Cuestiones de Sociología, nº 14, e004, 2016. ISSN 2346-8904
Universidad Nacional de La Plata. Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación.
Departamento de Sociología

 

ARTICULO/ARTICLE

 

El nuevo carácter de la dependencia intelectual

 

Fernanda Beigel

INCIHUSA- CONICET, Facultad de Ciencias Políticas y Sociales - Universidad Nacional de Cuyo
mfbeigel@mendoza-conicet.gob.ar
Argentina

 

Cita sugerida: Beigel, F. (2016). El nuevo carácter de la dependencia intelectual. Cuestiones de Sociología, 14, e004. Recuperado de http://www.cuestionessociologia.fahce.unlp.edu.ar/article/view/CSn14a04

 

Resumen
La cuestión de la “dependencia intelectual” es una de las preocupaciones más antiguas y sistemáticas del pensamiento latinoamericano. En este trabajo observamos cuáles han sido los cambios recientes en las formas de producción intelectual y su circulación que atraviesan los espacios nacionales, segmentando los procesos de consagración. Argumentamos que la colonialidad intelectual no describe la actual situación de nuestros campos académicos, más bien caracterizados por la convivencia conflictiva de la autonomía y la heteronomía. La dependencia académica, sin embargo, existe, pero es necesario observarla y analizarla como “situación concreta” llevando a fondo el enfoque relacional de la tradición histórico-estructural latinoamericana. En esta línea, primero analizamos el itinerario latinoamericano del debate sobre la dependencia intelectual, para luego proponer una definición operativa de dependencia académica. Finalmente, desarrollamos nuestra propuesta analítica para observar la producción de conocimientos en la periferia a partir de la articulación del concepto de “campo” y de “circuito”.

Palabras clave: Dependencia académica; Colonialidad del saber; Circuitos; Campo académico; América Latina

 

The new character of intellectual dependency

 

Abstract
The question of "intellectual" dependence is one of the oldest and systematic concerns of Latin American thought. In this paper we examine recent changes in the forms of intellectual production and circulation that cross national spaces, segmenting processes of prestige-building and local recognition. We argue that intellectual colonialism does not describe the current situation of our academic fields rather characterized by the conflictive coexistence of autonomy and heteronomy. Academic dependency, however, exists, but it is necessary to observe and analyze it as a "concrete situation" being its background the relational approach of Latin American historical-structural tradition. In this line, we first analyze the itinerary of the Latin American debate on intellectual dependency, and then propose an operational definition of academic dependency. Finally, we develop our analytical focus to observe the production of knowledge in the periphery from the standing point of the articulation of the concept of "field" and "circuit".

Keywords: Academic dependency; Coloniality of knowledge; Circuits; Academic field; Latin America

 

 

La “dependencia intelectual” ha sido, en distintas épocas, un tema central dentro del campo intelectual latinoamericano. Apareció con fuerza durante todo el proceso independentista, a lo largo del siglo XIX, evolucionando desde las discusiones sobre la “Emancipación Mental” hasta el movimiento de la “Segunda Independencia”. Ya José Martí decía que “Los jóvenes de América se ponen la camisa al codo, hunden las manos en la masa, y la levantan con la levadura del sudor. Entienden que se imita demasiado, y que la salvación está en crear. Crear es la palabra de pase de esta generación” (Martí, 1891). Con el cambio de siglo, la autonomía intelectual fue uno de los asuntos privilegiados de la transición desde una perspectiva hispanoamericanista, hacia un vanguardismo estético-político que empezaría a integrar al Brasil en el movimiento que se autoidentificará como “latinoamericano”, frente al gigante “panamericano”.

Entrada la década de 1920, en medio del debate cosmopolitismo/nacionalismo, Mariátegui puso en cuestión la matriz eurocéntrica que oponía el enfoque de clase con la cuestión nacional. Las acusaciones de “europeísta” que recibió el peruano de las corrientes “serranistas” –constituidas por varones tan mestizos y limeños como él-, fueron contestadas desde su marxismo herético que ya diseñaba el proyecto de socialismo indoamericano. Todavía, en aquel entonces, el indigenismo no estaba herido de muerte y se afirmaba el pensamiento latinoamericano en contra del “calco” y de la “copia”.

El problema de la dominación ideológica fue un asunto central en el Norte y en el Sur, desde la segunda postguerra, cuando la ciencia (y especialmente las ciencias sociales) se involucraron en la guerra fría. Los estudios del brain drain demostraron la existencia de una forma de exacción económica a través de profesionales altamente capacitados; así surgieron las primeras conceptualizaciones del colonialismo intelectual. Pero fue en el marco del liberacionismo en la década de 1960, cuando la dependencia se desarrolló como asunto sociológico, económico y filosófico. La reflexión construyó un objeto continental, aun cuando se realizaron muchos estudios “nacionales”, en el marco de un circuito institucional regional. Esto favoreció la creación de tradiciones académicas enraizadas que se forjaron en la intersección entre el estructuralismo cepalino, el marxismo heterodoxo y los estudios coloniales. En este contexto, el imperialismo cultural emergió como concepto crítico aunque las más de las veces simplificando la dominación intelectual como una forma de penetración ideológica unilateral (Mattelart y Dorfman, 1972).

Fuera de América Latina, la teoría de la dependencia tuvo un breve lapso de circulación internacional (Wallerstein, 1975; Seers Ed., 1981; Amín, 1983) limitado en buena medida porque aquellos escritos se publicaron mayormente en español. Entre las nuevas lecturas del problema de la “dependencia intelectual” podemos mencionar estudios que retomaron el dependentismo para pensar la estructura de la corporación transnacional moderna y su carácter dependiente de la información (information dependent) (Cruise O’Brien, 1981). Pero, con la excepción honrosa de los esfuerzos de Dudley Seers por reponer el debate sobre el dependentismo en el mundo anglosajón, estas teorías quedaron mayormente marginalizadas y sufrieron los embates del cambio en la correlación de fuerzas durante los noventa, que las relegaron al desván de las teorías en desuso o desactualizadas.

Fue recién con el último cambio de siglo cuando comenzaron a hacerse visibles los signos de una suerte de resurrección de las teorías de la dependencia, no casualmente al compás de una nueva situación política y social en América Latina (Beigel, 2006a). Allí tomó fuerza la vieja cuestión del colonialismo intelectual reformulada, en torno de una reflexión sobre el eurocentrismo y la colonialidad del poder/saber. Estas conceptualizaciones pasaron a integrar el diálogo intelectual con académicos provenientes de otros confines de la periferia como Medio Oriente (Bilgin, 2004; Said, 1993, 1998), África (Bissell, 2007; Cooper, 2002; Mamdani, 1996; Mbembe, 2000; Comaroff and Comaroff, 2012) y Asia (Chakrabarty, 2008; Dirlik, 2004; Patel, 2004; Sinha, 1997).Y surgió lo que Alatas (2003) denominó la teoría de la dependencia académica que, como veremos, es un campo de investigación en desarrollo, cuyos conceptos básicos se encuentran todavía en discusión.

El título de este trabajo evoca un texto que Theotônio Dos Santos publicó en 1968 en los cuadernos del Centro de Estudios Socioeconómicos (CESO) en Chile. Allí decía que “la imagen que de América Latina se ha formado la mayoría de los científicos sociales, se arraiga en una situación histórica superada” (1968:9). Se refería a los efectos tangibles de la urbanización, a la complejización de las clases sociales, y a la articulación de los intereses de la burguesía industrial y el capital extranjero, que hacían inviable el desarrollo nacional a través de la industrialización Ese control extranjero -para Dos Santos -, no sólo se manifestaba en la producción industrial, sino también en el control de la investigación y la enseñanza de nuestros países, a través del financiamiento norteamericano de universidades y centros de investigación, hecho que propiciaba la creación de las “condiciones subjetivas” de la dependencia ideológica. En un texto anterior, decía que las economías dependientes actuaban como reflejo concomitante de las economías centrales (Dos Santos, 1967), algo que fue objeto de uno de los debates más intensos del dependentismo.

Revisitar ese escrito de Dos Santos nos permite abrir una reflexión en dos direcciones. La primera: para desmontar el economicismo recurrente que envuelve los ensayos sobre la dependencia intelectual. El hecho de que nuestras ideas o conocimientos tengan bajas tasas de circulación y exportación en un mundo intelectual fuertemente concentrado no significa que, por oposición, son el resultado de la masiva importación de ideas euroamericanas. La generalización tan arraigada de que somos sujeto/objeto de la colonialidad del saber, imitadores de modelos conceptuales euroamericanos o, en el mejor de los casos, recolectores de datos para los “centros de excelencia”, más que un diagnóstico, ha sido y es, una afirmación retórica, que rara vez fue probada empíricamente en América Latina. Las tradiciones liberacionistas del siglo XIX, XX y XXI, así como las más viejas y las más nuevas expresiones del pensamiento afro-indígena fueron engendradas en ese mismo ambiente que se pinta como un manojo homogéneo de saberes modernos y occidentales impuestos por la aculturación criollo/blanco-mestiza. Para comprender los procesos de dominación simbólica que transcurren en una “periferialidad” cada vez más compleja, en cambio, proponemos reconocer que en el mundo de las ideas, la heteronomía y la autonomía conviven conflictivamente.

La segunda: la circulación internacional de las ideas y las formas de construcción del prestigio internacional han cambiado tangiblemente, al compás de la transformación de los circuitos de publicación, los flujos de difusión de las ideas y la movilidad de las personas. ¿En qué medida han impactado las nuevas tecnologías de información en la construcción de circuitos alternativos de creación intelectual y producción científica? ¿Qué potencialidades y limitaciones tiene el circuito latinoamericano para expandir su autonomía intelectual en un mundo académico dominado por el inglés? Los estudios sobre la dependencia académica o el llamado “capitalismo científico” enfrentan un importante desafío ligado a la necesidad de observar la complejidad existente en el interior de regiones lingüísticas, en la diversidad de instituciones y redes, en las desigualdades entre disciplinas, y en las formas de subordinación que se registran a escala transnacional, nacional y local.

En este trabajo sostenemos que los intelectuales periféricos no son meros objetos de conquista ni tampoco de resistencia pasiva a una opresión genérica del pensamiento occidental. Argumentamos que la producción intelectual transita por circuitos transnacionales que atraviesan los campos académicos nacionales segmentando los procesos de consagración. Algunos quedan restringidos al ámbito local y se piensan libres de la imposición de patrones extranjeros de publicación. Otros están completamente internacionalizados y se sienten ajenos a la agenda nacional. Lo que sigue definiéndolos como periféricos se relaciona con la eficacia de su reconocimiento, que queda limitado al ámbito local, nacional o regional, mientras los conocimientos e ideas generadas en los tradicionales “centros de excelencia” son encumbrados como contribuciones “universales”. La dependencia académica existe, pero es necesario observarla y analizarla como “situación concreta” llevando a fondo el enfoque relacional de la tradición histórico-estructural latinoamericana. En esta línea, primero analizamos el itinerario latinoamericano del debate sobre la dependencia intelectual, para luego proponer una definición operativa de dependencia académica. Finalmente, desarrollamos nuestra propuesta analítica para observar la producción de conocimientos en la periferia a partir de la articulación del concepto de campo y de circuito.

La dependencia intelectual, ¿existe?

En otros trabajos hemos analizado aquella recurrente imagen que describe a las comunidades científicas periféricas como carentes de autonomía intelectual, gobernadas por la influencia de modelos extranjeros, y asediadas por fuerzas exógenas poderosas, como las intervenciones estatales y/o la politización. Esta sospecha no sólo se instaló desde los centros académicos tradicionales que históricamente han establecido los criterios de objetividad y los patrones de “universalidad”, sino que también fue propagada por intelectuales periféricos, que se esforzaron por alcanzar la ilusión de producir conocimientos científicos “puramente” originales, desarrollados a imagen y semejanza del mito construido por los primeros. Una perspectiva nativista completó el trabajo de esta especie de nacionalismo metodológico, exigiéndole al producto de ese conocimiento, además, una “esencia” nacional (Beigel, 2013).

Desde el movimiento de la Segunda Independencia del que formaran parte José Martí, Eugenio María de Hostos, Manuel González Prada y otros modernistas hispanoamericanos, puede señalarse la consolidación de una comunidad intelectual regional [imaginada] que se hizo cargo de la crítica a la herencia colonial de América Latina. Nutrida por tradiciones contestatarias heterogéneas, desenvolvió ideas y proyectos libertarios, invocados más de una vez por gobiernos que, sin embargo, perpetuaron las desigualdades y clasificaciones de la dominación colonial. La relación entre el indigenismo como movimiento intelectual, los indigenismos de Estado, y la reciente indianización de la política, es un excelente ejemplo de estas contradicciones, pero también de la historicidad y la potencialidad crítica que tienen nuestras tradiciones intelectuales.

Desde una vertiente marxista heterodoxa, José Carlos Mariátegui no dudó en postular que el sujeto (no excluyente, pero con una centralidad importante) del proyecto socialista indoamericano eran las masas indígenas, y proyectó un “nuevo Perú” capaz de recoger sus prácticas comunitarias y la “herencia andina”. En otros trabajos (Beigel, 2006b) hemos argumentado que, como todo indigenista, el Amauta se desarrolló en un ámbito urbano y mestizo, y formó parte de una representación estereotipada y vanguardista de los indígenas que procuraba redimir. Hijo de su tiempo, como todos, tuvo sin embargo, la lucidez de advertir la externalidad de su propio movimiento señalando las diferencias entre la literatura “indigenista” y la literatura “indígena”. En el fuego cruzado entre las acusaciones que lo catalogaban de marxista “europeizante” y los conservadores que denostaban su indigenismo, sostuvo que la tradición indígena era heterodoxa, “viva y móvil”, y estaba en permanente creación gracias a la acción de quienes la negaban para renovarla y enriquecerla. Los revolucionarios no podían proceder nunca como si la historia empezara con ellos, y no debían “complacerse con la ultraísta ilusión verbal de inaugurar todas las cosas” (Mariátegui, [1927] 1988:169). Es conocido, lamentablemente, el “cerco sanitario” que sufrió la obra de Mariátegui después de su muerte en 1930, y también la apropiación/adulteración que ejecutó el Partido Comunista del Perú con sus escritos, con el fin de señalarlo como referente del marxismo-leninismo-estalinismo.

Cerca de cumplirse un siglo desde que Mariátegui publicó sus Siete Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana (1928), la tradición histórico-estructural latinoamericana tiene una raigambre centenaria. No era, ya en aquel momento, “ni calco ni copia”. En una de las lecturas más productivas de la obra del peruano, que forma parte de un debate enriquecido por Sergio Bagú, Celso Furtado, Jorge Ahumada y Aníbal Pinto, Aníbal Quijano desarrolló la noción de heterogeneidad estructural para explicar la superposición y la integración de fragmentos estructurales de cada una de las etapas y modalidades del desarrollo capitalista (Quijano, 1970: 31). Sostuvo que la dependencia no se consumaba en acciones unilaterales de determinados países poderosos contra otros débiles, o por “factores externos”, sino que presuponía una correspondencia básica de intereses entre los grupos dominantes en ambos lados de la relación (Quijano, [1968], 2014:78).

Los dependentistas partían de la crítica a teorías europeas y estadounidenses, especialmente al funcionalismo y al marxismo ortodoxo. Radicalizando el estructuralismo cepalino, esta generación de sociólogos y economistas fue un pivote fundamental para desmontar la noción de progreso unilineal del desarrollismo, radicalizando el método histórico-estructural. Compartieron con otros cientistas sociales de la época, la necesidad de una ciencia comprometida socialmente, en buena medida pensada para intervenir en la realidad. Advirtieron la necesidad de un pensar y un escribir enraizados en América Latina y formaron parte de lo que ya por entonces se materializó como un circuito académico regional (Beigel, 2010). Pero la “dependencia intelectual” no fue el foco de sus investigaciones.

La idea del “colonialismo intelectual” fue desarrollada tempranamente por Fals Borda (1970): era para él una suerte de brain drain invertido. “Cuando un científico que permanece en su tierra adopta como patrón de su trabajo exclusivamente aquel desarrollado en otras latitudes, sin hacer un esfuerzo crítico para declarar su independencia intelectual, la creatividad personal da paso entonces al servilismo y a la imitación fatua y muchas veces estéril de modelos extranjeros considerados avanzados, que sirven más para la acumulación del conocimiento en las naciones dominantes que para el entendimiento de la propia cultura y la solución de los problemas locales” (Fals Borda, 1970). La aplicación de conocimientos en un contexto diferente del que fueron producidos generaba “copias textuales”, “constructos” o imitaciones desarraigadas. La solución era “construir paradigmas endógenos enraizados en nuestras propias circunstancias, que reflejen la compleja realidad que tenemos y vivimos” (Fals Borda, [2002] 2013: 96).

En una perspectiva pionera de los estudios de la ciencia, también preocupada por la dependencia intelectual, podemos mencionar la corriente de pensamiento latinoamericano en ciencia, tecnología y desarrollo, representada, entre otros, por los argentinos Sábato, Herrera y Varsavsky, quienes se ocuparon de realizar diagnósticos sobre las capacidades tecnológicas, los sistemas científicos,y costos de una ciencia autónoma en la periferia, a la que consideraban como subalterna por causa del subdesarrollo económico. Para ellos, la dominación científica se materializaba tanto a nivel de las imposiciones temáticas de la agenda de investigación, como por medio del flujo de becarios enviados para ser doctorados en el exterior y el financiamiento de las fundaciones privadas y públicas (Herrera, [1974] 2015:115-120). La dependencia científico-tecnológica era sólo un aspecto de la dependencia cultural, cuya otra cara era la imitación del estilo de consumo de los países dominantes. Para superar el atraso y lograr la autonomía científico-tecnológica, estos autores argumentaban que era necesario un gran proyecto nacional con un estilo tecnológico propio y una orientación “pueblocéntrica” (Varsavsky, [1975] 2013: 53, 108).

Las reflexiones más sistemáticas sobre la colonialidad del pensamiento surgieron en otros campos de investigación que también se afirmaban por entonces en la región, como la filosofía latinoamericana. Augusto Salazar Bondy (1968) argumentaba que el pensamiento filosófico académico de Latinoamérica carecía de originalidad, al poseer un carácter imitativo y anatópico. La causa de este carácter defectivo se originaba en la dominación económica e ideológica que sufría la región. Por su parte, el ensayo de Roberto Schwartz “As idéias fora do lugar” (1973) ponía sobre el tapete la distancia generada por los conceptos eurocéntricos que hablaban de una realidad radicalmente distinta a la del lugar donde se habían originado: la esfera de la cultura ocupaba, así, una “posición alterada”. Pero sería Roberto Fernández Retamar (1972), en su célebre Calibán, quien afirmaría que las dudas sobre la originalidad de nuestro pensamiento se nutrían generalmente de los interrogantes acerca de la existencia de una “identidad latinoamericana”.

Desde los “centros de excelencia” de los países centrales surgió también, hacia la década de 1970, una crítica (o autocrítica) que advirtió las limitaciones de una ciencia y un pensamiento “americano” centrados. Los trabajos pioneros de Altbach (1977), Shils (1975), y Ben David (1977), dieron cuenta de factores específicos que moldearon la dominación dentro del mundo de la educación superior, y se ocuparon específicamente de comprender el proceso de construcción y extensión de la influencia del modelo estadounidense de ciencia y universidad. Estudiaron también los sistemas de educación superior del tercer mundo, aunque algunos tendieron a identificar la subordinación de las universidades y académicos latinoamericanos con la “politización endémica” (Ben David, 1977:131). Una mirada eurocéntrica que medía a estas universidades desde los patrones de desarrollo académico que pretendía criticar.

Entre las décadas de 1980 y 1990, el latinoamericanismo estaba en franco retroceso frente a un neoliberalismo avasallante, mientras que el dependentismo había perdido vigor en las ciencias sociales. A esto se sumaba el impacto de las dictaduras del Cono Sur en la desinstitucionalización del circuito académico regional. La cuestión de la dependencia intelectual resurgió alrededor del debate en torno a los 500 años de la conquista y colonización de América, y tuvo su clímax en el encuentro de la tradición histórico-estructural y las teorías del sistema-mundo. Las discusiones sobre la dependencia económica y el desarrollo del capitalismo moderno colonial se articularon así con el debate sobre el eurocentrismo (Wallerstein y Quijano, 1992).

Si seguimos la ruta de las reflexiones de Quijano, llegaremos a un giro fundamental que tomó este debate, a partir de la consideración del papel activo de las periferias tanto en la construcción, como en la resistencia al sistema capitalista moderno/colonial. En su libro Modernidad, identidad y utopía en América Latina (1988), se articulan sus estudios sobre la heterogeneidad estructural y las primeras reflexiones sobre la colonialidad del poder. La construcción de la nación y sobre todo del Estado-nación había sido ejecutada en nuestro continente, en contra de la mayoría de la población -los indios, negros y mestizos-. De este modo, la colonialidad aún ejercía su dominio en la mayor parte de América Latina, en contra de la democracia, la ciudadanía, la nación y el Estado-nación moderno. Pero este patrón de poder no implicaba que la heterogeneidad estructural hubiera sido erradicada dentro de sus dominios. Lo que su globalidad implicaba era un piso básico de prácticas sociales comunes para todo el mundo, y una esfera intersubjetiva que existía y actuaba como esfera central de orientación valórica del conjunto (Quijano, 2000:208-215).

Ya en los albores del siglo XXI, el debate sobre la dependencia intelectual volvió con fuerza con la colonialidad del saber, un concepto que apuntaba a describir una construcción eurocéntrica, con eficacia naturalizadora, que pensaba y organizaba la totalidad del tiempo y del espacio, y a toda la humanidad, a partir de su propia experiencia, al colocar su especificidad histórico-cultural como patrón de referencia superior y universal. Según Lander (2000), era un metarrelato de la modernidad, un dispositivo de conocimiento colonial e imperial en el que se articulaba esa totalidad de pueblos, tiempo y espacio, como parte de la organización colonial/imperial del mundo. Las otras formas de ser, las otras formas de organización de la sociedad, las otras formas del saber, todas ellas eran trasformadas no sólo en diferentes, sino en carentes, en arcaicas, en primitivas, en tradicionales, en premodernas. Quedaban relegadas como un momento anterior del desarrollo histórico de la humanidad, lo cual dentro del imaginario del progreso enfatizaba su inferioridad (Lander, 2000: 9). Para Quijano, sin embargo, “la revuelta intelectual contra esa perspectiva y contra ese modo eurocéntrico de producir conocimiento nunca estuvo exactamente ausente, en particular en América Latina” (Quijano [2007] 2014: 287).

Con el correr de los años, el debate sobre la colonialidad del saber y del poder se fue abriendo en dos corrientes distintas, con matices intermedios por supuesto. En nuestra región, devino además en valoraciones políticas divergentes en torno del “latinoamericanismo”. Una primera corriente se inscribe en lo que Dados y Connell (2014) llaman la “sensibilidad teórica poscolonial” que plantea la necesidad de “rehacer las ciencias sociales” a nivel global (2014:195). Parten de un diagnóstico negativo, que supone al conocimiento creado en la periferia como carente de originalidad, cautivo del eurocentrismo y preso de la división internacional del trabajo científico. En nuestra región, esta corriente ha impugnado el latinoamericanismo en su conjunto como movimiento intelectual y político, porque lo considera parte de proyectos estatistas conducidos por una elite blanco-criolla. No sin un andamiaje retórico importante, estos autores sostienen que las nuevas ciencias sociales surgirían de la mano de nuevos intelectuales indígenas y afro-descendientes, no contagiados por el pensamiento moderno-occidental.

Entre quienes pretenden trascender el binarismo norte-sur, y demostrar el proceso dialéctico que lo produjo y sostiene, Chakrabarty propuso provincializar a Europa, sobre la base de constatar el carácter eurocéntrico de los conceptos que formaban parte del sentido común de los intelectuales indios, por lo general marxistas. Para ello, sin embargo, advirtió que ninguna sociedad humana es una tábula rasa. Los conceptos “universales” de la modernidad política europea fueron creados en condiciones concretas y particulares y surgen de conceptos, categorías, instituciones y prácticas preexistentes, a través de los cuales son traducidos y configurados de manera diversa (Chakrabarty ([2000]2008:19). Ahora bien, visto desde una perspectiva periférica, lo mismo sería válido para esos marxistas a quienes Chakrabarty considera como aplicadores de conceptos mediante la imitación o implantación directa en regiones no europeas. Así, ese colonialismo intelectual parece, antes que una realidad, una autopercepción sostenida de minoridad intelectual.

Compartiendo el diagnóstico de la colonialidad intelectual, Syed Farid Alatas (2003) propuso una teoría de la dependencia académica caracterizada por el hecho de que algunas comunidades científicas (aquellas ubicadas en las potencias del conocimiento) pueden expandirse siguiendo ciertos criterios de desarrollo y progreso, mientras que otras (aquellas de las sociedades en desarrollo) sólo pueden hacerlo como un reflejo de esa expansión; todo lo cual tiene efectos negativos sobre su desarrollo. Un aspecto fundamental de esa forma de dependencia era, para Alatas, la división internacional del trabajo científico materializada en tres fenómenos: a) la separación entre el trabajo intelectual teórico y el empírico, b) la división entre estudios de otros países y estudios del país propio y c) la división entre estudios de casos comparativos y simples (Alatas, 2003:603-607).

La mente cautiva le parecía a Alatas, la condición general del conocimiento en el Sur; el surgimiento de tradiciones autónomas o alternativas teóricas según él, se había desarrollado muy lentamente y continuaba la dependencia de teorías y conceptos generados en el contexto europeo y estadounidense. Así, la imitación acrítica influía en todos los elementos constitutivos de la actividad científica, tales como la selección de problemas, la conceptualización, el análisis, la generalización, la descripción, la explicación y la interpretación (Alatas and Sinha-Kerkhoff, 2010). Para el autor, los poderes académicos definen los proyectos, los cuestionarios y los métodos, mientras las comunidades dependientes completan las encuestas, realizan estudios locales y recolectan información. Como ejemplo para probar su diagnóstico, Alatas cita el famoso proyecto Camelot (1964), un proyecto científico que pretendía indagar en los focos insurreccionales y fue pensado como herramienta de espionaje, por lo cual encajaba perfecto en su esquema de una periferia servil al “imperialismo académico”. Sin embargo, a través de un estudio empírico del caso, pudimos probar que era precisamente un contraejemplo de esa interpretación, por cuanto fue cancelado merced al rechazo que recibió del campo académico chileno. En 1965 fue sometido a juicio legislativo y su intermediario local fue despojado de la ciudadanía chilena (Quesada y Navarro, 2010; Beigel, 2013b).

En sus trabajos más recientes, Alatas se mantiene pesimista respecto de la posibilidad de que surjan tradiciones autónomas en el Sur, pero agrega una nueva dimensión a esa colonialidad intelectual: la dependencia del reconocimiento, que se manifiesta en el esfuerzo de los académicos periféricos por entrar dentro de los protocolos del ranking internacional de revistas y universidades (Alatas, 2014). Como vemos, la teoría de la dependencia académica prometía perspectivas interesantes pero se mantuvo en un terreno economicista, y esta sugerencia más reciente no tuvo desarrollo ni alcanzó complejidad.

En una perspectiva optimista dentro de esta corriente, aunque por momentos delirante, Comaroff y Comaroff (2013) plantean que los procesos históricos mundiales contemporáneos están trastornando las geografías establecidas de centro y periferia, reubicando en el sur –y en Oriente- algunos de los más innovadores y dinámicos modos de producción de valor. La crisis de los países que ellos denominan del “Norte global” los está haciendo evolucionar hacia el Sur y particularmente hacia África, que podría ahora convertirse en la vanguardia (forefront) del avance de la humanidad.

La segunda corriente, de la que formamos parte, se posiciona en un devenir histórico acumulativo de las ciencias sociales y se asienta en el regionalismo que se consolidó en la década de 1960, no sólo en América Latina, sino en el movimiento tercermundista en general. Afirma la existencia y relevancia del conocimiento producido en la periferia y demanda su reconocimiento como una respuesta activa al eurocentrismo. Trata de desmontar la sospecha de que existen conocimientos “originales” en el exterior (que surgen en campos de producción de conocimientos “puros” no expuestos a interferencias externas), mientras que el conocimiento local se considera subordinado al anterior por naturaleza. Una convicción que perpetúa la inclinación a medir la producción en la periferia con los cánones del modelo estadounidense o francés. Despojados de esta alienante autopercepción, los campos periféricos se muestran con una complejidad y dinámica propia, lejos del gesto imitativo y de la dependencia cognitiva. Varios estudios han comprobado que, observados empíricamente mediante corpus completos de libros y revistas indexadas y no indexadas, los académicos “periféricos” producen conocimientos que articulan teorías euroamericanas pero con un vector local y regional muy fuerte (Ramos Zincke, 2014; Beigel, 2013).

En esta perspectiva se encuentran corrientes como la “Indigenización o Islamización del conocimiento” (Akiwowo, 1986; Omobowale, 2010; Keim y otros, 2014) y las corrientes que recuperan las experiencias de latinoamericanización propias del liberacionismo, a las que se le reconoce autonomía intelectual y su carácter de terreno fértil para unas ciencias sociales enraizadas en la propia realidad. En relación con las posibilidades de que estos conocimientos surgidos en la periferia puedan producir aportes a una comprensión de “lo global”, Patel (2010) sostiene que éstos pueden ofrecer contribuciones “universales” no dominantes.

Hace ya bastante tiempo que se discute la naturaleza y el alcance de las ciencias sociales globales o universales, pero no se han alcanzado consensos todavía. Raewyn Connell propuso crear una nueva Teoría del Sur (SouthernTheory) que se nutra de los conocimientos creados fuera de las metrópolis euroamericanas, para construir una ciencia inclusiva de la diversidad de voces que fueron opacadas por la tradición eurocéntrica. Impugna la Teoría del Norte por los efectos de su posición metropolitana, que se hacen evidentes en las lecturas sesgadas por dicha centralidad, por sus concepciones del tiempo y la modernidad, por el reclamo de universalidad, y por los gestos de exclusión (Connell, 2006). El problema principal es, de nuevo, el carácter fundante de esta nueva teoría global que sería por fin no eurocéntrica. Por otra parte, Connell da por sentada la centralidad de la Teoría del Norte y le atribuye una dominación “universal” homogénea, sobre una periferia “marginal” y fragmentada localmente, tal como ha sido construida por ese particularismo universalista1. Sin embargo, esa centralidad y esa “universalidad” vienen siendo cuestionadas por lo menos desde hace un siglo.Y en las teorías liberacionistas existió un fuerte impulso histórico-estructural que apuntó a la creación de teorías sociales con una mirada global.

Pero, para Connell, las “voces del sur” habrían estado dispersas y ocultas a la espera de que la “sensibilidad poscolonial” pudiera darles luz y sentido. Construir una teoría global desde el Sur le parece difícil, dada la situación de dependencia académica y la división internacional del trabajo científico –un diagnóstico que toma acríticamente de Alatas-. Aquellas condiciones restringidas condenan a los intelectuales periféricos a la “escasa credibilidad” por estar fuera de las redes de reconocidos académicos del Norte. Por lo tanto, “cambiar las ciencias sociales en una escala global significa arrojar luz a grupos de escritores que pueden haber sido visibles sólo localmente, y cuyas obras pueden no ser fácilmente accesibles desde otras regiones y países” (Dados y Connell, 2014:196). Voilà! ¡Postcoloniales todos/as nosotros/as sin haberlo sospechado siquiera!2

Como trataremos de proponer en la próxima sección, no se trata de dotar a las voces del Sur de un espacio en los canales donde se consagra la Teoría del Norte, sino de cuestionar las bases mismas de ese reconocimiento académico “universal” y encontrar los caminos para poner en acto un diálogo transnacional no hegemónico, que existe por lo menos desde 1960, fuera de las revistas mainstream, en redes e instituciones periféricas. Es necesario ir más allá del estereotipo simplista que equipara la “centralidad” con la autonomía intelectual y la “periferialidad” con la heteronomía. Un enfoque relacional de la dependencia académica nos permitirá complejizar el análisis, articulando la observación de las condiciones materiales de los campos con el concepto de “circuito” para comprender los procesos centrífugos que operan en la distribución desigual del “prestigio internacional”.

La estructura desigual del sistema académico mundial y la circulación del conocimiento producido en la periferia

Si los/las lectores me conceden, por el momento, que la autonomía y la dependencia académica coexisten conflictivamente y que la producción de ideas no es un mero apéndice de las relaciones económicas, políticas y sociales, podrán igualmente preguntarse ¿qué impacto tiene la dependencia del “prestigio internacional” construido en los “centros de excelencia” que inclina a muchos intelectuales periféricos a delinear sus carreras académicas publicando en revistas mainstream y escribiendo en inglés? Pues ésta es, para nosotros, la especificidad de la “dependencia académica” que las generalizaciones abstractas y los economicismos contribuyen a obturar. Se trata de una situación histórico-concreta observable como relación de dominación simbólica de unas instituciones, disciplinas y lenguas dotadas de “prestigio internacional” sobre otras, marginadas de la “ciencia universal”.

En otros trabajos (Beigel 2010, 2014a, 2014b; Beigel y Sabea Eds., 2014) hemos ofrecido una definición operativa de la categoría de dependencia académica, que se refiere a una estructura desigual de producción y circulación del conocimiento, construida históricamente desde los tradicionales “centros de excelencia”, sin la participación de las comunidades científicas periféricas. Las publicaciones científicas jugaron en este proceso un papel determinante. En la batalla de la consagración, la publicación se convirtió en la meta mayor de la carrera de la gran mayoría de los científicos, independientemente del lugar donde residiesen, porque el célebre publish or perish terminó dominando la cultura evaluativa de las fuentes de financiamiento y las agencias de acreditación universitaria. Recordemos ahora brevemente cómo se construyó esa estructura y cómo se han complejizado los circuitos de consagración a partir de la expansión de las tecnologías de la información.

Varios estudios han mostrado el origen particular e histórico de la homogeneización de un estilo de escritura, una lengua, un tipo de revista científica, y una forma de evaluación, que fueron “universalizados” a imagen y semejanza del modelo estadounidense de ciencia y de científico (Altbach [1977] 2002; Arvanitis y Gaillard 1992; Vessuri, 1995; Schott, 1998; De Swaan, 2001; Heilbron, 2002; Gingras, 2002). Ese modelo, y su práctica bibliométrica asociada, están estrechamente vinculados con el derrotero del Institute for Scientific Information (ISI), creado en 1959 en Philadelphia, por Eugene Garfield. Éste fue inspirado por Robert K. Merton, Vassily V. Nalimov−que acuñó el término scientometrics− y el premio Nobel de Medicina Joshua Lederberg, que apoyó la idea de la indexación de citas y lo estimuló para buscar el apoyo de la National Science Foundation. Esta fundación finalmente otorgó un gran subsidio para un proyecto piloto de tres años que permitió la publicación del primer volumen del célebre Science Citation Index, en 1963 (Garfield, 1999). La primera denominación de la empresa de Garfield había sido un fracaso en términos de captación de recursos públicos y privados, y su idea de crear un índice de citas había sido recibida con mucha resistencia. Por eso, el propio Garfield se sorprendió tanto por la manera en que el nuevo nombre ISI había abierto las puertas que antes habían estado cerradas. Como ha destacado Wouters (1999) la construcción del índice no sólo fue un esfuerzo técnico, sino un emprendimiento político.

Durante casi cincuenta años, estos índices de citación (actualmente Web of Science) fueron la única herramienta para medir el estado de la “ciencia mundial”3. Los informes construidos sobre base la de esos indicadores beneficiaron una especie de “acumulación originaria” de prestigio científico que benefició a ciertas zonas geográficas, grupos idiomáticos y disciplinas, al tiempo que amplió la distancia entre áreas cada vez más despojadas de universalidad. Los circuitos de publicación se diferenciaron en función de un principio de jerarquía construido sobre la base de desigualdades materiales, disciplinares y de competencias de escritura en inglés. Este principio triplede jerarquización (institución, disciplina e idioma) ha tenido un impacto directo en el proceso de diferenciación -en el interior de la periferia-, entre científicos internacionalizados e investigadores circunscriptos a circuitos nacionales. En consecuencia, la posición de una determinada comunidad científica o de un determinado investigador se relaciona con su integración histórica a estos circuitos de circulación de conocimientos (Beigel, 2014).

El circuito mainstream tuvo un papel determinante en valoración de las disciplinas y en la mercantilización del “prestigio internacional” -supuestamente neutral- de los premios, las posiciones en las sociedades científicas, el factor de impacto de las revistas, y las patentes. Estos sistemas de indexación y rankings son mantenidos por las principales empresas privadas (Thomson Reuters, Scopus, Google Scholar) vinculadas con oligopolios editoriales (Reed-Elsevier, Wiley-Blackwell, Springer, and Taylor & Francis). Este circuito ha estado al frente de la expansión del “capitalismo académico” (Collyer, 2014). Pero existen otros circuitos que juegan un papel cada vez más decisivo en la batalla intelectual, especialmente en América Latina, una región pionera del movimiento de acceso abierto. Nos referimos a los circuitos transnacionales creados como alternativa al circuito mainstream, tales como DOAJ, Dial-net, INASP; y los circuitos regionales, repositorios y redes surgidos en las últimas dos décadas principalmente en América Latina, Asia y África (LATINDEX, SCIELO, CLACSO, REDALYC, AJOL). Finalmente, debemos sumar los circuitos locales, basados en revistas sin indexación, por lo general editadas en papel, de circulación limitada a la universidad o a la institución editora. En otros trabajos (Beigel y Salatino, 2014, Beigel, 2016) hemos analizado empíricamente la dinámica de estos cuatro circuitos para el caso de Argentina, señalando el tamaño relevante del circuito local y la oposición cada vez más fuerte que se registra entre los científicos internacionalizados, concentrados en las revistas extranjeras, y los profesores universitarios, más atentos a la agenda local, que publican en las revistas argentinas.

No cabe duda que el circuito mainstream tuvo un papel decisivo en la configuración de un Sistema Académico Mundial (SAM), y en la construcción de una estructura de acumulación de prestigio académico que fue separando zonas dotadas de consagración “internacional” y áreas “periféricas desprovistas de tal reconocimiento. Estas últimas fueron marginadas por tener una producción en idiomas diferentes del inglés o quedar fuera de los rankings de revistas y universidades. Pero no se trata de la simple acumulación de publicaciones en Web of Science, como lo muestra el caso de China, que aumentó geométricamente la cantidad de artículos publicados pero mantiene un lugar marginal en el factor de impacto de sus citaciones en comparación con Estados Unidos y otras potencias científicas tradicionales. Ahora bien, el prestigio científico “internacional” no puede sencillamente medirse por país, para clasificar a cada comunidad académica nacional como central, periférica o semi-periférica. La “periferialidad” se ha complejizado y diversificado porque los circuitos de publicación atraviesan los campos académicos nacionales, segmentando las culturas evaluativas. Además, la lengua de publicación y la diferencia disciplinar inciden fuertemente en la distribución local de las recompensas. En aquellos países que disponen de un sistema universitario y una ciencia predominantemente públicos, como es el caso de Argentina, hay zonas de la comunidad académica completamente internacionalizadas pero también, espacios universitarios que se mantienen fuera de los circuitos transnacionales y se disputan el prestigio local en universidades no metropolitanas. En otros estudios hemos demostrado cómo se ha acentuado, así, la heterogeneidad estructural del campo (Beigel 2014, 2015).

Ahora bien, el peso creciente de los circuitos de publicación no implica que los campos científicos nacionales deban ser desplazados como nivel de análisis. Por el contrario, la incidencia de los circuitos en la construcción de las carreras y agendas académicas depende en buena medida del proceso histórico de profesionalización de cada campo científico, y las características de cada región. El Esquema 1 sintetiza nuestro abordaje para acometer estudios empíricos que permitan comprender la combinación de las condiciones nacionales y locales de cada campo científico, con la segmentación provocada por los distintos circuitos de distribución del prestigio que lo atraviesan.

Esquema 1

Campos periféricos y circuitos segmentados de consagración académica

 

El trípode sobre el que se asienta la histórica jerarquización en el SAM (lengua, afiliación y disciplina) nos permite diferenciar espacios académicos desiguales y asimetrías intra-nacionales, por lo que también informa sobre una geografía de regiones académicas a nivel global. Durante toda la segunda mitad del siglo XX, se intensificó la expansión del número de personas que comenzaron a hablar y escribir en inglés como lengua extranjera, y su correlato en el mundo científico fue aún más acelerado con el crecimiento de las revistas publicadas en inglés fuera de los países anglosajones, con el fin de ingresar a los sistemas de indexación del Science Citation Index. El unilingüismo científico se convirtió en una maquinaria de muerte para las lenguas dominadas de comunicación que mayormente aceptaron al inglés como lingua franca (Hagège, 2002). Como argumenta De Swaan (2001), aumentó vertiginosamente el valor Q del inglés, es decir, la cantidad de hablantes de inglés como lengua extranjera, su capacidad de favorecer intercambios y su prestigio.

Lingüísticamente, América Latina es una región periférica, aunque su universo idiomático está atravesado por la experiencia de la colonialidad. Mientras el español y el portugués se consolidaron como lenguas legítimas, al compás de la construcción de los Estados nacionales, al mismo tiempo, se periferializaron conocimientos y lenguas de las comunidades originarias. Es decir que, si bien hacia adentro el español y el portugués verbalizan la colonialidad, desde una perspectiva global, representan lenguas dominadas.

Como región académica, actualmente tiene un particular dinamismo y una historia cuyo itinerario está ligado al latinoamericanismo como movimiento político y cultural. Se consolidó como circuito académico durante la década de 1960, sobre todo en las ciencias sociales, a partir de un proceso de “regionalización”que se materializó en institutos de investigación universitarios y organismos del estilo de CEPAL, FLACSO, CLACSO, CELADE, ILPES, ILADES, DESAL, entre otros. La producción intelectual latinoamericana tuvo una gran expansión junto al auge de la industria editorial en países como México, Argentina y Brasil (Beigel 2009, 2010, 2013).

Las dictaduras militares del Cono Sur interrumpieron la consolidación de este circuito yluego quedó debilitadocon las políticas neoliberales de la década de 1990. Durante este período, prevalecieron las estrategias individuales de integración a la ciencia “internacional” y muchos científicos emigraron a universidades norteamericanas o europeas. La circulación intrarregional de académicos mermó, conforme se “universalizaron” las normas impuestas por el modelo ISI y la publicación de papers en lugar de libros, todo lo cual debilitó la edición especializada local.

En los últimos quince años, este circuito se revitalizó, a través de pautas comunes para la acreditación universitaria, acuerdos intra-regionales de movilidad académica y redes científicas sólidas. Construida sobre la base de senderos de profesionalización similares, América Latina es la región de mayor impulso al movimiento de acceso abierto. En la mayoría de los países predomina la creencia de que las instituciones públicas son los principales agentes del conocimiento científico, lo cual ha promovido un crecimiento acelerado de los repositorios regionales. Esto ha beneficiado la circulación de las producciones en español y portugués, impulsando sobre todo las revistas de ciencias sociales (Vessuri, Guédon y Cetto, 2014; Alperín y Fischmann, 2015; Babini y Machin-Mastromatteo, 2015). Aunque muchas revistas están indexadas en estos repositorios, y se han alcanzado altos niveles de calidad en la evaluación y distribución, existen además grandes circuitos locales compuestos por miles de revistas artesanales, en español y portugués, que no están indexadas en ningún sistema y se publican mayormente en papel.

Ahora bien, a pesar del dinamismo reciente del circuito académico regional y de las publicaciones latinoamericanas, para las elites académicas de las ciencias “duras”, la publicación en revistas editadas en español y portugués no tiene las mismas recompensas locales que la publicación en revistas indexadas en los circuitos mainstream en inglés. En otros trabajos (Beigel, 2014b, 2016), hemos observado empíricamente cómo los más “prósperos” publican sólo en revistas indexadas en SCI, de alto impacto. Predomina la asociación con científicos de países centrales, y rara vez publican en revistas de su propio país o de América Latina. Sin embargo, la participación de los científicos de la región en las publicaciones indexadas en sistemas como Web of Science o SCOPUS sigue siendo mínima, comparada con la de otras regiones. La situación cambia si analizamos las ciencias sociales y humanas, que todavía publican una parte de sus trabajos en formato libro, y las publicaciones en español y portugués en revistas indexadas en los repositorios regionales que tienen valor para la promoción de las carreras de investigación. Finalmente, si nos movemos fuera de los grupos científicos de elite, los estilos de producción y publicación se “nacionalizan” cada vez más.

En los espacios fuertemente internacionalizados, la evaluación para ingresar o promocionar en la carrera de investigación, no sólo depende de la acumulación de artículos publicados en revistas indexadas en el circuito mainstream, sino también del ranking de la revista y los índices de impacto de las citaciones. Aunque en las ciencias sociales y humanidades predomina la publicación en revistas latinoamericanas, y los rankings y factores de impacto tienen menos incidencia, la encuesta que realizamos en las comisiones evaluadoras del CONICET (Argentina) demuestra que en estas disciplinas también opera el reemplazo de la evaluación de la calidad de los trabajos por la evaluación de la indexación de las revistas. Con lo cual se desplaza el análisis de la originalidad de la producción académica por la valoración de la “excelencia” de la publicación, la cual se mide, a su vez, en función de su adecuación a los estándares que los propios centros tradicionales han establecido (Beigel, 2015). El nuevo carácter de la dependencia académica se manifiesta, así, en la creciente heterogeneidad estructural del campo, la heteronomía de los criterios de evaluación, y la externalización de los principios de legitimación de la producción científica local.

Palabras finales

En este trabajo comenzamos transitando por los confines del viejo debate sobre la dependencia intelectual con el fin de poner en discusión las generalizaciones abstractas y las afirmaciones retóricas que tienden a simplificar la dominación en el mundo de las ideas y a reducir el conocimiento acumulado en América Latina a un mero reflejo de la colonialidad del poder. Hemos argumentado que la periferialidad intelectual se ha complejizado en el último siglo y que la dependencia y la autonomía intelectual conviven conflictivamente. Además, nos propusimos establecer sus diferencias con la categoría de dependencia académica utilizada en estudios más recientes para observar situaciones histórico-concretas de subalternidad en el mundo de la producción y circulación de la producción científica.

Analizamos la relación entre los circuitos de publicación y los circuitos de consagración académica en América Latina con el fin de mostrar que el principio de jerarquización del SAM no se organiza sólo espacialmente, por país, porque el sistema de publicaciones introduce en el juego las asimetrías lingüísticas y las desigualdades de poder disciplinares. También hemos señalado que la afiliación institucional de los científicos y las condiciones nacionales de los campos siguen teniendo un peso relevante en la circulación del conocimiento producido fuera de los “centros de excelencia”.Vimos las tendencias contradictorias que surgen del hecho de que los “centros periféricos” de la región como Brasil, Argentina y México, tienen un papel dominante en la producción científica de la región latinoamericana, especialmente en las ciencias sociales, pero ocupan una posición dominada respecto de otros espacios lingüísticos y disciplinares. Uno de los efectos principales del carácter subalterno de la producción latinoamericana en los circuitos mainstream es que el prestigio “internacional” adquirido por científicos que residen en nuestra región y publican en ese circuito se capitaliza individualmente a nivel nacional o local, mientras la consagración “mundial” queda reservada a los científicos afiliados a instituciones tradicionales de los países centrales.

Lo que diversifica, a su vez, a estos “centros periféricos” es el peso de los criterios heterónomos en las culturas evaluativas, la apuesta por el circuito latinoamericano o el desarrollo de los circuitos locales, todo lo cual depende en gran medida de las políticas científicas y universitarias nacionales. Visto desde su papel dominante, los “centros periféricos” de la región concentran la mayor parte de los espacios internacionalizados de la producción académica latinoamericana, y sus colaboraciones internacionales tienden estar asociadas con científicos de los centros tradicionales de Estados Unidos y Europa, con lo cual se acentúan las asimetrías intra-nacionales y las desigualdades intra-regionales.

La “universalización” de un estilo de escritura y de publicación creada por el modelo ISI de ciencia y de científico ha modificado efectivamente la cultura evaluativa de la mayor parte de las universidades y agencias de investigación de América Latina, pero su incidencia no es homogénea. La creciente heterogeneidad estructural del campo académico en nuestros países muestra una tensión cada vez más acentuada entre dos culturas evaluativas opuestas. Una menos atada a las exigencias del “capitalismo académico” pero restringida a circuitos locales poco vinculados entre sí, y muchas veces dominados por criterios endogámicos. La segunda, fuertemente internacionalizada, apegada a la ilusión de formar parte de las normas de la “ciencia universal”, pero cada vez más heterónoma respecto de la agenda local de problemas socialmente relevantes. El nuevo carácter de la dependencia intelectual, la dependencia académica, complejiza y diversifica así la “periferialidad” de regiones como América Latina y nos convoca a potenciar todos los resortes del circuito regional y la autonomía institucional de nuestros campos científicos para construir una ciencia pública, con libertad intelectual y calidad académica.

 

Notas

1En otro trabajo analizamos la utilidad del concepto de imperialismo de lo universal propuesto por Bourdieu (1999) y señalamos las contradicciones entre su programa de investigación de la circulación internacional de las ideas y su débil denuncia de los efectos de la “razón imperialista” sobre el campo intelectual brasileño. Cfr. Beigel, Fernanda (2009)“Sur les tabous intellectuels: Bourdieu and academic dependency”, En Sociológica, Nº 2-3, Doi: 10.2383/31369.

2Estoy parafraseando al cientista social ecuatoriano Agustín Cueva (1937-1992), que en su habitual tono polémico escribió, refiriéndose a la discutida idea de un “modo de producción dependiente”: Voilà, dependentistas, todos nosotros, sin haberlo sospechado siquiera! (“Vigencia de la anticrítica o necesidad de autocrítica”, 1979, p.89).

3Hasta la creación de Google Scholar (1998) y Scopus (2004)

 

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