Cuestiones de Sociología, nº 9, 2013. ISSN 2346-8904
Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Departamento de Sociología

 

Entrevista breve a Fortunato Mallimaci (CONICET / UBA)

A tres décadas de la recuperación democrática en la Argentina y de la cristalización de otros procesos de transición a la democracia en América Latina, este número especial de la Revista Cuestiones de Sociología está orientado a reflexionar críticamente sobre diferentes debates y conflictos acaecidos a lo largo de estos treinta años en nuestro país. En tal sentido, formulamos las siguientes preguntas a un conjunto de sociólogos destacados de nuestros medio.

1) ¿Cuáles fueron los principales desafíos que la democracia enfrentó durante los años de la transición?

2) ¿Qué papel le atribuye a los partidos políticos y los movimientos sociales en la construcción/ fortalecimiento de una cultura democrática?

3) En su opinión, ¿cuáles son los temas prioritarios en la agenda política nacional?, ¿cuáles son hoy las zonas o puntos de malestar ciudadano con la democracia?

Una afirmación fuerte es recordar que, desde la implementación del voto obligatorio, secreto y masculino en 1912 (femenino en 1947), vivimos por primera vez treinta años seguidos de gobiernos elegidos por el voto ciudadano. El largo proceso de militarización del Estado y la sociedad comenzado con el primer golpe cívico-militar y religioso de 1930 parece haber finalizado. Por primera vez en la historia argentina desde 1912 tuvimos una alternancia democrática de radicales a peronistas y de peronistas a radicales. La posibilidad que se abre a otros sectores de derecha y de izquierda de incorporarse a la vida parlamentaria muestra la fortaleza del actual sistema democrático. Creo que dos grandes temas se destacaron en los 30 años. El Nunca Más al terrorismo de Estado se ha hecho cultura dominante, fruto de una larga lucha y movilización comenzada por el gobierno de Alfonsín al implementar la CONADEP en 1983 hasta los actuales juicios de lesa humanidad puestos en marcha durante la gestión de Kirchner. Ha sido un proceso de idas y venidas, avances y retrocesos en el que se han destacado los movimiento de DD.HH. y de las víctimas exigiendo memoria, verdad y justicia, y la persistencia de otra cultura autoritaria –hoy minoritaria pero con posibilidades de reactivarse- que busca lo que han llamado “memoria completa”, es decir, denunciar a los “subversivos” de ayer, asociar el discurso de la “mano dura a los delincuentes de hoy” con la defensa de la represión ejercida por las FF.AA. durante las dictaduras. En segundo lugar, la continua y necesaria discusión sobre el rol, tipo y vínculo del Estado, el mercado y la sociedad en las democracias capitalistas. Por un lado, más y mejor Estado regulando al mercado y expandiendo derechos universales –lo que comparto ampliamente-; y por otro, más y mejor libertad de mercado, reduciendo al Estado, son tensiones permanentes donde las relaciones entre política, economía y cultura no pueden aislarse. La hiperinflación de fines de los ‘80, la desocupación de mediados de los ‘90, el crecimiento de la pobreza a comienzos del siglo XXI y la actual ampliación de derechos del Bicentenario son frutos de esa tensión y de movimientos y humores sociales que no sólo acompañan o rechazan sino que –en la mayoría de las veces- han aprendido a negociar según los sentidos comunes dominantes.

La democracia argentina enfrentó múltiples y numerosos desafíos desde el 83 hasta la actualidad. El balance global, visto hoy, es esperanzador y, como en toda democracia participativa, abierto hacia el futuro. Posibilidades a nivel local y a nivel del Mercosur y la Unasur en América Latina expresan un panorama inédito en la región, que debe incorporarse a los análisis y a las categorías que utilizamos para comprenderlos. Pobres, explotados, ninguneados y discriminados del conjunto de América Latina deben ser la gran prioridad para la democracia regional y la local, y sus rostros, nombres y vivencias están allí como asignaturas pendientes. Desde la postdictadura, con la amenaza de sectores de las FF.AA. que hacían públicos sus reclamos de no ser juzgados, pasando por la continuidad de los regimenes sociales de acumulación previos, hasta la crisis final y violenta del 2001 al 2002 y una nueva etapa de Estado intervencionista, que se desendeuda, con mayor trabajo y menor pobreza, con fortalecimiento del mercado interno, del consumo masivo y de distribución de bienes comenzada en el 2003 y continuada- con aciertos y errores- hasta hoy, son parte de los 30 años. Sigue siendo el gran telón de fondo la tensión entre la profundización de la democracia social y sus derechos y el modelo de acumulación capitalista con actores nacionales e internacionales que exigirán sólo mayor lucro y explotación.

¿Desde dónde y cómo analizar estos 30 años en su multiplicidad y diversidad? Una premisa epistemológica: la “realidad” son –ayer y hoy- hechos y representaciones, y por eso más importante que explicar es comprender. ¿Quiénes y cómo la producen, reproducen y vehiculizan de manera dominante y subordinada? He aquí el lento y persistente trabajo de un pensamiento crítico y situado, con una mirada histórica y comparada. Me seduce también la idea de tener en cuenta como marco de análisis las diferentes esferas y campos de luchas y competencias donde se disputan los mundos de la vida según clases sociales, relaciones de género, diferenciación etaria e identidades múltiples, y donde no hay un campo que sea superior o esencial o determinante ni que sea totalmente autónomo. Las trayectorias, como las miradas largas, permiten dejar la anécdota, lo accidental, lo instantáneo y lo provisorio para detenernos en el vínculo histórico, sociológico y dialógico de la interacción entre estructuras y personas. Debemos ser capaces de comprender e interpretar los mundos objetivos, sociales, subjetivos y trascendentes, cada uno de los cuales contiene sus verdades, especialistas, tiempos, actores, sensibilidades, memorias, organizaciones, conflictos, imaginarios y fronteras. ¿En qué espacio o esfera pararse? El económico, el educativo, el político, el militar, el estatal, el de la sociedad civil, el religioso, el artístico, el erótico, el de los derechos humanos, el simbólico, el migratorio y tantos otros muestran la cada vez mayor complejidad de nuestras naciones en un mundo globalizado desde un capitalismo financiero que busca en el largo plazo concentrar, desregular, privatizar y flexibilizar.

Lo político no es sólo la política ni la política son sólo los partidos ni estos sus dirigentes. Lo religioso no son sólo las religiones ni las religiones son sólo las instituciones ni estas sus jerarquías. Y podemos seguir para cada uno de los campos en el mundo capitalista. Movimientos sociales, centros, fundaciones, ONG, protestas callejeras y virtuales, acción directa, recitales, canchas de fútbol y bronca individual son algunas de las formas en que se manifiesta la política. La democracia se fortalece si las expresiones del accionar popular encuentran maneras de continuar en el largo plazo y si son capaces de articularse a experiencias partidarias que las transformen en derechos y leyes desde el Estado para volver nuevamente al accionar crítico. Fortalecer los partidos políticos, los movimientos sociales y el mundo de la y lo político es fundamental para enfrentar los otros poderes concentrados en el actual capitalismo desregulador. Más aún: la antipolítica, en cualquiera de sus fórmulas, colabora a mantener y reproducir los sectores y actores dominantes. Una vez más, la experiencia del movimiento de DD.HH. – con la decisión de protestar e incidir sea cual fuera el gobierno- es el mejor ejemplo a estudiar, comprender y comparar. Las leyes de Obediencia Debida y Punto Final, junto al indulto y una cultura de reconciliación de los responsables de ese terrorismo de Estado que pedían “mirar hacia delante”, parecían haber cerrado la posibilidad de juicio y castigo. Los actuales juicios a los responsables del terrorismo de Estado muestran que fue posible obtenerlo. La sanción de la ley de Medios audiovisuales y la del Matrimonio igualitario son otros ejemplos que muestran lo virtuoso de la articulación en el tiempo de movimientos sociales, apoyo político partidario, acción sobre el Estado y la obtención derecho.

La pluralidad y la complejidad son parte de cualquier proceso social, ayer y hoy. Los caminos no están predeterminados ni hay trayectorias previsibles. Hay un continuum de búsquedas –individuales, grupales, subjetivas, identitarias, para un instante, para una trayectoria- a las que ninguna institución u organización puede dar respuesta por sí sola y en las que se puede creer sin pertenecer y pertenecer sin creer. Individuación y comunitarización, carisma y racionalidad, tradición y modernidad forman parte de un mismo proceso. Vivimos en sociedades cada vez más mediatizadas; por eso, la importancia de democratizar y ampliar la información reconociendo otros espacios más allá de las empresas mediáticas, que buscan concentrar y están cada vez más politizadas. De allí la urgencia de crear espacios de participación y decisión en y por afuera de los partidos políticos. Vivimos también con personas empobrecidas, angustiadas, discriminadas, invisibilizadas, despreciadas, en búsqueda de espiritualidades que den sentidos a sus vidas hoy hegemonizadas por sectores acomodados. Es tarea de largo plazo tanto del estado como de la sociedad mediatizarse, politizarse y espiritualizarse, distribuyendo los bienes mediáticos, políticos y religiosos, por hablar sólo de estos espacios; pero es igual para el resto: económico, judicial, artístico, sindical, con y más allá de los “aparatos hegemónicos”.

Las culturas políticas no se agotan en partidos ni en movimientos ni en actores significativos. Eso sí: en democracia aumentan, con diferentes posibilidades. Para nuestro país, las culturas peronistas siguen siendo – al menos hasta hoy- las más dinamizadoras y movilizadoras en el conjunto de la sociedad. Los pares binarios –buenos y malos, izquierda y derecha, conservadores y progresistas, nacionales y antinacionales, verdaderos y traidores- son tentadores pero demasiados esquematizadores. Así como movilizan y convierten en mágico, también rutinizan y desilusionan, y la mayoría de las veces obturan y dificultan una comprensión densa. Libertad, derechos, autoridad, individuación y emancipación se expanden con múltiples contenidos y desde distintos actores, instituciones, memorias y símbolos. Es la riqueza y la complejidad de hombres y mujeres que deben decidir, optar y hacerse responsable de sus actos. Creer que hay soluciones “mágicas” y espasmódicas frente a los malestares ciudadanos –pobreza, pleno empleo, inseguridad, aumento de precios, riesgos de la vida cotidiana, incapacidad de planificación en el mediano plazo, vida digna y placentera- no ayuda a profundizar la democracia. Creer que se está en el infierno ayuda a una larga espera; creer que se está en el purgatorio brinda ciertas certezas y se mira un poco más lejos; y creer que se está por llegar al paraíso aumenta las exigencias de vivir mejor y –a veces- hace (o se quiere) olvidar de dónde uno viene. La democracia es también un problema de creencias.

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