Cuestiones de Sociología, nº 17, e042, 2017. ISSN 2346-8904
Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Departamento de Sociología
ARTICULO/ARTICLE
La
internacionalización de las Ciencias Sociales: una reflexión
Renato Ortiz
Universidade
de Campinas (Unicamp), Brasil
rortiz@terra.com.br
Traducción del
portugués: Anabel Beliera
Cita sugerida: Ortiz, R. (2017). La
internacionalización de las Ciencias Sociales: una reflexión. Cuestiones de Sociología, 17, e042. https://doi.org/10.24215/23468904e042
Resumen
El artículo
se propone ahondar en la reflexión sobre el proceso de
internacionalización de las ciencias sociales contemporáneas.
Se reflexiona sobre algunos ejes específicos referidos a
cuestiones propias del desarrollo disciplinar –la historia de
las Ciencias Sociales y en particular de la Sociología, y el
lugar que han tenido los distintos países en la configuración
de las tradiciones del pensamiento social–, así como
cuestiones extradisciplinares –como las políticas
científicas, el rol del Estado y las fuentes de
financiamiento–.
La crítica a la idea de
monopolio de lo universal dio lugar a nuevas realidades que exceden
la dicotomía norte-sur, y que resaltan la heterogeneidad de
las tradiciones intelectuales nacionales. Actualmente nos encontramos
ante la creencia en la racionalidad de la evaluación, la cual
nace en el interior del campo académico, y resulta de una
mentalidad productivista que encuentra en las instituciones
universitarias y de investigación el lugar de su realización
plena. Esta creencia es parte del proceso de internacionalización
de las ciencias sociales y se ha convertido en sentido común
planetario.
Palabras Clave:
Internacionalización;
Ciencias sociales; Pensamiento social; Historia de las
ciencias sociales.
The internationalization of Social Sciences: a reflection
Summary
This article aims to analyse
the process of internationalization of contemporary social sciences.
It
reflects on some specific issues related to the disciplinary
development – social science history, particularly Sociology,
and the way in which different countries have shaped the traditions
of social thought- as well as some extra-disciplinary topics –
such as scientific policies, the role of the State and the financing
sources-.
The critic to the idea about
monopolic of universality led to new realities that go beyond the
north-south dichotomy, highlighting the heterogeneity of national
intellectual traditions. Currently we are facing the growing belief
in the rationality of evaluation, which is born within the academic
field, and come from a productivist mindset that finds in the
university and research institutions the place of its full
realization. This belief is part of the internationalization of
social sciences internationalization process and has become a world
wide common sense.
Keywords:
Internationalization;
Social Sciences; Social thought; History of the social
sciences.
El
tema de la internacionalización se volvió una cuestión
actual en las Ciencias Sociales contemporáneas. Institutos de
investigación, organizaciones internacionales (ONU y Unesco),
asociaciones científicas nacionales (Sociedad Brasilera de
Sociología) e internacionales (International
Sociological Association)
la ven como un aspecto decisivo en el proceso de circulación
de las ideas. En Brasil, la Capes considera la dimensión
internacional un criterio relevante en su metodología de
evaluación de los cursos de postgrado. Sin embargo, dejo de
lado esta dimensión institucional, ya que mi interés es
problematizar la cuestión desde otro punto de vista. Un punto
de vista, digamos, crítico, porque tiene como foco principal
las transformaciones que inciden directamente sobre el trabajo
intelectual. Dado que este es un texto corto, organizaré mi
reflexión en puntos específicos. Los mismos están
condensados y buscan sintetizar una problemática más
amplia; tienen la virtud de explicitar determinados aspectos del
debate pero son incompletos y merecerían una elaboración
mayor de mi parte.
Quien
estudia el fenómeno de la globalización está
familiarizado con la distinción entre globalización e
internacionalización. Difícilmente el proceso de
globalización podría ser comprendido como resultado de
la inter-acción entre las naciones; es necesario descentrarse
de la unidad nacional para comprender su lógica. Surge
entonces una duda: ¿deberíamos hablar de
internacionalización o de una mundialización de las
Ciencias Sociales? A primera vista, el término
internacionalización
sería más adecuado dado que el campo de los cientistas
sociales se materializa a través de las instituciones
nacionales que le dan soporte. Eso no significa que su consolidación
se haga al abrigo de las influencias externas; los intercambios
internacionales existen desde el inicio de su constitución en
tanto es en la relación con el Estado-Nación que se
desarrolla la educación e investigación. En este
sentido, hay una estrecha relación entre la expansión
de las Ciencias Sociales y las políticas de Estado. En un
texto poco conocido, de los inicios de los años 90, Bourdieu
(1991)
hace esta misma pregunta: ¿existiría un campo mundial
de las Ciencias Sociales? Su respuesta es negativa. Dicho campo no
tendría la autonomía necesaria para definirse como
tal. Johan Heilbron (2013),
escribiendo décadas después, dirá que
estaríamos asistiendo a su emergencia ahora, cuestión
que busca aprender a través de la circulación de
revistas e investigadores. Tengo dudas a este respecto. Un campo
mundial presupone las exigencias de una autonomía relativa en
relación a las demandas de la política (Estado,
partido, movimientos sociales) y del mercado; por otro lado, supone
una interacción orgánica entre los actores de este
espacio de alcance planetario, lo que a mi entender es inexistente
y, tal vez, no deba existir. No deja de ser interesante observar que
algunos autores hablen, inclusive, de la existencia de un
worldsciencesystem,
término derivado de los análisis de Wallerstein sobre
el sistema mundial. Mi desconfianza en relación a tal
perspectiva resulta de la fragilidad estructural de este supuesto
del “sistema mundo”, dado que el mismo no está
compuesto por elementos sistemáticamente articulados entre
sí. No obstante, pienso que el proceso de globalización,
como en otras esferas, incide también en la configuración
de las Ciencias Sociales. El mismo no define propiamente un campo
mundial, en el sentido en que el concepto lo entiende, y sin
embargo, se constata de hecho el surgimiento de un espacio
transnacional que poco a poco se impone. En este sentido, la
internacionalización que antes existía se manifiesta
ahora en una situación de globalización, o sea, las
transformaciones actuales no se resumen en los intereses y reglas
existentes en el interior de sus fronteras nacionales.
En
la constitución de este espacio transnacional, la historia de
las disciplinas es importante, particularmente en lo que se refiere
a la Sociología. Una disciplina implica la organización
de la investigación y de la enseñanza según
reglas y normas específicas; sus fundamentos se basan en la
delimitación de un determinado objeto y de una metodología
propia. Es de esta forma que gradualmente la Sociología se
destaca de otros saberes en el siglo XIX, imponiéndose poco a
poco como un área especializada de la comprensión de
lo social. Hay, en consecuencia, una historia de la disciplina. La
Sociología surge en algunos países europeos (Francia,
Alemania, Inglaterra, Italia) y en los Estados Unidos, para
enseguida difundirse en diferentes lugares. En este proceso de
expansión internacional hay una clara división del
trabajo intelectual. Recuerdo la distinción que Tiryakin
(2001)
hacía entre “grande” y “pequeña”
tradición del pensamiento sociológico. La primera
constituiría el eje de la disciplina, alrededor del cual se
estructurarían los problemas y argumentos centrales del
conocimiento y de la investigación. Cabría a la
“pequeña tradición” un papel menor, que
resumiría a la investigación orientada a las
realidades coyunturales de cada país. El monopolio de lo
universal se concentraría en las manos de los herederos de
los padres fundadores, a él contrastaría una
diversidad de estudios locales, importantes, pero circunscritos a
sus localidades. Las verdaderas reflexiones teóricas serían
así un atributo de “occidente”, no tanto por una
cuestión de discriminación sino simplemente porque la
esencia de la modernidad se encontraría en este mismo
Occidente (leer por ejemplo la introducción de Weber a “La
ética protestante y el espíritu del capitalismo”).
Fuera de él, tendríamos una modernidad incompleta,
truncada, inacabada. En rigor, un estudio productivo y original de
la modernidad periférica sería siempre
insatisfactorio; al final, le faltaría la densidad denegada
por la historia. El eurocentrismo legitimaba, de esta forma, una
convivencia cortés de la división internacional del
trabajo intelectual en la que la universalidad del método
sería la prerrogativa de algunos, pero su aplicación
se encontraría disponible para todos.1
Por otro lado, la emergencia de las Ciencias Sociales,
particularmente en América Latina, reforzará esa
dimensión local. El “pensamiento latinoamericano”,
como decía Leopoldo Zea, para liberarse de las amarras
extranjeras debe solidificar los lazos de la identidad nacional,
volcarse al entendimiento de su propia realidad, aquello que
escaparía a las categorías forjadas fuera de su
ámbito. Para desarrollarse, las Ciencias Sociales
latinoamericanas valorizan lo que les es propio, el rasgo de
distinción en relación a los otros. Esto significa que
están marcadas por una dualidad: por un lado, está la
consolidación efectiva de la disciplina, la creación
de universidades e institutos de investigación, la
valorización de una tradición de pensamiento; pero por
el otro lado, la oposición universal vs local se reitera,
pues el dominio del pensamiento se resume a las fronteras de cada
país: sociología brasileña, argentina,
mexicana, peruana, etc. Lo nacional posibilita la afirmación
identitaria pero también distancia del alcance teórico
anhelado.
El
monopolio de lo universal se rompe en la situación de
globalización, pues deja de ser un registro de verdad
convincente. Hay varios motivos para eso. Primero, una crítica
generalizada de la visión eurocéntrica del mundo. Eso
se da en el nivel de las ideas, por ejemplo, los escritos de Jack
Goody, pero también con el surgimiento de nuevos movimientos
teóricos y el reordenamiento disciplinar ocurrido al final
del siglo XX: el debate sobre la posmodernidad, la cuestión
de la interdisciplinariedad (estudios de género, medio
ambiente), Estudios Culturales, teorías postcoloniales, etc.
En el caso de la Sociología, puede decirse que la versión
predominante de la modernidad se torna parcial, se percibe que su
validez se limita a un momento de la historia de la disciplina. O
como dice Chakrabarty (2000),
Europa es apenas una “provincia” del mundo, su geografía
posibilita pero también restringe el alcance del pensamiento
sociológico. En este sentido, la modernidad deja de ser
vista, en su “esencia”, como una virtud intrínseca
al mundo occidental; al expandirse, ella se realiza de manera
distinta en función de la historia de los lugares. La
modernidad no “es”, digo, en su Ser, europea, en este
caso ella es sólo temporalmente anterior a las otras, lo que
no significa que les sea superior. Yo había dicho que la
crítica generalizada al eurocentrismo debilitaba la creencia
en el monopolio de lo universal. Subrayo generalizada.
Con eso quiero decir, la crítica no es nueva, innumerables
autores la hicieron antes (Franz Fanon) y, sin embargo, no había
adquirido derecho de ciudadanía en el medio científico.
La convivencia cortés de la división internacional del
trabajo intelectual la contenía como una exageración
teórica indebida. Creo que la generalización de la
crítica se hace en consonancia con la materialización
de una base empírica representada por la maduración de
las Ciencias Sociales en la “periferia”, maduración
que se objetiva en el surgimiento de un campo de interlocutores
coherente e institucionalizado. Las políticas de Estado, la
asignación de recursos para investigación, la creación
de cursos de postgrado, sitúan el saber sociológico en
un nivel distinto del que se encontraba en el siglo XX. En este
contexto, utilizando una imagen de Walter Mignolo (2009),
la “desobediencia epistemológica” se vuelve
posible y plausible.
¿Cómo
entender las fuerzas que actúan en este espacio
transnacional? ¿En qué medida ellas inciden sobre el
trabajo intelectual? Una respuesta posible es considerar la
asimetría de las relaciones académicas a partir de la
oposición entre centro y periferia. Varios autores preconizan
una especie de reactualización de los conceptos elaborados
por la teoría de la dependencia en los años 60.
Existiría así un desequilibrio entre los países
acentuando la dependencia académica de la periferia en
relación a la metrópoli (Alatas,
2003; Keim, 2011).
Al leer con más cuidado esta literatura, vemos que el
concepto de imperialismo,
implícito en su raciocinio, adquiere una nueva configuración.
El mismo no se limita a una nación (por ejemplo, los Estados
Unidos), su alcance es más amplio, se habla del predominio de
un espacio geográfico polisémico: el norte
(muchas veces sinónimo de occidente).
Las Ciencias Sociales producidas en este “lugar”
tendrían un papel dominante en la estructura jerárquica
del pensamiento sociológico. Un texto interesante a este
respecto es el Social Science Report 2010, que demuestra de manera
empírica esta desigualdad al medir algunos aspectos: dónde
son producidas las revistas de Ciencias Sociales, cuál es el
grado de coautoría internacional de los artículos
escritos en colaboración con autores de diversos países,
las citas. La conclusión es clara: hay una
internacionalización desigual, los países del norte
concentran los mejores resultados en detrimento de los otros. A la
categoría norte
se opone el sur.
El mismo correspondería a los que encuentran marginalizados
del centro. El uso del término sur
tiene acepciones variadas según los autores, pero la idea
principal es la existencia de un espacio aparte dentro del cual se
constituiría, por lo menos en potencia, un saber distinto y
contrapuesto a su antípoda.2
Ahí se encontrarían las raíces matriciales de
un pensamiento alternativo. Es en ese sentido que una autora como
Raewyn Connell (2007)
se dedica a comprender un conjunto de teorías endógenas
elaboradas en distintas regiones del mundo. El sur
y el norte
serían entrelazados por un conjunto de relaciones de poder,
articulando intelectuales e instituciones en la metrópoli y
en la periferia.3 Los
análisis sobre la dependencia académica tienen un
mérito, pues vuelven explícitas las relaciones de poder
que atraviesan el espacio transnacional de las Ciencias Sociales. Eso
no es poco. Alcanzan también un punto neurálgico del
aparente consenso anterior. Al cuestionar la división del
trabajo intelectual se retira de un grupo de privilegiados el
monopolio de la reflexión teórica. La distinción
entre “gran” y “pequeña” tradición
les aseguraba una reserva natural del mercado, se trataba
incuestionablemente de los herederos reconocidos de “los
clásicos”; al reescribirse la historia de las Ciencias
Sociales (es eso lo que se encuentra en disputa) se releva el grado
de arbitrariedad de esta narrativa frágil e idealizada. Sin
embargo, desde el punto de vista conceptual la solución
encontrada me parece poco convincente. Norte
y sur
son categorías dicotómicas, ¿no sería eso
un reduccionismo? No creo que la diversidad de las Ciencias Sociales
a escala planetaria pueda ser aprehendida de esta forma, pues las
relaciones entre institutos de investigación, universidades,
investigadores, son mucho más complejas de lo que se supone.
Difícilmente se inscriban en una ecuación simple como
centro vs periferia. Norte
y sur
son todavía denominaciones que sobrentienden la homogeneidad
de cada uno de esos polos. ¿Pero la misma existe realmente? En
realidad, el norte
está compuesto por una heterogeneidad de distintas realidades.
El desarrollo de las Ciencias Sociales en Portugal y España es
conflictivo y discontinuo porque, entre otras razones, la historia
política de estos países es conflictiva. La dictadura
de Salazar y Franco siempre fueron hostiles al florecimiento del
pensamiento crítico. Algo semejante ocurre en relación
al Este europeo. La presencia de conflictos étnicos, el
nazismo, la fase soviética, inciden directamente en el plano
de las ideas. No se trata simplemente de una cuestión de
asignación de recursos, los ejemplos que cité se
refieren a una Europa denominada “periférica”.
Basta con que consideremos los países nórdicos. Del
punto de vista de la capacidad material, ellos de hecho pertenecen a
los países ricos, sin embargo ¿tal homología
sería válida para las Ciencias Sociales producidas en
su interior? ¿Sería Finlandia capaz de establecer un
tipo de dominación teórica e intelectual a escala
ampliada, como Francia y Alemania ejercen de alguna manera? Puede
decirse lo mismo en relación al sur.
El mismo está marcado por una heterogeneidad que se deriva de
la historia de las Ciencias Sociales en cada país. La
Sociología brasilera tiene un destino distinto de la
sociología japonesa debido a su recorrido específico.
Inclusive en el periodo de su formación e institucionalización
(en los años 50), las influencias externas son distintas. En
Japón, después de la Segunda Guerra Mundial, prevalece
el modelo norteamericano que privilegia las investigaciones
cuantitativas; y en Brasil dicha influencia tiene otro matiz, la
presencia americana se asocia a la Escuela de Chicago, siendo
combinada a la tradición francesa y alemana. En la África
Subsahariana el financiamiento de la investigación sociológica
por el Estado es una excepción.4
Hay una fuerte dependencia en relación a los recursos del
exterior: ONG, donaciones de los gobiernos europeos (Gran Bretaña,
Francia, Holanda), fundaciones norteamericanas (Ford, Rockfeller,
Mellon, Kellog, etc.). En Brasil, México y Argentina, los
recursos son de origen estatal. No estamos hablando de algo menor,
las fuentes de financiamiento influencian el tipo de investigación
realizada. La dicotomía “norte/sur” en el fondo
encubre las condiciones reales de existencia del trabajo intelectual,
traza una línea divisora que borra la diversidad de sus
acentos.
Contrariamente
a lo que la narrativa predominante en los cursos de Ciencias
Sociales enseña, su historia es distinta de la versión
canónica. Recientemente una serie de estudios han enfatizado
la importancia de la tradición intelectual nacional en su
constitución. Donald Levine (1997)
identifica diferentes tipos de tradiciones: británica,
francesa, alemana, italiana y americana (el marxismo, con su
vocación internacionalista, es la única excepción).
Cada una de ellas constituye un punto de partida para construirse
una pluralidad de problemáticas teóricas que vendrán
posteriormente a determinar el legado clásico de la
Sociología. Estamos lejos de una visión que
consideraba la emergencia de la disciplina como un todo coherente de
alcance y validez universal. O, como pensaba Nisbet (1967),
que ella se organizaría en torno a un núcleo central
de ideas (comunidad, sagrado, autoridad, status, alienación)
antes de difundirse a escala internacional. Esta relectura de la
historia subraya además otro aspecto: el papel del Estado.5
Las cuestiones incorporadas en el seno de la disciplina se hacen eco
de los temas políticos enfrentados en cada país: por
ejemplo, el proceso de unificación en Italia o la ideología
republicana en Francia. No nos olvidemos que Durkheim, al volver de
su viaje a Alemania, define la Sociología como una “ciencia
esencialmente francesa”. La relación entre Ciencias
Sociales y nación, tan viva y envolvente en el siglo XIX, fue
de esta forma sublimada. Todo pasa como si lo nacional, sinónimo
de localismo, fuera una virtud negativa de los países “al
margen”. En el contexto europeo y norteamericano, su
sublimación se convierte en un imperativo categórico
para garantizar la universalidad de la “gran tradición”.
La revisión de los orígenes de las Ciencias Sociales
nos permite preguntar en qué medida esas tradiciones (en
plural) inciden en el espacio trasnacional y en la composición
de los campos nacionales de la disciplina. ¿Cuáles son
las implicancias de eso?
Al analizar
la moda, Bourdieu considera que una de las formas de reproducción
y acumulación del capital simbólico se hace a través
de la antigüedad de las “marcas”. La distribución
desigual del prestigio debe tener en consideración la
duración, o sea, la historia del campo de la moda. En este
sentido, las “marcas tradicionales” poseen una ventaja,
acumulan a lo largo del tiempo un valor superior a las marcas
recientes (Dior versus Paco Rabane); la competencia entre ellas será
de esta forma asimétrica. Esta no es, evidentemente, la única
forma de atesoramiento del capital simbólico, sin embargo, se
trata de una dimensión relevante, manifestándose
inclusive en otras esferas (en la educación: prestigio de las
instituciones tradicionales). Pienso que es posible decir algo
semejante en relación a la herencia sociológica. En su
origen, ella se construye por tradiciones nacionales, cada una de
ellas encierra un capital cultural originario (la disciplina no
existía antes) que determina su posición delante de las
otras. Durkheim, Weber, Colley, no son simplemente autores con los
que eventualmente dialogamos, sino que denotan algo más,
forman el significante de un significado más abarcativo, las
tradiciones intelectuales que icónicamente representan. La
consagración de sus obras e ideas no se limita a sus
personalidades, sino que los trasciende, legitimando una herencia
geográficamente distinta. Durkheim nos remite a la Sociología
francesa, los otros respectivamente a la alemana y norteamericana.
Los héroes fundadores de la disciplina no se agotan en sus
idiosincrasias (son, claro está, importantes) sino que
condensan, “en el origen de los tiempos”, un capital
simbólico obtenido de sus tradiciones específicas. Este
es el valor transmitido a lo largo de las generaciones, asegurando
una jerarquía sutil y convincente en el ámbito de las
Ciencias Sociales. Mientras tanto, como dice Bourdieu, para perpetuar
el capital cultural debe reproducirse, pues sino se debilita, se
desvaloriza. El ejemplo de Italia es interesante. En el pasaje del
siglo XIX al XX, la disciplina disfruta de un pasado ilustre
(Maquiavelo, Vico) que influye en el trabajo de diversos
intelectuales: Mosca, Pareto, Labriola. Sin embargo, como observan
algunos autores, al analizarse retrospectivamente su trayectoria, se
tiene una “frustración notable” (Marotta
& Gregor, 1961).
La Sociología fue marcada por la discontinuidad, una serie de
interrupciones (fascismo, dificultades de institucionalización)
complicaron su destino. Hubo así una desvalorización de
su capital inicial, y el mismo no constituye hoy una inversión
altamente rentable en la bolsa de los valores sociológicos.
Algo similar, pero menos intenso, ocurre con la tradición
británica. Sin duda la misma fue relevante en los países
colonizados por el imperio británico (cabe discutir) pero,
mirándola a partir de otro referente geográfico, se
puede afirmar que en América Latina su papel fue secundario.
Perry Anderson (1968),
un tiempo atrás, escribió un pequeño texto
controvertido a este respecto, argumentando que la Sociología
británica era poco expresiva al ser comparada con las otras
(de los padres fundadores). Su destino había sido opuesto al
de la Antropología, la Historia, la Filosofía, la
Crítica Literaria. Mientas esas disciplinas constituyeron un
prestigio internacional innegable, la Sociología se habría
confinado a las fronteras del provincianismo inglés. O como
él afirma de manera lapidaria:
“Britain
–alone of major Western societies– never produced a
classical sociology”. El
texto de Anderson originó un intenso debate entre los ingleses
(Soffer,
1982),
aunque, sin entrar en el fondo de la discusión, interesa
subrayar que su “intuición” era en parte
verdadera. Los “clásicos” de la Sociología
británica no viajaron hacia todos los lugares. Dicho de otra
forma, su capital simbólico se volvió más
restringido que el de los competidores franceses, alemanes y
norteamericanos.
En
la situación de globalización, hay una redefinición
del mercado de bienes lingüísticos. Surge una nueva
jerarquización de los idiomas en la cual el inglés
adquiere una posición central. Por otro lado, el mismo se
desenraiza de su origen e incluso de su expansión en la época
colonial (Estados Unidos) para constituirse en el idioma de la
modernidad-mundo. El número de hablantes extranjeros que
manejan el idioma es actualmente superior al de los hablantes
nativos. Es esta condición desterritorializada la que le
asegura un poder hasta entonces inexistente, o sea, lo disloca de su
origen geográfico inicial para el centro de una galaxia de
lenguas. Eso no implica el desplazamiento de las lenguas nacionales
(en las cuales las Ciencias Sociales, en su mayoría, se
hacen), pues continúan y continuarán floreciendo; sin
embargo, pasan a integrar un universo en el cual la relación
con el inglés es de subalternidad. El espacio transnacional
de las Ciencias Sociales es por lo tanto tensionado por una nueva
variable, pues el uso de la lengua no es una actividad neutra (hay
una ilusión al respecto cuando se habla de “lengua
franca”).6
El principal problema que aparece se refiere a la cuestión de
la autoridad. La visibilidad en el campo científico funciona
como un capital cultural que diferencia a los investigadores.
Publicar en inglés y ser citado a escala transnacional
asegura el reconocimiento entre los pares. La magia de la noción
de citación reside en esta ilación: ella revelaría
la esencia del trabajo intelectual (lo que es falso). Consideremos
la base de datos Tomson. Entre 1998 y 2007 se puede establecer una
distribución de los artículos publicados en función
de las áreas geográficas del mundo. Europa –
38,0%; América del Norte – 52,2%; Asia – 8,9%;
América Latina – 1,7%; Oceanía – 4,7%;
África – 1,6%; CIS – 1,2% (Gingras
& Mosbah-Natanson, 2010).
Una posible lectura puede hacerse a través de la perspectiva
centro/periferia. De hecho, hay una concentración de los
artículos en dos áreas geográficas: Europa y
América del Norte, lo que significa una distribución
desigual de las “capacidades”, o sea, de los recursos,
entre los países. Sin embargo, la constatación debe
ser complementada por otra: la presencia hegemónica del
inglés. Cuando se desdobla la distribución de los
artículos publicados en función de los idiomas
utilizados, el cuadro es otro: inglés – 94,45%; francés
– 1,25%; alemán – 0,40%; español –
0,40%; portugués – 0,08%; chino – 0.00%; holandés
– 0,01%; japonés – 0,06%; polonés –
0,00%; italiano – 0.01%. La configuración lingüística
en la que se expresan las Ciencias Sociales significa la
consolidación de nuevas relaciones de poder. La misma
refuerza la posición de países como Estados Unidos e
Inglaterra, y países del sur
(¿o sería norte?)
que utilizan el inglés como Australia; y descalifica las
publicaciones de las Ciencias Sociales “al margen”, así
como la producción realizada en francés y alemán.
En este contexto, el capital simbólico acumulado por las
tradiciones francesas y alemana en parte se desvaloriza, el mercado
de los bienes lingüísticos de la modernidad-mundo incide
sobre el valor que les era antes atribuido.
La
historia de las políticas científicas es relativamente
reciente; está vinculada a las necesidades de planificación
del Estado y de la distribución de recursos. La misma
involucra dimensiones distintas, grupos de intereses,
racionalización de la maquinaria estatal, relación
entre las universidades y empresas, etc. Pero hay un elemento común
en toda la política científica: un entendimiento
previo del sujeto ciencia. Se supone su existencia en singular y que
hay que evaluarlo y poner recursos a su disposición. El tema
de la evaluación se torna entonces crucial. Este es un debate
que tiene lugar sobre todo en los años 60 y 70 en los Estados
Unidos. El libro de Ben-Davis The
Scientist's Role in Society,
estudio comparativo entre los Estados Unidos y otros países,
tiene justamente la intención de fundar una política
científica de acción. Digo científica,
a fin de cuentas una meta-ciencia,
o sea, una reflexión que se sitúa “sobre”
la ciencia, naturalmente disfrutaría las virtudes de la
cientificidad de su objeto (esta es una ilusión tautológica).
O, como expone De Solla Price (1965,
p. 233)
cuando aún escribe en la década del 60: “necesitamos
un cuerpo de conocimiento científico que pueda ser la base de
las políticas que los gobiernos y los ciudadanos vengan a
exigir”.
Es dentro de este contexto que la idea de citación se
consolida. La misma materializa el aspecto objetivo en el que se
expresa la excelencia científica. Objetivo que, por
mesurable, hace posible establecer rankings de revistas, autores,
departamentos, institutos de investigación, universidades. La
medición de la productividad académica es un elemento
nuevo en la estructuración de los campos nacionales y del
espacio transnacional de las Ciencias Sociales. La misma determina
una “evaluación” de lo que es “producido”.
Eso significa que la práctica del trabajo intelectual conoce
ahora un conjunto de referencias racionales que inciden en la
estructura valorativa anterior. El “valor” de un autor
como Weber no era determinado en función de las citaciones de
su obra, por cierto, ignorada en lengua francesa en el momento en
que fue elaborada. Los criterios de evaluación son parte de
una dominación racional. Su credibilidad deriva de esta
dimensión, de la racionalidad del sistema. Se trata de un
movimiento que se desarrolla a escala mundial, pues su validez se
vuelve incuestionable frente a los criterios aparentemente objetivos
que aprehende. La proliferación de rankings determina otro
cuadro de la distribución del trabajo intelectual en los
campos nacionales; debido a su dimensión estadística
los datos pueden ser incluso comparados entre sí. La
performance de cada lugar puede ser contrapuesta y jerarquizada en
una escala mundial como si fuera realmente plausible ordenar la
diversidad existente a partir de una perspectiva numérica. La
creencia en la racionalidad de la evaluación no es una
dimensión externa al campo de las Ciencias Sociales. En este
sentido, ella difiere de la política, de la religión,
de los grandes medios de comunicación, dimensiones externas
que contrastan con las exigencias de una “vigilancia
epistemológica”. Por el contrario, ella nace en el
interior del campo académico, resulta de una mentalidad
productivista que encuentra en las instituciones universitarias y de
investigación el lugar de su realización plena. Su
generalización a escala transnacional la transforma en un
sentido común planetario, un conocimiento a prueba de
cualquier duda o cuestionamiento.
Notas
1 Retomo algunos argumentos que desarrollé en Ortiz (2015).
Traducción al español en Ortiz (2014).
2 Ver Rosa (2014).
3 Una crítica interesante del libro fue realizada por Burawoy
(2015).
4 Ver Mouton (2010).
5 Ver Wagner (1989).
6 Ver
Ortiz (2008). Traducción al español: Ortiz (2009).
Referencias
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Recibido: 04/08/2017
Aceptado: 24/08/2017
Publicado: 28/12/2017
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