en el trabajo sociológico. Segundo, el tipo de relación acerca de lo subjetivo-objetivo sobre la que se basan ambas obras. En la Conclusión esbozaremos nuestras hipótesis de continuidad o de ruptura entre las obras de ambos autores sobre cada uno de los ejes mencionados.


1- Trayectorias académicas

En este artículo analizamos la obra de la escuela de P. Bourdieu desde comienzos de los años 60 del siglo pasado, cuando nace su proyecto teórico denominado estructuralismo genético, hasta su apogeo en 1980; y el movimiento de la sociología pragmática puesto en marcha por L. Boltanski a comienzos de los 80, como punto de partida de un proceso de diferenciación conceptual y metodológica que recorreremos hasta comienzos de los años 2000.

La renovación del campo sociológico francés

El arribo de P. Bourdieu al campo de la sociología francesa se produce a comienzos de los años 60. Era un espacio académico en disponibilidad ya que la sociología no contaba con una expresión en el ámbito universitario francés, siendo la filosofía la disciplina reinante entre los intelectuales. Egresa de la Ecole Normale Superieure como filósofo en 1954 y se inclinará, inicialmente, al estudio de la lógica y de la historia de las ciencias de la mano de Georges Canguilhem, discípulo de Gaston Bachelard, quienes ejercerán influencia sobre su epistemología.

El pasaje de P. Bourdieu a la sociología será el producto de su experiencia de servicio militar y posterior inserción en la Facultad de Argel en Argelia entre 1955 y 1961 (Bourdieu, 2006, pp. 9-18). Allí descubre la sociología y la antropología. El primer resultado de su esfuerzo por volcarse a la sociología fue un pequeño libro de la colección “Que sais-je?” titulado Sociologie de l'Algerie (Bourdieu, 1958). Como veremos luego, este primer paso dentro de la sociología empírica será un pilar en su pensamiento. En Argelia realiza también sus primeros estudios etnográficos sobre la vida campesina en la región de Kabilia que tendrán del mismo modo un impacto en la elaboración de su esquema conceptual (Bourdieu, Darbel, Rivet & C. Seibel, 1963; Bourdieu & Sayad, 1977). Dos obras posteriores tienen su germen en este período (Bourdieu, 1972, 1980).

Vuelto de Argelia en 1961, será Raymond Aron quien le conceda el puesto de su asistente en la facultad de letras de París. Comenzará a participar del Centre de Sociologie Européene (CSE) que se hallaba dentro de la Ecole Pratique des Hautes Etudes (que desde 1977 se denomina Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales). Bajo el impulso de Aron se convierte en 1964 en el director de la EPHE y en 1968 en director del CSE. También en 1961 entabla relación con Jean Claude Passeron con el que compartirá el nacimiento de un proyecto sociológico más amplio y varios libros en coautoría durante 10 años. Dos vertientes de las ciencias sociales en Francia, una de la sociología y otra de la historia ejercieron un influjo sobre ambos: L'Année Sociologique, revista creada por Emile Durkheim en 1898, y la Ecoles des Annales. La influencia fue en dos sentidos: por el lado de Durkheim la ambición de crear, en el caso de ellos refundar, una disciplina científica autónoma. Desde la segunda vertiente, rescataron la relevancia del conocimiento histórico para comprender la Francia actual. Por otra parte, consideraban que la tradición sociológica europea simbolizada por la tríada de Marx, Weber y Durkheim, podía enriquecer el trabajo empírico y ser herramientas sociológicas sin necesidad de oponerlos.

Es así que Aron junto a P. Bourdieu y J.C. Passeron comienzan a recibir a un grupo de jóvenes sociólogos en el seno del CSE. Bourdieu y Passeron se encargaron de la formación de los jóvenes investigadores a través del diseño de un ciclo experimental de sociología por iniciativa de la EPHE. Entre estos jóvenes investigadores se encontraba L. Boltanski a quien P. Bourdieu le dirigirá su tesis en 1968 (Boltanski, 1969).

P. Bourdieu y J.C. Passeron escribirán un primer artículo en coautoría en la revista de Jean Paul Sartre, Les Temps Modernes, denominado Sociologie de la mythologie et mythologie de la sociologie(1963, pp. 998-1021). El artículo pone en discusión un debate típico de aquellos años en torno al papel de los mass media en las sociedades modernas. Cuestionan el término cultura de masa por ser un término poco preciso; critican el poder de manipulación que se le otorga a los medios de comunicación, desdeñando mecanismos de defensa por parte de los sujetos; y observan una ausencia de la idea de una sociedad estructurada en clases. La defensa a ultranza que realizan de la metodología y la utilización de material empírico se encuentra en este rechazo al ensayismo propio de los intelectuales parisinos fascinados por el mundo de las ideas (Ildefonso Marqués Perales, 2008). La cuestión de la transmisión cultural, sea vía informal o formal, comenzaba a preocupar a este proyecto sociológico incipiente, en un contexto de discusión pública en torno al acceso a la cultura. El primer gran proyecto que entablan juntos será en el campo de la sociología de la educación. El antecedente principal estaba en el origen de la sociología: en E. Durkheim y sus obras sobre la problemática de la educación. Son tres las obras que dedicaron a la temática educativa (Bourdieu & Passeron, 1964,  1965 y1970). Allí se gestan las ideas y los conceptos centrales de su teoría social: violencia simbólica, illusio, capital cultural, habitus. En estos trabajos se trataba de demostrar el carácter antidemocrático de la institución escolar, la eliminación y selección de individuos que opera de acuerdo al origen social. Ya en este conjunto de investigaciones se pone en evidencia la voluntad de crítica de los autores ante los hallazgos sociológicos.

Paralelamente P. Bourdieu encara en la obra colectiva Un arte medio (Bourdieu, Castel, Boltanski, Chamboreton, 2003), que marca una ampliación de los objetos de estudio: había llegado la hora del mundo de la cultura, del arte y sus usos sociales. En la introducción de este estudio establece por primera vez una posición teórica respecto a los debates entre estructuralistas y fenomenólogos. En esta introducción se encuentran los presupuestos teóricos que darán sustento a las investigaciones de los años posteriores.

A mediados de los años 60 el objetivismo y el subjetivismo eran dos modos dominantes de abordar el estudio de lo social, el primero representado en el estructuralismo (el funcionalista y el marxista), y el segundo en la fenomenología existencialista revitalizada por la etnometodología norteamericana. Ambos enfoques según P. Bourdieu carecen de una visión integradora de las estructuras y los sujetos. El estructuralismo sobreestima el peso de las estructuras hasta autonomizarlas, y el subjetivismo olvida que el individuo no es una fuente de creatividad librada de condicionamientos. Para P. Bourdieu la sociología debe convertirse en una ciencia social munida de conceptos intermedios que medien entre lo objetivo y lo subjetivo. La solución que aporta es el concepto de habitus que será el centro de su teoría y objeto de desarrollos posteriores (Bourdieu, 1970, 1972, 1988).

Será así que desde mediados de los años 60, en el seno el CSE, P. Bourdieu y un grupo de sociólogos realizarán investigaciones bajo los preceptos teóricos y metodológicos que se encontraban en plena construcción, sobre un conjunto de objetos de estudio considerados “menores” para las temáticas centrales de las ciencias sociales en aquel momento: la fotografía y su uso social, la moda, la frecuentación de los museos, el gusto artístico, el gusto gastronómico, el mercado del arte, el campo literario, los usos sociales del cuerpo, etc. A partir de este momento se perfila también el tipo de sociología que asumirán P. Bourdieu y su equipo: la investigación sociológica debe revelar relaciones sociales ocultas o reprimidas sacando a la luz realidades materiales y simbólicas que implican relaciones de poder y dominación que ciertos grupos o individuos prefieren esconder. Sin dudas su visión del papel del conocimiento sociológico era el de emancipar a los individuos, de denunciar situaciones de dominación y de favorecer el desarrollo de capacidades críticas.

Es necesario remarcar que durante los años 60 era corriente que las políticas públicas rondaran en torno a la democratización de la enseñanza, la que iba a la par de la democratización de la cultura. En Francia, con un Estado de Bienestar de fuerte intervención en el dominio de la educación y de la cultura, el acceso a la cultura por parte de todos debía ser posible independientemente de su clase social, su procedencia geográfica, su sexo o su nivel escolar. Ahí estaban P. Bourdieu y sus investigaciones para indicarle al poder político con sus hallazgos que ese principio republicano y democrático estaba lejos de cumplirse. Dos claros ejemplos son Les Héritiers y L'amour de l'art (Bourdieu& Passeron, 1964; Bourdieu & Darbel, 1968).

Durante la década del 70 P. Bourdieu y su equipo continúan su labor investigativa y de producción teórica. En 1972, como ya lo indicamos, P. Bourdieu publica Esquisse d'une theorie de la pratique donde planteaba una pregunta que habita toda su obra: cómo conciliar un enfoque de tipo estructural con uno de tipo fenomenológico. Es una obra fundamental para el crecimiento teórico de su esquema. Aquí intentará rebatir las acusaciones de estructuralista que le pesaban desde la publicación de La Reproducción en 1970. A partir de 1975 dirigió la revista Actes de la recherche en sciences sociales, en la que se volcaban sus investigaciones y las de su equipo. Fue una publicación que se transformó en un referente esencial para el campo de la sociología francesa.

En 1979 publica su obra considerada mayor: La Distinción, la cual expresa la esencia de sus trabajos y la de su escuela hasta ese momento. Esta investigación reúne de manera original el análisis de las regularidades estadísticas (tanto oficiales como de producción propia mediante encuestas), la observación cualitativa, y una crítica al punto de vista escolástico sobre el gusto puro. Relacionando los más variados dominios sociales, desde el comer y el vestir hasta la cosmética y la política, demuestra que el juicio del gusto no es un don innato sino adquirido socialmente y que es la base de las luchas de clases simbólicas cotidianas. Si bien eran hallazgos ya obtenidos en trabajos de los años 60 y 70, esta obra constituye una síntesis de las desigualdades culturales y escolares de la sociedad francesa que incluye sobre todo un análisis de la dimensión simbólica del proceso de dominación. En 1980 publicará Le sens pratique, obra de carácter más teórico que recoge y desarrolla las ideas ya desplegadas en Esquisse d'un theorie de la pratique, aunque conforma un conjunto más consolidado de conceptos.

Hasta 1980 P. Bourdieu desarrolló su teoría social para comenzar un período de utilización metódica de los conceptos. En ese período se construye el corazón del sistema conceptual del estructuralismo genético. Se pasa de una etapa de creación a otra de divulgación de sus conceptos, los que serán luego trabajados al calor de la investigación empírica y sufrirán cambios de acento, ajustes y redefiniciones.

La apertura de la sociología francesa a influencias anglosajonas

Antes de fines de los años 70, la producción de L. Boltanski se encuadraba dentro del tronco central de la escuela bourdieusiana. Sus trabajos se desarrollaban dentro del Centre de Sociologie Européene, lugar de referencia de dicha escuela, como ya lo indicamos. Y sus investigaciones empíricas mostraban una gran diversidad de campos: desde la fotografía, la divulgación científica, hasta la socialización del cuerpo. En todos los casos, girando alrededor de las principales preocupaciones de la escuela: los procesos de clasificación social, de taxonomías y de construcción de colectivos.

Hacia fines de los años 70 comienza a percibirse en los trabajos de L. Boltanski cierta radicalización de la perspectiva constructivista. Dos premisas, hasta cierto punto metodológicas, comienzan a imponerse: por un lado, un análisis detallado de las competencias de los actores y sobre su incidencia por sobre factores de tipo estructurales; y por otro lado, un riguroso seguimiento histórico del recorrido de los actores, sin presuponer trayectorias preconcebibles, sino otorgando cierta indeterminación a dicho proceso. En ese marco L. Boltanski se focaliza sobre una sociología de la constitución de un grupo social. Con ese mismo foco comienza a cristalizarse una sociología de la acción política que analiza cómo ciertas capacidades locales pueden generalizarse. Su estudio sobre los funcionarios va a mostrar la constitución histórica de una categoría que, desde los años 30, expresa un movimiento de clases medias destinado a romper con el orden binario clásico del capitalismo. Luego, desde los años 50, va a dar cuenta de cómo la categoría comienza a inscribirse sobre ciertos dispositivos técnicos y esquemas cognitivos.

En los primeros años de la década de los 80 Boltanski consolida un campo de reflexión propia. Analizando pretensiones de justicia, esbozadas bajo la forma de denuncias, el autor comienza a poner el foco sobre las capacidades de acción de los colectivos estudiados. Este trabajo retórico de los actores va a inscribirse en lo que más tarde el autor denominará «forma affaire». Bajo esta forma, los actores a menudo revierten procesos de injusticia sobre ciertos colectivos. Este trabajo de reversibilidad de parte de las víctimas (y/o de sus aliados) muestra el despliegue de una gran cantidad de recursos cognitivos dentro del proceso de definición de una situación de disputa. Así, el autor mostrará en detalle el trabajo de de-singularización de un caso. Este generalmente se conecta con principios o entidades generalizables: tanto ideas de justicia como referencias a colectivos ya constituidos (“los obreros”, “los inmigrantes”, entre otros). En todos los casos, esto permite que el caso se vuelva ejemplar, dotándolo de una cualidad genérica aceptada por todo el mundo que obliga a un debate público.

La relevancia que cobra la acción política se instala en un debate típico de los años 80: la renovación de ciertos esquemas filosóficos que permitan comprender el nuevo conflicto social. Allí se reintroduce el contenido moral dentro de la acción política. La creación de su propia escuela, en 1984, denominada Grupo de Sociología Política y Moral, daba cuenta de la importancia atribuida a los debates políticos en torno a un conjunto plural de ideas de justicia disponibles públicamente. Esta perspectiva intentaba darle status a dichos debates públicos, ya lejos de una sociología de corte estructuralista que rechazaba toda consideración moral frente a los intereses e imperativos estructurales. Frente a esa concepción, la sociología-moral de L. Boltanski articulaba el aspecto trascendental de los debates sobre de la justicia con un aspecto “real”, en donde dichos debates se anclaban. Este segundo polo muestra la incidencia de dispositivos (institucionales, legales u otros) que se movilizan a la hora de dar prueba real y situada de un conflicto específico. Así, los principios morales encuentran su correlato en el mundo concreto.

Hacia fines de los años 80 L. Boltanski y L. Thévenot van a consolidar el esquema teórico de la escuela pragmática francesa a través de lo que en un principio se conoció como Economías de la Grandeza. Este libro republicado en 1991 bajo otro formato, y con el nombre de De la Justification (Boltanski&Thévenot, 1991), va a sentar la posición de esta escuela en torno a los esquemas cognitivos y morales que movilizan las personas. De manera contemporánea a otro libro fundante de la filosofía de la justicia (Esferas de la justicia de M.Walzer), los autores van a proponer un esquema sociológico, a la vez pluralista y realista, en torno al debate sobre la justicia. Pluralista, porque los debates acerca de la justicia se dirimen en torno a principios diversos. Dichos principios disputan sobre su primado para “interpretar” cada situación conflictiva, pero al mismo tiempo son reconocidos por todo el mundo. Yeste esquema es realista porque sus principios ideales necesitan cobrar carnadura en dispositivos que organizan la vida social. En torno a sus reglas y a sus modos de uso giran también dichos debates sobre la justicia. Un tercer elemento a destacar resulta el hecho de que las disputas sobre los sentidos de la justicia no se circunscriben solamente a un espacio público experto, políticamente profesional. Por el contrario, los debates sobre la justicia se expanden por todo el cuerpo social, y hasta las disputas más simples de la vida cotidiana pueden dotarse de un contenido moral acerca de lo justo. Sin duda, esta concepción va en contra de un “sentido común” tradicionalmente banalizado por el saber sociológico.

Por último, podríamos decir que hacia fines de los años 90, L. Boltanski (c/E. Chiapello) va a marcar el último hito de consolidación de la perspectiva pragmática. Respondiendo a parte de las críticas que recibieron sus obras anteriores, a saber: un exceso de modelización y una falta de historización en los esquemas políticos y morales, el autor va a lanzarse a una detallada descripción diacrónica de lo que él considera la formación de un nuevo régimen de justificación del actual orden capitalista: la ciudad por proyecto (Boltanski & Chiapello, 1999). Tomando como objeto los ciclos de expansión de la lógica managerial en las prácticas económicas, políticas, estatales y hasta de la vida cotidiana, los autores van a mostrar cómo se construye dinámicamente un orden. El mismo se constituye pieza por pieza a través de procesos de crítica y contra-crítica, tanto de sus defensores que buscan justificarse como de sus detractores que buscan reformularlo. En ese marco, algunas de las críticas más consistentes logran perforar la legitimación del orden, modificando los antiguos dispositivos según nuevos criterios de justicia. Este proceso, según el autor, favorece a una renovación (no necesariamente deseada, aunque sí permanente) del orden.

En esta presentación, la elección de dos períodos de producción específicos de ambos autores, por un lado, busca contrastar dos enfoques sociológicos diversos. Pero al mismo tiempo, es necesario reconocer la existencia de dos contextos de producción académica muy diferentes, factor sumamente relevante a la hora de un contraste. Por el lado de la irrupción de la obra de P. Bourdieu, durante los años 50 y comienzo de los 60, el contexto institucional de la sociología mostraba la constitución de un campo académico que principalmente buscaba diferenciarse del peso que aún ejercía la filosofía y la teoría social. Esto obligaba a reforzar los métodos de la disciplina y su carácter empírico, a la vez que empujaba a diferenciarse de ciertos contenidos generalistas provenientes de la escuela marxista, estructuralista y/o existencialista. Por el contrario, el momento de la irrupción de la obra de L. Boltanski, hacia comienzos de los 80, va a mostrar un campo disciplinario estructurado que necesitaba una renovación política y epistemológica frente a conflictos sociales (de los años 70) que carecían de una respuesta satisfactoria por parte de la sociología. L. Boltanski es un ejemplo más acerca de cómo la sociología se nutrió de nuevas herramientas conceptuales provenientes de otros marcos filosóficos y teóricos. En el caso de L. Boltanski, particularmente sensible a tradiciones anglosajonas (entre las cuales están el interaccionismo y la etnometodología) que contaban con una baja visibilidad histórica en Francia.


2- El rol del investigador

La conquista científica del hecho social

Preocupados por revitalizar y conformar el espacio de una renovada sociología en el ámbito francés, P. Bourdieu de la mano de J.C. Passeron y J.C. Chamboredon producen en cierto modo sus reglas del método sociológico a la Durkheim con la publicación del libro Le metier de sociologue en 1968. El libro está compuesto por un escrito inicial elaborado por los autores, por textos de epistemología en general y otros de ciencias sociales. La intención era establecer la naturaleza del conocimiento sociológico y lograr una unidad disciplinar. La teoría social no debía reducirse a un compilado conceptual sino constituirse en una herramienta destinada a ser aplicada y revisada periódicamente. En esta obra central en el esquema teórico que estaba naciendo se desplegarán cinco principios fundamentales (Baranger, 2004, pp. 82-84) que vertebran el rol del investigador y el desarrollo de esta “disposición mental” que querían desarrollar en el campo de la investigación sociológica (Bourdieu, Passeron & Chamboredon, 1975, p. 17).

El primero de estos principios es la necesidad de ruptura con el sentido común. Este sentido común conforma una plataforma de evidencias compartidas dentro de un universo social, un consenso primordial sobre el sentido del mundo, de lugares comunes, tácitamente aceptados, que posibilitan la confrontación, el diálogo, la competencia e incluso el conflicto. Está compuesto por normas de conducta, juicios de valor, ideologías y doctrinas que conforman “explicaciones” del mundo social, o una “sociología espontánea” como gustaba llamarle a P. Bourdieu. La ruptura con el sentido común es una tarea que el científico social debe afrontar para combatir las ideas prefabricadas y naturalizadas en las conciencias individuales, de allí la inercia y resistencia que presentan para su tratamiento y superación.

Para estos autores el hecho científico se conquista, se construye y se comprueba contra la “ilusión del saber inmediato”. Pero no solo contra los saberes comunes sino también para despejar las prenociones del propio investigador. El conocimiento sociológico exige método y plan para alejarse de la reflexión especulativa sobre los hechos sociales. El matrimonio entre teoría y empiria funciona así como un antídoto contra las pretensiones de hacer teoría por la teoría misma y contra el pensamiento espontáneo. Consideran que existe una “frontera débil” entre los saberes comunes (suerte de explicaciones seudo científicas de lo social que todos los sujetos portan por el sólo hecho de experimentar la vida social) y el conocimiento científico elaborado por el sociólogo. Este primer principio resulta trascendente por la estrecha relación que mantiene con su concepción de la relación entre lo objetivo y lo subjetivo.

Anclados en la tradición weberiana los autores conciben que todo sociólogo debe apartarse del modelo de profeta social que el público le pide encarnar. Como el lenguaje sociológico hace uso de palabras del léxico común pero transformado mediante un control riguroso en conceptos teóricos, su discurso puede volverse equívoco y prestarse a utilizaciones falsas. De allí la insistencia en crear un discurso sociológico fundado en la práctica de la investigación empírica.

El segundo pronunciamiento de estas renovadas reglas del método se refiere al principio de no conciencia. El individuo produce un discurso “incompleto” sobre su situación por hallarse él mismo inmerso en un universo social determinado, siendo parcialmente consciente de los condicionamientos que padece. Su discurso se ha vuelto natural por el acto de la socialización: tiene una edad, un sexo, una profesión, un estado civil, un oficio, etc., que emplaza al individuo en un lugar del espacio social. La ciencia debe interesarse por las causas que escapan a la conciencia. Lo que las personas dicen más que una explicación que clausure el análisis (a la manera fenomenológica) es algo que debe ser explicado.

Un tercer principio epistemológico lo constituye la necesidad del investigador de conferirle en sus análisis. El mundo social no puede ser reducido a relaciones sociales intersubjetivas donde los individuos se vinculan animados por “intenciones” o “motivaciones”, sino que existe una realidad social externa e independiente de las conciencias individuales. Este postulado tendrá asimismo un impacto en la teoría social de Bourdieu en su esfuerzo por resolver la grieta entre estructura y sujeto.

Un cuarto aporte fundamental será el de objetar toda explicación que remita a una naturaleza humana transhistórica o transcendental derivada de algún principio psicológico o biológico o de carácter teleológico. Las filosofías que piensan en esencias hacen pasar por necesarios y eternos lo que es producto de condiciones históricas y sociales en un espacio y tiempo específicos. Este tipo de filosofías las podemos ver circular ampliamente en el sistema educativo y en el mundo del arte y los artistas. Lo mismo vale para el concepto de violencia simbólica (Bourdieu & Passeron, 1970) que revela cómo los dominados reconocen la dominación que se impone a ellos, al mismo tiempo que subraya que se hace pasar por universal y legítimo algo que es producto de un arbitrario cultural.

Por último, es necesario remarcar que P. Bourdieu ha ejercido sobre su obra teórica e investigativa una permanente vigilancia epistemológica. Existe una suerte de inconsciente colectivo científico presente en las teorías, los problemas y la forma de abordarlos que son parte del conocimiento científico acumulado, y que deben ser sometidos a un examen crítico y constante. Se trata de una epistemología dinámica atenta a poner bajo análisis las categorías conceptuales y las herramientas metodológicas en tanto que artefactos creados por el científico y por lo tanto sujetos a modificaciones. Los conceptos deben permanecer abiertos y en diálogo con la práctica de la investigación en un proceso incesante de “objetivación del sujeto objetivante” (el científico social).

Seguir a los actores y sus argumentos

La sociología pragmática francesa, a diferencia del mainstream sociológico que postula la construcción de una teoría que explique la sociedad en su conjunto, abreva en alguno de los principios de la Escuela de Chicago, según los cuales la teoría sirve como herramienta para la observación de los fenómenos sociales (Blumer, 1982). Sin que pueda definírselo como un mero método, este enfoque evita constituirse como teoría consolidada, de forma de aprehender en profundidad las acciones y procesos sociales. En ese sentido, B. Latour (2008) postula la necesidad de una epistemología modesta. Esto significa que el investigador se base en la menor cantidad de a prioris conceptuales. Si las tradicionales teorías sociológicas suponen categorías que recortan el trabajo de campo, desde el enfoque pragmatista estas antinomias no se observan de manera pura en el terreno sino en el plano de las ideas (James, 2007). Pero sin duda, dichos abordajes tienden a colonizar el terreno, a reducir discursos, determinando cuáles son más influyentes, qué acciones son más visibles, entre otros sesgos. En síntesis, el postulado de una epistemología modesta no significa el retorno a un descriptivismo ingenuo, ni a una neutralidad valorativa del investigador. Implica un trabajo del investigador por evitar la reducción de la complejidad, la pluralidad de actores y de puntos de vista que nutren cada situación. Apunta a eludir la miopía de categorías que, bajo su propia lógica, cercenan la irrupción empírica de muchas otras perspectivas (Callon, 1986).

Este enfoque pragmático trata de poner la descripción empírica en primera instancia. L. Boltanski construye sus categorías analíticas desde estudios empíricos que atestiguan las lógicas de acción situada de los actores. Como cuando se realiza una etnografía, la tarea de campo conlleva presupuestos múltiples, incluso ajenos a los que se concebían antes de la investigación. Este autor remarca que en la descripción empírica las propias categorías analíticas del investigador se someten a prueba permanentemente (Boltanski, 2004). Allí, el acento está puesto en la comprensión de los saberes de los actores situados más que sobre la capacidad de juicio del investigador. La riqueza proviene de las cualidades (siempre inciertas y falibles) que muestran los actores en sus recorridos de acción, y a ellas deben adaptarse los esquemas categoriales del investigador.

El segundo postulado no axiológico sobre el que se estructura la sociología pragmática es el de seguir a los actores. Este enfoque no trata de interpretar el sentido de sus prácticas, sino en principio ver lo que hacen, dando cuenta de los efectos de dichas prácticas sobre las situaciones de acción analizadas. L. Boltanski pone el foco en el seguimiento de los “aciertos/errores” categoriales de los actores. En “La dénonciation”, el autor muestra cómo los redactores de cartas de lectores al diario Le Monde en muchos casos logran legitimar sus reclamos, aunque en muchos otros no. Sus “aciertos/errores” se detectan fácilmente a partir de evaluar la relación existente (o no) entre lo que hacen los actores y lo que la situación espera de ellos. No hace falta explicarlos a través de presupuestos ideales o causas extrañas a la situación (como pueden ser cierta racionalidad o determinación estructural). En cualquier caso, se trata de seguir las acciones y sus consecuencias, dando cuenta de cómo cada una de ellas pueden articularse con otras (acciones, discursos, actores), logrando así extenderse en el tiempo y en el espacio, contando con más aliados y mayores soportes de fuerza y/o de legitimidad. En una compilación (Boltanski & Thévenot, 1989), a través de estudios empíricos de varios autores, los autores muestran cómo el éxito de un reclamo administrativo, de una denuncia política, de una causa judicial, son el fruto de un conjunto de acciones y de eventos relativamente indeterminados que hay que analizar de manera situada. Del seguimiento de los actores en la escuela, en la fábrica, en la administración, en los barrios, surge la explicación del éxito o fracaso en su tarea crítica.

Seguir a los actores supone tomar en serio sus acciones y sus discursos. Supone darle entidad performativa y a la vez reflexiva a todas sus palabras y actos. Esto significa que con las palabras se hacen cosas y se aprende con el correr de los intercambios lingüísticos. En ese contexto surge la capacidad “crítica” de los actores. No de la “crítica” del investigador, sino de los actores involucrados. La crítica más frecuente y eficaz no es aquella que “devela” la lógica inmanente de las relaciones sociales (bajo la cual los actores son meros reproductores); sino que son los actores situados los que promueven los cambios sociales, a través de la resolución de situaciones problemáticas, aún cuando sus competencias críticas no siempre estén suficientemente desarrolladas. De allí que dichas transformaciones tengan distintos grados: desde simples ajustes dentro de una situación (por usos incorrectos o injustos de ciertas reglas), hasta el cambio de alguna regla general (en virtud de algún malestar o sentimiento de indignación frente a una situación injusta). Estas críticas que producen los actores situados se van encadenando (desde aquellas que producen efectos hasta las que quedan latentes en su formulación), produciendo así las transformaciones sociales.

Por último, aparece el problema del salto de escala entre lo micro y lo macro. Tradicionalmente son los sociólogos los que producen el salto de escala por efecto de su interpretación de los datos. Allí, los actores se encuentran subsumidos a reglas de juego locales. Para salir de ellas e interpretarlas “críticamente” (por fuera de sus lógicas en tanto reglas de reproducción práctica) es necesario el “salto de escala” del investigador. Por su parte, para la perspectiva pragmática, son los actores los que realizan dichos cambios de escala, a través de los efectos prácticos de sus acciones y sus discursos. No realizan grandes “saltos” sino por gradientes, etapa por etapa, punto por punto. En algunos casos pueden llegar a recorrer toda la escala, desde una escena familiar hasta una escena político institucional.

Al respecto, L. Boltanski tipificó dos grandes operaciones de recorrido de escala. Según el autor, los actores pueden realizar operaciones de generalización y de singularización (con éxito o no, según el caso) sobre denuncias que pretenden atraer la atención pública a partir de reclamos de justicia sobre casos problemáticos. En general, dicha operación retórica, política y moral busca generalizar (evitando la singularidad), tratando de captar adeptos que se identifiquen con los valores o el sentido del caso (Boltanski, 1984). Pero por otra parte, el autor también mostró otro tipo de operaciones de desingularización y de resinguralización, donde los actores buscan atraer la atención pública desde un lugar no tradicionalmente político. Esta operación se realiza desde situaciones ordinarias que buscan realzar su propia singularidad (redefinida), volviéndose casos ejemplares que conmuevan la opinión pública a través de un movimiento de empatía a distancia.

 

3- Lo objetivo y lo subjetivo

Una articulación jerárquica

Podríamos decir que el estructuralismo genético de P. Bourdieu ha sido un enorme y concentrado esfuerzo por superar o resolver la tensión entre las visiones objetivistas y las subjetivistas presentes en el campo académico de aquellos años. Ya desde Un arte medio de 1965, P. Bourdieu advierte sobre los peligros que encierra la visión objetivista que hipostasia los sistemas de relaciones separándolo de los sistemas de disposiciones (o habitus) que producen pensamientos, percepciones y acciones. Intentará resolver la tensión considerando que la objetividad arraiga en y por la experiencia subjetiva, y en este movimiento el sociólogo debe superar, sin desdeñarlo, el momento del objetivismo, para fundarlo en una teoría de la exteriorización de la interioridad y de la interiorización de la exterioridad. Para P. Bourdieu las oposiciones clásicas resultan artificiales y escinden dimensiones de la realidad social que deberían estar integradas: el individuo desprendido (o atrapado según la óptica adoptada) de la sociedad, la estructuras externas separadas de las estructuras interiorizadas, la libertad individual de las coerciones sociales. En cierta forma, P. Bourdieu quería hacer confluir caminos que venían siendo paralelos. Para esto se propuso desarrollar un conocimiento praxeológico que tiene por objeto no sólo el mundo social externo, sino las relaciones dialécticas entre las estructuras objetivas y las disposiciones estructuradas que tienden a reproducirlas.

Contra el estructuralismo que sus críticos le atribuyeron luego de publicar La Reproducción en 1970, P. Bourdieu se encargó extensamente en dos obras ya citadas (Bourdieu, 1972, 1980) de rechazar el esquema objetivista más ortodoxo. Le objetará no poder apreciar el conocimiento práctico al no diferenciar el conocimiento teórico del práctico o de la experiencia. El objetivismo introduce una discontinuidad truncada entre el conocimiento teórico y el conocimiento práctico, expulsando al estado de “racionalizaciones”, de “prenociones” o de “ideologías” a las representaciones. Así, este enfoque construye un punto de vista desde la razón teórica y culmina estudiando las estructuras por él construidas. Trata a sus abstracciones tales como “cultura”, “estructuras”, “clases sociales” o “modos de producción”, como realidades dotadas de una eficacia social capaz de constreñir directamente las prácticas. Pero su teoría rechazará también el modo subjetivista, que subestima el poder de las estructuras externas, su capacidad de influir y moldear las conciencias individuales. Este enfoque atribuye a la conciencia de los sujetos el poder de crear sentido sin condicionamiento objetivo alguno. La crítica fundamental se concentra en que esta mirada olvida que la elección depende en parte de preferencias conscientes pero al mismo tiempo sufre constreñimientos estructurales.

Introduciendo nociones teóricas mediadoras tales como habitus, violencia simbólica, capital en sus diferentes tipos: económico, cultural, social y simbólico, espacio social estructurado, campo y sentido práctico, P. Bourdieu pretendía hacer dialogar ambos paradigmas creando uno propio.

De esta manera, en primer lugar, existen para este autor estructuras externas que constituyen una objetividad de primer orden, la que está determinada por la distribución de recursos materiales, bienes y valores socialmente escasos que conforman relaciones independientes y autónomas de los individuos y que estructuran un espacio social de diferencias. Para P. Bourdieu esos recursos están plasmados en las diferentes especies de capital: económico, cultural, social, simbólico, en su volumen y estructura. Se trata de una estructura que puede ser aprehendida mediante el uso de técnicas y procedimientos metodológicos. Para el investigador esto funda un primer objetivismo provisorio en el que reconstruye el sistema de relaciones objetivas que son el fundamento de las representaciones subjetivas y el cual ejerce un condicionamiento sobre las interacciones sociales. Hay que escapar, sostiene P. Bourdieu, de los peligros del fisicalismo del enfoque objetivista que reifica esas estructuras externas en el que el sujeto es un simple ejecutante de una estructura de cuya producción no participa.

En segundo lugar, la dimensión subjetiva debe ser integrada al abordaje de lo social. La realidad externa es también objeto de percepción y conocimiento. A estas estructuras internas las llamará subjetividad objetiva, y se presentan bajo la forma de sistemas de disposiciones orgánicas y mentales, de pensamiento, de percepción y acción, inconscientes y duraderas. Son orgánicas por el anclaje corporal; son mentales por constituir un mapa cognitivo; son inconscientes porque no afloran en la conciencia de los sujetos; son duraderas por el peso de la primera socialización. En contraposición al punto de vista estructuralista, este momento subjetivista considera que la realidad social es obra de sujetos sociales que deciden, actúan y perciben de manera consciente.

En suma, para sortear las trampas de ambos enfoques, el sociólogo debe entonces realizar un doble movimiento analítico y dialéctico. En un primer movimiento se “aparta” de las representaciones subjetivas y ordinarias de los sujetos, para reconstruir las estructuras objetivas que son el fundamento de dichas representaciones y que limitan y ejercen una coerción externa sobre las conciencias individuales. En un segundo movimiento, reintroduce en el análisis las experiencias ordinarias de los agentes para dar cuenta de las luchas cotidianas, individuales y colectivas que tienden a cambiar o conservar dichas estructuras.

Respecto a la dimensión subjetiva, P. Bourdieu va a conferir a las representaciones sociales un poder de construcción y de transformación de lo real. Al poseer los sujetos un conocimiento práctico del mundo social (a través de sus clasificaciones) pueden ejercer una influencia sobre él interviniendo sobre el conocimiento (y desconocimiento) que se tenga acerca de él. En otras palabras, agentes y grupos trabajan para producir e inculcar representaciones (mentales, verbales, gráficas o teatrales) del mundo social capaces de actuar sobre él actuando sobre las representaciones.

Así, las taxonomías sociales tienen en su esquema teórico un poder performativo: resaltan o esconden unas propiedades para mostrar otras. Mediante palabras, consignas o las propias teorías, los clasificadores (los individuos portadores de un habitus individual y de clase) construyen y destruyen simbólicamente realidad. Las luchas por las clasificaciones sociales en el análisis bourdieusiano, sea que estas luchas se desaten en torno a la división social por edad, sexo, clase, etnia, nacionalidad, etc., son una forma de imponer límites para construir un orden social donde cada agente clasificado en una u otra categoría debe pensar y comportarse de una manera, en suma, ocupar su lugar.Dicha lucha provoca de este modo un dinamismo social, un juego entre la estructura objetiva y las estructuras incorporadas en forma de habitus que vuelve más indeterminada la edificación de un orden social.

Un encadenamiento práctico

Tradicionalmente la sociología compartió con otras ciencias fundamentos a priori que encuadraron sus estudios. Entre otros dualismos clásicos, la relación entre lo objetivo y lo subjetivo separaba el orden de lo natural del orden de las relaciones humanas. Esta perspectiva moderna (Latour, 1991) estructuró una relación aporética entre naturaleza y sociedad, entre hechos y valores, entre el movimiento de fuerzas físicas y la acción intencional. Sobre esta distribución de roles, la ciencia construye una relación asimétrica entre el sujeto de la investigación (activo) y su objeto de investigación (pasivo). El desarrollo de la sociología como ciencia va a cuestionar estos principios positivistas originales pero no va a romper con su núcleo: la distancia entre el sujeto y el objeto. Reproduciendo esta aporía, la sociología ubicó la discusión sobre los valores del lado subjetivo, y a los hechos fácticos del lado objetivo. El cambio y la indeterminación será consecuencia de la intervención humana, mientras que la repetición o la determinación (sea estructural, funcional u otra versión) será fruto de un cierto orden objetivo de las cosas. A nuestro modo de ver, la sociología de P. Bourdieu es heredera de esta aporía clásica (asimétricamente entendida). Aún cuando en su obra busca estrechar la relación entre ambos polos: entre los condicionamientos estructurales objetivos y las múltiples formas de interpretación a escala subjetiva.

Frente a esta perspectiva epistemológica de lo objetivo y lo subjetivo, la sociología pragmática desarrolla una praxeológica. Es decir, una perspectiva que implica no entender dicha relación como una cosmovisión a priori, sino a través de un análisis de “entes objetivos y subjetivos” en el marco de un mismo curso de acción. Allí no hay brecha entre lo subjetivo y lo objetivo. Hay una co-constitución práctica del mundo, esto es: la agencia de humanos y no humanos (Latour, 2008). No hay un orden estructural objetivo, por un lado, y variaciones subjetivas, por otro. Tampoco determinación de uno sobre otro. Esta perspectiva desarrolla una preocupación sobre la capacidad de agencia de cada uno de los “entes” (humanos y no humanos). La sociología pragmática plantea una simetrización y autonomización de la relación subjetivo-objetivo. Simetrización, porque la relación entre humanos y no humanos pasa a expresarse a un mismo nivel, sobre un mismo plano de ingerencia práctica. Y autonomización, porque ambos tienen capacidad de acción, capacidad de producir consecuencias. En este caso, uno no depende del otro, en todo caso se entrelazan en una misma secuencia práctica. Bajo esta lógica, L. Boltanski y L. Thévenot (1991) traducen las tradicionales “relaciones sociales” de la sociología por el análisis de los “estados entre las personas y las cosas”.

Así como una acción es el fruto de categorías cognitivas y morales movilizadas por los humanos involucrados, también es el fruto de categorías estabilizadas en torno a ciertos dispositivos sociales (reglamentos, estadísticas, etc.) que dan marco y realidad a dichas acciones. Personas y cosas producen consecuencias prácticas. En su primera compilación empírica desde la creación de la escuela pragmática (Boltanski & Thévenot, 1989), los autores dan cuenta de cómo los actores y los dispositivos se articulan. Allí se analizan operaciones donde los humanos encuentran resistencias y posibilidades en los objetos con los que se relacionan. Esto se observa en los procesos de configuración de accidentes de trabajo en el ámbito laboral, en la capacidad de ciertos municipios para reconvertirse de manera productiva en el marco de ciertos reglamentos ya existentes, así como en la capacidad de adaptación de los inspectores de trabajo a sus propias regulaciones. En cualquier caso, los planes humanos dependen de su relación con los dispositivos que la situación ofrece.

L. Boltanski distingue la cualidad de lo humano y lo no humano. Si bien los humanos en muchos casos son reproductores de determinadas prácticas, ellos están (aún en potencia) permanentemente categorizando y disputando acerca de formas de definir las situaciones que comparten. Nuestro autor dice que son “seres metafísicos” (Boltanski, 1990), pues son capaces de abstraerse de una situación, para criticarla en relación a ciertos esquemas cognitivos y morales que no necesariamente son evidentes. En otros términos, los humanos pueden potencialmente relanzar críticas bajo diferentes perspectivas (morales, políticas, de interés económico, identitario, etc.) que modifican su entorno. Por su parte, los dispositivos tienden a reproducir en el mundo concreto/real un esquema moral y cognitivo ya impuesto sobre la situación. Si bien esta dimensión objetiva puede muchas veces iniciar una acción (por ejemplo: una nueva codificación jurídica habilita a la participación de las asociaciones civiles sobre la regulación electoral) o un acontecimiento (por ejemplo: un tsunami genera una controversia sobre los mecanismos de seguridad ciudadana), no obstante estos dispositivos tienden a marginalizar perspectivas alternativas al cuadro estandarizado de la situación. Así, las situaciones fuertemente equipadas tienen dificultades para tratar casos problemáticos, porque los dispositivos que gobiernan la situación no son sencillos de reponer. Esto ocurre aun cuando se manifiesta una fuerte controversia sobre el desajuste en el funcionamiento de ciertos dispositivos, e incluso cuando existe un acuerdo moral y político sobre cómo reponer dicho desajuste. En resumen, contar con los dispositivos a favor siempre refuerza las posiciones de quienes resisten detrás de ellos (aún sin gran capacidad crítica) y dificulta la tarea de quienes critican en favor de un cambio de los dispositivos que gobiernan la situación.

Por último, visto en perspectiva histórica, los dispositivos situados no son sino “cristalizaciones” de procesos de crítica de antigua data. L. Boltanski analiza las transformaciones del capitalismo contemporáneo a partir de un seguimiento de las críticas que recibió en sus últimos períodos (Boltanski & Chiapello, 1999). Allí muestra el devenir diverso de un conjunto de críticas. Por un lado, críticas sumamente legítimas en torno a las inequidades del capitalismo tuvieron una débil inscripción sobre sus dispositivos; mientras que otras críticas a favor de una mayor autonomía o flexibilidad profesional lograron inscribirse en los equipamientos de las empresas. En otros términos, algunos conflictos morales y políticos dejan, como rastros, dispositivos que organizan las acciones del entorno bajo determinados criterios. Esta “cosificación” de la disputa político-moral funciona como “ancla” de ciertos principios de justicia que las personas (desde escenas público-institucionales hasta escenas cotidianas) han resuelto legítimos. Estas “cosas” resultan “formas estandarizadas” para el tratamiento futuro de un conjunto de relaciones situadas. Y a menudo son reutilizadas como formas de categorización por actores expertos (especialmente por sectores políticos o administrativos), los cuales hacen referencia a dichos dispositivos para sostener la justeza y/o la justicia de sus decisiones.

 

4- Conclusiones

Existe una importante ruptura entre el estructuralismo genético de P. Bourdieu y la sociología pragmática de L. Boltanski acerca del rol del investigador a la hora del trabajo sociológico. En algún sentido se invierte el sentido con el que se trata el problema epistemológico. Se pasa de una ruptura epistemológica con el sentido común de los actores al desarrollo de una epistemología modesta, por parte de los investigadores, intentando tratar más adecuadamente los puntos de vista e intereses de los actores en situación.

La sociología de P. Bourdieu supone actores con baja conciencia de la determinación en la que se encuentran. Si bien tienen capacidades prácticas de adaptación a las reglas de juego que se les imponen, carecen de capacidad crítica para modificarlas. En ese sentido, el sociólogo se lanza a la conquista del objeto en clara ruptura con el sentido común, reproductor de las relaciones de dominación. Su trabajo es por fuera y en muchos casos contra los discursos disponibles de los actores implicados. La crítica es innegablemente una tarea del investigador. Y allí la sociología produce el “salto de escala”. Solo el investigador puede develar los mecanismos ocultos de la dominación, produciendo la síntesis crítica de una multiplicidad de actos y procesos.

Por el contario, la sociología pragmática de L. Boltanski se dispone a tomar en serio los discursos de los actores y a analizar sus argumentos públicos. “Seguir a los actores” implica otorgar (en principio y por decisión metodológica) competencias para actuar a los actores situados. Esto permite analizar sus prácticas y testear sus logros, sus errores, sus desvíos, etc. Esta capacidad para la acción no es sólo adaptativa, sino que en algunos casos puede ser crítica. Esto quiere decir que los actores son capaces de actuar y al mismo tiempo reflexionar (a distintos niveles) acerca de las normas con las cuales se regulan las situaciones. Esto les otorga capacidad para juzgar su entorno y transformarlo. La tarea del investigador entonces es seguir este recorrido (aún errático) de los actores, mostrar sus emprendimientos críticos, los que fracasaron, los que lograron cuanto menos ser discutidos públicamente y hasta los que lograron transformar (de manera más o menos radical) las instituciones sociales. Dentro de esta cartografía, los que realizan los “saltos de escala” son los actores. En algunos casos [son saltos] pequeños, en otros infructuosos, pero en muchos otros legítimos y hasta institucionalizados.

Sobre los roles que ambas matrices otorgan a lo subjetivo y lo objetivo también se observa una marcada ruptura. Podría decirse que la sociología pragmática rompe con una concepción clásica de dicho vínculo, de la cual la sociología bourdieusiana es aún heredera. Esta última mantiene una relación asimétrica y vertical entre la dimensión objetiva y subjetiva de lo social. Por su parte, la sociología pragmática horizontaliza dicha relación y vuelve más simétrico el contenido objetivo y subjetivo de las relaciones sociales. Mientras la primera matriz atribuye a las relaciones objetivas una durabilidad y fortaleza que condiciona las pautas de acción subjetivas; la segunda ubica en una misma cadena de acción las influencias objetivas (dispositivos o tecnologías sociales) y las influencias subjetivas (la dimensión moral y racional de los humanos).

La propia denominación de la matriz sociológica de P. Bourdieu: estructural-constructivismo, hace referencia a una pretendida articulación entre una tradición estructuralista y una fenomenológica, entre un contenido objetivo y un contenido subjetivo. Según esta perspectiva las relaciones objetivas poseen una sedimentación que se encuentra por encima de la capacidad de acción de los sujetos. Las relaciones de clase, las pautas culturales y/o educativas heredadas, en fin, la socialización que nos precede como sujetos, son relaciones estructurales que tienen un grado de objetividad particular. En ese marco, la subjetividad aparece como una objetividad de segundo orden. Según P. Bourdieu, dicha subjetividad está relativamente sujeta (aunque no de una vez y para siempre) a condicionantes estructurales. De allí que a dichas pautas de acción humana el autor las denomina subjetividad objetivada.

La sociología de L. Boltanski en cambio es heredera de ciertos debates introducidos en la década del 70’ por la sociología de la ciencia, de donde proviene el otro fundador del enfoque pragmático: B. Latour. Esta perspectiva introduce la influencia de la tecnología al análisis de las relaciones sociales. Allí se comienzan a mezclar de manera híbrida los sujetos y los objetos, los humanos y los no humanos. En ese contexto, la sociología pragmática abandona una perspectiva pétrea de la objetividad estructural para ubicar las relaciones objetivas (es decir, de los objetos y de los dispositivos técnicos) en un mismo plano que las relaciones subjetivas (es decir, de los actores sociales). Por un lado, están las pautas objetivas de acción que tienen la cualidad de resistir el paso del tiempo. Para ello se recurre a reglamentos, a puentes, a programas sociales, entre otras construcciones técnicas de las que se dota el mundo para estabilizar ciertas relaciones. Por otro, se encuentran las pautas subjetivas, las cuales tienen la cualidad de innovar y transformar el mundo, tanto a través de relaciones de fuerza (es decir, de facto) como a través de relaciones legítimas (es decir, de creaciones institucionales a partir de un debate político y moral). No obstante, según la sociología pragmática ambas dimensiones tienen capacidad de acción: por ejemplo, la existencia de un dispositivo legal puede abrir un debate sobre el saneamiento de un río de igual manera que lo hace un grupo ecologista en la calle. En algún sentido, esta perspectiva busca simetrizar las relaciones objetivas y subjetivas con vistas a indagar, de manera conjunta, la influencia de los dispositivos técnicos (no humanos) y de los actores sociales (humanos) sobre la construcción de la sociedad.

 

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