Cuestiones de Sociología, nº 12, 2015. ISSN 2346-8904
Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Departamento de Sociología

 

DEBATE

 

Generación de conocimiento y acción política: por una nueva agenda en la arena pública

 

Roque Pedace

Maestría en Política y Gestión de la Ciencia y la Tecnología – Universidad de Buenos Aires
Argentina
roque.pedace@gmail.com

 

El artículo de Renato Dagnino está dirigido a reflexionar sobre el tipo de investigación que hoy hace falta en nuestras sociedades y cómo esta actividad se articularía con el modo de definir y abordar problemas sociales. Reivindica el rol del actor académico, a quien le atribuye la capacidad de devenir en sujeto político a partir de su idea de “exvestigación”. En este planteo, la academia debería hacerse cargo de las demandas y propuestas de los movimientos sociales emergentes y a partir de ahí pensar agendas comunes.

Dagnino describe cómo la investigación en la universidad y en los centros tecnológicos ha perdido valor para la reproducción de la fuerza de trabajo y para la provisión de insumos intensivos en conocimiento. Refiriéndose al caso brasileño sostiene que “las actividades de investigación, tanto la adaptativa –realizada en los institutos públicos del área industrial que pretendían situarse entre la universidad y la empresa nacional–, como la universitaria –concebida en torno a una agenda que imita lo hecho por los pares del exterior–, que apoyarían con dos plazos de maduración distintos el proyecto de autonomía tecnológica sostenido por los militares, se volvieron innecesarias”. Desde fines de la década de 1980 se habría impuesto un modelo “que no necesita de una universidad que haga investigación y forme recursos humanos”.

Si bien con variaciones ésta fue la política dominante en el Cono Sur en los 1990, no ha sido así en todos los países de industrialización tardía. Ciertamente no es el caso de las dos Chinas ni de Corea del Sur. Tampoco en el caso de algunos sectores clave de la economía india, donde lo que parece una rara avis en Brasil (por ejemplo, EMBRAER) se da en varias ramas que exigen ingenierías avanzadas para competir en el mercado mundial. La excepcionalidad de empresas muy concentradas con exportaciones industriales de alto valor agregado y liderazgo mundial –como también es el caso de Techint en Argentina–  sería  explicada como resultado del “modelo de apertura económica indiscriminada, de desindustrialización” que se introdujo en el Cono Sur en esa época.

La propuesta de Dagnino sería, entonces, una alternativa a la política que se demostró exitosa para los sectores dominantes de estos países asiáticos, i.e. por medio de una vinculación a la economía mundial con productos industriales conocidos y con medios tecnológicos ya establecidos, bajo el supuesto de que sus contrapartes locales no tendrían esa vocación o esa voluntad. Y es también contraria a la apuesta por el capital concentrado de las políticas ‘extractivistas’ que dominan en todos los países de nuestra región. Entre otras cosas, porque como señala Dagnino con ironía, las empresas trasnacionales se desinteresan por el empleo y el ambiente.

¿Son estas las únicas inserciones posibles que plantea el conjunto de la burguesía de nuestros países? Si así fuera, la búsqueda de nuevos actores sociales y nuevas “señales relevantes” como las que presenta Dagnino sería probablemente la mejor, si no la única opción para las tres funciones de la Universidad. Sin embargo, no es lo que en este momento intentan los gobiernos de la región en las políticas públicas hacia el mercado interno, el regional o el mundial, más  allá de la dosis de voluntarismo o autocomplacencia que puedan tener en realidad.

De este modo, el apoyo del Estado  para los “portadores de futuro” que Dagnino reivindica con razón debe competir con los reclamos de los muchos sectores sociales que requieren para su supervivencia de los recursos y atención prioritaria de ese mismo Estado. Añádase que el  reclamo en  favor del trabajo y del ambiente se expresa todavía mayoritariamente en luchas defensivas y no en alternativas organizadas en los sistemas socioproductivos. De esta manera, ¿no debiera ser la acción desde el Estado  el terreno preferido para promover cambios en este sentido? ¿Y no debiera ser prioritario apoyar la revisión de la “agenda cognitiva” de los movimientos sociales para una acción eficaz en este campo? Si la inercia de las políticas públicas explica, en parte, la escasa oportunidad para los entrelazamientos (entre otros, aquellos con la tecnociencia realmente existente) que requieren la Economía solidaria y la Tecnología Social  para sobrevivir y prosperar en una sociedad que les es adversa, la disputa por la acción desde el Estado aparece como el terreno más favorable para promover los cambios requeridos en una transición que promete ser muy larga. Por su parte, el actor privilegiado por Dagnino por su relación con la creación de conocimiento podría considerar su participación en la construcción colectiva de la “agenda cognitiva” de los movimientos sociales para una acción eficaz en este campo.

 

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