Cuestiones de Sociología, nº 9, 2013. ISSN 2346-8904
Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Departamento de Sociología

 

Entrevista breve a Marcos Novaro (CONICET / UBA)

A tres décadas de la recuperación democrática en la Argentina y de la cristalización de otros procesos de transición a la democracia en América Latina, este número especial de la Revista Cuestiones de Sociología está orientado a reflexionar críticamente sobre diferentes debates y conflictos acaecidos a lo largo de estos treinta años en nuestro país. En tal sentido, formulamos las siguientes preguntas a un conjunto de sociólogos destacados de nuestros medio.

1) ¿Cuáles fueron los principales desafíos que la democracia enfrentó durante los años de la transición?

Creo que los dos más serios desafíos fueron el militar y el económico. Con la diferencia de que el primero estaba en el centro de la agenda desde un principio y era fácilmente reconocible. Los militares se habían ido en medio de un inapelable fracaso, tenían escasísima legitimidad, pero aún podían hacer mucho daño si se sentían amenazados. Además, ese desafío fue declinando a lo largo del tiempo, mientras que con el segundo, el económico, sucedió lo contrario: no se comprendió bien hasta bastante después, ni en la sociedad ni por parte de la dirigencia política, y se fue agravando con el tiempo, en parte por esa falta de comprensión, en parte porque era más estructural que el problema militar y además se sumaron más dificultades con el paso de los años.

SI consideramos la enorme complejidad de sólo esas dos cuestiones, para no referirnos a otras más que completaban un panorama extremadamente urgente y exigente, y se toma distancia respecto a las expectativas absolutamente desbordadas de esos primeros años en cuanto a lo que la democracia podía o debía hacer para el bien del país, se podría decir que la política democrática no lo hizo tan mal. Aunque con idas y vueltas que a veces agregaron dificultades, la política democrática fue encontrando un camino para resolver esos problemas, y así sobrevivir y también ofrecer soluciones que la sociedad necesitaba.

Eso en gran medida fue mérito de los actores políticos, y también de un consenso social que diferenció gobierno de régimen, y siguió valorando éste a pesar de que los rendimientos de aquellos no fueran los mejores, ni tuvieran mucho que ver con las expectativas que inicialmente se habían generado y ellos mismos entonces y después promovieron: el “con la democracia se come, se cura y se educa” de Alfonsín, que (hay que recordar) respondía a una afirmación de un importante dirigente peronista según el cual “con la democracia no se come”, y después el “salariazo” menemista.

2) ¿Qué papel le atribuye a los partidos políticos y los movimientos sociales en la construcción/ fortalecimiento de una cultura democrática?

Siguiendo la idea anterior, la reforma y fortalecimiento de los partidos se podría considerar una de las grandes promesas iniciales de la democracia, y una de las más claramente frustradas: en vez de mejorarse el sistema de partidos, y la calidad del funcionamiento y productividad de cada uno de sus actores, se retrocedió en ambos terrenos, se debilitaron tanto el sistema como los partidos. Pero lo más curioso es que esta frustración no está hoy ni estuvo en estos años en el centro de las preocupaciones de la sociedad. Al contrario, buena parte de los votantes, aunque opina bastante mal de los partidos, prefiere ignorar el problema que suponen sus déficits y aun colabora a agravarlos, porque cada vez más se inclina a elegir individuos antes que partidos, no censura sino que premia la deslealtad y la irresponsabilidad partidaria de los dirigentes, y no muestra interés alguno en la vida interna de las organizaciones partidarias.

Visto desde esta perspectiva, se podría decir que la democratización se ha procesado en estos años en gran medida en contra de los partidos, y en un clima de desafección creciente respecto a ellos, tanto en las elites como en el común de la gente. Una desafección que, hay que destacar, impactó de modo muy diferente en las distintas organizaciones políticas: porque mientras que la UCR fue perdiendo representatividad en este contexto, por su responsabilidad en gobiernos que terminaron bastante mal y también por la rigidez de su organización interna, que la volvió cada vez más ineficaz para la promoción de nuevos líderes y para adaptarse a condiciones imperantes en la competencia electoral, y otros partidos menores tampoco lograron prosperar en este ambiente de fluidez competitiva, más allá de que algunos tuvieron su breve primavera o lograron una medianamente eficaz implantación local, el peronismo, en cambio, se adaptó y hasta sacó gran provecho de este régimen de competencia política en el que no importan las lealtades partidarias ni la cohesión organizativa de los partidos; más todavía, puede decirse que lo promovió en gran medida. Sucede que el peronismo, contra lo que pareció iba a pasar en la política argentina después de 1983, en vez de verse perjudicado por sus rasgos movimientistas y su precariedad organizativa, sacó cada vez más provecho de ellos.

La democracia de partidos que algunos creyeron estaba despuntando en la transición era muy poco favorable al peronismo. Mientras que la actual democracia de competencia fluida e informal, al promover lealtades cambiantes, transversalidades varias y la constante mutación de las reglas de juego, se acomoda muy bien al modo en que siempre funcionó el peronismo. En alguna medida, se podría decir entonces que, mientras en un principio la democracia intentó democratizar al peronismo, aunque en cierta medida lo logró, lo hizo sólo al precio de que la democracia misma se peronizó.

3) En su opinión, ¿cuáles los temas prioritarios en la agenda política nacional?, ¿cuáles son hoy las zonas o puntos de malestar ciudadano con la democracia?

Desde un comienzo y hasta el día de hoy, los mayores motivos de malestar ciudadano con la democracia han sido económicos. Todavía está planteada la pregunta de si la democracia sirve o no para que logremos el “buen gobierno” y a través de él, alcancemos como sociedad una mejor calidad de vida en términos de empleo, ingresos y acceso a bienes básicos, tanto públicos como privados, así como una perspectiva de futuro.

La democracia ha intentado las más diversas orientaciones de política, por momentos unas más promercado, en otros momentos otras intervencionistas, pero no ha avanzado mucho en mejorar la calidad técnico-política de las mismas. Con lo cual hemos tenido malas políticas de mercado, malas políticas intervencionistas y malos mix de una cosa y la otra.

Advertir que es preciso invertir recursos y esfuerzos en mejorar el aparato de gestión y el diseño institucional, desde el sistema impositivo a los mecanismos del federalismo y la relación entre Estado y grupos de interés, para que sea cual sea la orientación que la sociedad en cada momento elija, las políticas que se implementen sean mínimamente razonables, sostenibles en el tiempo, eficaces y eficientes, es algo que aún no se ha logrado. La última década es particularmente ilustrativa a este respecto: se ha gastado más que nunca pero en las mismas instituciones, con los mismos criterios y capacidades, por lo que los rendimientos no han mejorado y los bienes públicos que se producen, con suerte llegan a más gente, pero no son de mejor calidad; en muchos casos, son cada vez de peor calidad. Algo realmente paradójico para un proyecto que exalta el rol del Estado, lo hace intervenir en todo tipo de asuntos, pero casi no invirtió nada en mejorarlo.

Esta obra está bajo licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 2.5 Argentina