Cuestiones de Sociología, nº 29, e162, febrero - julio 2024. ISSN 2346-8904
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Departamento de Sociología

Artículos

Generación pandémica: lazos personales, laborales y políticos en las nuevas juventudes

Ulises Ferro

Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales, Universidad Nacional de San Martín

Pablo Semán

Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales, Universidad Nacional de San Martín / CONICET

Nicolás Welschinger

Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (UNLP-CONICET), Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad Nacional de La Plata

Cita recomendada: Ferro, U., Semán, P. y Welschinger, N. (2024). Generación pandémica: lazos personales, laborales y políticos en las nuevas juventudes. Cuestiones de Sociología, 29, e162. https://doi.org/10.24215/23468904e162

Resumen: A partir de una investigación iniciada en mayo de 2020 y que se prolonga hasta la actualidad, en la que realizamos más de 150 entrevistas y 12 focus groups, relevamiento de redes sociales y medios de comunicación, nos interrogamos acerca de los efectos de las medidas sanitarias de cuidado para hacer frente a la pandemia en la experiencia de las juventudes actuales. En este artículo en particular, indagamos sobre los efectos en el plano de los lazos afectivos, laborales y en el vínculo en general con el Estado. Argumentamos que el período pandémico exacerbó procesos previos afectando de manera profunda y duradera esos tres planos llevando a lo que llamamos un “triple fracking pandémico” sobre la generación que atravesó su juventud marcada por los dos años de la pandemia.

Palabras clave: Juventudes, Pandemia, Subjetividad, Trabajo, Estado.

Pandemic generation: personal, labor and political ties in the new youth

Abstract: Based on an investigation that began in May 2020 and continues to the present, in which we conducted more than 150 interviews and 12 focus groups, a revision of social networks and the media, we research the effects of the pandemic in the experiences of youth. In particular, we inquire at the level of their affective relationships, their labor relations and their links with the State. We argue that the pandemic exacerbated previous processes, profoundly and lastingly affecting these three dimensions of young people's experiences, leading to what we call a "triple pandemic fracking" on this social group.

Keywords: Youth, Pandemic, Subjectivity, Employment, State.

1. Introducción

La pandemia fue para las sociedades algo comparable a un terremoto intenso y duradero. Los efectos de la pandemia se procesarán por un tiempo más largo que el que se extendieron los contagios, las muertes y los cuidados. En ese marco, uno de los segmentos de la sociedad que sobrellevó los daños pandémicos fue el de las juventudes de una manera específica que nos propusimos interrogar.

¿Cuáles fueron los efectos de la pandemia y las diversas políticas de cuidado (así como de las discusiones públicas en torno de las mismas) en diversos planos de la experiencia de las y los jóvenes? Esta es la pregunta que nos planteamos en una investigación que comenzamos en 2020 y se prolonga hasta la actualidad1. En lo que sigue intentaremos responder a esa cuestión partiendo de un análisis que recoge al mismo tiempo una versión extendida de nuestras primeras conclusiones y una actualización de las mismas a la luz del trabajo de campo en curso.

En marzo de 2020 se estableció la medida de “Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio” (ASPO) desde el 20 hasta el 31 de marzo de 2020 que se extendió, finalmente, hasta el 31 de enero de 2021. En junio de 2020 se inició la fase de Distanciamiento Social, Preventivo y Obligatorio (DISPO) que se prolongaría hasta abril de 2021. A pesar de la ausencia inicial de normas sanitarias unificadas -dudas acerca de la eficiencia de los tapabocas, recomendaciones como el uso de guantes rápidamente desmentidas-, la “cuarentena” gozó en sus primeros dos meses de un apoyo mayoritario. Con el correr del tiempo las medidas de cuidado comenzaron a ser objeto de todo tipo de impugnaciones. Aunque el acontecer pandémico parece haber perdido protagonismo frente a cuestiones más urgentes, los hechos vinculados a la pandemia siguen incidiendo en cómo se experimentan e interpretan las controversias y las problemáticas de la actualidad de forma específica entre los jóvenes. Por el hecho de que las medidas de cuidado tomadas por el Estado fueron material de debate y disputa en la arena pública:desde la política de vacunación, pasando por la instauración de la cuarentena, sus distintas modalidades de gestión, las medidas de protección y el sistema de clasificación del trabajo esencial y las políticas de reactivación en la post pandemia, las acciones del gobierno fueron atravesadas por el conflicto político que se retroalimentó de los motivos pandémicos. Dentro de la bibliografía reciente (Semán y Wilkis, 2021; Heredia, 2022; Segura y Pinedo, 2022; Benza y Kessler, 2022) encontramos la posibilidad de preguntarnos si como resultado de esta dinámica no asistimos a una intensificación del declive del lazo entre los ciudadanos y el Estado y de algunos consensos estatalistas configurados en el periodo de los gobiernos post neoliberales.

En nuestra hipótesis más general, derivada de una primera aproximación cualitativa, habíamos conjeturado que la pandemia tendría efectos ambiguos, por un lado pérdidas, y por otro lado salidas, empeños, hallazgos que llevarían a consolidar un balance ambiguo del período en el que rigieron las medidas de ASPO y DISPO. El proceso de investigación posterior nos condujo a una corrección de esa conjetura que hoy nos parece optimista. A partir de entrevistas, relevamiento de redes sociales y medios de comunicación y de lo que un colega llamó “la versión antropológicamente sensata de los focus groups” obtuvimos material cualitativo vinculado a las experiencias de vida con mayor validez que el que uno obtiene en la situación artificiosa de los focus groups tradicionales. Así, constatamos que en las relaciones familiares, en la experiencia educativa, en las relaciones laborales y en el vínculo en general con el Estado que se dió de forma directa y a través de todos estos planos, pudimos observar el predominio de las pérdidas simbólicas y materiales así como la erosión de los lazos entre los jóvenes y el Estado.

A partir del material de nuestra investigación nos proponemos analizar los efectos de la pandemia en los planos connotados por las preguntas iniciales entre las y los jóvenes del AMBA, específicamente en sus relaciones familiares y afectivas, en sus vínculos laborales, en sus ideas y evaluaciones sobre el accionar del Estado frente al virus. No es posible determinar con exactitud cuánto de lo que comprobamos debe imputarse de forma exclusiva a la pandemia y las políticas de cuidado, en cambio sí pudimos percibir que para la generación de jóvenes que hoy llega a los 26 años esos hechos tuvieron una doble significación analítica: exacerbaron procesos previos afectando y redefiniendo la experiencia de las juventudes en los tres planos que indagamos y también sabemos que hoy son retrospectivamente un hito en la visión de sus trayectorias vitales.

Focus group “etnográficamente sensibles”

A finales de 2022 los tres autores de este texto conformamos un nuevo equipo de investigación para continuar y ampliar el trabajo de campo de la investigación. Continuamos con el relevamiento de redes sociales y medios de comunicación y realizamos 10 focus groups con jóvenes de entre 16 y 26 años de sectores populares y medios del AMBA. No convocamos a jóvenes escogidos según criterios preestablecidos a espacios propuestos por nosotros, sino que implementamos la técnica de “bola de nieve” y así las y los jóvenes contactaron a sus familiares y/o amigos en puntos de encuentro seleccionados por ellos mismos a los que nosotros como equipo nos aproximamos: nos reunimos en casas, bares, heladerías y en una escuela de localidades vulnerables del conurbano sur y norte, y también en barrios residenciales de clases medias-altas de la Capital. No fuimos a los encuentros con una guía de preguntas establecidas rígidamente de antemano, sino con una serie de tópicos que pretendíamos abordar, siempre abiertos a la posibilidad de que nuestros interlocutores nos propusieran temas más relevantes para ellos y, por tanto, para nuestra investigación. Nuestra participación en tanto investigadores de las instancias de "construcción de datos" -por lo que dicha instancia no está escindida del análisis de los mismos- también distingue nuestro método de los focus groups convencionales. Por más que no nos lo habíamos propuesto como objetivo principal, rápidamente percibimos que el período abarcado por las medidas sanitarias para hacer frente a la pandemia de COVID era un asunto de suma importancia para los jóvenes con los que dialogamos. En todos los focus groups, las primeras intervenciones -a propósito de nuestro pedido de que se presenten con sus nombres, sus estudios y/o sus trabajos- se vincularon con aquello que indistintamente llamaban “la cuarentena” y “la pandemia”. Constatamos en ese hecho recurrente y “espontáneo” que, lejos de haber quedado como un capítulo ya superado de la historia argentina, la pandemia sigue incidiendo en la vida de los jóvenes.

Antecedentes en el campo de estudios sobre juventudes

El enfoque que adoptamos no desconoce la heterogeneidad de las juventudes pero antes bien se centra en analizar lo que caracterizó la experiencia de esas juventudes en tanto "generación pandémica". Sostenemos que el clivaje generacional tiene su productividad ya que permite mostrar la serie de experiencias compartidas en clave relacional, marcando las diferencias del grupo con otras generaciones y las disputas intergeneracionales en los modos de vivir el período pandémico. Abrevamos en la perspectiva sociológica clásica de Karl Mannheim (1928), que no asocia a la juventud con el progresismo ni asume como características propias de lo juvenil la añoranza de libertad o la rebeldía y centralmente entiende a la generación como un conjunto de experiencias compartidas2.

Recuperando los avances del trabajo de campo nos proponemos captar la singularidad empírica de la experiencia juvenil durante la pandemia al explorar las tres dimensiones que definimos. En cada dimensión de análisis nos proponemos seguir la indicación de Grignon y Passeron (1991) sobre la necesidad de captar la ambivalencia que porta cada práctica subalterna (entendiendo en este caso por subalterna a la generación) entre la autonomía y la heteronomía en los tres planos que examinaremos en los acápites subsiguientes.

Una mirada retrospectiva de los estudios sobre juventudes desde la década del 80 deja ver que desde el regreso de la democracia hasta el periodo post-neoliberal abierto en 2003 se han ido diferenciado e introduciendo múltiples mediaciones teóricas y empíricas a la idea de juventud. No es posible hablar de juventud en singular sino de juventudes, y esta pluralidad se compone de dimensiones que los estudios han ido singularizando a partir de captar empíricamente la experiencia juvenil en distintas configuraciones sociohistóricas. Progresivamente se ha logrado desacoplar la discusión sobre lo juvenil de lo etario y lo biológico: el sujeto/objeto empírico ha dejado de ser sinónimo de cambio social o portador esencial de transformaciones (Chaves 2009, Chaves et. al. 2013). Ya sea vía la incorporación de dimensiones significativas a la agenda de investigación y/o por los cambios de enfoques teórico-metodológicos, los estudios en juventudes en la Argentina se han densificado al tiempo que especializado produciendo un campo bibliográfico consolidado y heterogéneo. Chaves (2009) afirma que “la proliferación y dispersión” del área se debe a la sinergia del propio desarrollo del campo académico post 2001.

2. Relaciones afectivas y elaboraciones subjetivas

Con el paño de fondo de temores, de pérdidas afectivas y materiales, de una cotidianeidad obstruida y plagada de problemas renovados, la cuestión de la “salud mental” -así definida por los jóvenes mismos- ha sido el emergente principal de la experiencia pandémica juvenil. Las situaciones excepcionales de la pandemia crearon nuevas exigencias que configuraron tensiones contradictorias: aislamiento, convivencias forzadas, temor al contagio, ruptura culposa de las medidas de cuidado. Esas circunstancias extraordinarias requirieron adaptaciones de todo tipo que llevaron al límite, al desborde de la subjetividad. La ansiedad, la incertidumbre, las frustraciones y la ira por situaciones que hasta la pandemia no se habían presentado de forma tan grave, tan frecuente y tan sistemáticamente asociadas, determinaron formas de retraimiento, angustia, “depresión”, agresividad y crecimiento de las demandas de contención y terapia, y mayor recurso al uso de psicotrópicos. De modo que, aunque se observa una diversidad de temperamentos pandémicos, los jóvenes en general vivieron con desazón e incertidumbre la pandemia y las medidas sanitarias que el Estado tomó para prevenir sus daños (Colombari, 2022).

Si por un lado estuvieron públicamente bajo sospechas respecto a su falta de responsabilidad en el cuidado de los más vulnerables al virus (sus mayores, familiares y abuelos) y, tal como muchos de ellos nos relatan, se los acusó en sus círculos familiares y sobre todo en medios de comunicación de no atender a las medidas sanitarias exigidas, y de ser propagadores de contagios, por otro lado, la emergencia de los problemas específicos de los jóvenes fueron invisibilizados al calor de la cuarentena y las demandas de cuidado de aquellas generaciones a las que potencialmente el virus podría afectar de modo letal (Vommaro, 2022). En ese contexto, la cuestión de la “salud mental” fue, no casualmente, la referencia en que los jóvenes, diversas instituciones y el Estado, se reconocieron a propósito de un problema que debía encararse.

Hagamos una aclaración para entender el entrecomillado de la expresión “salud mental”: la misma se ha convertido en un tropo que a su vez influye en las formas de subjetivación y/o de construcción de la persona en la temporalidad pandémica y posterior a ella3. El término que tal vez menos carga y compromiso tenga con cualquier teoría etnocéntrica debería ser “aflicción”4. Es que salud mental es al mismo tiempo una categorización utilizada por los jóvenes y por los técnicos para captar y (sin querer hacerlo, pero operando ese efecto) constituir esa aflicción. Así, hay dos raíces “folk” en la noción de salud mental: la que proveyó la política y la que surgió de la apropiación juvenil. Una vez que el malestar frente a las políticas de cuidado es apropiada por la palabra presidencial, el malestar más genérico pasó a tener una causa identificable y un circuito operativo: a partir de esa habilitación simbólica se podía decir que la cuarentena enfermaba psíquicamente.

El procesamiento del malestar no se agotó en el circuito que une el malestar y los profesionales de la psicología: las dinámicas religiosas, las de agrupamiento cotidiano, los consumos problemáticos, las distintas formas de violencia, conformaron un amplio elenco de comportamientos en los que se anudaron sufrimientos y salidas pandémicos que no siempre estuvieron atravesados por el lenguaje de la psicología o la medicina. Justamente porque “salud mental” es un término de un valor social diferente del que surge de una definición técnica (y sin negar que esta también es social) que los que traían diversos malestares y los vieron aumentar, los codificaron en clave de salud mental, pero también muchos jóvenes buscaron, y a veces encontraron, salidas que iban más allá de la clínica y del rótulo “salud mental”: desde las terapias oficiales a las alternativas, desde los encuentros furtivos con sus parejas hasta las fiestas clandestinas, hubo quienes se inscribieron en carreras universitarias y también quienes recurrieron al autodidactismo youtuber en tren de activar, descomprimir, comprender y superar los sufrimientos pandémicos.

Más allá del hecho de que salud mental es, entonces, una clave interpretativa limitada, es cierto que la pandemia abrió una dimensión subjetiva, una experiencia de los límites y la necesidad de elaborar un desborde de la subjetividad para el que no había antecedentes. El balance que puede percibirse en el conjunto es ambivalente: por un lado, en diferentes grados todos los jóvenes elaboran subjetivamente el periodo de la cuarentena como un tiempo en el que han atravesado angustias e incertidumbres, “problemas de salud mental”, y a su vez, en esta elaboración subjetiva, se perciben como “sobrevivientes” que enfrentaron con éxito con las emociones extremas del aislamiento prolongado por meses y, por eso, valoran el periodo pandémico como una etapa de autoconocimiento. Esa clave interpretativa que tienen los jóvenes para elaborar el sentido de sus desafíos durante la pandemia lleva a darle a ese transitó una dimensión de logro personal-de distintas envergaduras-. Dar cuenta de las exigencias familiares, desarrollar una nueva actividad productiva, engancharse en la dinámica educativa digital han sido el resultado de un empeño personal que constituye un mérito. En este mismo sentido Elizalde (2022) argumenta que el cumplimiento de las restricciones es elaborado subjetivamente como un logro del esfuerzo personal por sostener una ética del cuidado5. No obstante, la sensación de hacer las cosas bien, de comportarse como era debido, no impidió que la sensación de soledad y encierro los afectara profundamente.

Julia, de 22 años, bookstagrammer y estudiante de Artes de la Escritura, nos contó que los primeros meses de la pandemia los pasó encerrada, recluida en su cuarto. Realizar todas sus tareas desde su habitación le generó una profunda ansiedad que duraba hasta el momento de la entrevista, cuando ya hacía un año y medio del inicio de la cuarentena. Julia estaba sorprendida de que los adultos no hablasen de la ansiedad en tiempos pandémicos: le parecía que era una problemática que afectaba si no solamente, sí con particular dramatismo a los jóvenes.

Algunos de ellos tuvieron que recurrir a tratamientos psiquiátricos para aliviar sus dolencias. Vanina, de 23 años, también bookstagrammer y estudiante de Edición, empezó a tomar pastillas para dormir durante la cuarentena, ya que, aunque estaba siempre cansada, no podía conciliar el sueño por la ansiedad y la adrenalina que le generaba el contexto. El encierro la hacía pensar “demasiadas cosas”, al punto de que ni siquiera al dormir descansaba plenamente porque tenía “sueños activos”, corría o escapaba de algo, y siempre despertaba cansada.

Si muchos jóvenes se sobrepusieron a los problemas que conllevó la reclusión fue en parte por el temor a enfermar a otros. Como se dijo, los problemas de salud mental muchas veces estuvieron vinculados al temor al contagio de sus seres queridos. Desde el inicio de la pandemia, los medios de comunicación informaban todos los días la cantidad de muertos en Argentina, en países de la región y en el mundo, convirtiéndose en un número público (Neiburg, 2007; Semán y Wilkis, 2022). Muy pronto se supo -o al menos, era de conocimiento general- que el virus era más peligroso para los adultos mayores y para personas con morbilidades previas. Lo cual colocaba a los niños y jóvenes fuera del riesgo de fallecimiento pero al mismo tiempo como los principales portadores y difusores del virus. El miedo de los jóvenes estuvo vinculado fundamentalmente a la posibilidad de perder a sus mayores o dañarlos de forma letal en el caso de transportar ellos el virus de modo asintomático; temían convertirse en agentes contagiosos, más peligrosos para terceros que para ellos mismos.

Otro de los tópicos que nuestros interlocutores asocian al tropo de salud mental es el de los vínculos afectivos, especialmente los vínculos familiares y la convivencia durante el período pandémico. Como analiza Pinedo (Segura y Pinedo, 2022), algunos trabajos han abordado este proceso desde una perspectiva espacial, situando la casa como el espacio físico en el que gracias a las tecnologías digitales se confinó la totalidad de la vida cotidiana universalizando la experiencia de algunos sectores sociales específicos. Otros análisis también sostienen la centralidad del hogar para la “economía de la deuda”, giro del capitalismo que se aceleró con la pandemia, convirtiendo a las casas en lugares privilegiados de extracción de plusvalor y reproducción de desigualdades (Cavallero y Gago, 2022). Sin negar la relevancia de los cambios inducidos por las medidas de confinamiento y lo digital en la producción del hábitat, el problema de estas perspectivas adultocéntricas (Vommaro, 2022) y cuidadocéntricas (Semán y Wilkis, 2022) es que ignoran la diversidad de los modos de convivencia en tiempos pandémicos y las dificultades para “quedarse en casa” que tuvo la mayoría de la población por razones económicas, pero no sólo por ellas (ver Segura y Pinedo, 2022).

El miedo entre las juventudes se vinculaba fundamentalmente al posible contagio de sus familiares, en particular los abuelos. Ese temor generalizado fue lo que hizo dolorosamente aceptables, en un comienzo, los períodos de separación y las normas de cuidado y distancia social. Pero además los jóvenes, en general y no sólo los de los sectores populares, afrontaron preocupaciones que podían estar de antes pero se agudizaron en la pandemia: ocuparse del cuidado de ancianos en el hogar, asistir a eventuales contagiados con las medidas correspondientes, acompañar hermanos, colaborar en una convivencia que se hizo más dificultosa, privarse del contacto con pares, suplir ingresos que se cayeron en los hogares. Así, la suma de nuevas responsabilidades hace entendible la sensación de sobrecarga personal que padecieron los jóvenes y la ubicuidad que adquiere para ellos la idea de salud mental como clave de autoreconocimiento.

Todo esto no impidió que la juventud rompiera en diversas ocasiones las normas sanitarias, “excepcionalidad” que aumentó con creces como efecto de la vacunación y el descenso del número de contagios y de muertos, que apaciguó el temor. En esos casos el dolor de la separación de la familia, no ver a los abuelos, a los progenitores residentes en localidades lejanas, el dolor de la separación de las parejas, o la soledad, el encierro y la falta de opciones de encuentro, así como la arbitrariedad misma con que algunos percibieron las normas, también generó una sensación de quiebre emocional que, de hecho, ofició como justificación para las rupturas de la cuarentena.

La compañía de los amigos y/o de las parejas resultó en ocasiones imprescindible para resguardar el equilibrio emocional entendido como salud mental. No obstante, esto no era gratuito, sino que estas licencias estaban acompañadas de culpa y temor por contagiar a sus seres queridos, sentimientos que permitían identificar límites intransgredibles, como las “fiestas clandestinas”. En un focus group en la zona sur de la provincia de Buenos Aires, Bruno sostuvo que su principal problema durante la cuarentena fue la necesidad de “salir a boludear con amigos”. él reconocía que esto no era comparable con dificultades de mayor gravedad, como la de los hogares que resultaron desprovistos de ingresos, pero esa necesidad de compartir espacio con sus amigos lo hizo romper la cuarentena en varias oportunidades, lo que le generaba cierto temor por, en primer lugar, contagiar a su abuela con la que convivía y, también, porque en su barrio se había popularizado una cuenta de Twitter en la que “escrachaban” a quienes habían incumplido las medidas sanitarias.

La contracara de la distancia la representan los acercamientos apresurados, a veces obligados, con la familia o con la pareja. En efecto, por causa de la merma de ingresos, muchos jóvenes se vieron obligados a retornar a los hogares de sus familias o a convivir en pareja para abaratar el costo del alquiler. Estas convivencias no planeadas generaron un sentimiento de saturación vinculado a la disposición del espacio y los recursos, a la pérdida de la privacidad, lo que coartó en alguna medida el despliegue emocional de cada uno y dificultó la disciplina necesaria para continuar con los estudios o con el trabajo.

Tal es el caso de Victoria, de 23 años, para quien la cuarentena implicó la necesidad de sostener una convivencia familiar contra su voluntad, y, como para un gran número de las personas con las que trabajamos, las situaciones de convivencia obligada fueron comprendidas como una “pérdida de libertad”, de “autonomía personal” y de individualidad. En su casa sólo había una computadora, que estaba en su cuarto. Su madre, que trabajaba en el Ministerio de Educación, comenzó a trabajar totalmente online, por lo que madre e hija se vieron forzadas a compartir espacio -el cuarto de Victoria- y a usar la misma computadora para distintas tareas. A Victoria esto le dificultó continuar con sus deberes porque su madre le hablaba mientras estaba en clase y ella tenía miedo de que sus compañeros oyesen sus intervenciones, por lo que intentaba no prender el micrófono.

La cuarentena puso en suspenso la socialización de los jóvenes en muchos planos. Los espacios educativos, por ejemplo, son también lugares donde se hacen amigos y se forman parejas. La pandemia puso una pausa a todo esto, afectando la socialidad de los estudiantes. Las medidas sanitarias obliteraron ciertas experiencias de socialización que muchos consideraban importantes en su vida de estudiantes, como “ir a tomar algo” con los compañeros después de clase. La virtualidad les dificultó mantener relaciones con los demás estudiantes, salvo en las escasas oportunidades en las que debían realizar un trabajo en grupo (como lo demuestran Sharpe, 2022 y Welschinger, 2022); por diversas razones (sociabilidad, concentración, adhesión a una separación entre la tarea y la cotidianeidad), la virtualidad no resultó equivalente a la presencialidad.

Los jóvenes encontraron modos de continuar con las relaciones a pesar de las medidas de aislamiento; no obstante, los esfuerzos adaptativos resultaban desbordantes. Valentina, estudiante de Comunicación Social, de 19 años, nos contó que realizaba videollamadas con su novia todos los días, y también se visitaban porque vivían cerca. Sin embargo, ella se sentía “recontra delincuente” saliendo de su casa, por lo que la frecuencia con la que veía a su novia no era tanta como le hubiese gustado. Además, el temor al contagio y a la policía hacía que las visitas fueran veloces y breves.

Por otro lado, los jóvenes encontraron también ciertas “virtudes” del período pandémico al que mayormente identifican con sentimientos de incertidumbre y dolor. El aislamiento disparó procesos reflexivos con efectos movilizadores y reconstitutivos en varias direcciones: el reconocimiento de las dimensiones emocionales individuales, la proyección a futuro, las implicaciones en el mundo social, económico y político.

Katia, de 17 años, estudiante de la carrera de Antropología, tomó coraje para asumirse lesbiana, lo que le generó serios problemas familiares: fue echada del hogar por su familia. Sin embargo, al reconocer su orientación sexual, a través de redes sociales como TikTok e Instagram conoció a otras personas a las que denomina “la comunidad”, donde pudo compartir videos de la música que ella misma hace. En la conversación que mantuvo con nosotros expresó que sus nuevas amistades le han enseñado mucho, como nuevas formas de vestir y comer sin dañar o matar animales, no consumir de más e innecesariamente.

Rocío, de 23 años, contó en uno de los focus group que, aunque la pandemia significó principalmente temor, incertidumbre, horas muertas, a su vez ese tiempo la ayudó -esto lo reconoce como un privilegio- a conocerse más ella misma, lo que la incentivó para tomar la decisión de empezar terapia. Sus padres tuvieron la oportunidad de seguir trabajando -tenían un empleo en blanco- por lo que en su hogar no se sintieron de modo tan dramático como en el caso de muchos de sus amigos las consecuencias económicas de la pandemia. También admitió que la facultad le resultó más fácil en la modalidad virtual. La reclusión le permitió cuestionarse cosas de sí misma, descubrir aspectos de su persona que no conocía y conectarse con otros que tenía olvidados, y todo este proceso de (re)descubrimiento la llevó a empezar terapia.

Entre los jóvenes de los sectores populares, incluso en circunstancias de extrema necesidad, también se ensayaron salidas. Macarena, de 20 años, estudiante de medicina, y María Sol, de 17 años, estudiante de secundaria, ambas de un asentamiento del conurbano bonaerense, nos dijeron que ser de una villa es “vivir con gente frustrada” y que “yo quiero ser la primera mujer universitaria de mi familia, porque ni mi mamá ni mis tías pudieron empezar la universidad”. A ambas, la pandemia las ayudó a reflexionar y poner en práctica deseos que tenían postergados por el peso del estigma territorial (Kessler y Dimarco, 2013) vinculado con su procedencia villera sobre su confianza y autoestima. Asimismo, en estos contextos surgieron militancias, como la de Rodrigo, de 20 años, estudiante de Enfermería, quien comenzó a desempeñarse como voluntario en un merendero y a brindar clases de apoyo escolar a jóvenes de la secundaria de su barrio, donde no todos tenían computadoras ni dispositivos para conectarse a las clases virtuales.

La pandemia también sirvió a algunos para encontrar o reencontrar hobbies como la lectura, que, en algunos casos, excedió con creces las expectativas iniciales convirtiéndose en fuente de ingresos. Tal es el caso de Maxi, cuya novela “publicada” en la plataforma Wattpad se volvió una especie de best-seller gracias a la difusión que le permitieron redes sociales, especialmente Tik-Tok, donde otros jóvenes ayudaron a la difusión de su ópera prima. Los jóvenes booktokers tienen un sentido de comunidad que precedía a la pandemia y que no se vio debilitado por las medidas de aislamiento. En efecto, las redes sociales fueron un instrumento fundamental para el mantenimiento de los vínculos en los tiempos pandémicos no sólo entre las comunidades booktokers, sino entre las juventudes en general.

Otros de nuestros interlocutores manifestaron que, durante la pandemia, volvieron a vincularse con creencias que antes habían olvidado. Los recursos religiosos ayudaron a hacer tolerable y racionalizable ese período repleto de excepcionalidades. En un focus group en La Plata, Joaquín, de 25 años, estudiante de letras, compartió que él sentía que su persona había vivido cambios profundos en el período pandémico, cambios que él cree positivos, aunque “el proceso fue bastante horrible”. El sufría depresión y ansiedad antes de la pandemia, y la reclusión hizo que estos problemas aumentaran con creces. él se había propuesto cumplir las medidas sanitarias “a rajatabla” y lo hizo hasta el final del DISPO. Ver que otras personas no se comportaron con la misma responsabilidad hizo que tuviese su primer “pocito de depresión” porque creía que la desatención a las medidas sanitarias era un síntoma de falta de empatía, de deshumanización de sus semejantes. Fue en ese período de angustia -lo que él llamó “una noche oscura del alma”- que Joaquín se reencontró con la religión, de la que se había distanciado en la adolescencia. Hasta hoy, realiza diversas actividades en una iglesia luterana.

Por último, cabe destacar que muchos jóvenes encontraron métodos de aprendizaje no oficiales para ocupar el exceso de tiempo libre. Camila, de 19 años, vecina de un barrio popular, nos comentó que de las cosas que más le divertían eran “los trabajos del secundario, ver series, cocinar pan y tejer”. Con la ayuda de tutoriales de YouTube, Camila aprendió a tejer durante los primeros meses de aislamiento, era de las pocas cosas que la dispersaban y elegía hacerlo al aire libre. Progresar tan rápidamente la animó, por lo que empezó a ver más tutoriales como solución a cualquier tarea que se proponía: aprendió a hacer pan, miraba cómo diseñar ropa y hasta inició un emprendimiento de venta de sus manufacturas que le generó ganancias no muy cuantiosas, pero que sí la hacían sentirse bien.

La pandemia ha afectado profundamente los modos de vincularse de estas juventudes. Sus relaciones se desenvolvieron en una tensión entre la necesidad afectiva, el miedo al virus y el respeto a la norma, tensión que en cada caso se resolvió de manera distinta, pero nunca sin conflictos. Como argumentamos, se han encontrado formas de mantener las relaciones, que van desde las redes sociales y las conversaciones telefónicas, hasta encuentros eventuales sorteando las medidas sanitarias. Sin embargo, subjetivamente era difícil establecer un equilibrio entre la necesidad de la presencialidad con los seres queridos y el temor al contagio. Además, como se desprende de la conversación con Valentina, romper las normas sanitarias no era gratuito: muchos sentían que se estaban arriesgando a ser punidos por la policía y, aunque así no fuese, estaban haciendo algo moralmente reprobable.

En suma, la pandemia planteó a las juventudes nuevas responsabilidades, nuevas restricciones y nuevos peligros, configurando una experiencia juvenil pandémica que connota para ellos la idea de “problemas de salud mental”. Más allá de si es correcto o no utilizar esa categoría -acaso se puede juzgar etnocéntrica desde un punto de vista antropológico o imprecisa desde una perspectiva psicoanalítica o incluso psiquiátrica- el uso nativo del término denota el impacto que el período pandémico tuvo en las subjetividades juveniles. La apropiación juvenil de la categoría otorgada por la interpretación estatal se explica porque las adaptaciones necesarias en todos los sentidos y planos se hicieron al costo de un desgaste psíquico sin precedentes.

3. Juventudes, trabajos y pandemia

La crisis económica determinada por la pandemia operó en un mercado laboral en el que los problemas de empleo que se agudizaron a lo largo de la década pasada se multiplicaron y transformaron cualitativamente. Todo esto que causó un ascenso en la tasa de desempleo juvenil (OIT, 2020; OIT, 2020b) e influyó también en las formas de trabajo habilitadas por las plataformas digitales que preceden a la pandemia pero que adquirieron mayor popularidad como fuente de ingresos mientras duraron las restricciones sanitarias6; y también, luego de las mismas, estructurando un elemento surgido en el acontecer pandémico. En este apartado, con el objetivo de analizar la experiencia laboral juvenil en la pandemia, nos centraremos en dos grupos que crecieron fuertemente durante la cuarentena: los jóvenes trabajadores en plataformas de reparto y de programación de software. Argumentamos que ambos grupos consideran que lograron sobreponerse a los desafíos laborales que les representó la pandemia a partir de desarrollar sobre sí mismos los valores morales y la disciplina laboral que identifican con la figura del “emprendedor”.

Entre los jóvenes el trabajo de plataformas de reparto creció como una opción para generar ingresos ante la cuarentena y las imposibilidades de realizar otras actividades no calificadas de esenciales. En ese periodo se destaca que el trabajo en plataformas de reparto ha cuadriplicado la demanda de pedidos7. Además, hubo una disminución de tiempos de trabajo no remunerado (“tiempos muertos”), dado el aumento de pedidos de delivery, una reducción de la cantidad de días trabajados a la semana y un incremento de los ingresos económicos de los trabajadores.

A estos trabajadores se les sumaron preocupaciones específicamente laborales a las preocupaciones subjetivas descritas en el punto anterior: los accidentes, el delito y la policía empoderada en su rol de “trabajadores esenciales” configuraron un stock de amenazas a sus recientes oficios. No obstante, el aislamiento social, preventivo y obligatorio no fue comprendido unívocamente como una medida autoritaria, sino como una “inevitable” para disminuir la circulación del COVID, y aceptaron del mismo modo los instrumentos de cuidado sanitarios; en parte por el temor al contagio de sus seres queridos, miedo que los acompañaba -y se exacerbaba- durante su jornada laboral. En ese contexto, sus contactos con el Estado durante la pandemia distaron de ser agradables. El temor al delito signó sus jornadas laborales ya que estar horas y horas pedaleando o manejando en el exterior, con las calles desoladas, a veces de noche, fue percibido como una actividad peligrosa. También fue frecuente que la policía los interceptase para corroborar que estuvieran circulando con los permisos correspondientes; de modo que las fuerzas policiales adquirieron para ellos un rol ambiguo: se solicitaba protección de los delincuentes a la misma institución que en ocasiones representaba un obstáculo a su trabajo.

Por otro lado, como otros jóvenes, consideraron innecesaria y desalentadora la sobreinformación oficial acerca del número de muertos, así como los números de la recesión económica, el aumento de la pobreza y el desempleo, sobre la escasez de insumos hospitalarios, los pasillos de las clínicas convertidas en salas de emergencia por COVID. Asimismo, el alquiler, los servicios, los materiales para la facultad, la nafta para la moto, el monotributo, la obra social, algún que otro “gustito”, sumados al agravado aumento de la inflación, impedían que el dinero obtenido haciendo delivery fuese suficiente para solventar esos gastos (gastos que, en algunos casos, antes cubrían otros ingresos que se perdieron). Muchos de ellos accedieron a ayudas estatales, como la beca PROGRESAR o el IFE, pero estas políticas fueron percibidas por los jóvenes trabajadores como una respuesta insuficiente -y a veces incluso denigrante- ante las circunstancias extraordinarias de la pandemia.

La relativa desatención por parte de las aplicaciones para con sus trabajos no les resultó problemática, bajo la consigna por ellos también esgrimida de “sé tu propio jefe”, aceptaron que debían lidiar ellos mismos con la gestión de los riesgos. Aunque la provisión de elementos de protección contra el COVID-19 por parte de las plataformas fue insuficiente y ocasional, los trabajadores, en general, prefirieron leer el informe sobre los cuidados que otorgaron las aplicaciones en vez de recurrir a los medios oficiales o a los discursos estatales. Los problemas que conllevó para ellos el período pandémico no decantaron en una demanda indignada hacia las aplicaciones, sino en una forma específica de concebir sus actividades y a ellos mismos que hizo que fuese el Estado -antes que sus condiciones laborales- el objeto de sus cuestionamientos.

Más allá de estas dificultades, los trabajadores de reparto sostienen que la posibilidad de salir de sus hogares sin que ello haya implicado una transgresión de las restricciones y “problemas graves con la policía”, los hizo sentirse dentro de los grupos “esenciales” y “favorecidos” durante la pandemia. Además, perciben que su trabajo hizo posible tanto la supervivencia de los pequeños comercios como la permanencia de los mayores en riesgo en sus hogares. Haber ayudado les brinda la sensación de contribuir al bien común y de les devuelve una imagen de legitimación de la “utilidad social” de su trabajo.

Acerca de las proyecciones que estos jóvenes tienen respecto a su actividad, se observa una ambivalencia referida a la “elección”. Al tiempo que destacan que los ingresos obtenidos resultan por lo general más elevados que en otros trabajos de carga horaria similar, y celebran la flexibilidad horaria y una relativa capacidad de elegir días laborales, sostienen que trabajan en Rappi y PedidosYa debido a la “falta de trabajo” y la ausencia de alternativas. Por esto, afirman que su pase por la plataforma es “temporal” y “ocasional”: este trabajo tiene una dimensión instrumental más que simbólica. Al reflexionar sobre su futuro laboral, los jóvenes trabajadores manifiestan un fuerte presentismo: el futuro, para ellos, es incierto. No obstante, se perciben responsables exclusivos de su devenir y defienden valores como la autodisciplina, el esfuerzo y la ética del trabajo. El funcionamiento meritocrático de las aplicaciones abona esos sentimientos: pueden obtener mejores ingresos y un mejor posicionamiento en el ranking de la aplicación repartiendo más pedidos, con esfuerzo y sacrificio.

Experiencias y valores semejantes son compartidos por los jóvenes que durante la pandemia comenzaron a trabajar como programadores en el sector de software, quienes nos dicen haber “encontrado la oportunidad a la crisis” y por lo tanto se auto perciben “beneficiados” de la pandemia. Mientras sus amigos y familiares se “quedaron estancados” en los problemas de la presencialidad y los contagios, ellos decidieron apostar a emplear ese tiempo de aislamiento, los meses de la cuarenta más estrictos, las horas y horas de virtualidad en sus hogares, a volcarse “de cabeza a estudiar programación” con el objetivo de conseguir un buen trabajo desde casa, seguro, flexible de horarios y mejor pago que el resto de los empleos. En algunos casos se trataba de comenzar de cero, en otros de profundizar algo que ya era un hobbie o una carrera. Como veremos, las historias de estos jóvenes programadores que participaron activamente del llamado “boom de la programación” en pandemia, son el resultado de los esfuerzos por co-producir ellos mismos su empleo en diálogo con los requerimientos del mercado y sobre la base de esforzarse por explotar al máximo las posibilidades de formación, del uso del tiempo en la cuarentena, de la gestión de nuevas oportunidades laborales que habilitan las plataformas y tecnologías digitales.

En un escenario de sostenido crecimiento del sector de las empresas dedicadas a las producción y venta de software y servicios informáticos (Rabosto y Zukerfeld, 2019), el boom de la nueva demanda laboral es al mismo tiempo un boom de ofertas de formación, un boom de producción de contenidos en las redes para aprender a programar. Desde el inicio de la pandemia se produjo la proliferación de academias online como Platzi, Digital House (alianza entre Globant y Mercado Libre), Henry, Udemy. Estas “academias online” operan como formadoras a la vez que reclutadoras de la joven fuerza de trabajo que dinamiza la industria del software, ya que para las empresas del sector la titulación terciaria y/o universitaria, la titulación formal, tiene un peso relativo y menor que la certificación práctica de los saberes técnicos que exigen las actividades de un puesto como programador (Rabosto y Zukerfeld, 2019; Adamini, 2020). Así, nuestros entrevistados, a la vez que perciben la existencia de una fuerte demanda de las empresas del sector para cubrir puestos de programadores experimentados, consideran que es un gran desafío lograr conseguir ese ansiado primer empleo como “programador junior” que les habilitará los siguientes pasos en el mundo IT.

Rocío, de 21 años, afirma que “la programación no es para todos”, ya que requiere conocimientos que no son fáciles de obtener, como un alto nivel de matemática. Rocío es consciente de las capacidades y los recursos a disposición con los que cuenta y el sacrificio que hizo su familia para brindarle esas oportunidades educativas: ella considera que ese background fue indispensable para desempeñarse como programadora, pero también juzga que un elemento clave para su éxito fue su gestión de sus tiempos durante el período de pandemia, que ella aprovechó para aprender programación siguiendo tutoriales y bootcamps que encontraba en YouTube.

En un sentido similar, Luciano, otro programador de 23 años que trabaja de modo remoto desde su hogar, nos explicaba que la juventud es una característica fundamental para ser emprendedor, pero no se trata de la juventud “biológica”, sino de una forma de encarar la vida: “si tenés noventa y nueve años y estás en Instagram desde un celular, no sos viejo”. La juventud son para Luciano las ganas de conservar la curiosidad, seguir creando, aprendiendo; está convencido de que “hoy hay laburo para todas las edades: si tienen ganas y tienen la capacidad se puede emprender”.

Como en otros casos, en la valoración positiva que tanto Rocío como Luciano hacen de su trabajo, aparecen argumentos semejantes a los esgrimidos por jóvenes repartidores, fundamentalmente la posibilidad de gestionar por sí mismos los ritmos y la intensificación de su jornada laboral. A su vez, la libertad de realizarlo de forma remota les permiten, por ejemplo, viajar los fines de semana a visitar a su familia y continuar trabajando desde su casa o desde donde se encuentren.

Así mismo, es un relato compartido entre los programadores el que refiere al esfuerzo de preparación para la primera serie de entrevistas de trabajo. Este esfuerzo con el que preparan las entrevistas, y la rapidez con la que consiguen el trabajo, los conduce a afirmar que obtienen los empleos por mérito y no por contactos, como según ellos sucede en muchos otros ámbitos. Rocío nos advierte que una característica que distingue su trabajo de otros empleos es que “para estar acá tenes que demostrar que sabes”, al contrario de otros lugares en los que se accede al empleo por “contactos y acomodos familiares”. En este mismo sentido Luciano enfatiza que “en el mundo IT” a diferencia del trabajo estatal “acá no hay ñoquis, y tampoco hay mafias, si laburas es por tu CV, por lo que sabes y vales”.

En suma, para los programadores es meritorio ser autodidacta y estar siempre interesado en continuar formándose en actitud curiosa sobre las innovaciones. Ser joven está en este sentido desanclado de la edad biológica y unido a una “actitud emprendedora”. Así realzan su propia construcción como programadores a partir de defender su mérito de indagar, investigar y formarse a sí mismos haciendo uso y gestión óptimas de sus tiempos y habilidades como conocimientos de inglés, contactos en redes sociales, el esfuerzo por comprender las necesidades del mercado y las empresas, y de explotar eficientemente las oportunidades de las nuevas tecnologías digitales. Fue entre los requerimientos del mercado y las estrategias de autoconstrucción de una carrera -su autoexigencia para cumplir con una formación continua que aproveche al límite las posibilidades que se les presentaran- que estos jóvenes produjeron la vía para conseguir atravesar la pandemia con alguna inserción laboral que les garantizara integrarse productivamente en la búsqueda de alcanzar una relativa autonomía económica de sus familias.

Así, podemos ver panoramicamente que los jóvenes repartidores y programadores enfrentaron un contexto laboral transformado en el que por un lado se anticipó la necesidad de tomar responsabilidades laborales y por el otro se enfrentaron a condiciones que les resultaban entre desventajosas y desconocidas, y para las cuales no podían tener necesaria o fácilmente el apoyo de la generación anterior. Visto desde las generaciones anteriores, los jóvenes trabajadores enfrentaron un mundo de desprotección, incremento de la jornada laboral y decrecimiento de los salarios. Pero visto desde la situación que se constituía, estas elecciones laborales probablemente eran, dadas las circunstancias, óptimas, porque les permitía tener más ingresos que en opciones tradicionales, regular sus propios tiempos y no depender de forma tan directa y despótica de jefes. Vemos así que la generación que empezó a trabajar en la pandemia está instalada en un punto histórico transicional entre los restos de un viejo régimen laboral del que ellos ya no podrán disfrutar y la emergencia de un nuevo régimen que a los ojos de las anteriores generaciones es decididamente negativo y que, en general, implica nuevas relaciones de fuerza entre el trabajo y el capital. Más allá de cualquier posicionamiento respecto de estas evaluaciones, lo que es necesario subrayar es que las expectativas tradicionales en relación al mundo del trabajo entraron en crisis y se transformaron.

4. La apropiación y significación juvenil de la norma estatal

Las dificultades económicas y de todo tipo que suscitó la pandemia no fueron más que mitigadas parcialmente por medidas de asistencia estatal como el IFE, pero, como dijo un entrevistado militante de Lomas de Zamora, “el agujero siempre fue más grande que el remiendo”. Como sostienen Lluch y Mellado (2022) muchas líneas de financiamiento desplegadas desde el Estado, si bien fueron instrumentos significativos para paliar la crisis económica agudizada por la pandemia, también evidenciaron ciertas dificultades. Por ejemplo, problemáticas de implementación técnica vinculadas a cierta rigidez a la hora de realizar los trámites administrativos que estaban en vías de digitalización. Por otro lado, Obradovich, Vidoz y Leoni (2022) examinan las tensiones y ambigüedades que implicó para ciertas franjas de las clases medias el hecho de solicitar la ayuda del Estado, cuando, usualmente, han desdeñado a aquellas franjas de los sectores populares que perciben planes sociales. También es preciso consignar que más allá de las dificultades del Estado para implementar esas medidas o de los impasses que causó su recepción, se hizo palpable que el Estado no sabía con qué se iba a encontrar a la hora de las filas demandando apoyo económico. Teniendo en cuenta puntos ciegos como este, sostenemos, complementando esos aportes, que, durante la pandemia, la acción estatal quedó inscripta en una dinámica de autocontradicción, un proceso en el que la actividad estatal era al mismo tiempo requerida y cuestionada, llevando a una erosión de su legitimidad8. Es en este contexto en el que deben ser interpretadas las políticas aplicadas para sobrellevar la crisis pandémica y su recepción.

El balance general de la pandemia estuvo afectado tanto por las características más generales de la situación sanitaria como por la administración de la misma en diversos momentos. La regla de transmisión del virus parecía discutible y la mortalidad de la enfermedad también fue puesta en cuestión por diversos actores al mismo tiempo que todo esto se hacía más audible cuanto mayores eran los costos sociales y económicos de las medidas preventivas. De esta estructura controversial nacieron muchos cuestionamientos que se fueron afirmando a lo largo del periodo en que la acción del Estado era discutida paso a paso con éxito creciente, pero no absoluto.

Esta estructura de la epidemia dió lugar a una conversación pública compleja, en la que se contrapusieron no sólo conspiracionistas y ciudadanos adheridos a la norma médica, sino también quienes a lo largo del periodo fueron padeciendo los daños de los cuidados y fueron incorporando nuevos elementos que decantaron en la erosión del vínculo con el estado. La amplia aceptación con la que contaron inicialmente las medidas sanitarias y los lemas que las acompañaron (“nadie se salva solo”, “quedate en casa”) fue horadada con la extensión de la vigencia de las medidas sanitarias, lo que llevó, en muchos casos, a una impugnación retrospectiva a las normas que en su momento fueron celebradas (Semán y Wilkis, 2021).

A lo largo de la pandemia surgió la idea de que hubo muertes políticamente evitables. En efecto, el Estado, ejecutor de esas políticas, fue visto como un agente ambiguo capaz de operar al mismo tiempo el daño y el cuidado. Hubo quienes consideraron que la cuarentena fue absolutamente innecesaria y otros que creyeron que el Estado hizo bien en declararla, pero que no fue consecuente ni en la distribución de medios que permitieran cumplirla, ni tampoco dio el ejemplo que la sociedad necesitaba para poder soportar las exigencias que planteaba la norma sanitaria. Algo semejante ocurrió con las vacunas, que fueron para algunos parte de un plan maquiavélico orquestado desde las más altas esferas del poder, en complicidad con los políticos nacionales, y otros consideraron que el hallazgo de la cura merecía ser celebrado, pero no coincidieron con las propuestas de administración del gobierno. La crítica del Estado llegó a su paroxismo con los affaires del “vacunatorio VIP” y la fiesta en la residencia presidencial.

En este contexto se fue conformando la percepción de que las muertes que trajo la pandemia fueron social y políticamente producidas, el efecto de acciones políticas y realidades sociales que se sumaban al virus. En esta conclusión confluyen puntos de vista divergentes. Para algunos, las muertes son culpa de los irresponsables que no hicieron caso de las normas del gobierno. Otros sostienen que eso sucedió, en parte, por falta de apoyo económico para sostener el aislamiento. Otros jóvenes señalan la falta de una política inteligente más atenta al timing de la circulación del virus y más capaz de moderar efectos recesivos del aislamiento con aperturas parciales. Para otros, que no aceptaban la existencia de un virus, los cuidados desencadenaron muertes anticipadas, evitables e injustas. Lo cierto es que el desconsuelo producido por las muertes fue racionalizado e integrado a distintas percepciones sociopolíticas.

Más en general, de forma independiente de la letalidad, asociada a otros daños, se hizo perceptible la evolución de distintos temperamentos juveniles colectivos que convivieron en tensión durante la pandemia y también, pueden ser vistos como parte de la erosión del lazo con el Estado. Un primer temperamento, que fue menguando con el correr del tiempo, fue el de quienes se manifestaron partidarios de las políticas sanitarias, de los cuidados y de la intervención estatal, al punto de reivindicar, como algunos de nuestros entrevistados, la superioridad moral de no contagiarse. Un segundo temperamento, primeramente minoritario y que extendió su influencia -y continúa hoy, a posteriori- lo componen las personas que se opusieron a los cuidados, minimizando el riesgo sanitario y criticando la cobardía de quienes abrazaron las políticas sanitarias. Un tercer temperamento minoritario -pero que crece aún hoy- es el que impugnaba tanto la realidad del virus y las supuestas soluciones como una intervención estatal que era, desde esta perspectiva, un atentado a la libertad y a la conciencia social. A medida que el fenómeno pandémico fue evolucionando se constituyó un cuarto temperamento, un comportamiento pragmático mayoritario, heterogéneo y contradictorio: se cumplía en la vía pública con el uso del barbijo, pero se respetaba cada vez menos el aislamiento social arguyendo que había necesidades superiores, como el contacto físico con los seres queridos. Este temperamento emergente anudó una popularización del conocimiento epidemiológico9 que se configuró, en parte, en el espacio más inmediato de reflexión de las personas, su casa, donde afloró un complejo de vivencias que implicó un sentimiento de fragilidad, adaptación y de empeño frente a la pandemia. Esas experiencias se combinaron con creencias de todo tipo que muchas veces atentaron contra el cumplimiento de las medidas de higiene, creencias que en ocasiones tienen más prestigio y valor que la información oficial (desde la “estadística por mano propia”, hasta la existencia de seres o fuerzas superiores de las que depende el porvenir, pasando por posicionamientos políticos de toda índole y valores morales y afectivos).

En este último grupo, la intervención estatal no era ni aceptada ni rechazada en función de principios a priori; pero, a medida que las exigencias de la política sanitaria resultaban cada vez más difíciles de cumplir, los pragmáticos encontraron cada vez más justificaciones para sus cálculos y para autorizarse a sí mismos diversas transgresiones a la norma oficial. También fue debilitando la adhesión a la norma los hechos en los que el Estado resultaba inconsecuente, como los consignados más arriba. Asimismo, los cuestionamientos esgrimidos por dirigentes políticos, agrupaciones sociales y culturales y referentes religiosos colaboraban a la erosión de la legitimidad de las políticas sanitarias. De este modo, un temperamento creciente y mayoritario que hizo epidemiología por mano propia abonó -sin proponérselo necesariamente- la estructura controversial del virus, y fue parte de un movimiento que refleja y constituye la erosión del lazo entre los ciudadanos y el Estado. Algo que no pudo ser subsanado por un fenómeno que, sin embargo, tuvo algo de balsámico: la vacuna fue un punto de encuentro -acaso el único- entre el Estado y los sujetos, a excepción de aquellos pocos críticos suspicaces que veían -y ven hoy- en todo esto una suerte de complot. Aunque no debe dejar de mencionarse que la memoria social sobre los hechos del vacunatorio vip y la fiesta presidencial se constituyeron en las imágenes críticas de la política más consensuadas entre los sujetos pertenecientes a las diversas posiciones sociales y políticas y los diversos temperamentos pandémicos.

Pero incluso antes de la cristalización de esa posibilidad crítica lo cierto es que la pandemia puso al Estado en un dilema: cuidar la vida y la economía a través de medios que ponían en riesgo la vida y la economía en un contexto en que lo que se afirmaba sobre el virus era crecientemente controversial. En esa situación el Estado se enfrentó a límites severos y dinámicos que crecieron con la duración de la pandemia ya que esta no hizo más que acelerar la dinámica en que el lazo entre el Estado y los ciudadanos entraba en cuestión.

5. Conclusiones

Lo sucedido en las juventudes en los tres planos explorados, sumado a una idea de generación siguiendo a Karl Mannheim, es decir, conceptualmente entendida como un conjunto de experiencias compartidas y elaboradas subjetivamente de modos convergentes, nos permitió a lo largo del texto postular la figura de la generación pandémica. Ahora, analizando de modo transversal esas experiencias avanzamos sobre la noción de fracking pandémico como modo de captar el conjunto de transformaciones en los planos que hemos descrito, entendiendo por fracking una perforación de los pisos previos, una mutación de los parámetros de la acción y de los límites y expectativas de las mismas, y una extracción forzada del costo implementado sea cual sea su rendimiento.

El “fracking pandémico” remite a procesos previos al covid, que la pandemia y las medidas sanitarias adoptadas para hacerle frente aceleraron, transformando los vínculos que los jóvenes (no solamente) tienen con el Estado, con el mercado laboral y con sus seres queridos, conllevando dislocamientos subjetivos concomitantes a esos cambios, producto de las adaptaciones en diversos planos que el contexto exigía. Esas exigencias redundaron en que la experiencia pandémica juvenil estuvo signada -con distintas intensidades- por la percepción de que los logros -modestos o espectaculares- fueron obtenidos en soledad, con sus propios medios, sin ayuda, de modo individual.

La pandemia se trató de un período que nuestros interlocutores vinculan primordialmente con el sufrimiento, el temor y la incertidumbre, aflicciones que muchas veces se subsumen en la expresión “salud mental”. El miedo al contagio, a la muerte de los seres queridos, la distancia de los amigos y de las parejas fueron algunas de las dificultades que tuvieron que enfrentar. El temor a la pérdida de los seres queridos estructuró cierto “temperamento pandémico” que colaboró a que las medidas de aislamiento fuesen cumplidas. No obstante, esto no significó una ruptura total de los vínculos. A veces, el extrañar a alguien o el “necesitar salir” eran justificaciones suficientes para romper eventualmente la cuarentena para ir al encuentro de los seres queridos, pero estas excepciones no estaban desprovistas de culpa, sino que, como dijo una de nuestras interlocutoras, al hacerlo “te sentías recontra delincuente”.

La contracara de echar de menos a alguien son aquellos que se vieron obligados -fundamentalmente por motivos económicos- a retornar a la casa de sus padres. Los que vivieron esto lo sintieron como una pérdida de la autonomía y la independencia que no sólo dificultó la continuidad de sus tareas (laborales, estudiantiles o incluso religiosas o deportivas), sino que los afectó también emocionalmente, ya que estas circunstancias muchas veces conllevaron conflictos de convivencia. En síntesis, las relaciones de los jóvenes se desenvolvieron entre la necesidad afectiva, el miedo al virus y el respeto a la norma; tensión que ocasionó diversas problemáticas de salud mental, como depresión, angustia y ansiedad. Sin embargo, los jóvenes encontraron formas variadas de hacer frente a eso, recurriendo a terapias oficiales y alternativas, adquiriendo nuevas habilidades en espacios (virtualizados) con aval institucional, como escuelas o universidades, viendo videos en Tik Tok o Youtube, y manteniendo sus vínculos a través de las redes sociales. Otros se reencontraron con la fé o se vieron convocados por nuevas creencias y algunos casos excepcionales, incluso, se lanzaron a carreras artísticas que comenzaron como hobbies y al cabo de un tiempo tuvieron un éxito descomunal. Sin embargo, los esfuerzos adaptativos resultaron desbordantes, desborde que es captado en la apropiación juvenil del tropo “salud mental”, que denota la modificación de sus subjetividades como consecuencia, en buena medida, de las mutaciones que sufrieron sus relaciones afectivas.

La pandemia incentivó también formas de trabajo que, si bien no son un producto de ella, crecieron inusitadamente, transformando el mapa del mundo laboral. El boom de las empresas de plataformas digitales no solo se concentró en las apps de reparto sino también en el sector de la programación, de la producción de software y servicios informáticos. En los dos casos, la conjunción de la situación determinada por las restricciones de la cuarentena y por dinámicas laborales del sector confluyeron para demandar nueva fuerza de trabajo y los jóvenes encontraron en esa demanda una oportunidad para generar ingresos adaptándose a las exigencias subjetivas de esos empleos que se desarrollaron -y se desarrollan aún, pero con menor dramatismo- en una dialéctica entre la libertad y la autoexplotación, pues esta fue la exigencia impuesta por las medidas de reclusión obligatoria para los jóvenes que buscaban alguna forma de empoderamiento económico.

La juventud que trabaja en aplicaciones de reparto fue uno de los sectores emergentes de este período, y en su conformación influyeron necesidades económicas, pero también necesidades familiares y personales, así como recursos que le permitieron encontrar una oportunidad que funcionó y funciona como puente transitorio entre la parálisis recesiva y un horizonte menos precario de actividades. Algo semejante sucedió con los jóvenes programadores que también fueron un contingente ampliado por la crisis pandémica. Al igual que los repartidores, ellos estaban presentes antes de la pandemia, pero la pandemia y los aislamientos funcionaron como un disparador del crecimiento de su rama de actividad. Por caminos distintos pero convergentes, tanto los repartidores como los programadores consideran que lograron sobreponerse a los desafíos laborales que les presentó la pandemia a partir de desarrollar sobre sí mismos los valores morales y la disciplina laboral que identifican con la figura del “emprendedor”.

La masificación de la adscripción positiva que pudimos relevar en los focus groups a identificarse a sí mismos bajo la categoría de emprendedores nos condujo a preguntarnos por el significado que otorgaban a esa figura. Las experiencias laborales juveniles durante la pandemia, en su diversidad, comparten la percepción del Estado como un obstáculo para su actividad. Los trabajadores de plataformas advirtieron que el suministro de elementos de cuidado no les significó “un problema” ya que fue considerado como otro elemento más que debían costear los propios trabajadores para el desarrollo de su actividad y sus herramientas de trabajo, tales como el smartphone, la conectividad, el vehículo propio, el combustible, el seguro del vehículo, la caja y la vestimenta de la plataforma. Por el contrario, señalaron con disconformidad, la sensación de que hubo “escasos controles” sobre el cumplimiento del aislamiento y que, frecuentemente, la policía o los trabajadores de Control Urbano los “demoraban” pidiéndoles su pase de circulación mientras resultaba evidente que estaban trabajando como repartidores. Los programadores que trabajaban para empresas extranjeras debieron hacer malabares para evitar que el Estado se entrometa impositivamente en las ganancias que ellos merecían por haber encontrado “la oportunidad a la crisis”. Entonces, el emprendedurismo es un modo de existencia que se caracteriza, en parte, por la percepción del Estado como obstáculo. La subjetividad emprendedora conjugada con las nuevas tecnologías que escapan al control estatal horadan, en parte, la legitimidad estatista que también se vio erosionada por el virus, que, como sostuvimos, colocó al Estado en una situación paradojal.

Si, por un lado, la crisis pandémica hizo que la intervención estatal fuese necesaria, por el otro, era imposible satisfacer todas las demandas que le fueron dirigidas. Debía cuidar la salud de la población, pero las medidas sanitarias perjudicaban a las personas económica y/o afectivamente. Esta paradoja resultó en una controversialidad de las medidas sanitarias que se conjugó con la controversialidad del virus, producto, en parte, de su alta tasa de contagios y su relativamente escasa letalidad. Así, muchos jóvenes sintieron que si no salían a salvarse solos no los salvaba nada ni nadie. Las restricciones resultaban irritantes como resultaban incomprensibles los impuestos para los programadores. En las experiencias diversas de las que dimos cuenta en el texto se reforzó, se amplió y, a veces, se afirmó por primera vez un impulso a la mejora que exigía “que me dejen hacer”, “quiero estar mejor, ejercer mis aptitudes y ganar lo que me pueda ganar: quiero el camino libre”.

Esa disposición subjetiva es la forma en la que decanta la experiencia pandémica en una economía estancada en la que los actores perciben sólo los impedimentos del Estado, y creen, porque en alguna medida ha sido así, que sólo su empeño puede ayudarlos a progresar. A esta sensibilidad sociopolítica emergente nos referimos como “mejorismo” en nuestra investigación en curso, de la cual ya presentamos algunos resultados en Semán y Welschinger (2023). El mejorismo es la sensibilidad juvenil que corresponde a la generalización de las experiencias críticas del mercado y de la crisis del Estado que hasta aquí describimos, analizamos y proponemos profundizar a futuro.

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Notas

1 En mayo de 2020 se conformó un equipo de investigación coordinado por Pablo Semán con el objetivo de redactar un reporte sobre la situación de los jóvenes del área Metropolitana de Buenos Aires durante “la pandemia”. El grupo integrado por Paula Cuestas, Antonella Jaime, Sofía Pérez Martirena, Violeta Muñoz, Romina Rajoy, Andrés Santos Sharpe y Nicolás Welschinger realizó 150 entrevistas a jóvenes de clases populares y clases medias, observaciones etnográficas y se recogieron datos de medios de comunicación y redes sociales. El universo de estudio lo compusieron jóvenes de entre 17 y 24 años.
2 En términos del autor: “toda equiparación o combinación directa de los datos biológicos con las manifestaciones espirituales [...] sólo suscita confusión” (Mannheim, 1993 [1928], 216).
3 Nuestro análisis se inspira en la lectura que Marcio Goldman (1999) hace de Foucault como un pensador de las nociones de persona. Según el antropólogo brasileño, la interrogación foucaultiana por las “formas de subjetivación” es, en efecto, una continuación de la pregunta por las diferentes nociones de persona que inauguró la tradición socioantropológica francesa con Marcel Mauss como figura destacada. Sabemos que abordar simultáneamente las relaciones afectivas en general y familiares en particular al mismo tiempo que las “subjetividades” es problemático desde una perspectiva ortodoxamente foucaultiana. No obstante, consideramos que la pandemia y la cuarentena hicieron que las familias cobrasen un rol protagónico como dispositivos de subjetivación juveniles. Es posible que esto tenga como resultado subjetividades más “individualizadas” y, de hecho, esto explicaría el auge del tropo “salud mental” puesto que, retomando a Foucault, las nociones de salubridad e insanía mental suponen la idea moderna de individuo.
4 A propósito del carácter no universal de las categorías psi, ver Duarte (2004).
5 Resulta pertinente señalar que mientras los datos analizados por Elizalde provienen de fuentes profesionales, organizaciones no gubernamentales, instituciones del gobierno, colegios profesionales, y, por tanto, posiblemente se trate de una muestra más permeable a los discursos pro-Estado y pro-cuidados. Nosotros observamos lo mismo en jóvenes de sectores sociales alejados a priori de esas concepciones.
6 Con la irrupción de la pandemia y las medidas de cuidado impulsadas estatalmente como la cuarentena, como estamos describiendo, se produjo la consecuente masificación e intensificación de la digitalización de los vínculos e interacciones sociales. En este periodo se consolida en el debate público la emergencia de lo digital en términos de una “nueva cuestión social” sobre la que el Estado debe actuar ya que con el aislamiento fue visible que aquellos sectores de la población que no acceden a la conectividad quedan excluidos de la educación, el mundo laboral, el acceso a la salud, a la participación ciudadana (Welschinger, 2022).
7 La explosión de esta demanda también se explica por la dinámica de los pequeños comercios que tuvieron que recurrir al comercio electrónico de las apps para poder continuar su actividad, cumplir con la disposición del ASPO y disminuir la posibilidad de contagio mediante la atención presencial al público. La aparición de estas plataformas digitales creó la posibilidad para aquellos establecimientos que no ofrecían un servicio de reparto a domicilio de poder expandir su negocio y aumentar sus posibilidades de venta sin tener que recurrir a grandes inversiones de capital.
8 Los cuestionamientos crecientes al Estado desde una perspectiva liberal autoritaria parecen estar en la base de los movimientos juveniles de derecha que, según sostiene Vázquez (2022) a partir del estudio de las formas de activismo juvenil de las “nuevas derechas”, se revitalizaron durante la pandemia. Esos colectivos tuvieron protagonismo en las protestas contra las medidas de cuidado que tomó el gobierno. Su tesis es que la pandemia es producida como un problema público que involucra la definición de adversarios (“el gobierno”, “los políticos”, “la casta”) y la atribución de responsabilidades, que contribuyeron a que las medidas de aislamiento propiciaron la producción de marcos de injusticia para la acción colectiva juvenil.
9 Los planteos siguientes fueron desarrollados con mayor profundidad en Semán y Wilkis (2022).

Recepción: 01 Septiembre 2023

Aprobación: 30 Noviembre 2023

Publicación: 01 Febrero 2024

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