Cuestiones de Sociología, nº 9, 2013. ISSN 2346-8904
Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Departamento de Sociología

 

Entrevista breve a Lucas Rubinich (UBA)

A tres décadas de la recuperación democrática en la Argentina y de la cristalización de otros procesos de transición a la democracia en América Latina, este número especial de la Revista Cuestiones de Sociología está orientado a reflexionar críticamente sobre diferentes debates y conflictos acaecidos a lo largo de estos treinta años en nuestro país. En tal sentido, formulamos las siguientes preguntas a un conjunto de sociólogos destacados de nuestros medio.

1) ¿Cuáles fueron los principales desafíos que la democracia enfrentó durante los años de la transición?

La situación en la transición democrática está marcada por 1) un deterioro marcado de las capacidades estatales; 2) un nuevo perfil de los actores económicos predominantes en el que el capital financiero adquiría un papel cada vez más importante y las prácticas especulativas se extendían a todos los sectores; 3) derivado de esos cambios producidos por políticas de la dictadura, el surgimiento de actores internacionales relevantes en la vida política nacional como el FMI y el Banco Mundial; 4) con la visibilización del terrorismo de Estado se difuminaron sensaciones que revalorizaban la noción de democracia frente a distintas formas de autoritarismo. Las tradicionales formas democráticas republicanas aparecían como la posibilidad que permitía manifestar el rechazo al autoritarismo, pero también expresaban la moderación que presidía la política de la época luego de las derrotas de los movimientos de radicalización de los años sesenta-setenta; 5) Con los aspectos mencionados, en tanto determinaciones importantes y por motivos relativos a su propia historia en cada caso, los dos grandes partidos no contaban con capacidades objetivas, y se fueron deteriorando las simbólicas, para lograr acciones autónomas en relación con los nuevos actores económicos predominantes.

Uno de los desafíos más importantes fue el de saldar las cuentas con el terrorismo de Estado. Y ese desafío tuvo posibilidad de convertirse en un logro, por las características particulares de los movimientos de DD.HH, que lograron convertir los actos de terrorismo de Estado en una cuestión central de la sociedad argentina, y por la sensibilidad del gobierno de Alfonsín, que a su modo recoge el guante publicando el Nunca Más y realizando el histórico juicio a las Juntas.

El otro gran desafío consistía en intentar autonomizar el espacio de la política. O si se quiere, fortalecer el espacio de la política en relación con distintos poderes, sobre todo, poderes económicos que ahora portaban una configuración más compleja, producto del proceso de internacionalización de la economía y de un predominio del capital financiero. Durante el gobierno de Alfonsín se gana en autonomía frente al poder militar y también en algún sentido ante la Iglesia católica. La experiencia del terrorismo de Estado y la divulgación de las metodologías empleadas producían una extraordinaria ilegitimidad de las FF.AA y también en la jerarquía católica que había acompañado la dictadura. El juicio a las Juntas y, en menor medida, la ley de divorcio, indican algo del deterioro de esas instituciones y de un fortalecimiento del espacio de la política. Sin lugar a dudas, aunque en los inicios del gobierno de Alfonsín se realizaron movimientos que parecían valorizar esa autonomía frente al poder económico, la fortaleza de los nuevos actores de la política (tales los organismos financieros internacionales) se hizo presente de modo contundente en el mundo político local y decididamente creó condiciones de heteronomía que luego (apenas un par de años) se afianzarían.

2) ¿Qué papel le atribuye a los partidos políticos y los movimientos sociales en la construcción / fortalecimiento de una cultura democrática?

Los partidos políticos, por supuesto, tuvieron un papel en la construcción de un sistema democrático. Sobre todo, en los primeros cuatro años luego de las elecciones que dieron como ganador a Alfonsín. En ese momento, el gobierno recibió embates del mundo financiero internacional junto a los de sus circunstanciales aliados internos, y también de las Fuerzas Armadas. La oposición mayoritaria, el peronismo, colocaba sus reivindicaciones en el marco de las tradiciones inclusivas de ese movimiento. En realidad, los paros de Ubaldini pedían más derechos sociales. Los cambios internacionales, y el predominio de transformaciones estructurales y una cultura política claramente expresada a través de los medios de comunicación, apostaban por la pérdida de autonomía del mundo político y también por cambios culturales que le permitieran resignificar sus tradiciones. De distintos modos, tanto en la UCR como en el peronismo, el papel del Estado para garantizar y promover derechos sociales en el pueblo o para generar mejores condiciones de vida de sus ciudadanos, y la resistencia a la injerencia extranjera, están en cada una de esas tradiciones políticas. El alegato de Alfonsín en la Casa Blanca frente a Reagan defendiendo, por el caso de Nicaragua, la autonomía de los pueblos, no era sólo una parada simbólica sin trascendencia. Y se comprendería mucho más con los procesos de adaptación de los dos partidos a las nuevas condiciones que revalorizaban algo también presente en la cultura de una sociedad de movilidad social ascendente como la Argentina: la noción de que las personas se hacen a sí mismas. El Estado, en todo caso, como dirían los discursos que se afianzarían en los años noventa, permitía al individuo empoderarse, para quedar mejor parado en la lucha por la vida.

En los primeros cuatro años los dos grandes partidos contribuyeron a afianzar una cultura democrática, resistiendo el espacio de relativa autonomía de la política frente a distintos poderes. Más allá de las figuras y de los cambios de discurso, los dos partidos se adaptaron a la cultura de época progresivamente, como posteriormente lo haría la centroizquierda, que quiso ser alternativa a las dos opciones tradicionales. Los medios de comunicación de masas contribuyeron a posicionar algo que formaba parte del clima internacional: el Estado creaba organismos que afectaban la libre creatividad de los ciudadanos. Era necesario empoderar la sociedad y promover la cultura asociativa para evitar el clientelismo y la corrupción. Angeloz, el peronismo renovador y luego Menem, el más renovador del peronismo, hicieron propuesta, discurso y acción concreta de gobierno el programa de reducción del gasto fiscal que se extendía como una mancha de aceite por el continente americano y Europa, sostenidos en las columnas firmes que habían construido Thatcher y Reagan y que luego afianzarían en Europa los partidos socialistas. En América Latina hacían lo mismo diversos partidos que se homogeneizaban ideológicamente y perdían así un capital fundamental para construir relaciones de fuerza: sus identidades.

En el caso argentino, hay que sostener que los movimientos sociales en general, pero sobre todo los movimientos de DD.HH., pusieron un mojón fundamental en el fortalecimiento de la cultura democrática. Aceptaron los procedimientos de la justicia y lograron quizás rápidamente un hecho singular como el juicio a las Juntas. Pero siguieron valiéndose de la institución justicia para obtener sus reivindicaciones, habiendo estado implicados directa o muy cercanamente en tanto víctimas de crueles y minuciosos procedimientos llevados adelante por las FF.AA durante el terrorismo de Estado, que como se sabe incluía cautiverios clandestinos, torturas y apropiación de bebés. En el marco de la debilidad institucional argentina, las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo restituyeron una moral de dignidad ciudadana y se movieron en marcos institucionales como ningún otro sector de la sociedad lo hizo.

3) En su opinión, ¿cuáles son los temas prioritarios en la agenda política nacional?, ¿cuales son hoy las zonas o puntos de malestar ciudadano con la democracia?

Hay muchas cuestiones que pueden pensarse como prioritarias y básicamente están relacionadas con la posibilidad de poder pensar políticas, por lo menos, a mediano plazo. Las distintas acciones que se han realizado en los últimos 10 años posibilitaron algún reacomodamiento y fortalecimiento de un mercado interno y, sumado a los beneficios proporcionados por la renta agropecuaria, se generaron condiciones que posibilitaron el mejoramiento de condiciones de vida de amplias franjas de la población. Los sectores más bajos del mundo urbano, por ejemplo, recibieron algún beneficio de estos cambios, pero en su mayoría continúan en un estado de desprotección, por ejemplo, frente a distintos tipos de violencia, uno de los cuales y no el menor, es la violencia estatal. Eso debe ser un tema prioritario. Como también debería ser un tema prioritario la elaboración de políticas agropecuarias, de energía y de transportes pensadas, por lo menos en el mediano plazo.

Pero en verdad, a mi modo de ver, lo prioritario sería reconstruir los partidos. Porque la homogeneización ideológica de los años noventa destruyó los partidos, estructural y simbólicamente. Entonces, para que puedan existir políticas a largo plazo, debates sobre esas políticas, deben existir partidos. Si lo que hay son elites que arrastran identidades residuales y que tienen ingerencia local y arman alianzas coyunturales para lograr influencia nacional, el debate se hace casi imposible. En ese contexto, y muy de acuerdo con las culturas predominantes, el pragmatismo es rey. Y lo fundamental son los individuos que hacen carrera. En este caso carrera política, sin estructuras que permitan un cursus honorum en el marco de alguna identidad determinada.

Los malestares ciudadanos son cambiantes. Pero básicamente, en un marco de crisis de identidades políticas con lo que eso implica de ausencia de espacios de debates, independientemente de la existencia de locales partidarios y gobiernos partidarios en el municipio, la provincia o la nación (en el funcionamiento real, esos partidos no existen), lo que se genera es confusión, y los ciudadanos y también lo que queda de los partidos (grupos pequeños portadores de un espíritu pragmático, decididos a persistir en el mantenimiento de su profesión política) quedan a merced de debates mediáticos. La institución partido político, aun aquellos tradicionales, cuando son nacionales efectivamente, y tienen alguna lógica de funcionamiento interno, posibilitan una relación de ida y vuelta entre las demandas coyunturales producto de la experiencia concreta del ciudadano y las miradas más generales de la identidad partidaria, aunque estas sean flexibles, como ocurre en los grandes partidos nacionales. Sin ese ida y vuelta de los representantes con identidad política con alguna trascendencia, el ida y vuelta es con los medios de comunicación. La paradoja es que los partidos debilitados construyen agendas culturales mediante encuestas a la población y esa población construye problemas con (por supuesto) su experiencia de vida, pero procesándola a través de discursos públicos que definen problemas como los emitidos por los medios.

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