Cuestiones de Sociología, nº 20, e080, febrero-julio 2019. ISSN 2346-8904
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Departamento de Sociología

LECTURAS

Bonavena, Pablo Augusto y Nievas, Flabián. Guerra: Modernidad y contramodernidad. Buenos Aires: Final Abierto, 2015, 224 páginas

Cristian Di Renzo

Universidad Nacional de Mar del Plata / Grupo de Analisis Político - Centro de Estudios Históricos (GAP-CEHIS), Argentina

Cita sugerida: Di Renzo, C. (2019). [Revisión del libro Guerra: Modernidad y contramodernidad de P. A. Bonavena y N. Flabián]. Cuestiones de Sociología, 20, e080. https://doi.org/10.24215/23468904e080

Las imágenes sobre los bombardeos y las transmisiones en tiempo real sobre diferentes ataques en Medio Oriente son recurrentes en el siglo XXI. Año tras año, la sociedad se horroriza frente a tales acciones, pero, aun así siguen ocurriendo sin que se generen, de manera seria, las siguientes preguntas: ¿por qué se efectúan de ese modo tan deshumanizado?, ¿a qué responden tales acciones? Ahora bien, desde las ciencias sociales, ¿podríamos dar respuestas a tales interrogantes? ¿Hasta qué punto han avanzado las investigaciones académicas sobre el fenómeno de la guerra? Al respecto, la obra parte de la premisa de que la sociología le ha prestado una insuficiente importancia al análisis de la guerra. Es así que el libro Guerra, Modernidad y Contramodernidad, producto de tres años de investigación financiada por la Universidad de Buenos Aires, con sede en el Instituto Gino Germani, intenta explicar tales falencias dentro del campo sociológico rastreando el origen y los rasgos que cada periodo histórico fue asignándole a tal fenómeno. De hecho, podemos sostener que el móvil principal del análisis de la guerra realizado en la clave de continuidades y rupturas parte de la preocupación por comprender el presente, y poder así, mejorar las posibilidades de intervenir en la sociedad. En este sentido, Nievas y Bonavena plantean que existe una íntima relación entre las formaciones sociales y la guerra, ya que el modo social de producción incidiría en las formas que fue adoptando a lo largo del tiempo. Entretanto, la Modernidad, entendida como un periodo histórico en el cual se producen una serie de innovaciones trascendentales, ofrece a los autores el modelo clásico del fenómeno de la guerra, sobre el cual señalarán divergencias con el presente, el cual tendría expresiones contramodernas.

De modo que la necesidad de repensar y analizar esa relación escasamente abordada (guerra-sociedad) lleva a los autores a la búsqueda del origen de sociología y las distintas vertientes de pensamiento (sobre todo el liberalismo) que confluyeron y dejaron su impronta en las principales teorías, tal es el caso de Henri de Saint Simon, Auguste Comte y Herbert Spencer. Esto no quiere decir, empero, que no existieran teorías que abordaran el conflicto desde el campo sociológico o que incluyeran a la guerra dentro de sus elaboraciones intelectuales, pues existieron excepciones dentro de las corrientes dominantes. En este sentido, los autores realizan un señalamiento de las ideas principales, contextualizando las figuras que consideran como anómalas dentro del campo. Por ejemplo, Gaston Bouthoul y Raymond Aron en Francia, Pitirim Sorokin en EE.UU., George Simmel y Werner Sombart en Alemania, y la controversial figura, considerada por algunos analistas como belicista, de Max Weber, entre otros.

Si bien dejan establecido que encontrar un punto de partida para su análisis histórico supone, necesariamente, algún grado de arbitrariedad, en el segundo capítulo realizan una serie de consideraciones en torno a la Baja Edad Media, entendida como una etapa en la que se producen cambios significativos en las formas que adoptaba la guerra pre-moderna en la Europa previa a la Modernidad.

De esta manera, la Europa del siglo XI ofrece una serie de elementos que aportan a su hipótesis de comprender a la guerra como un eje articulador de la sociedad. Asimismo, el uso de la tierra y los materiales en las construcciones guardarían una relación directa con las formas que adoptaba la guerra que, por entonces, reconocía dos formas principales: los asedios y las campañas. Arrasar las cosechas, quemar las casas y matar el ganado eran los principales objetivos de las campañas militares, mientras que en el aspecto técnico-táctico, la policértica (ataque y defensa de fortificaciones) era la principal metodología empleada durante de los primeros siglos de este periodo histórico. En lo que respecta al papel de la Iglesia en Europa Occidental durante la Baja Edad Media, existen consensos acerca de la ambigüedad presentada. Pues, si bien se postulaba la idea de la Res publica christiana, tal propuesta era válida solo sobre los católicos1. Con relación a esto último, surgieron intentos de mantener la unidad que otorgaba la ley divina a través del movimiento por la Paz de Dios, que se materializó en los Concilios de Clermont (1095) y Letrán (1123), lineamientos que serán retomados posteriormente por la Tregua de Dios, en un intento de limitar la guerra justa esbozada por Tomás de Aquino, a la par de que se convocaba a los caballeros y príncipes a las Cruzadas.

Lejos de las explicaciones monocausales, la obra contribuye a la comprensión del devenir histórico como un proceso complejo que contempla, necesariamente, innovaciones tecnológicas en el plano militar, sobre todo con la utilización de la pólvora, que acompañan las transformaciones de mayor envergadura, tales como el traspaso hacia formas estatales modernas. Pues en el tránsito de los siglos XV al XVII, los autores observan modificaciones en torno a la caballería medieval –que darán origen a la infantería moderna–, a la que caracterizan como “revolucionaria” debido a todas las innovaciones presenciadas (aunque no fueran inmediatas). Paulatinamente fueron perdiendo importancia las armas de contacto para dar una mayor importancia a las armas de fuego, que acentuaron la tendencia de guerrear para matar al enemigo y no para su captura2. En paralelo, surgen los ejércitos permanentes a la par de la contratación de ejércitos privados, necesarios para dar sustento a la política armada propia de los Estados modernos, al menos en su etapa formativa. En suma, podemos considerar que la “revolución militar” fue el fruto del cambio en las relaciones sociales y no su promotora, aunque sí existen implicancias entre ambos fenómenos. En este sentido, la Guerra de los Treinta Años es tal vez el primer ejemplo de guerra moderna y el tratado que da fin a la contienda, la Paz de Westfalia (1648) –que también contempla la Guerra de los Ochenta Años (Guerra de Flandes)– significaría la instauración de un nuevo orden en Europa. Así pues, de estos dos tratados surgen las ideas de soberanía estatal y el principio de igualdad entre los Estados, pero también se van a considerar como ilegales las guerras privadas, mientras que la población civil queda sujeta al poder estatal, conceptos que algunos años después serán esbozados por Thomas Hobbes en la célebre obra Leviatán [1651].

De esta manera, se avanza hacia la caracterización de este periodo histórico destacando los principales cambios producidos a lo largo de los siglos, señalando continuidades y rupturas en las formas de concebir y practicar la guerra: mayor poder fuego, ejércitos más numerosos, novedades en el plano organizativo y en las tácticas tales como aquellas desarrolladas por el rey de Suecia Gustavo Adolfo. A su vez, todas estas reformas requerían una administración y un control de recursos de manera más eficiente (perfeccionar el aparato burocrático y económico), como también mejores caminos, lo que dio como resultado nuevas formas organizativas y doctrinarias. De acuerdo con el título propio de la obra, los autores señalarán posteriormente que todos los cambios producidos durante la Modernidad, que configurarían el “modelo clásico”, serán revertidos en el presente, cuando la guerra adoptaría características contramodernas. Pasemos entonces a examinar los principales rasgos distintivos de este periodo histórico que sirve de referencia y contrapunto para los autores en el análisis del fenómeno de la guerra contemporánea.

Al igual que la Guerra de los Treinta Años, un conflicto que resalta por sobre los otros contemporáneos es la Guerra de los Siete Años, aquella contienda que enfrentó por mar y por tierra a Inglaterra y Francia entre los años 1756 y 1763. Según los autores, la misma habría definido el dominio occidental, pero también, a los fines de la obra, cambios doctrinarios y teóricos sobre el fenómeno de la guerra, en los que se priorizan las maniobras en lugar de las formas de combate, en las que se buscaba un enfrentamiento decisivo con luchas sangrientas que sometieran al bando enemigo.

Bonavena y Nievas coinciden en diferentes pasajes de la obra con los postulados de Friedrich Engels. Tal es el caso de la importancia asignada a la Guerra por la Independencia de los Estados Unidos (1776), pues en tal ocasión se habrían enfrentado dos órdenes sociales distintos, con diferentes perfiles milicianos (absolutismo miliciano, frente a tropas rebeldes que tenían ciertos antecedentes con las armas, pero que tenían una mayor capacidad de improvisación). De igual manera, los autores coinciden con el pensador alemán sobre la ruptura que significó la Revolución Francesa, y destacan que la vieja estructura militar no se correspondía con las ideas de ciudadanía y de soberanía popular. Así, la duplicación del tamaño de las fuerzas francesas en poco tiempo dejó por sentado que la tradicional organización miliciana dio paso a una fuerza de masas, en la que el Estado había desempeñado un papel importante: propiciar la conformación de una identidad nacional que potenció, a su vez, la cohesión de la población a la hora de entrar en combate. Llegados a este punto resulta importante destacar la figura de Carl von Clausewitz, quien en su célebre obra, De la Guerra, plasmó una buena parte de sus ideas acerca del fenómeno de la guerra, asignándole un rol importante a las masas nacionales que resultaron cargadas de energía tras la Revolución Francesa. Asimismo, en su perspectiva teórica introdujo una revolución en la doctrina militar, pues se priorizaba a la defensa por sobre el ataque y se contemplaban otro factores claves, tales como las implicancias políticas, pero también la correlación de las diferentes tácticas militares con regímenes particulares.

Tras la derrota de Napoleón en Waterloo (1815) se impuso en Europa un orden conservador consensuado en el Congreso de Viena, lo que dio origen a su vez al periodo más largo sin enfrentamientos armados desde los primeros siglos de nuestra era. Entre tanto, cuando tuvieron lugar enfrentamientos armados, los mismos fueron de objetivos limitados. Se destacó, en primer lugar, la Guerra de Crimea (1853-1856), en la que se introdujeron innovaciones tecnológicas tales como el telégrafo, el barco a vapor y la utilización de un nuevo rifle (el Minié), que le otorgaron ventajas al bando de los imperios Otomano, Británico y Francés por sobre el Imperio Ruso. En segundo lugar, la Guerra de Secesión norteamericana (1861-1865), en la que también se utilizó el telégrafo y se utilizaron por primera vez de forma masiva los ferrocarriles, los barcos acorazados, las trincheras, los alambrados y otras innovaciones en el arte de guerrear que se combinaron con el reclutamiento masivo de tropas, el bombardeo de las ciudades y las campañas propagandísticas con el fin de generar odio contra el enemigo. La elevada cantidad de muertes, producto de los avances tecnológicos, también dio lugar a diferentes acuerdos tendientes a limitar el armamento y mejorar la suerte de aquellos que fueron heridos en los enfrentamientos3.

Entretanto, en el campo doctrinario, el impacto generado por la efectividad del ejército alemán en la guerra franco-prusiana (1870-1871) se tradujo en nuevos planteamientos teóricos, pues las guerras emprendidas durante la gestión de von Bismark fueron realizadas de acuerdo al principio de aniquilación, con énfasis en la ofensiva y en el acompañamiento de la política en la estrategia militar. Para los autores, entonces, el diagnóstico de Engels acerca de que el militarismo devoraría a Europa es acertado, sobre todo en la proyección de finales del siglo XIX y durante los primeros decenios del siglo XX.

Sin duda las dos guerras mundiales del siglo XX han dejado su marca, y señalaron un antes y un después en la historia de la Humanidad4. Estamos frente a la novedad de que la Gran Guerra fue tridimensional: se combatió por mar, por tierra y por aire y el acuerdo de Versalles, que dio fin a la primera parte de este fenómeno mundial, no habría logrado, para los autores, instaurar un orden social y geopolítico estable. Tampoco la Sociedad de Naciones pudo actuar como mecanismo de arbitraje en los conflictos internacionales. Sin embargo, tras la finalización de esta guerra total habría surgido un nuevo orden, pero que debió atravesar la indiferenciación de objetivos militares de la población civil, el genocidio de judíos, gitanos y opositores, y las detonaciones de las bombas atómicas.

Ese nuevo orden instaurado se planteaba en torno a dos grandes bloques que representaban, a su vez, a cada una de las potencias vencedoras de la Gran Guerra: EE. UU. y la URSS, objeto de análisis del tercer capítulo de la obra. La existencia de formaciones irregulares y la consideración de la población civil como blanco de los ataques militares, cuyo origen lo hallamos en la segunda parte de la Gran Guerra, dejarán su impronta en las nuevas formas de hacer la guerra en el periodo post 1945. En este sentido, los autores comienzan a encontrar en los enfrentamientos armados de la Guerra Fría una serie de elementos que les permiten elaborar su hipótesis rectora sobre la situación contemporánea en torno al fenómeno de la guerra: la misma se caracterizaría por contener elementos propios de una contramodernidad, que ponen en entredicho la dualidad Estado-nación, en la que se preservaba, en primer lugar, la integridad de los ciudadanos. En segundo lugar, los enfrentamientos no se producen entre dos formas estatales, sino que se aparecen en escena formaciones no estatales que cuestionan el monopolio de la violencia legítima. Un tercer elemento disruptivo, que tiene expresiones contemporáneas, fue la creación de oficinas de inteligencia y contrainteligencia con fines de generar información sobre el adversario y difundir, de manera propagandística, una imagen negativa sobre aquellos a quienes se debía combatir, lo que daba paso a una especie de “guerra psicológica”. La Guerra de Vietnam y las acciones de contrainsurgencia que tuvieron lugar durante el movimiento de independencia en Argelia (1954-1962), profundizadas en algunos casos de gobiernos dictatoriales de América Latina (con la figura novedosa figura del detenido-desaparecido), son ejemplos que sirven de sustento a la hipótesis rectora de los dos apartados finales de la obra.

Finalmente, la situación resultante de la caída de la URSS trajo aparejada una serie de consecuencias que se tradujeron en una serie de cambios en las formas que adopta el fenómeno de la guerra contemporánea. Por un lado, la amenaza del bloque comunista desapareció, arrastrando consigo a aquellas doctrinas y teorías que se sustentaban en el mundo bipolar. Por otro lado, el poder militar soviético, al desactivarse la hipótesis de guerra contra el mundo occidental, fue dispersado mediante ventas legales e ilegales de armamento al resto del mundo. Mientras que, en el plano ideológico, la interpretación post 11-S de la obra de Samuel Huntington (1998), El choque de Civilizaciones, servirá de base a la creación de un nuevo enemigo para las potencias occidentales: el terrorismo.

El terrorismo aparece, entonces, como un elemento disruptivo en las doctrinas militares: no hay un espacio donde localizar la contienda, no existen batallas decisivas, ni tampoco un tiempo delimitado para los ataques. Ahora bien, ¿qué es el terrorismo? Para los autores, el terrorismo no sería otra cosa que un método de combate con fines propagandísticos que modifica todo tipo de andamios morales y jurídicos “modernos”. También podría definirse como un nuevo formato de beligerancia propuesto por el Estado frente a actividades hostiles llevadas a cabo por grupos no estatales que obligan a realizar, a su vez, un cambio en la proporción de la importancia de la logística en detrimento de la inteligencia en la guerra. Por ende, la sorpresa, es el elemento más letal en los actos terroristas. Para contrarrestar tales ataques, la doctrina de contrainsurgencia francesa, aporta algunos elementos, sobre todo en los interrogatorios, que son utilizados por los Estados a la hora de obtener información en el caso de capturar a integrantes de las células terroristas. Asimismo, el complemento necesario para llevar a cabo todo tipo de acciones militares y de inteligencia son las llamadas “operaciones psicológicas”, ya presentes en la Guerra de Vietnam. Así, el terrorismo representaría la conjugación de una serie de elementos negativos tales como la maldad, la perversión, la irracionalidad y el oscurantismo, que negarían toda forma posible de diálogo. De hecho, se plantea la necesidad del exterminio del enemigo. Todos estos elementos de pensamientos son “pre-modernos”, o bien, en la hipótesis propuesta, contramodernos.

De este modo, en el último capítulo, los autores arriban a la descripción del presente, o al menos al intento de generar una explicación basada en los problemas y preocupaciones que detectan y hacen que tenga lugar el trabajo de investigación que devino en la obra que pretendemos reseñar. Ahora bien, ¿cuáles serían, en resumen, los elementos de los cuales se valen para definir que la guerra en la actualidad adopta una configuración contramoderna? En primer lugar, la consideración del terrorismo como un fenómeno que trasciende las fronteras nacionales conlleva a repensar, o en todo caso, a la negación de la soberanía territorial, concepto que nace asociado a los Estados modernos. En segundo lugar, se ha instalado en la población, por accionar de los medios masivos de comunicación, la idea de la probabilidad de ocurrencia de un acto de violencia inminente, que se tradujo en el aumento del uso de las cámaras de vigilancia, drones, controles de desplazamientos y otras medidas de control con fines preventivos. En este caso, lo que observan Nievas y Bonavena es que existe una relación inversa entre la probabilidad de violencia extrema (debido a la situación) y probabilidad de ocurrencia (en cantidad de personas expuestas potencialmente expuestas a la misma), que contraría uno de los elementos constitutivos de la Modernidad: la oposición entre la guerra y la paz, dicotomía que estaría operando en nuestra psiquis obstaculizando la observación de las nuevas formas que adopta vigilancia. En tercer lugar, la globalización habría producido en las fronteras un aumento de la porosidad, que echa por tierra la distinción entre lo interno y lo externo. Pero, además, las nuevas formas de beligerancia no distinguen combatientes de no combatientes, como hemos señalado con anterioridad. Por otra parte, la dificultad por diferenciar entre la paz y la guerra conlleva otros cambios significativos en las fuerzas de control, que se traducen en la asimilación entre las Fuerzas Armadas y la policía. Todos estos elementos llevan a pensar no en un cuestionamiento de la Modernidad, sino más bien en una disolución de la misma, puesto que elementos que ya se consideraban como superados, tales como la tortura, la privatización de la violencia y el asesinato practicado desde el Estado, reflejarían un avance contramoderno.

En el escenario presente, en el cual las atrocidades de la guerra transitan a través de los medios de comunicación como una noticia más dentro del “compilado internacional” en “sesenta segundos”, estaríamos ante un avance sin igual en los monitoreos sobre las actividades que realiza la sociedad en todos los ámbitos, licuando la distinción entre lo público y lo privado. En cuanto a la utilización de la violencia contra aquellos considerados como terroristas, los mecanismos empleados derivan, necesariamente, en la deshumanización del otro, lo que posibilita, a su vez, los ataques aéreos, los asesinatos selectivos, los secuestros estatales y las invasiones humanitarias. Todos estos elementos contramodernos, en el futuro inmediato, no desaparecerían, sino que tenderían a profundizarse en un contexto mundial que se presenta, cada vez más, como impredecible en el fenómeno de la guerra.

Bibliografía

Aron, R. (1973). Un siglo de guerra total. Buenos Aires: Editorial Rioplatense.

Huntington, S. (1998). El choque de civilizaciones. Barcelona: Paidós.

Hobsbawm, E. (2010). Historia del siglo XX. Buenos Aires: Crítica.

Ludendorf, E. (1965). La Guerra Total. Buenos Aires: Pleamar.

Notas

1 La expresión latina Res pública christiana hace alusión a la idea de una comunidad cristiana unificada.
2 En detrimento, por ejemplo, de los arqueros, pues se necesitan algunos pocos días para adiestrar a un hombre en el uso de un arcabuz y no años.
3 Tales como el Convenio de Ginebra (1864), la Declaración de San Petersburgo (1868), el Segundo Convenio de Ginebra (1906) y la Convención para la Resolución Pacífica de las Controversias Internacionales (1907).
4 El historiador Eric Hobsbawm (2010) comprende que el periodo 1914-1945 no sería divisible, en tanto todos sus eventos forman parte de un mismo fenómeno, que denomina como la época de la guerra total. Podemos agregar que tal concepto, el de guerra total, ya había sido utilizado por Eric Ludendorf (1965) para describir las implicancias que había alcanzado el desarrollo dela Primera Guerra Mundial. También el análisis de Raymond Aron (1973) podría encuadrar con tal perspectiva, pues, en términos generales, este reconocido sociólogo francés considera que la guerra que tiene lugar durante los primeros decenios del siglo XX, actúa de manera independiente de, por ejemplo, la política, e impone sus propios objetivos que, en casos, lleva a la destrucción total de los actores que la protagonizan.

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