Cuestiones de Sociología, nº 9, 2013. ISSN 2346-8904
Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Departamento de Sociología

 

El lugar de la sociabilidad como factor de análisis en los estudios de historiografía política de la democracia renovada

Andrés Bisso

(CONICET-UNLP, Argentina)

El fin de la última dictadura militar presentó a muchos investigadores la sensación de haber vivido una experiencia desoladora. Luis Alberto Romero la definía como una “catástrofe” (1995 [1985]: 144). La profundidad de lo experimentado por la sociedad argentina despertó en otros, como Ricardo Rodríguez Molas (1984:104), la necesidad de ahondar en la crítica de los fundamentos en los que había descansado el país y en establecer una mirada a largo plazo. Parecía claro que “el autoritarismo impuesto en la Argentina a lo largo de la década de 1970 [era] la culminación de un largo proceso que comenza[ba] mucho antes”. La tentación, entonces, por aludir a las grandes claves de interpretación, ideológicas y/o éticas, para definir semejante experiencia, parecía darse por descontada.

Sin embargo, para el primero de los autores mencionados (Romero, 1995 [1985]: 145), no dejaba de ser inquietante la idea de que, durante la dictadura, “el restablecimiento del orden [haya ido] mucho más allá de lo político: la fábrica, la escuela, las oficinas públicas, la calle, la familia, todos eran ámbitos donde el principio de autoridad debía ser restituido y en esa tarea el gobierno encontró apoyos en amplios sectores que asumieron como propia la tarea de reprimir y ordenar”. En consonancia con esa percepción, para el segundo (Rodríguez Molas, 1984: 104), había que encontrar las raíces del terrorismo de Estado “en el carácter totalitario de la organización familiar, en las ortodoxias secularizadas de la realidad que se imponen en la enseñanza —en la civil y en la militar—, en los temores que en los sectores de poder producen las crisis de una sociedad en cambio”.

Así, la amplitud de la represión había ubicado la cuestión de lo político mucho más acá (pero también más profundamente) de lo que la concepción de la historiografía previa que se había propuesto dedicarse a esa esfera lo había, en general, supuesto. En esa mirada renovada (que no carecía de antecedentes como, por citar solamente un autor, los trabajos de Sebreli de 1964 y 1970), la pulsión de la vida cotidiana parecía ser útil para indagar en nuevas perspectivas capaces de dar cuenta de aquello que resultaba a primera vista incomprensible per se.

Lo que pensaron esos autores tendría un correlato en Chile, donde Norbert Lechner (1988: 18) señalaba con respecto a su aporte (dado a luz en el año del plebiscito que marcaría el fin del pinochetismo): “También la democracia, tan necesitada de la luz pública para su desarrollo, esconde patios traseros, algunos sórdidos, otros simplemente olvidados. El interés del libro consiste, a mi entender, en recorrer tales rincones -el sustrato cognitivo-afectivo de la democracia- para obtener un punto de vista diferente de la política”.

La idea de que la débil ciudadanía, el autoritarismo, la violencia, la represión estatal, la intolerancia ideológica no habían surgido de la noche a la mañana, ponía una atención renovada en las pautas cotidianas de sociabilidad y en la cultura política que ellas fomentaban, en tanto experiencias menos estridentes pero más continuas que los episódicos manifiestos políticos o doctrinarios. Como también lo había pensado, por su parte, Guillermo O’ Donell (1983: 19. Subrayado en el original), en el último año de la dictadura argentina parecía posible “un proyecto de democratización que sepa reconocer que es necesario llegar a un régimen de democracia política, pero que también sepa que las expectativas, esfuerzos y luchas en ello volcadas (sic) no son suficientes para resolver ese viejo enigma de la democracia en la Argentina”.

En ese clima, los ensayos que Romero y Gutiérrez publicaron en los años ochenta y noventa, luego compilados en formato de libro, atendían a una renovación de la historia política, pensando por fuera de la lectura transparente de los manifiestos formales de los grupos y partidos como índices únicos de construcción ciudadana e identidad política. Había allí un entrecruzamiento complejo sobre el que había que indagar: “Entretenimiento, o capacitación, y adoctrinamiento conformaban un campo de intereses en tensión, en el que cada parte parecía consciente de los objetivos del otro, pero bregaba por imponer los propios” (Romero, 1995: 189).

El interés por la sociabilidad también incluyó, en esos mismos años, a los estudiosos sobre la clase obrera, tanto en lo relativo a las fábricas como a otras esferas, que parecían –a simple vista- menos expectables como lugares de discusión acerca de la experiencia de clase. El trabajo de Ricardo Falcón (1989-1990) sobre los carnavales en Rosario muestra, indudablemente, uno de los puntos más pioneros, audaces y saludables de dicha producción.

Con el pasaje del alfonsinismo al menemismo, otra realidad histórica volvió a hacer deseable para los historiadores el escrudiñamiento de la sociabilidad como forma de hacer legibles los cambios políticos operados en los años noventa. Si algunos politólogos como el mencionado Lechner (1996: 107) señalaban a mediados de esa década, y para todo el subcontinente, que la política había perdido fuerza como vértice ordenador de la sociedad y que, por ende, “la agenda pública com[enzaba] a estar teñida de experiencias privadas, haciendo valer la dimensión política de la vida cotidiana”, era pensable que los historiadores procuraran hacer comprensible en la génesis histórica la existencia y posibilidad de esas marcas de politizabilidad de la esfera privada y privatizabilidad de la esfera pública. Sin embargo, frente a la particularidad que parecía señalarse, algunos investigadores (habiendo leído a Maurice Agulhon), podían poner (y pusieron) reparos a la idea de que la frivolización que producía la interacción de ambas esferas (sólo en apariencia bien delimitadas en los años previos) fuera una novedad. Así, a principios de la década de los noventa, Pilar González Bernaldo (2008: 335) había escrito en su tesis sobre el siglo XIX argentino (una década después publicada en castellano) que en esa época ya “los banquetes y bailes permit[ían], al mismo tiempo, instaurar la civilidad como fundamento del lazo social”.

Por otra parte, el interés inicial (ya legitimado académicamente) por la sociabilidad asociativa y la política permitió la aparición de una serie de trabajos que se sirvieron de esta complejización de la mirada sobre los intercambios existentes entre lo público y lo privado, para extender (con el aporte del análisis de sociabilidades más informales y gratuitas) la percepción de lo difuso hacia las fronteras demarcadas por lo frívolo y lo comprometido. En esa apuesta, lo político se piensa integrado dentro de una serie de relaciones sociales y personales más amplia, y en las cuales las cuestiones personales son difícilmente escindibles, de manera tajante, de la actuación pública. Como lo demostró recientemente Sandra Gayol (2008:78), para los dirigentes políticos de fines del siglo XIX “no sólo había que mostrar públicamente la adhesión a ciertos valores comprendidos en la noción de honor, sino que además los actores políticos en general (...) debían involucrarse personalmente en la defensa de su reputación para legitimar su poder, para aspirar a él o para ganar adherentes”.

Alejándose de una mirada de mera circunscripción de lo político a la declaración ideológica de los actores que sobresalían en lo formalizado de ese campo, era dable pensar la importancia de la sociabilidad en la perpetuación de instancias y rituales de politización, y de ciertos formatos propios que incluso ella imponía en momentos álgidos de disputa electoral. En ese caso, resulta esclarecedor el trabajo, ya en este siglo, de Elisa Pastoriza sobre las peripecias de la campaña presidencial de 1946 en la balnearia Mar del Plata, que hacían decir a una señora –capaz de combinar sus posturas ideológicas con el discurso higiénico playero–: “¡Pero vos has visto cómo son los peronistas! Son sucios de cuerpo y alma porque no se bañan” (Pastoriza, 2004: 95).

Mientras que la señora de Fourcade asimilaba falta de higiene e inclinación político-ideológica, extrayendo de allí una certidumbre relacional, el Duque de Guermantes, en una de las novelas de la saga de Proust (2006 [1923]: 71-72), se sorprendería de que el señor Swann fuera “abiertamente partidario de Dreyfus”, cuando él lo tenía por “un gastrónomo refinado, un espíritu positivo, un coleccionista, un enamorado de los libros antiguos, socio del Jockey, un hombre rodeado de la consideración general, conocedor de buenas direcciones, que nos mandaba el mejor oporto que pueda beberse”.

Afortunadamente, y a diferencia de estos dos personajes, la historiografía ha advertido, con importantes aportes en estas últimas tres décadas (ver González Bernaldo, 2007), que las relaciones entre sociabilidad y política son mucho menos lineales, extremadamente inspiradoras y que las conductas en ambas esferas no se pueden prever o extrapolar a partir de subsumir una de ellas bajo la férula de la otra.

Bibliografía citada

Falcón, Ricardo (1989-90) La larga batalla por el carnaval: la cuestión del orden social, urbano y laboral en el Rosario del siglo XIX, Anuario de la Escuela de Historia, nº 14, pp. 207-226.

Gayol, Sandra (2008) Honor y duelo en la Argentina moderna. Bs. As.: Siglo XXI.

González Bernaldo de Quirós, Pilar (2007) “La sociabilidad y la ‘historia política’”. En Peire, Jaime (compilador) Actores, representaciones e imaginarios. Caseros: EDUNTREF, pp. 65-109.

Peire, Jaime (2008 [2001]), Civilidad y política en los orígenes de la nación argentina. Las sociabilidades en Buenos Aires, 1829-1862. Buenos Aires: FCE.

Lechner, Norbert (1988) Los patios interiores de la democracia, Santiago de Chile: Flacso.

Lechner, Norbert (1996) La política ya no es lo que fue, Nueva Sociedad, nº 144, pp. 104-113.

O’ Donnel, Guillermo (1983) “Democracia en la Argentina: micro y macro”. Working Paper N° 2 del Kellog Institute, p. 19. Consultado el 23 de septiembre de 2013 en: http://kellogg.nd.edu/publications/workingpapers/WPS/002.pdf

Pastoriza, Elisa (2004), “Sociabilidad política en Mar del Plata. Manifestaciones, discursos y enfrentamientos en torno a las elecciones del 24 de febrero de 1946”. En Zuppa, Graciela (editora) Prácticas de sociabilidad en un escenario argentino. Mar del Plata, 1870-1970. Mar del Plata: UNMDP, pp. 81-105.

Proust, Marcel (2006 [1923]), En busca del tiempo perdido, Buenos Aires: CS Ediciones, tomo IV: “Sodoma y Gomorra”.

Romero, Luis Alberto (1985) “Participación política y democracia, 1880-1984”. En: Gutiérrez, Leandro H. y Romero, Luis A. Sectores populares. Cultura y política. Buenos Aires: Sudamericana, 1995, pp. 107-152.

Gutiérrez, Leandro H. y Romero, Luis (1995) “Nueva Pompeya, libros y catecismo”. En Gutiérrez y Romero, op. cit., pp. 173-193.

Rodríguez Molas, Ricardo (1984) Historia de la tortura y el orden represivo en la Argentina Buenos Aires: Eudeba.

Sebreli, Juan José (1964) Buenos Aires, vida cotidiana y alienación. Buenos Aires: Siglo XXI.

Sebreli, Juan José (1970) Mar del Plata, el ocio represivo. Buenos Aires: Tiempo Contemporáneo.

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