Cuestiones de Sociología, nº 9, 2013. ISSN 2346-8904
Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Departamento de Sociología

 

Entrevista a Roberto Gargarella (CONICET / UBA / UTDT)

A tres décadas de la recuperación democrática en la Argentina y de la cristalización de otros procesos de transición a la democracia en América Latina, este número especial de la Revista Cuestiones de Sociología está orientado a reflexionar críticamente sobre diferentes debates y conflictos acaecidos a lo largo de estos treinta años en nuestro país. En tal sentido, formulamos las siguientes preguntas a un conjunto de sociólogos destacados de nuestros medio.

1) ¿Cuáles fueron los principales desafíos que la democracia enfrentó durante los años de la transición?

Sin dudas el principal desafío fue el generado por el poder militar, sobre todo frente a la necesidad de consolidar la estabilidad democrática luego de una historia de casi un siglo en que ello aparecía como un objetivo imposible: desde los años ‘30, ningún gobierno democrático había sido capaz de completar su mandato. En ese sentido, fue un mérito colectivo el de haber podido resistir las tentaciones y embates autoritarios en los varios momentos en que ellos aparecieron: cuando amplios sectores de los mandos militares trataron de boicotear los juicios; cuando se produjeron los primeros movimientos armados en la nueva democracia; cuando los principales grupos económicos decidieron movilizar sus fuerzas contra el gobierno de Raúl Alfonsín, etc. En íntima conexión con lo anterior, destacaría la habilidad con que el gobierno de Alfonsín supo sortear la terrible cuestión de justicia transicional que debió enfrentar entonces: cómo responder a las extremas violaciones de derechos humanos cometidas por la dictadura militar, sin precedentes en la historia nacional, y excepcional también en la historia del mundo. La respuesta, que incluyó fundamentalmente la formación de una comisión destinada a recabar imparcialmente información sobre lo ocurrido (CONADEP), y una estructura de juicios que mantuvo un inesperado equilibrio entre la impunidad (exigida por los militares, el peronismo, y sectores del empresariado y los sindicatos) y la condena a todos (tal como lo demandaban los familiares y víctimas de la represión, y militantes de derechos humanos). Con sus déficits y falencias, el juicio a las Juntas se convirtió, desde entonces, en uno de los hechos más importantes –y uno de los que más nos enorgullecen- de la vida pública argentina.

2) ¿Qué papel le atribuye a los partidos políticos y los movimientos sociales en la construcción / fortalecimiento de una cultura democrática?

Creo que la misma pregunta tiene sus problemas. Por un lado, por colocar en un mismo plano a partidos políticos y movimientos sociales, y segundo, por insistir en una idea de “cultura democrática” que no resulta clara. En todo caso, señalaría que los partidos políticos han jugado un papel central en la historia de la humanidad, articulando intereses o representando a clases y sectores sociales, pero que ese papel ha quedado enterrado en el pasado. Los partidos se han reinventado, pero de un modo diferente al original, cuando aparecían enlazados a necesidades y demandas claras, provenientes de sociedades seguramente más homogéneas. Hoy los partidos aparecen, en una mayoría de casos, como maquinarias electorales más o menos eficientes, pero generalmente incapaces de atraer sobre ellos adhesiones efectivas, emotivas y profundas, más allá de las que pueda generar ocasionalmente algún líder carismático. En este sentido, representan en buena medida el ayer de la política. Los movimientos sociales son otra cosa, que también necesitamos definir con más precisión. Tal vez, podríamos decir de ellos que son grupos que ocasionalmente se movilizan frente a problemas o “angustias” coyunturales (la contaminación generada por una mina; el desempleo emergente y repentino; una oleada de graves violaciones de derechos humanos; etc.), y que ocasionalmente se consolidan como agrupaciones con demandas más estables, capaces de trascender la coyuntura que les dio origen (el Movimiento de los Sin Tierra, en Brasil; el movimiento indigenista). De ellos no podría decir, en general, que representan el futuro de la política, pero sí que tienen mucho que ver con el desarrollo de la política contemporánea, a la que alimentan con reclamos normalmente justificados.

3) En su opinión, ¿cuáles los temas prioritarios en la agenda política nacional?, ¿cuáles son hoy las zonas o puntos de malestar ciudadano con la democracia?

Aquí no me queda claro si la pregunta apunta a que dé una respuesta descriptiva de lo que la mayoría de los partidos o dirigentes políticos consideran prioritario; o una respuesta normativa, relacionada con los temas que deberían dominar la agenda política. Si fuera lo primero, la respuesta se orientaría a mencionar cuestiones tales como la inflación, la inseguridad o la corrupción. Pero me inclino por lo segundo. Creo que no hay problema más importante en la agenda nacional que la desigualdad. La desigualdad es un mal que corroe la vida pública argentina desde sus inicios, y que con el paso del tiempo se ha agudizado, enquistado y empeorado (la Argentina supo ser, en el siglo XX, un país relativamente igualitario). La desigualdad, por lo demás, es un mal que afecta a nuestra comunidad en diversas esferas. Mencionaría algunos casos. Por un lado, hablaría de la desigualdad económica, que provoca que buena parte de la sociedad ya no vea al resto como una parte “igual”, y que determina que sus miembros no se encuentren, socialicen entre sí y se reconozcan en lugares comunes -la plaza, el hospital público, la escuela o el barrio. Por otro lado, hablaría de la desigualdad política, que implica que unos pocos, en diferentes niveles (la ciudad, la provincia, la Nación) controlan, organizan y sacan provecho de los recursos comunes, sin dar mayor espacio a la discusión y supervisión colectivas sobre el modo en que gestionar tales asuntos. Ambas desigualdades (entre otras) son socialmente perniciosas, y han convertido a la vida del país en una mucho menos digna de ser vivida: ellas son las que provocan la actual desafección que una mayoría siente con la vida política. Los males que generan las desigualdades son numerosos (enumeré varios de ellos, incluyendo la falta de reconocimiento mutuo), pero destacaría sobre todo uno de ellos: la tremenda dificultad de diseñar un proyecto común, que nos abarque a todos, y del que todos nos sintamos parte. Hoy por hoy, las políticas tienden a ser hechas por algunos pocos, para algunos pocos, pero en el nombre de todos.

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