ARTÍCULOS
Raymond Aron: la democracia y su otro
Resumen: El presente trabajo analiza la forma en la cual Raymond Aron pensó la política en algunos de sus textos más representativos, a saber: Introducción a la filosofía política [1952] y Democracia y totalitarismo [1965]. Para ello, se hace especial hincapié en la relación entre democracia liberal y sus paradigmas adversos. Se pondrá de manifiesto cómo a pesar de ciertas modulaciones, a través de la querella con determinados autores “maquiavelistas” –Michels, Mosca y Pareto–, Aron moviliza una serie de elementos que caracterizan a su decir político, mostrando aristas ligadas a sus tributos teóricos y a las causas políticas sobre las que se pronunció, entre las cuales figuran su ponderación del liberalismo anglosajón y su aversión a la tradición popular francesa.
Palabras clave: Conservadurismo, Liberalismo, Realismo, Tiranía, Totalitarismo.
Raymond Aron: Democracy and its Other
Abstract: This paper analyzes the way in which Raymond Aron thought politics in some of his most representative texts, namely: Introduction to political philosophy [1952] and Democracy and totalitarianism [1965]. For this, special emphasis is placed on the relationship between liberal democracy and its adverse paradigms. It will be revealed how, despite some changes, through the debate with certain "Machiavellian" authors -Michels, Mosca and Pareto- Aron restores a series of elements that characterize his political thought, showing his theoretical influences and the political causes he spoke about, as for example was his weighting of Anglo-Saxon liberalism and his aversion to French popular tradition.
Keywords: Conservatism, Liberalism, Realism, Tyranny, Totalitarianism.
Introducción
En la presente comunicación nos preguntaremos por el decir político de Raymond Aron; por sus modos de existencia, por sus trazos más singulares y por sus vínculos con una tradición de pensamiento tan variada como la occidental. Llevaremos a cabo tal empresa atendiendo específicamente a las reflexiones sobre la democracia liberal y su contrafigura bosquejadas en Introducción a la filosofía política [1952] y en Democracia y totalitarismo [1965]1. En particular, analizaremos cómo son tematizadas allí las distintas formas de organización política y cómo, para ello, Aron apela a diversos registros de enunciación sin dejar de mantener una posición ponderadora de la democracia liberal. Veremos que bajo la categoría de tiranía o de totalitarismo, Aron ensaya una detracción de lo otro de la democracia enfatizando siempre su deriva canceladora de la competencia electoral y, por tanto, destructora de la libertad. En este marco, daremos cuenta en qué consisten sus simpatías por la política anglosajona y en qué se fundamentan sus críticas al sistema político francés. Tales aspectos colaborarán en señalar sugerentes aristas de su decir que ejemplifican sus consideraciones sobre la revolución en la historia y su visión sobre la tensión entre igualdad y libertad.
Para desplegar nuestro enfoque, uno de los elementos fundamentales al cual apelaremos será la querella entablada por Aron con ciertos legatarios contemporáneos del decir de Maquiavelo. Tempranamente –más específicamente en obras como Maquiavelo y las tiranías modernas [1940] y El Hombre contra los tiranos [1944]2 –, Aron expresó sus diatribas con ciertos adversarios del liberalismo –Robert Michels, Gaetano Mosca y Vilfredo Pareto–, a quienes clasificó bajo el rótulo de “maquiavelistas”3. Sin reparar en las singularidades de cada uno de estos autores, Aron los agrupó criticando sus apuestas a favor de la tiranía moderna, es decir, a favor del fascismo4. Esta querella se imbrica con los sucesos cotidianos de la Segunda Guerra Mundial, acontecimiento del cual Aron aparece como testigo y activista de la Francia no-ocupada. Veremos que los autores a los cuales juzga como teóricos principales del fascismo, no desaparecerán posteriormente de su registro de pensamiento, sino que serán retomados críticamente en las obras aquí analizadas, pero con el objeto de defender a la democracia liberal frente a un otro que ya no es el movimiento de Mussolini o de Hitler, sino el comunismo soviético. Dicho más claramente, en Introducción a la filosofía política y en Democracia y totalitarismo, Aron pasa entonces a resignificar la crítica de los maquiavelistas dirigiéndola a favor de la democracia y en contra del socialismo revolucionario. Nos centraremos especialmente en esta resignificación de la querella como un modo de mostrar cómo el pensador francés moviliza explícitamente polaridades epocales en sus consideraciones políticas, traduciéndolas en intervenciones teórico-políticas bien precisas, muchas veces a partir de registros de enunciación distintos, pero dejando siempre intactas a sus intenciones legitimadoras como así también al tono polémico de sus invectivas.
La querella con los maquiavelistas
Finalizada la Segunda Guerra, Aron no se olvidó del objeto de interés que le había llevado a pensar la herencia maquiavelista en intelectuales próximos al fascismo italiano. De hecho, en las primeras páginas de Introducción a la filosofía política, el nombre del autor florentino es el primero que aparece, y lo hace de una forma decisiva. Según Aron (2015), Maquiavelo es el “más grande pensador político o, al menos, uno de los más grandes” (p. 19). A partir de tal referencia, Aron sienta en su libro las bases de una suerte de premisa metodológica para la correcta indagación sobre la política que procura llevar a cabo desde el terreno de la filosofía. Por tanto, adscribe su propio enfoque en una forma particular de filosofía política ajena a “una visión de conjunto metafísica o religiosa” y, por tanto, más proclive a “enfatizar los problemas característicos de la vida común de los hombres, tal como dichos problemas se revelan en la experiencia histórica” (Aron, 2015, p. 19). Así, para Aron, un pensador como Kant resulta arquetipo de aquella forma de entender la filosofía que debe ser dejada de lado, mientras que la triada compuesta por Maquiavelo, el barón de Montesquieu y Alexis de Tocqueville constituyen la explicitación de sus tributos teóricos. Como daremos cuenta a lo largo de este primer apartado, observar este gesto aroniano de inscribir su propio decir en una línea particular de pensamiento permitirá dar cuenta de algunos rasgos cruciales de su perspectiva teórico-política que se mantendrá, aunque con matices, en Democracia y totalitarismo.
Pero en 1952, Aron advierte que no se trata de dividir al universo de pensadores en dos. Señala, sin embargo, que es indudable que en el terreno de la filosofía “unos investigan cómo funciona la política, mientras que otros intentan expresar cómo debería funcionar” (2015, p. 20)5. Con ello en mente, Aron no efectúa ningún intento de clasificación rigurosa sobre los pensadores político, más bien legitima su propio modo de reflexionar. De manera que cree recuperar una suerte de método que le permite partir de “las realidades políticas” a través de “la forma en que la historia” plantea los problemas de la “vida en común” y de la “autoridad” (Aron, 2015, p. 22)6. Recalca que aunque Maquiavelo fue el primero en iniciar una reflexión de ese tipo, Tocqueville fue quien evidenció, como ningún otro autor, el estatus de la democracia. En otros términos, el responsable de La democracia en América [1835] supo vislumbrar el dilema de los siglos venideros, a saber, si la “sociedad igualitaria” sería “liberal o tiránica” (Aron, 2015, p. 25). Aron pasa entonces a reactualizar este interrogante de cuño tocquevilleano convirtiéndolo en un desafío para su propia época; se plantea, por tanto, si en pleno siglo XX resultará factible combinar “una sociedad igualitaria con una liberal” (p. 26). Para responder tal pregunta, define a la democracia como aquella “organización” sustentada en “la competencia pacífica con vistas al ejercicio del poder” (Aron, 2015, p. 26); agrega que la suya es una definición estructurada a partir de “las instituciones y no de las ideas” (Aron, 2015, p. 26), por lo que –una vez más– vuelve a filiarse en una tradición de pensamiento particular que excluye la pertinencia de otras.
En Introducción a la filosofía política, Aron no discute directamente con Maquiavelo; tampoco repasa sus categorías más eminentes o los pormenores de sus afamados escritos.7 Se centra, más bien, en las derivas maquiavelianas allí cuando estas se encarnan en fuerzas políticas activas en la época. Aron parece coincidir, entonces, con sus otrora enemigos del período bélico. No obstante es menester indicar que la coincidencia posee bemoles que la convierten en una cosa bien distinta en términos teórico-políticos. Esta responde, en verdad, a una modulación significativa en su perspectiva estructurada por una consideración más general, acorde a su objeto de preocupación permanente. De modo que si Aron vuelve a pronunciarse sobre los maquiavelistas, es debido a que así puede conducir su discurso en favor de las libertades y contra aquellas visiones que generan una sujeción de tipo despótica. El problema del actual enemigo de la democracia –y que Aron quiere evidenciar para su alegato–, no responde a la existencia de un hiato entre la empiria y la teoría que lleva a pensar en una suerte de traición por parte de las fuerzas activas o en una distancia insalvable entre el plano real de la vida y el ideal de la existencia; el problema radica en que el marxismo no puede producir libertad porque sus propios postulados conducen a una estimación de la economía por sobre la política que tiene a un único partido como garante de la verdad debido a su apego a una filosofía de la historia8.
Junto a la autoridad de Maquiavelo, en 1952 Aron toma como válida la premisa de Michels, Mosca y Pareto en lo que respecta a la tesis del accionar elitista de toda organización política9. En consecuencia, hace suya esta conclusión y la direcciona como una defensa de la propia democracia contra las fuerzas críticas que se encentraban políticamente activas. Por ello es que le interesa discriminar qué hay de verdadero en aquello de que “toda democracia es una oligarquía” (Aron, 2015, p. 52). Señala que como “no se sabe muy bien qué es el pueblo”, y mucho menos resulta posible la soberanía popular a través de la democracia directa, “prescindir de ideas trascendentes” (Aron, 2015, p. 30) como estas, favorece captar la historia y la vida común tal cual son10. La democracia tiene como elemento nodal al “proceso de competencia pacífica” (Aron, 2015, p. 27) que se produce en su interior, lo que garantiza un “mínimo de libertades políticas” (p. 29)11. En definitiva, si la democracia es una oligarquía, es porque la competencia partidaria conlleva que determinados sujetos ejerzan su dirección. Aquí reside el “hecho incuestionable” en el que aciertan los “seguidores de Maquiavelo” (Aron, 2015, p. 52); su “crítica fundamental” resulta, por ende, “perfectamente verdadera”, pero “demasiado verdadera y sencilla” (p. 53). Esta –que puede ser resumida en que “la democracia, como sistema de competencia, acaba siempre en una plutocracia” al vincularse los políticos a los “hombres de dinero” (Aron, 2015, p. 53) debido a las exigencias del sistema electoral– oculta que “el verdadero problema de la reflexión política” consiste en “mostrar las diferencias existentes entre las diversas especies de oligarquías” (p. 54). En consecuencia, la diferencia entre las oligarquías democráticas y las otras, es que en ella se ofrece “más garantías” contra “los excesos de poder” (p. 48)12. Aron no niega que exista una distancia insalvable entre gobernantes y gobernados; de hecho, hasta manifiesta la posibilidad misma de que esa distancia derive en que “los gobernantes” impongan “decisiones que no complacen a los gobernados” (2015, p. 61). Pero nada de eso representa un verdadero problema para la democracia, por el contrario, “ocurre para bien”, en tanto “si se consultaran los deseos de la masa de ciudadanos”, no se lograrían “los intereses a largo plazo de la colectividad” (Aron, 2015, p. 60)13.
En este sentido, Aron pasa a preguntarse sobre la libertad que caracteriza a la democracia. Apela puntualmente a Mosca al remarcar que el voto es la fuente de legitimidad principal del orden político moderno, pues permite construir obediencia y evitar así la disgregación de la comunidad14. La importancia de la competencia partidaria se acrecienta al ser la libertad política condición necesaria de su existencia. Sin embargo, Aron no niega que existan otras formas de libertad que vayan más allá del voto, de allí que no la sobrestime. Apunta que la propia noción de libertad es “huidiza e indefinible” y que inclusive “las masas populares” pueden no percibir ciertas formas de libertades y hasta desconsiderar a la política si “el régimen es contrario a sus intereses o deseos” (2015, p. 67)15. De modo que la libertad del voto no soluciona la pregunta humana por las distintas libertades16.
Llegado este punto, Aron avanza en Introducción a la filosofía política delimitando formas asumida por la democracia moderna, refiriéndose críticamente a la política francesa y ponderando al liberalismo anglosajón. En ese marco, su defensa de la democracia no responde a una profesión de pacifismo, pues hasta admite que sus orígenes lejos están de instancias no conflictivas. Sin embargo, que ello haya sido así inicialmente no quiere decir para Aron que se deba admitir que a través de la violencia sea posible reconducir el curso de una comunidad política17. No es casual que cite a Edmund Burke y a sus Reflexiones sobre la Revolución francesa [1790] enfatizando que la soberanía popular ha tenido dos derivas en el mundo moderno que se mantienen en pie en pleno siglo XX, a saber: la británica y la francesa. Según Aron, esta radica en que “la mayoría tenga los máximos poderes”, mientras que aquella en “el máximo respeto por la oposición” (2015, p. 71). Cada una de estas vertientes se encuentra guiada por una idea: “la máxima autonomía de los individuos frente al Estado” en un caso y “la máxima igualdad entre los individuos” (Aron, 2015, p.71) en el otro18. Detrás de cada vertiente histórica aparece delineada cierta forma de concebir a lo político, pues una apela al “método empírico y progresivo” y la otra al “racionalismo revolucionario” (Aron, 2015, p. 75). La deriva liberal británica trata de limitar a “los poderes del Estado y al reforzamiento de los derechos del individuo” a diferencia de la organización más “estatalista” (p. 72) francesa en donde “persevera” la “omnipotencia del pueblo o de la mayoría” buscando alcanzarse “la máxima igualdad entre los individuos” (p. 72).
La contraposición aroniana culmina con una descripción sobre cómo nació cada una de estas democracias: en el caso de la francesa, se debió al “derrumbamiento violento de la sociedad aristocrática y de la monarquía”, mientras que la británica se dio en base a “la democratización de las instituciones aristocráticas” (Aron, 2015, p. 75)19. Resulta evidente que Aron (2015) estima mucho más a la organización británica que a la francesa, en tanto el espíritu de aquella se ajusta mejor a lo que considera como la esencia de la democracia, cuyo sustrato último “no radica en la eficacia del gobierno de los hombres que se gobiernan por sí mismos, sino en la protección contra los excesos de los gobernantes” (p. 73)20.
Tras lo repuesto, resulta posible rastrear el hilo de un proceso que parece exceder a la historia y al presente de los países mencionados, aludiendo así a un trazo general y hasta inevitable de la Modernidad. Es que Aron esboza una crítica a la burguesía en términos de sus capacidades políticas mostrando, además, su falta de estatura en relación a la aristocracia de antaño y a los líderes populares del presente21. Desde su óptica, los hombres de profesiones liberales son “de poco brillo personal y no poseen los atributos de mando propios de quienes los han precedido en el poder, generalmente los aristócratas”; “tampoco poseen los atributos de los hombres que los están reemplazando, como el secretario sindical o el secretario de los partidos de masas” (2015, p. 91), por lo que si bien “han ejercido el poder de forma completamente idónea en los períodos generalmente tranquilos, tiempos en los que no hacen falta líderes de un brillo personal especial” (p. 92), no están a la altura de los momentos acuciantes de la política. Aron (2015) sostiene que la suya es una época signada por “guerras y revoluciones” (p. 272) a las que la burguesía parece no poder hacerle frente22. Sin embargo, ello no altera el reconocimiento del hecho de que “las ideas democráticas o las instituciones democráticas no son típicas ni de la aristocracia militar ni de los representantes de las masas populares”, sino “esencialmente, ideas burguesas” (Aron, 2015, p. 93). Además, es tal la importancia de este sector social para Aron, que hasta el propio principio de competencia de la democracia ponderado deriva de la economía y del mercado23. De todas maneras, estos elementos dan cuenta del tinte pesimista del pensamiento aroniano; pesimismo muy distinto de aquel de cuño spengleriano que se refiere a la decadencia inevitable del mundo europeo (Aron, 1962, 1977; Spengler, 1993) pero pesimismo al fin. Se trata de uno que parece obturar la posibilidad de ir más allá de la historia pasada, pues si bien resulta claro que el mundo que existió y que existe se debe a las acciones humanas, la política no siempre puede mejorar instancias de la vida comunitaria. En este punto, las expectativas del autor se reducen a mantener las garantías de ciertas libertades formales, a conservar impoluto el fuero interno y a sostener un compromiso entre las elites dirigentes. En definitiva, para Aron (2015), la democracia liberal es el mejor régimen “por lo que respecta a los valores individuales y al destino del individuo” y no por la construcción de un espacio en común.24
Ahora bien, volviendo sobre nuestros pasos, la operación por la cual Aron pondera al liberalismo anglosajón, no conduce al hecho de que considere que Francia se encamina hacia la cancelación de las libertades.25 El peligro de la democracia no resulta de la conflictiva dinámica del país galo, sino del paradigma revolucionario al que abreva el marxismo, el cual goza de la buena estima de muchos intelectuales franceses.26 A partir de la tensión que observa Aron entre los principios de libertad y el de igualdad, en Introducción a la filosofía política efectúa una negación de todo paradigma revolucionario. En esa línea, censura al jacobinismo de la Revolución francesa menos por su génesis violenta que por la poca tradición liberal que terminó de encarnarse en las instituciones democráticas posteriores. Sin embargo, nada de eso conduce a que Aron niegue a la Modernidad misma; por tal motivo, sus reflexiones no pueden ser consideradas las de un reaccionario al estilo de Joseph de Maistre (2014, 2015) o Louis de Bonald (1988). No es casual que por su defensa de los cambios acaecidos en el sistema británico sin las grandes convulsiones que atravesaron a la Revolución francesa, nuestro autor elija citar a Burke. Férreo opositor a la agitación de 1789, Burke (2003) argumentó los peligros de una política que cortara los vínculos con la tradición aristocrática. Aron remarca este gesto en su propio apoyo a formas de democracia que subordinen la pregunta por la igualdad material y privilegien la dimensión de la libertad formal. Por todo lo dicho, allí cuando enarbola críticas a la Francia de la IV república, Aron lo hace alineándolas a una visión más abarcadora y hostil hacia todo un paradigma revolucionario de lo político. Tal paradigma se encuentra en la base de las características populares y estatistas asumidas por Francia, pasando a ser objeto de preocupación aroniana en la medida en que se entroncaron históricamente con una verdadera amenaza contra la democracia occidental. De allí que señale que la democracia es “esencialmente un régimen no revolucionario o antirevolucionario” (2015, p. 155) que busca defenderse de las fuerzas activas que conducen “tanto económica como políticamente” a que “todo el poder” se halle “concentrado en el centro” (p. 219). El objetivo al que se dedicará Aron en la segunda mitad de Introducción a la filosofía política consiste, justamente, en negar la deriva revolucionaria encarnada, en pleno siglo XX, por el marxismo.27
Lector de Marx y sus herederos, en su escrito de la década de 1950 Aron no se encarga de analizar sus distintas vertientes teóricas o las distintas particularidades empíricas de los socialismos reales. Bajo la constante premisa de la relevancia de los hechos, señala cómo el marxismo condujo históricamente a la tiranía. Si la democracia se fundamenta en la competencia electoral como garante de la libertad política y solo a partir de esa libertad es posible discutir otras libertades, el juicio aroniano resulta entonces taxativo: “la noción de que un partido, y solo uno, tiene el derecho de existir” lleva a “la eliminación de los partidos rivales” (Aron, 2015, p. 204). Aquí reaparece lo señalado al comienzo de su trabajo, más precisamente aquello de que existe una tradición del decir político que se pregunta por el deber ser sin pensar en el ser de la política. Esto distingue a la democracia de su otro, pues el marxismo solo puede referirse a su concepto de democracia partiendo “de la idea” (Aron, 2015, p. 155). En consecuencia, Aron le objeta a dicha tradición que sus prescripciones conducen a problemáticas empíricas que no se resuelven reformando la teoría ni ajustando la práctica a ella, sino partiendo de una concepción menos absoluta de la política.28
Su escrito de 1952 cierra casi de la misma forma en la que comenzó, esto es, remarcando la imposibilidad de la filosofía de referirse a la política allí cuando se postulan valores trascendentes que niegan la naturaleza de los hechos.29 Señala así que quizás no sea del todo cierto que la política sea “la actividad esencial”, aun cuando ello parezca con justicia de ese modo porque “al enfrentarnos a las catástrofes” de nuestro tiempo, “soñamos con una política perfecta” (Aron, 2015, p. 272). Según Aron, tal entendible presunción esconde algo de falsedad que termina siendo evidente y perjudicial para la cabal comprensión de la vida en común. De todos modos, “tal vez exista, a pesar de todo, una solución auténtica, la única solución”, ya que “incluso en los períodos de catástrofes, incluso en los períodos de las religiones políticas, hay una actividad del hombre más importante que la política: la búsqueda de la Verdad” (Aron, 2015, p. 274), y esa búsqueda de la Verdad está en la historia, está en el accionar de los observadores comprometidos.30
Los totalitarismos
En la introducción a Democracia y totalitarismo, Aron (1965b) señala que se trata de una obra que responde a un “bosquejo” de teoría sobre “los regímenes políticos” (p. 7);31 bosquejo que se inserta en una serie de trabajos compuesto por Dieciocho lecciones sobre la sociedad industrial [1963] y La lucha de clases [1964]. De manera que, en términos generales, el de 1965 es un trabajo que tiene como eje a las sociedades marcadas por la industrialización y, en términos específicos, a las formas en las cuales la política se organiza en ellas. Sin embargo, en las primeras páginas, agrega un elemento adicional que indica con mayores precisiones el horizonte de discusión de su texto. Según sus propias palabras, se trata de un escrito en donde se expresa su preocupación por la “corrupción del régimen francés” (Aron, 1965b, p. 8), de la que el “autoritarismo” (p. 14) gaullista es su máximo responsable.32
Ahora bien, más allá de la sugerencia del autor de leer estos textos como una saga,33 y de la importante mención a la realidad de su nación,34 resulta evidente que Democracia y totalitarismo tiene una especificidad de la que vale dar cuenta a tono con lo trabajado en la primera sección de este artículo. De tal forma, se verá que Introducción a la filosofía política y Democracia y totalitarismo son obras motorizadas por una misma problemática, cuyo centro no es otro que la posibilidad de que las democracias liberales capitulen ante las amenazas de su otro siempre acechante. Sin embargo, a diferencia de lo expresado en su escrito de 1952, en Democracia y totalitarismo, Aron modifica el registro de presentación de sus argumentos, aunque muchos se estructuren bajo las mismas premisas y con las mismas intenciones. Fiel a su estilo, no deja nunca de apelar a la historia y a casos concretos, moviéndose del decir particular al general y viceversa. Señala que si su Francia contemporánea le permite ejemplificar en la primera parte de su texto la corrupción “de un régimen constitucional-pluralista” (Aron, 1965b, p. 14), en la segunda el régimen soviético le facilitará la tarea de ilustrar los trazos más notorios de un régimen de “partido monopolístico” (p. 15). En consecuencia, Aron mostrará sus resignificaciones sobre lo otro de la democracia con el concepto de totalitarismo y a partir de la apelación a la sociología por sobre la filosofía.35
A diferencia de Introducción a la filosofía política, en este trabajo su hacedor piensa la democracia en plena relación con lo social y no como una suerte de elemento que replica el hiato insalvable entre política y sociedad, entre gobernantes y gobernados. Al recuperar el horizonte griego y concebir la primacía de la política como un plano en donde se expresan relaciones de complementariedad y particularidad –y por lo tanto de tensión–, lo que aparece como evidente es que la política pasa a ser ese espacio que articula los distintos planos conflictivos de la vida social destacando, a su vez, cierta especificidad en el terreno del régimen pero también cierta generalidad. En ese marco es que Aron (1965b) apela nuevamente a Tocqueville, quien en su decir, hizo patente la posibilidad de divisar si la organización de las sociedades democráticas derivarían en una “modalidad despótica o tiránica o en una modalidad liberal” (p. 32). Pero lo que antes Aron divisó como una capacidad en autores como Maquiavelo o Tocqueville, ahora la ubica en el terreno mismo de una disciplina como la sociología política. Bosqueja, entonces, una distinción entre ambos modos de teorizar; si la filosofía tiene una intención “axiológica” que estudia “los regímenes políticos con la intención de evaluar los méritos” (Aron, 1965b, p. 37) de cada uno de ellos, la sociología “es esencialmente un estudio de hechos, sin pretensión de juzgar los valores” (p. 37). Esta modulación sobre su método puede explicarse al tratarse de un escrito que conforma una saga de marcado espíritu sociológico. Pero lo interesante es que en su trabajo de 1952 la recuperación de un modo de filosofar es lo que le permite juzgar a la libertades liberales y ponderarlas por sobre un paradigma que condensa el poder y elimina la competencia, mientras que al subsumir la capacidad de comprensión de los hechos en una disciplina científica, en su escrito de 1965 Aron parece querer ocultar cierta dimensión valorativa de su análisis. En este marco, señala que le importan las sociedades industriales más que ensayar “una clasificación de los regímenes políticos” (Aron, 1965b, p. 44). Su enfoque se dirige, entonces, de la filosofía maquiaveliana al “estudio sociológico de los regímenes dentro de su realidad y su diversidad” (Aron, 1965b, p. 53), esto es, dentro de sus particularidades históricas. Según esta inflexión, a diferencia de la filosofía, la sociología parte de “la realidad y no de la idea” (Aron, 1965b, p. 59).38 De modo que Aron ya no se centra solo en la ponderación de la particularidad democrática como en su texto de 1952, pasa a ocuparse ahora de sociedades complejas e industriales que acusan formas diversas de organización, manteniendo siempre abierto el dilema sobre su posible destino tiránico o liberal. La justificación que en 1965 dará ante tal dilema –la misma brindada algo más que una década atrás–, recurrirá a un régimen de saber propio de la ciencia moderna y a una argumentación desde un diagnóstico epocal afianzado en los múltiples planos de la colectividad.
Quizás deba decirse que más que renegar de su prosa pasada, Aron quiere revestirla de “la especificidad del estudio propiamente sociológico” (1965b, p. 38) y, por tanto, de una legitimidad discursiva bien distinta, lo que explicaría también su apelación a la noción más sociológica y novedosa de totalitarismo y no a la clásica y antigua de tiranía.39 Resulta patente que tal intención conlleva una marcada oposición sobre la que cabe problematizar. Sin embargo, sea partiendo de una forma de filosofía política o de sociología, la constante en su decir parece estar dada por su anclaje a la Verdad de la historia. No en vano, en Democracia y totalitarismo, explicita qué entiende cuando se refiere a la “realidad” (Aron, 1965b, p. 59). Según sus propias palabras, entiende por ello “simplemente”, a “la realidad política que conocemos todos, que observamos cotidianamente”, es decir, “las elecciones, los parlamentos, las leyes, los decretos”; en suma, “los procedimientos a través de los cuales son elegidos los detentadores de la legitimidad de la autoridad, a través de los cuales estos detentadores de la autoridad ejercen efectivamente el poder” (Aron, 1965b, p. 59). De este modo, destaca que determinados países poseen un sistema de partidos múltiples y otros un sistema monopolista;40 en los primeros, existe “una organización constitucional de la concurrencia pacífica por el ejercicio del poder” (Aron, 1965b, p. 76), mientras que en los segundos impera “el monopolio, concedido a un partido, de la actividad política legítima”41 (p. 80). Para el primer caso, toma el ejemplo de la democracia británica y, para el segundo, el esquema soviético. En este último, el Estado no es neutro ni es un “Estado de partidos”, sino un “Estado partisano” inseparable de la organización que tiene “el monopolio de la actividad política legítima”, por lo que se ve obligado a “limitar la libertad de la discusión política” (Aron, 1965b, p. 81). Dado que el modelo soviético busca una “transformación total de la sociedad” confundiendo “sociedad y Estado” (Aron, 1965b, p. 92), Aron indica el uso de la ideología como un rasgo nodal de los totalitarismos. En esta organización, no hay un “espíritu de compromiso”, por lo que solo impera “la fe” revolucionaria y “el miedo” (Aron, 1965b, p. 87) a ser considerado un opositor.42
Ahora bien, Aron apela principalmente al ejemplo de la Unión Soviética para describir el totalitarismo asumiendo que, como ningún otro de su estilo, posee una vocación total y hasta ajena al fascismo. Desde su perspectiva, el movimiento de Mussolini se reservaba el monopolio de la política persiguiendo la concreción de un “Estado fuerte” con “una economía liberal” (Aron, 1965b, p. 93) y, por tanto, dando lugar a cierta dimensión de autonomía individual. En lo que respecta al nazismo, Aron (1965b) indica que se trató de un totalitarismo de calamidades raciales, pero sus similitudes lo acercan más al caso de Mussolini que al soviético, pues como “movimientos tiránicos no comunistas”, ambos compartieron el hecho de haber gozado de “la simpatía de una fracción importante de la vieja clase dirigente” (p. 239), cosa que no sucedió con la Revolución de Octubre.43
En el capítulo VII, Aron (1965b) se refiere a las características oligárquicas del sistema de partidos múltiples casi en los mismos términos en que lo hizo años atrás en Introducción a la filosofía política; de hecho, cita nuevamente a los maquiavelistas y a su idea de que las democracias son “plutocráticas” (p. 133).44 Señala que a este juicio “hay que oponer no una objeción sino un hecho”, esto es, que todos los regímenes son “oligárquicos” (Aron, 1965b, p. 134), ya que “la esencia misma de la política es que las decisiones sean tomadas para, no por, la colectividad” (p. 133). Por tanto, resulta una “idea irrealizable” (Aron, 1965b, p. 133) el gobierno directo del pueblo; verdad que también se aplica a las posibles críticas que se le puedan efectuar a los “regímenes de tipo soviético” (p. 134). Sin embargo, argumenta que también las democracias pueden corromperse y, por tanto, sus méritos no dejan de estar sujetos a la contingencia política. Los sistemas pluralistas se corrompen cuando “un porcentaje alto de electores votan como si no fueran leales a las instituciones”, cuestión que no le dará al gobierno “ni duración, ni autoridad” (Aron, 1965b, p. 225).45 Aún así, quiere destacar que “el régimen constitucional-pluralista es el que da el máximo de garantía a los gobernados” (Aron, 1965b, p. 137) contra los abusos de poder. Si bien no puede asegurar que ello no suceda, expresa que la democracia liberal no implica que sus elites sean tiránicas y tampoco que se camufle con sus instituciones al “reino del capitalismo” (Aron, 1965b, p. 140). Al respecto, juzga que si bien la hipótesis marxista no es “absurda” –en tanto ha existido en muchos países la “coincidencia entre la clase económicamente dominante y la minoría políticamente dirigente” (Aron, 1965b, p. 140)–, no es del todo rigurosa. Para justificar su postura, expresa que no existe una traducción directa del poder de los empresarios al terreno de la política, aunque eso no elimina la posibilidad de que “influyan en ciertas decisiones de los poderes públicos” (Aron, 1965b, p. 143). Sin embargo, concluye Aron (1965b), “los representantes del gran capitalismo son menos ‘politizados’ de lo que se cree” (p. 147), “por lo que no son una fuerza última –ni para bien, ni para mal” (p. 150) en las democracias capitalistas. El desnivel entre la parte y el todo de la política introducido a comienzos de su texto, le permite al autor concluir que la democracia liberal no está destinada a que una porción de la colectividad se arrogue el manejo de la totalidad, mucho menos una parte de raigambre económica.
La última sección de su volumen se cierra analizando el totalitarismo soviético, para lo cual Aron advierte que es menester confrontar “ideología y realidad” debido a que se trata de un sistema que se apoya más en “la ideología que los otros” (1965b, p. 243). En esa línea, remarca que las leyes bolcheviques admiten “todos los derechos fundamentales” para los gobernados –tales como “libertad de expresión, libertad de prensa, libertad de reunión” (Aron, 1965b, p. 247)– sin que se respeten efectivamente en la práctica. En este punto, vuelve a diferenciar distintos tipos de totalitarismo denotando su evidente encono con la organización soviética. Desde su perspectiva, regímenes como el fascismo o el nacional-socialismo proclamaron “su hostilidad a los principios democráticos”, mientras que “el régimen soviético proclama su fe en los principios democráticos, inclusive cuando no los aplica” (Aron, 1965b, p. 249). Se trata, en suma, de un régimen de falsedad y manipulación, lo que resulta evidente en tanto el partido bolchevique detenta el poder no como una “minoría tiránica” (Aron, 1965b, p. 249), sino como “representante del pueblo proletario” (p. 250). De manera que sus bases no responden a hechos demostrables como tampoco a instituciones coherentes, sino a ficciones que tienen como motor a la ideología del partido, la cual se sustenta en el “monopolio de la interpretación” (Aron, 1965b, p. 251) de la verdad. Indica, además, que “el proletariado no puede ser más proletariado en el sentido marxista del término a partir del momento en el cual está en el poder”46(Aron, 1965b, p. 252). El enarbolado carácter de clase de la Unión Soviética responde, en suma, a una concepción de la política que apela a la determinación económica pero que descansa en una intención totalitaria de negar las libertades para conservar los privilegios de una oligarquía.
Pero, para Aron (1965b), el mundo soviético es, en cierta medida, un producto de Occidente o, dicho con más precisión, una “síntesis” (p. 349) original entre Occidente y Oriente, entre Europa y Asia. Señala que si “el despotismo del pasado” se valía de una religión, el despotismo del presente se vale “de una ideología, de origen occidental” (Aron, 1965, p. 318) en donde coexisten aristas burocráticas, revolucionarias y racionalistas.47 Su diferencia con las tiranías anteriores estriba en sus alcances y en que sus propios acechados –en este caso los países occidentales de valores democráticos– les han dado “medios de acción” –con herramientas “psicológicas” (p. 319), “de policía y de persecución” (p. 322)– como no ha tenido “ningún despotismo” (p. 319) en la historia. Es que “el despotismo asiático” –en la base de la tradición soviética– “no comportaba la creación de un hombre nuevo ni la espera del fin de la prehistoria” (Aron, 1965, p. 319). En ese contexto en el cual Occidente debe enfrentarse a sus propios efectos, Aron indica que a la democracia liberal solo le queda lidiar con su otro que lo amenaza apelando a la libertad, a ese deseo que escapa a las particularidades de la política, pero del cual la política se vale como un modo de articular los distintos planos de la colectividad. Pero el problema –señala Aron– es que sigue siendo solo “una hipótesis que la libertad sea el deseo más fuerte y el más constante de todos los hombres” (Aron, 1965, p. 338). En consecuencia, remarca que “la palabra libertad es suficientemente equívoca” y que demanda “un estudio ulterior” (Aron, 1965, p. 338) para indagar sobre su esencia.48 Así re-inscribe su propio decir en un plano de reflexión voluntariamente desplazado desde el comienzo de su escrito de 1965. Este es el plano de la filosofía, plano que remarca la necesidad de revisitar, y que lleva a concluir su análisis dictaminando que “un régimen constitucional es, en tanto tal, preferible a un régimen de partido monopólico” (Aron, 1965, p. 359). Así, Aron termina por atenuar su rol de sociólogo en vistas de continuar siendo un liberal.
Consideraciones finales
Para concluir, se podría sostener que el decir político de Aron se encuentra atravesado por las contraposiciones y por una clara observancia de los acontecimientos epocales. De allí que para analizarlo hayamos enfatizado en la democracia y su otro bajo la forma de tiranías modernas y de totalitarismos; de allí que hayamos mostrado las críticas del autor a la cultura política francesa y sus elogios al liberalismo anglosajón; de allí que hayamos observado su renuncia a todo paradigma político que apele a la revolución, sea bajo la forma de la igualdad, sea bajo la forma de la lucha de clases. En este sentido, se podría afirmar que el pensamiento político aroniano encuentra sus límites cuando apela a lo dado y a un saber sobre lo dado sin mediaciones, y que excede, incluso, a la disciplina elegida; es decir, cuando en sus análisis Aron se remite a una realidad que se presenta sin más, cuyos ropajes impuestos es menester quitar para observar su verdadera esencia y denunciar las mistificaciones de la ideología y las manipulaciones de la política.
A pesar de las intenciones plasmadas en Introducción a la filosofía política, nuestro análisis termina por construir el semblante de un pensador muy poco maquiaveliano, pues en definitiva la acción humana solo debe conservar una forma de libertad –ya alcanzada en Europa– que descuida la igualdad y solo posibilita la competencia entre las elites. Lejos parece estar Aron de señalar un piso a partir del cual es posible obtener otras libertades, más bien señala un límite de la política porque la base de la política radica en una libertad tomada del modelo de la libertad del mercado. Por ello, encuentra problemas en una democracia estatalista de tradición popular como la francesa que se deja guiar por la igualdad y no por la libertad. La contingencia termina entonces por subsumirse al conservadurismo de una historia que ya ha dicho todo lo que tenía para decir, sin que por ello no plantee dilemas y hasta exista la posibilidad de retroceder en las libertades ya alcanzadas. Y aquí es donde justamente Aron puede colaborar para pensar nuestra propia tradición política –la argentina y la latinoamericana–, tan ajena a la suya. Es que en la nuestra, los derechos de ciudadanía no pueden escaparle a su vínculo con lo estatal, por lo que la tradición se basa menos en un corte con un pasado nobiliario que en una política siempre plebeya, nacida de las propias luchas burguesas y populares. Si, para dicho autor, en la dinámica de las sociedades industriales, solo restaba abogar por un compromiso entre los distintos grupos sociales para que no se alterara la vida política, en la política latinoamericana las tensiones siempre excedieron la posibilidad de un compromiso en lo económico, sin derivar por ello en emergencias totalitarias. De hecho, sin efectuar una ruptura de la representación partidaria, los liderazgos populistas clásicos tensionaron al entramado institucional gestionando nuevas formas de institucionalidad.49
Ahora bien, la visión de Aron no deja de ser la de un moderno, la de un defensor de la Modernidad política, decisivamente conservador; lo es por ser un adalid de la forma política hegemónica que se gestó con ella y por ser un nostálgico del aristocratismo de los notables. En este punto, se explican sus intentos por dar cuenta de las contradicciones del marxismo y de las verdades a medias del fascismo, pues se trataba de negar la posibilidad de cambios abruptos en el discurrir humano, de obturar que la gramática dominante de la Modernidad desapareciera bajo cualquier tipo de impulsos revolucionarios. Este rol como pensador liberal-conservador –en el cual la influencia de Burke es decisiva– aparece como evidente allí cuando su pluma admite un origen indeseado de la democracia liberal. Aron, entonces, termina por decantarse por una democracia menos disruptiva con la tradición.
Pero nada de ello lo convierte en un realista; no puede serlo a pesar de su método y de su apego a la historia. Es que en su óptica, no se trata del mero poder y de la conservación y del imperio de los fines; se trata de la defensa de un orden que se encuentra insuflado por determinados valores que legitiman a la libertad política como reaseguro de la libertad individual y económica. Recuérdese que fue el mismo Aron quien se definió como un keynesiano con alguna inclinación al liberalismo; y ello porque el Estado de Bienestar, más que proveer una respuesta a los dilemas sobre la igualdad económica en democracia, proveía la posibilidad de construcción política del consenso en el marco de un aérea eminentemente desigual como la económica y, así, procesaba los reclamos de clase; por ello es que juzgó al neoliberalismo como algo inviable. Sin embargo, la historia parece haberle jugado una mala pasada a la perspectiva aroniana, pues el neoliberalismo ya ha mostrado toda su viabilidad y ha despedazado al Estado de Bienestar.. En nuestro mundo contemporáneo, con el triunfo del neoliberalismo y el fracaso de los socialismos reales, la democracia se ha quedado sin su otro que la acechaba. Lo que deseaba Aron, entonces, ha sucedido por el camino de la implosión de su contricante; con la caída de la cortina de hierro, ha primado la lógica normativista y la legitimidad electoral. De modo que si bien la democracia liberal ha perdido a su contrafigura rival –la cual expresaba otra forma de articular la vida social–, la polaridad no ha desaparecido del escenario político occidental; ha emergido un otro que ya no es un otro, sino una suerte de supuesto resto arcaico que parece resignarse a aceptar la “civilización” con sus valores característicos. Esto es, un otro que ya no es “político”.
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Notas
Recepción: 01 octubre 2018
Aprobación: 30 noviembre 2018
Publicación: 04 febrero 2019
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