PRESENTACIÓN TEMA CENTRAL
Raymond Aron, intérprete del siglo XX
Resumen: Este artículo es una introducción a la biografía intelectual de Raymond Aron como intérprete del siglo XX; refiere a algunas de sus influyentes producciones científicas e intervenciones en política y periodismo; y presenta el contenido de este dossier centrado en la obra de este notable sociólogo francés, infrecuentemente enseñado en las universidades y cuyo legado ha sido escasamente valorizado en investigaciones en ciencias sociales en Argentina.
Palabras clave: Raymond Aron, Sociología, Política, Siglo XX .
Raymond Aron, interpreter of 20th century
Abstract: This article is an introduction to the intellectual biography of Raymond Aron as an interpreter of 20th century. It refers to some of his influential scientific productions and interventions in politics and journalism. It presents the contents of this dossier focused on the work of this remarkable French sociologist, infrequently taught at universities and whose legacy has been poorly valued at research in social sciences in the Argentina.
Keywords: Raymond Aron, Sociology, Politics, 20th century.
De la filosofía a la sociología… y más allá
Raymond Aron (1905-1983) fue un singular sociólogo francés. Su actividad como profesor universitario, producción académica e intervenciones en debates políticos desde la segunda posguerra mundial tuvieron una significativa influencia en Europa y en los Estados Unidos, pero también una insuficiente repercusión en la producción y en la enseñanza de las ciencias sociales en la Argentina de aquellas décadas y aún en el siglo XXI. Fue un lúcido intérprete del siglo XX que, por sus preocupaciones teóricas, metodológicas y sustantivas, estableció estrechos y constantes diálogos entre diferentes disciplinas y al interior de ellas, tales como sociología, filosofía, ciencia política, economía, historia, relaciones internacionales y estrategia. Ha sido y es un autor clave en la historia del pensamiento sociológico contemporáneo, aun cuando no es posible encasillar su obra en fronteras disciplinares exclusivas o excluyentes.
Esas múltiples interlocuciones disciplinares no menoscabaron su reconocimiento como profesor e investigador en sociología. Por un lado, porque –como observa Antonio Carlos Dias Junior (2018)– fue profesor en la Sorbona y en el Colegio de Francia en cátedras ligadas a dicha disciplina y participó en la creación y el funcionamiento de instituciones como el Centro de Sociología Europea, la 6º Sección de la Escuela Práctica de Altos Estudios y la Presidencia de la Comisión de Sociología del Centro Nacional de Investigación Científica-CNRS, siendo además editor de los Archives Européennes de Sociologie, entre otras iniciativas. Por otro lado, produjo y publicó textos en diálogo directo con los autores clásicos de la teoría social y abordó problemáticas caras a los estudios de la disciplina. Veamos un poco más en detalle esta cuestión.
El historiador británico Tony Judt (2014) nos recuerda que, tras obtener su agrégation nacional en filosofía en la Escuela Normal Superior en 1928 en la primera posición y defender su tesis de doctorado en filosofía, Aron fue unánimemente reconocido como el filósofo más prometedor de su generación, de la cual formaban parte Jean-Paul Sartre y Maurice Merleau-Ponty.1 En 1930 obtuvo un puesto como ayudante de francés en la Universidad de Colonia. Entre 1930-1931 dictó un curso sobre los contrarevolucionarios franceses Joseph de Maistre y Louis de Bonald, y leyó por primera vez El capital de Marx. También analizó las relaciones franco-alemanas, la situación política y socioeconómica del país germano, percibió con preocupación la crisis de la República de Weimar, el ascenso del nacionalismo, la obsesión por la guerra y la creciente influencia del movimiento de Adolf Hitler. En este sentido también su estancia en Berlín marcó decisivamente sus concepciones teóricas y apreciaciones sobre la política contemporánea. Por aquellos años, su producción oscilaba entre los artículos de análisis sobre la coyuntura europea –principalmente publicados en artículos para Libres Propos y Europe entre 1928 y 1933– y escritos académicos. Entre estos últimos se cuenta la publicación en 1935 en París de La sociología alemana contemporánea, un libro pedido por Célestine Bouglé y que fue producto de sus estudios sobre la obra de Georg Simmel, Ferdinand Tönnies Alfred Vierkandt, Othmar Spann, Franz Oppenheimer, Alfred Weber, Karl Mannheim y, por supuesto, Max Weber.2 Ese recorrido intelectual se confrontaba abiertamente con el canon francés dominado por el positivismo sociológico durkheimniano, en el cual Aron nunca se reconoció. Hay por ello una continuidad entre su inicial interés en la obra de Kant –que plasmó en su tesis de licenciatura– y aquella afinidad que no abandonaría en toda su vida por la sociología comprensiva de Weber.
A su regreso a Francia se instaló en octubre de 1933 en El Havre, donde fue profesor en un liceo y se dedicó a la escritura de su libro sobre la sociología alemana y a su tesis secundaria sobre los filósofos alemanes.3 En 1934 se trasladó a París donde accedió a un puesto en el Centro de Documentación Social de la Escuela Normal Superior y, por decisión de Célestine Bouglé, dictó un curso de filosofía. En esos años frecuentó en la Escuela Práctica de Altos Estudios a tres filósofos que despertaron su admiración: Alexandre Koyré, Alexandre Kojève y Eric Weil. Entre 1934 y 1939 publicó reseñas y artículos en revistas académicas: Annales Sociologiques, Zeitschrift für sozial Forschung, Recherches Philosophiques y Revue de Métaphysique et de Morale, entre otras. El 26 de marzo de 1938 defendió en la Sorbona su tesis de doctorado, Introducción a la filosofía de la historia [1946], sobre la objetividad en la producción del conocimiento científico, comprendiendo esta cuestión desde la perspectiva de un “método descriptivo” o “fenomenológico”. En la introducción a la publicación de la tesis como libro, Aron advertía sobre los equívocos que podía conllevar la referencia a la filosofía de la historia en el título, pues no se trataba de un estudio en favor de una filosofía de la historia sino de una reflexión crítica en torno de la pregunta sobre si era factible una ciencia histórica universalmente válida. De allí que estuviera más interesado en problematizar los límites de la objetividad en la producción del conocimiento histórico antes que en formular cualquier teoría de la historia. El relativismo introducido por una perspectiva interpretativa de la historia y los fenómenos sociales chocó abiertamente con el establishment positivista y, en especial, recibió la crítica de uno de los jurados, Paul Fauconnet, que percibió a Aron como “un negador, menos revolucionario que un nihilista”, un portador de un análisis “desesperado o satánico” que, esperaba, “los estudiantes no le sigan” (Aron, 1985, p. 103).4
Entre 1934 y 1939 no participó públicamente de los debates políticos como si lo haría en las décadas venideras. Entre 1937 y 1938 se desempeñó como profesor en la Facultad de Letras de la Universidad de Burdeos y en agosto de 1939 obtuvo un nombramiento en Toulouse. Entre sus intereses de esos años estuvo el estudio de Vilfredo Pareto, Nicolás Maquiavelo y John M. Keynes. Sin embargo, sus planes académicos dieron un vuelco –como los de otros miles de franceses– en septiembre de 1939 cuando fue movilizado e incorporado como miembro de una estación meteorológica militar. Ante la inminencia del armisticio de las autoridades francesas frente al imparable avance militar alemán, Aron decidió trasladarse a Londres –dejando a su esposa y familia– para contribuir como periodista en La France Libre, una revista que respaldaba la causa del general De Gaulle aun cuando –decía Aron– nunca fue una revista gaullista. Allí permaneció durante casi toda la Segunda Guerra Mundial hasta el fin del gobierno “colaboracionista” de Vichy. De ese período también data la escritura como coautor de un libro encargado por el servicio británico de propaganda que constituyó su primera incursión en el análisis de asuntos militares.5
Tras la liberación de Francia en agosto de 1944 regresó a su país. Entonces hubiera podido reiniciar su actividad como profesor en Burdeos o en Toulouse, pero optó por continuar con su compromiso político y la labor periodística desde París. Publicó entonces libros como: L´homme contre les tyrans [1944], De l´armistice à l´insurrection nationale [1945] y L´Âge des empires et l´avenir de la France [1945]. A fines de 1945, por un brevísimo período de dos meses y a instancias de su amigo André Malraux, Aron fue director de gabinete del recién creado –por De Gaulle– Ministerio de Información; fue la única vez que ejerció una función gubernamental. Pero, fundamentalmente, se involucró activamente en los proyectos periodísticos de Point de vue (1945) y Combat (1946-1947), y desde 1947 se inició su prolongada participación editorial –hasta 1977– en Le Figaro.6 Recién en 1955 –y tras un frustrado intento en 1948 a la Sorbona– se reinsertó plenamente en la vida universitaria francesa.7 En sus Memorias publicadas en 1983 reflexionaba –con acierto– acerca de aquella decisión trascendental y sus consecuencias:
¿Debo culpar también al gusto por el periodismo, a la tentación de la facilidad que Londres y La France libre me habían inoculado? Un libro serio exige años de trabajo; pasan meses antes de que los ecos de ese libro lleguen al autor. Mi ambición auténtica, estrictamente intelectual, cedió por un tiempo al sueño del servicio público y a la intoxicación política. Pocas veces me pregunto cómo habrían sido mi existencia y mi obra de haber ocupado la cátedra de Burdeos, que probablemente me habría llevado a la de Paris no en 1955, sino en 1948. Todos o casi todos mis libros se resienten por mi atención a la actualidad. Le Grand Schisme [1948] surgió de mi necesidad de tener una visión global del mundo para enmarcar, por decirlo así, los comentarios de política internacional. Les Guerres en chaîne [1951] siguió a Le Grand Schisme, respondía a críticas, profundizaba el estudio de algunos problemas que me planteaba la coyuntura mundial. Incluso libros que tengo en más, como L`opium des intellectuels [1955], Paix et guerre entre les nations [1962], no se apartan de la historia en marcha, aunque en ellos trate de elevarme por encima de la experiencia vivida y de los balbuceos del destino (Aron, 1985, p. 192).8
En 1955 decidió postular para un cargo en la Sorbona. Según cuenta en sus Memorias, no contaba con el apoyo de los profesores del Partido Comunista o cercanos a aquellos. El influyente sociólogo Georges Gurvitch patrocinaba la candidatura de Georges Balandier y, siempre conforme Aron, decía públicamente que los libros y artículos de este último lo destinaban “más a una cartera ministerial que a una cátedra de sociología” (Aron, 1985, p. 324). No obstante esa oposición, obtuvo el cargo, sobre todo, porque reconocía que “la Sorbona estaba llena de compañeros míos de escuela o promoción; me conocían mejor que a Balandier, unos quince años más joven que yo, y muchos de ellos no tuvieron en cuenta mis opiniones políticas y votaron por un compañero” (Aron, 1985, p. 324). ¿Cuáles eran esas opiniones políticas? Las veremos mejor en el siguiente apartado, pero anticipemos al menos que se trataban de unas que confrontaban abiertamente con el perfil “izquierdista” o “progresista” predominante entre buena parte de los intelectuales franceses de la posguerra; un perfil que excedía con mucho a los comunistas y marxistas, pues comprendía también a existencialistas y algunos católicos de izquierdas, como resulta claro de la lectura de El opio de los intelectuales. Aron se definía como un liberal por sus ideas políticas y económicas, defensor de la Alianza Atlántica de Europa Occidental con los Estados Unidos, intransigentemente crítico del comunismo y de la Unión Soviética. Pero, como él también lo advertía, el rechazo de parte del cuerpo de profesores no radicaba solo o tanto en sus posiciones políticas, sino por haberse alejado por años de la carrera académica e invertir esfuerzos en sus intervenciones públicas en el periodismo.
En la Sorbona –como se conocía a la Facultad de Letras de la Universidad de París– enseñó hasta 1968. Se adaptó bien a esa nueva vida como profesor, pero no dejó de reconocer que aquel medio universitario se había aferrado a una tradición que, para entonces, resultaba anacrónica:
Nada o casi nada había cambiado desde los años treinta. Los mejores alumnos seguían pasando los exámenes de los certificados de estudios superiores sin poner los pies en la Sorbona. Los otros, dejando aparte la asistencia del ayudante, eran abandonados a su suerte. Esencialmente, el profesor dictaba las llamadas clases magistrales. Mi horario semanal era de tres horas, carga pesada o ligera según la manera como cada uno entendiera su enseñanza. En el Colegio de Francia las clases deben ser todos los años originales. En la Sorbona, el profesor no obedecía más que a sí mismo, al deseo de renovar su enseñanza o, al revés, de reservarse el tiempo con miras a sus propias investigaciones. Frente a las grandes universidades de los Estados Unidos y de Gran Bretaña, la Sorbona me parecía una pervivencia del siglo XIX. El titular, amo después de Dios de su cátedra, conocía personalmente a los candidatos que, tras su licenciatura, redactan bajo su dirección la memoria para el diploma de estudios superiores o preparan una tesis de Estado, pero apenas recibe, no tiene tiempo, a los estudiantes de licenciatura (…) Los mandarines, denunciados en mayo de 1968, no eran todos fruto de leyenda (…) La concentración de poder más que del talento me escandalizó mucho antes de que los estudiantes se lanzaran a la calle (Aron, 1985, pp. 326-327).
Aron no sólo era crítico de la persistencia de lo que consideraba como vetustas formas del mandarinato académico, sino también de la masividad y la flexibilización en los criterios de “selección” de estudiantes que iba adquiriendo la universidad en los años 1960, si se la compara con las décadas precedentes.
No era la persona más indicada, al menos en apariencia, para asumir la defensa de la vieja Sorbona y de los mandarines. En diarios y revistas, siempre había criticado la organización de la enseñanza superior francesa; había criticado el bachillerato, demasiado difícil como examen de finalización de estudios secundarios, selección insuficiente para la entrada a la universidad; había criticado la agrégation, que no garantiza la calidad de la enseñanza y que no forma a los alumnos para la investigación; había criticado la total autonomía del profesor, amo y señor después de Dios de su cátedra, que a menudo ignora lo que hacen sus colegas.
En cambio, por lo que hacía a la `selección´–palabra que, a partir de 1968, se cargó de increíble potencial de ciegas pasiones y resentimientos–, me situaba más bien a la `derecha´. El sistema de enseñanza selecciona permanentemente, desde la escuela primera hasta la agrégation y las grandes écoles; los niños y niñas que entran a la misma edad (o con un año o dos de diferencia) salen unos a los 16 años (quizá incluso a los 14), otros a los 19, otros a los 25. La palabra selección se reservó para el paso de la enseñanza secundaria a la universidad. Yo abogué a favor de una selección para entrar en la universidad, reduciendo, en cambio, el examen de bachillerato, a una prueba de fin de estudios secundarios (Aron, 1985, pp. 455-456).
Estas últimas críticas, por cierto, indefectiblemente lo alejaban de las demandas del movimiento estudiantil y lo llevaron también a enfrentarse con colegas, discípulos y estudiantes.9 De modo que, disintiendo tanto con el “antiguo régimen” de los mandarines universitarios como con las pretensiones “revolucionarias” de los jóvenes del 68, decidió ese año dejar la Sorbona y obtuvo un cargo en la Escuela Práctica de Altos Estudios:
Entre 1955 y 1968 asistí, desde un puesto a cubierto, a la transformación de la vieja Sorbona. Se suprimieron las tesis de universidad, se implantaron la de tercer ciclo. En 1955 contaba con un solo ayudante, diez años más tarde, una decena de ellos se ocupaba de los estudiantes. El aumento de efectivos, tanto de alumnos como de docentes, se apreciaba de año en año. El anfiteatro Descartes estaba lleno cuando dictaba mis cursos; me dirigía a cientos de oyentes a los que no conocía. Si a fines del año 1967 tomé la decisión de abandonar la Sorbona y convertirme en director de estudios con dedicación exclusiva en la VI sección de la Escuela Práctica de Estudios Superiores, fue porque tenía la sensación de que el edificio se resquebrajaba, de que estábamos paralizados, esterilizados por un régimen extenuado (Aron, 1985, p. 330).
Aron reconoció que los años 1955-1968 en Francia revelaron un importante crecimiento institucional de la sociología en el ámbito de la educación superior y del desarrollo de investigaciones de esta disciplina.10 Al calor de ese proceso en ese período, publicó importantes libros para su trayectoria, entre los cuales algunos tuvieron y aún tienen una singular vigencia para la sociología. Antonio Carlos Dias Junior (2018) sostiene que esos trabajos constituyen los principales legados de Aron para una sociología política comparada. Por un lado, está la tríada constituida por sus cursos sobre la sociedad industrial, tema que comenzó a abordar desde su primer curso como profesor en la Sorbona: Dix-huit leçons sur la société industriel [1962], La lutte des classes. Nouvelles leçons sur les sociétés industrielles [1964] y Démocratie et Totalitarisme [1965].11 Muy sintéticamente, lo que sostiene a modo de hipótesis en estos textos es que la principal diferencia entre el capitalismo y el comunismo no se encuentra en los modos de organización de su economía y propiedad, sino en sus regímenes políticos: uno con pluralidad de partidos y otros con unidad partidaria o partido único. En ambos reconoce una tendencia a la conformación de elites o clases dirigentes que controlan el poder, pero en el primero existe competencia y en el segundo monopolio. De este modo, para Aron, capitalismo y comunismo eran dos formas diferentes de configuración del poder político en sociedades industriales; dicho en otros términos, en ambos la primacía estaba dada no por la economía, sino por la política. Por otro lado, en esos años concibió un libro en el que definió su canon e interpretación de los clásicos de la sociología: Les étapes de la pensé sociologique [1967]. Los autores que seleccionó no siempre coinciden con los que los manuales de sociología de la época y de la actualidad tienen por tales, pero a todas luces eran aquellos que inspiraron sus investigaciones sobre la sociedad industrial. Decía incluso que algunos siquiera se consideraban sociólogos; no obstante, todos –decía– pensaron sociológicamente: Montesquieu, Comte, Marx, Tocqueville, Durkheim, Pareto y Weber.
Como decíamos, sin embargo, su obra no puede restringirse a las fronteras interiores de la sociología, ni parcelarse en las diversas disciplinas a las cuales contribuyó decididamente. Aron fue, por sobre todo como él se definía, un “observador comprometido” que se construyó activamente un lugar en la cultura política francesa y, por tanto, es menester reparar más en detalle en ello.
Aron y su labor en la cultura política francesa
Como hemos dicho anteriormente, Raymond Aron fue un prolífico y erudito pensador francés que transitó con igual soltura las redacciones periodísticas y las aulas universitarias, y que analizó ininterrumpidamente, al calor mismo de los acontecimientos, varias décadas del siglo XX. Su trabajo comenzó a cobrar notoriedad en la revista La France Libre y supo extenderse hasta los inicios de la década de 1980, en los que serían los últimos años de la Guerra Fría. Ajeno a excentricidades biográficas como las de su admirado amigo Kojève –emigrado ruso que se dedicaba a escribir su obra filosófica los domingos, mientras el resto de los días se ocupaba de la política exterior francesa en una dependencia gubernamental12–, los caminos de Aron se moldearon con una pulsión por interceder en los debates políticos de su época, amalgamando al oficio periodístico con el académico. Sin embargo, esa capacidad que detentó tenía un reverso. En El observador comprometido [1981] señaló que el ejercicio periodístico gozó de cierta preeminencia en su decir, permitiéndole interceder de lleno en los resquicios de la opinión pública a partir de los evidentes atajos provistos por la prensa escrita, pero también obligándole a pagar un costo inevitable a su vocación teórica.13
Pero Aron no fue solo un literato. Recuérdese su rol en la política activa y partidaria francesa. Si bien es cierto que fue reticente a ocupar cargos públicos, tras la Segunda Guerra experimentó la vida palaciega muy brevemente como colaborador cercano del ministro del general De Gaulle, André Malraux, y también militó en Rassemblement du Peuple Français (RPF) entre 1948 y 1952. Poco tiempo después de esas incursiones, se alejaría de esa forma de habitar la política para congraciarse a las tantas diatribas emprendidas desde Le Figaro y a sus clases en instituciones académicas. Nada de ello evitó que conservara y cultivara hasta su muerte importantes vínculos con políticos franceses.14 En suma, Aron fue un personaje importante para la cultura política francesa, y ello no solo debido a sus pioneras lecturas y a sus variadas intervenciones escritas, sino también por sus constantes interpelaciones a una época de la cual él mismo se sentía responsable. El lugar que encontró para honrar a esa responsabilidad era el de un “observador comprometido” (Aron, 1983), es decir, el de un analista de la realidad, distante del frenesí de las decisiones de gobierno, pero no por ello menos responsable, como individuo, ante los dramas de época y ante las convicciones ideológicas. Ese diálogo y tensión permanente como “observador comprometido” es fácilmente reconocible en su historia y obra, por un lado, en su omnívoro interés como intérprete de las producciones de distintas disciplinas académicas, su sistemática labor en la investigación científica sobre los diversos temas que abordó y en el influyente rol que alcanzó como profesor universitario; y, por otro lado, en su continua vocación por intervenir en el debate público francés, europeo occidental y norteamericano de su tiempo.15
Es por ello que caracterizar a Aron como un personaje de labor importante en la cultura política de su país permite dar cuenta de la multiplicidad de registros en los que actúo y dejó sus marcas, sin pretender nunca ocultar el barro histórico de sus análisis y su eminente apego telúrico. Son precisamente esas marcas las que posibilitan observar una vocación teórico-política siempre polémica, siempre precisa y siempre crítica del discurrir contemporáneo. A pesar de las urgencias periodísticas y de las limitaciones de una matriz de pensamiento liberal conservadora, Aron no pretendió pensar su época más allá de ella misma, es decir, no pretendió fugarse del carácter eminentemente contingente de su reflexión y renegar de su apego a las tradiciones ideológicas.
A nosotros, lectores de comarcas lejanas, nos queda sopesar los umbrales visitados por Aron, enmarcándolos debidamente en su contexto para así poder revisar sus efectos en la cultura político-intelectual europea de hace más de cincuenta años. Sobre esos umbrales operan los distintos trabajos que aquí se introducen efectuando un ademán propositivo de fidelidad exegética, pero enarbolando de igual forma una herejía evidente y productiva y, por qué no también, hasta anacrónica. De lo que se trata, en suma, es de recuperar a Aron a fin de reflexionar sobre nuestro propio medio intelectual y universitario, explorando sus vacíos, sus descuidos y sus omisiones acerca de un decir que merece ser cuestionado. Se trata esta de una labor telúrica siempre abierta a un diálogo que contemple las yuxtaposiciones, remarque los desacuerdos y visibilice los entres de una contemporaneidad nutrida de distintas modulaciones que se desarrollan en el aquí y en el allá de Occidente, cuestiones no siempre advertidas por los pensadores europeos como Aron.
De modo que el presente dossier fue concebido para lidiar rigurosamente con los desafíos restitutivos de una producción vasta como la aroniana, y para hacer de esa misma restitución un interrogante que vuelva sobre nosotros mismos, atendiendo a nuestro rol de intérpretes de un pensador influyente en el siglo XX pero escasamente trabajado en Argentina.16
Si partimos de caracterizar a Aron como un personaje importante de la cultura política desde mediados del siglo XX, es menester desplegar tal justificación con más elementos. Para ello resultan cruciales las palabras de su colega y amigo Georges Canguilhem, quien en ocasión de un evento homenaje a su muerte, procuró revalorizar “la originalidad de los primeros trabajos de Aron” (2013, p. 23) situándolos en su determinado contexto. Para ello, se refirió centralmente a las modulaciones que un joven Aron desplegó en relación a su objeto de tesis, es decir, enfatizó especialmente en el pasaje de su plan sobre “la biología mendeliana” al problema de la filosofía de la historia.17 Canguilhem reconstruyó los motivos de tal viraje indicando, como aspecto central, la estancia del autor en la Alemania de los albores del nazismo. Pero lo interesante es que al recuperar los tempranos escritos aronianos, logró poner de relieve la producción de un hito para el derrotero de la intelectualidad francesa. Junto a Alexandre Koyré y Jean Hyppolite, Aron aparece como uno de los máximos responsables de la introducción en Francia de gran parte del pensamiento filosófico y sociológico alemán, hasta ese momento encerrado en el vitalismo bergsoniano y en la sociología de Comte y de Durkheim. De allí que señalara que no se podía “concebir la audacia intelectual de Aron sin representarse lo que era en ese entonces el cuadro filosófico francés” (Canguilhem, 2013, p. 24). Según su descripción, hacia la década de 1930 existía una verdadera “ignorancia” por parte de “los estudiantes de filosofía” franceses de los notables aportes germanos de fines del siglo XIX y principios del XX. En tal peculiar contexto de hermetismo su investigación cobró crucial importancia: “elaborada en Francia, la tesis de Aron terminó siendo una tesis, mientras que, construida dentro de su proyecto y su método en el terreno explosivo de la época, constituyó un acontecimiento histórico de la cultura” (Canguilhem, 2013, p. 38).18 Asimismo, es posible divisar otro aspecto a tener muy en cuenta para comprender cabalmente su intervención en la cultura política de su país. En este sentido, hacia el final de su discurso, Canguilhem admitió que Aron supo exceder el gesto introductor de nombres y lecturas para efectuar todo un ejercicio maduro de indagación específica, que se convirtió, a su vez, en un importante aporte para esa misma temática. En consecuencia, juzgó que con sus escritos se produjo “el ingreso, en la historia de la filosofía francesa, de la filosofía francesa de la historia” (Canguilhem, 2013, p. 41).
Sin embargo, como es harto conocido, tal aseveración merece una aclaración, pues Aron descreía de la filosofía de la historia. Según su perspectiva, el valor de la historia en términos políticos residía en un lugar bien distinto al esgrimido por los historiadores, pues son las tradiciones de pensamiento las que constituyen los rasgos inexorables del presente y permiten alertar sobre los desafíos del futuro, sin por ello legitimar a la profecía. En ese marco se posicionó al interior de la tradición liberal enfrentándose, en primer lugar, con la vocación tiránica del fascismo de Benito Mussolini y Adolf Hitler y luego con la deriva totalitaria del marxismo. De manera que si es justo señalar que ese ingreso en Francia de la filosofía de la historia no significó el ingreso acrítico de un pensar ajustado a la teleología, no menos cierto es que a partir de esa preocupación, Aron pudo dar inicio a sus reflexiones apelando a distintas disciplinas académicas. He aquí, pues, el punto de gravedad que aunó a las distintas intervenciones del autor; punto de gravedad conferido por su constante remisión a la historia, ya no como una metadisciplina o como un campo específico del decir científico, sino como un trasfondo preciso de captar en donde se presenta y se re-presenta la vida en sociedad.
Sensible a cuestiones epistemológicas y gran lector de Weber, Aron no desconocía las diatribas de los distintos compartimentos del saber; de hecho en cada uno de sus libros figuró explícitamente el modo de reflexión al que se ajustan sus respectivas páginas. Pero la perspectiva aroniana parece no haber deseado nunca desprenderse del peso de la historia para pensar la política, la ciencia y hasta la teoría. El punto es que así no buscó confrontar simplemente a la verdad empírica con la vaguedad conceptual, más bien pretendió ocuparse de las tradiciones de pensamiento activas en términos políticos, esto es, encarnadas en fuerzas vivas pero con indudables derroteros en el pasado. Esa vocación por la historia debe entenderse en ligazón con la tendencia, no menos aroniana, de considerar al objeto de indagación como algo objetivo, aunque siempre abierto al desacuerdo. Es justamente el desacuerdo que el buen recurso de la historia por parte del observador busca mitigar y el que, a su vez, refrenda la competencia política y la defensa de las libertades liberales. En ese marco, no discutía por la pureza histórica de las perspectivas políticas, sino por la honestidad y rigurosidad analítica de lo que él juzgaba podía derivar en legitimaciones de formas organizacionales que imposibilitan la aceptación de cualquier tipo de desacuerdo. Por ello es que ponderó a la política como un espacio de articulación de las distintas esferas de la vida social; por ello es que remarcó que la economía era una esfera más entre otras y no la decisiva; y por ello subrayó la dependencia de todo tipo de economía de una determinada inclinación política.
De modo que allí cuando Aron criticó las construcciones eminentemente normativas de la teoría, procuró refrendar el vínculo del intérprete con la contingencia política sin querer reducirlo a ella. En cierto sentido, entendía que el compromiso del pensador significaba la búsqueda de la Verdad y que esa Verdad no dejaba nunca de ser política, menos por su veleidad que por su carácter histórico y necesario de sostener ante la posibilidad de la anulación misma de esa búsqueda. El problema no era en todo caso el nihilismo, sino el totalitarismo. Pero con este aspecto debemos ser precavidos, pues Aron no explicó su época a través de un enfoque historicista, más bien hizo de la historia un elemento de Verdad en donde se manifiestan continuidades y rupturas conformadas por un abigarrado horizonte de sentidos. Según nuestro autor, la praxis política no podía escapar de la complejidad; el mundo fue, es y será el que ha sido siempre, y ante ello no tiene ningún sentido plantear advertencias morales o quejidos prejuiciosos, tampoco emprender reducciones analíticas; solo queda un compromiso y una apuesta constante a defender ciertos valores que garantizan la pluralidad en la búsqueda de la Verdad.
Lejos de quedar preso de los dispositivos de la burocracia de conocimiento o de los deberes partidarios, Aron se posicionó como un constante defensor de una tradición política poco extendida en su nación, adscripta a un liberalismo aristocrático, antirevolucionario y de fuerte impronta anglosajona. Estos rasgos fueron desplegados en sus distintas labores a través de la apelación a autoridades del pensamiento de la tradición occidental. De modo que junto a su rol de reintroductor del pensamiento alemán en la Francia del siglo XX y su semblante de furibundo crítico de la teleología, supo efectuar también ciertas reactivaciones autorales decisivas. A manera de somera precisión, quisiéramos señalar dos de ellas que se entroncan con su afección por el decir histórico y su preocupación permanente por la democracia.
Movilizados en numerosas ocasiones y en distintas páginas, Aron se valió –entre otros autores clásicos– de Maquiavelo y Tocqueville destacando sus potencialidades para comprender la política. En lo que concierne al pensador italiano, cabe recordar el libro intitulado Maquiavelo y las tiranías modernas [1940], en donde el autor de El Príncipe aparece como catalizador de la crítica aroniana a los teóricos del fascismo que apostaban por una cancelación de las libertades democráticas, tal como luego remarcaría en Introducción a la filosofía política [1952]. Como advertimos anteriormente fue el mismo Aron quien guió a Lefort (2010) en su famosa tesis sobre Maquiavelo y que para ese momento contaba ya en su haber con una interesante polémica con el humanista cristiano Jacques Maritain –allá en la década de 1940– sobre la actualidad del maquiavelismo. En cambio el uso de Tocqueville fue más tardío, pero no por ello menos importante; el autor de La democracia en América ocupa, por ejemplo, un lugar central en su Ensayo sobre las libertades [1965] al ser recuperado para indicar los dilemas de la democracia frente al totalitarismo soviético y al economicismo marxista. No casualmente el prestigioso historiador Furet (2013) señaló que “Raymond Aron fue al mismo tiempo el crítico de Marx, a quien dedicó una gran parte de su vida intelectual, y el que volvió a introducir a Tocqueville” (p. 45) en la escena intelectual francesa. De modo que Aron, más allá de las peculiaridades de cada caso, reactivó a Maquiavelo y a Tocqueville recurriendo al sustrato de la historia y a los valores eminentemente modernos encarnados por el liberalismo.
Sobre el contenido de este dossier y la lectura de la obra aroniana
Para aquellos que deseen disponer de una aproximación sistemática al conocimiento de la obra de Aron conforme a su propia concepción y al orden que dispuso sobre la misma, es bien recomendable empezar por el abordaje de sus Memorias. Se trata de un voluminoso libro donde el autor, sabiéndose en el ocaso de su vida, ofrece una interpretación “oficial”, de pretensiones canónicas, de su legado intelectual, dando cuenta de los contextos históricos que incidieron sobre aquel y en su propia historia personal, identificando aquellos autores que fueron para él referencias a lo largo de su vida, así como de los interlocutores con los cuales mantuvo intercambios académicos y políticos –o aquellos a quienes quiso otorgarles ese estatuto– que tuvieron importantes repercusiones en su época. Si las 740 páginas de la edición en castellano publicada por Alianza Editorial en Madrid en 1985 pueden llegar a espantar a quienes sean receptivos a nuestra recomendación, bien vale decirles que el relato que allí nos presenta Aron en primera persona es uno realmente atrapante e invita a la lectura, pues pone magistralmente en relación sus ideas con experiencias vitales, en ocasiones muestra la “trastienda” de sus investigaciones y textos, o bien se expone a la crítica presentando y desarrollando problemas que interpelan sus argumentos intelectuales o sus decisiones y acciones políticas, sabiéndose siempre un hombre que incluso en sus debilidades tiene alguna reflexión consistente e interesante para plantearnos en esas páginas. Otra vía muy atractiva de ingreso a la obra de Aron son las entrevistas que le hicieron Jean-Louis Missika y Dominique Wolton en diciembre de 1980, publicadas con el título de El observador comprometido.
También este dossier ha sido concebido como una vía de aproximación a algunos tópicos centrales de la obra de Aron. Cuando a comienzos del año 2017 comenzamos a diseñar y trabajar en el mismo, convocamos a colegas de diversas disciplinas interesados en revisitar su obra con el objetivo de abordar sus contribuciones teórico-metodológicas e investigaciones empíricas sobre diferentes cuestiones sustantivas; otorgar mayor visibilidad a sus ideas y textos en la enseñanza universitaria; e interpelar desde su producción intelectual problemáticas de nuestra época, con particular énfasis en el estudio de debates académicos y políticos de la Argentina en los escenarios nacional, regional y global. Así pues, procuramos comprender las concepciones y análisis de Raymond Aron acerca de la teoría social, teoría política y teoría de la historia; los intelectuales y el marxismo; las relaciones internacionales; la paz y la guerra; las relaciones entre política, diplomacia y estrategia, particularmente, en el siglo XX. Los editores de este dossier –Ricardo Laleff Ilieff y Germán Soprano– emprendimos esta iniciativa académica compartida con Anabel Beliera, Pablo Bonavena, Hernán Cornut, Sergio Morresi, Flabián Nievas, Alejandro Simonoff y Martín Vicente.
El número se inicia con el trabajo de Laleff Ilieff, cuya intención radica en analizar la forma en la cual Aron tematizó la democracia liberal y sus paradigmas rivales de organización –principalmente el soviético–. Para ello, Laleff Ilieff se centra en Introducción a la filosofía política y Democracia y totalitarismo, lo que le permite, a su vez, denotar ciertas modulaciones políticas del decir aroniano tomando en cuenta la querella entablada con los teóricos “maquiavelistas” y su ponderación del liberalismo anglosajón. El artículo, además, concluye con una reflexión actual sobre el neoliberalismo a partir de las propias presunciones del autor francés.
Por su parte, Morresi y Vicente abordan los debates de Aron con los “izquierdistas franceses” –como Jean-Paul Sartre y Maurice Merleau-Ponty– tomando como referencia a El opio de los intelectuales y El marxismo de Marx señalando al modo de leer la obra de Marx como elemento fundamental del mismo. En su artículo, los autores indican que la posición interpretativa aroniana procura fundamentar la importancia de la filosofía de la historia para entender la matriz de pensamiento marxiana, lo que le habilita a señalar los límites de una interpretación teórica sobre los acontecimientos con fuerte vinculación en los posicionamientos políticos de la Francia de mediados del siglo XX.
A partir de Paz y guerra entre las naciones, Bonavena y Nievas repasan los aportes de Aron en torno a las teorías de las relaciones internacionales, exhibiendo el particular vínculo entre política y guerra allí destacado y remarcando con ello las vicisitudes concernientes a un escenario interestatal de singulares manifestaciones en la Guerra Fría. En su empresa analítica, Bonavena y Nievas no dejan de preguntarse por la actualidad de las observaciones aronianas en el actual mundo contemporáneo.
Tomando también como referencia a las relaciones entre guerra y política, Cornut se centra en Pensar la guerra, Clausewitz y Sobre Clausewitz exhibiendo las aristas principales de la interpretación aroniana sobre la obra del célebre militar prusiano, contrastándolo además con ciertos dilemas del ámbito de la estrategia y el estudio de lo militar en el presente. Para ello, Cornut decide retomar lo planteado por Clausewitz en su célebre De la guerra concentrándose, en especial, en las tematizaciones acerca de la dialéctica entre moderación y violencia.
En la sección “Notas de investigación”, Simonoff se concentra en Paz y guerra entre las naciones haciendo hincapié en la importancia de Aron en el estudio de las relaciones internacionales. En consecuencia, Simonoff se pregunta sobre la inserción epocal del mencionado escrito en un contexto atravesado por un marcado dominio de los estudios anglosajones, estudios influenciados en gran medida por el realismo de base morgenthauniana. Indagando sobre el particular sincretismo epistemológico de los aportes aronianos y su capacidad interpretativa de los fenómenos actuales en el área internacional, Simonoff concluye sobre su incidencia en el estudio argentino de la disciplina tomando como referencia a la obra de Juan Carlos Puig.
Por su parte, Beliera se ocupa de poner de manifiesto la sistematización por parte de Aron de ciertas problemáticas nodales de la tradición de la teoría sociológica. Tomando como referencia a Las etapas del pensamiento sociológico, la autora se interroga sobre los modos de llevar a cabo tal empresa señalando el interés del francés por una pregunta inscripta en los dominios de la ciencia. Para dar cuenta de tal objetivo, Beliera se concentra en la relación entre historia y teoría en el pensamiento sociológico de Aron en vistas de evaluar cómo es en la actualidad la recepción de sus aportes en el marco de la sociología enseñada en Argentina.
La sección “Debate” incluye el trabajo de Soprano, quien a partir de un cuidadoso repaso bibliográfico –en obras como La república imperial, Memorias y Los últimos años del siglo– se enfoca en las relaciones entre política, diplomacia y estrategia. Principalmente, Soprano aborda sus intereses tomando en cuenta la política exterior de los Estados, las tensiones entre conducción política y conducción militar en situaciones bélicas y las principales formas contemporáneas de los conflictos armados. Asimismo, Soprano sopesa la relevancia de la obra aroniana para pensar ciertos dilemas del mundo de la defensa y del ámbito de lo militar en la Argentina actual.
Asimismo, cuando –conforme a la propuesta editorial de Cuestiones de Sociología–sopesamos quién podría ser el especialista en temáticas sociológicas afines a la producción intelectual de Raymond Aron que invitaríamos para participar de la sección “Entrevistas”, no dudamos en convocar a Héctor Saint-Pierre, académico argentino, graduado en la licenciatura en Filosofía de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata, con una extensa y bien reconocida trayectoria académica en el Brasil –país que lo acogió en su exilio durante la dictadura del autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional”– y en el mundo académico iberoamericano. El contenido de la presentación de la entrevista y la propia entrevista no sólo nos permitirá conocer sus ideas y valoración acerca de la obra de Aron, sino también repasar sistemáticamente la producción académica de este colega argentino-brasileño en materia de relaciones internacionales, defensa nacional y seguridad internacional, y relaciones civiles-militares en los últimos treinta años.
El dossier se completa con la contribución de textos de dos colegas para la sección “Lecturas”. Se trata de reseñas críticas sobre libros que gravitan en el universo de enfoques y temas característicos de la obra de Aron. Por un lado, la reseña de Cristian Di Renzo sobre un libro sobre sociología de la guerra cuya producción y circulación se estaba volviendo indispensable en los medios académicos de Argentina. Nos referimos a Guerra: Modernidad y contramodernidad, publicado en Buenos Aires en 2015, de Pablo Bonavena y Flabián Nievas, dos destacados precursores de este incipiente campo de estudios sociológicos en el país. Y, por otro lado, la reseña de Fabricio Castro sobre Raymond Aron, realista político. Del maquiavelismo a la crítica de las religiones seculares, publicado en Madrid en 2013, cuyo autor es uno de los más refinados conocedores de la obra del autor francés, el académico español Jerónimo Molina Cano.
En suma, el conjunto de las contribuciones de este dossier –artículos, entrevista y reseñas críticas– esperan ser un estímulo para estudiar, reexaminar, intercambiar ideas y valoraciones, polemizar, producir investigaciones teóricas y empíricas en torno de la obra de Raymond Aron y de sus derivas académicas y políticas en el siglo XX y XXI. Al avanzar en ese recorrido hemos querido observar los matices de sus múltiples interpretaciones, no solo para captar facetas de hechos pasados que pueden o no escapar de nuestro horizonte epocal, sino también para analizar críticamente sus abordajes, para ver si algo de los gestos interpretativos aronianos colaboran para entender nuestras propias tradiciones y nutrir nuestros propios abordajes, más allá de la reconstrucción erudita y siempre útil de un tiempo y de saber que, en definitiva, se trata de un discurso que no es el nuestro.
Quisiéramos, por último, agradecer el apoyo y la confianza dispensada desde 2017 para concretar este dossier –cuyas contribuciones fueron discutidas en la Jornada Pensar nuestra época, Raymond Aron, en agosto de 2018– por los directores del Departamento de Sociología de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación de la Universidad Nacional de La Plata, Mariana Busso y Sebastián Benítez Larghi; por las autoridades del Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales-IdIHCS-CONICET-UNLP, Gloria Chicote y Antonio Camou; los editores de la revista Cuestiones de Sociología y los colegas que de diversos modos nos acompañaron en esta iniciativa.19 Asimismo, uno de los editores del dossier (Germán Soprano) está en deuda con Alejandro Simonoff, quien siendo un joven profesor de Historia General VI (siglo XX) en la carrera de historia de la universidad pública platense, supo dar a conocer a Raymond Aron entre sus estudiantes a principios de la década de 1990; y también lo está con Guillermo Lafferriere, con quien desde hace años comparte estrechos diálogos sobre cuestiones teóricas e históricas relativas a asuntos militares, de defensa y de seguridad internacional.
Referencias
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