Cuestiones de Sociología, nº 26, e130, febrero - julio 2022. ISSN 2346-8904
Universidad Nacional de La Plata
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Departamento de Sociología

Dosier: La vida trastocada por el COVID 19.
Estudios y reflexiones situadas desde las Ciencias Sociales

Espacialidad, temporalidad, situacionalidad. Tres preguntas sobre la experiencia de la pandemia en/desde la ciudad de La Plata

Ramiro Segura

Escuela Interdisciplinaria de Altos Estudios Sociales, Universidad Nacional de San Martín / CONICET / Laboratorio de Estudios en Cultura y Sociedad, Universidad Nacional de La Plata, Argentina
Jerónimo Pinedo

Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales (UNLP-CONICET), Facultad de Humanidades yCiencias de la Educación, Universidad Nacional deLa Plata, Argentina
Cita recomendada: Segura, R. y Pinedo, J. (2022). Espacialidad, temporalidad, situacionalidad. Tres preguntas sobre la experiencia de la pandemia en/desde la ciudad de La Plata. Cuestiones de Sociología, 26, e130. https://doi.org/10.24215/23468904e130

Resumen: Este artículo explora la experiencia de la pandemia en / desde la ciudad de La Plata (Argentina). Por medio del análisis de la imaginación geográfica desplegada por las políticas públicas, los medios masivos de comunicación y las y los habitantes de la periferia oeste de la ciudad, el artículo muestra la relevancia de un análisis detenido de la espacialidad, la temporalidad y la situacionalidad en la experiencia de la pandemia. En este sentido, el artículo argumenta que la pandemia es un proceso -antes que un hecho o un acontecimiento específico- que involucra actores diversos, temporalidades heterogéneas y efectos situados activos en la producción de lugares y geografías.

Palabras clave: Pandemia, Experiencia, Imaginación geográfica.

Spatiality, temporality, situationality. Three questions about the experience of the pandemic in / from the city of La Plata

Abstract: This article explores the experience of the pandemic in / from the city of La Plata (Argentina). Through the analysis of the geographical imagination displayed by public policies, the mass media and the inhabitants of the western periphery of the city, the article shows the relevance of a careful analysis of spatiality, temporality and situationality in the social experience of the pandemic. In this sense, the article points out that the pandemic is a process, rather than a fact or a specific event, that involves diverse actors, heterogeneous temporalities and situated effects involved in the process of production of places and geographies.

Keywords: Pandemic, Experience, Geographic imagination.

Introducción

El presente artículo formula tres preguntas sobre las experiencias urbanas de la pandemia en/desde la ciudad de La Plata y avanza algunas hipótesis interpretativas acerca de ellas, a partir de una investigación colectiva más amplia y aún en proceso. Nos referimos específicamente al proyecto “Flujos, fronteras y focos. La imaginación geográfica en seis periferias urbanas de la Argentina durante la pandemia y la pospandemia del COVID19” (PISAC-COVID 00035), financiado por la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica, que se está desarrollando en las ciudades de Tucumán, La Plata, Mar del Plata, Jujuy, Resistencia y Bariloche. Se trata de “aglomeraciones urbanas” que, dentro de la jerarquía de la red urbana nacional, se encuentran “por debajo” de Buenos Aires y de la tríada compuesta por los nodos nacionales de Rosario, Córdoba y Mendoza, y “por arriba” de ciudades con menos de 100.000 habitantes, y que en las últimas dos décadas manifiestan una tendencia de crecimiento urbano hacia “morfologías metropolitanas extendidas” (Prévot-Schapira y Velut, 2016).

La investigación explora la “imaginación geográfica” de las políticas públicas, los medios de comunicación y las y los habitantes de las heterogéneas periferias urbanas de cada una de esas ciudades intermedias de la Argentina. Con el concepto de “imaginación geográfica” nos referimos al proceso por medio del cual una persona puede “comprender el papel que tiene el espacio y el lugar en su propia biografía, relacionarse con los espacios que ve a su alrededor y darse cuenta de la medida en que las transacciones entre individuos y organizaciones son afectadas por el espacio que los separa” (Harvey, 2007, p. 17). La emergencia disruptiva en la vida cotidiana de la pandemia y de las políticas públicas implementadas para su control, como el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO), el Distanciamiento Social Preventivo y Obligatorio (DISPO) y la instalación contingente de “cercos sanitarios”, “retenes”, “controles”, etc., no sólo desplegaron una imaginación geográfica específica sobre las relaciones entre “aislamiento”, “distanciamiento”, “cuidado” y pandemia, sino que impactaron en la imaginación geográfica en la vida social. La pandemia y las políticas mencionadas, junto con los slogans –“Quedate en casa”, “El barrio cuida al barrio”, “Ejerzamos la cuidadanía”, etc.-, las discusiones mediáticas y la transformación de las prácticas cotidianas de las y los habitantes constituyen una instancia privilegiada para el análisis de la producción, reproducción y eventual transformación de los imaginarios geográficos de las ciudades.

Lejos de los sentidos habituales que la vinculan con la fantasía y la ficción, la imaginación remite en nuestra investigación a un “trabajo cotidiano” social, histórica y espacialmente situado, que tiene un sentido proyectivo y que delimita una comunidad de pertenencia y sentimiento, en la que se articulan la imagen (la circulación de imágenes), lo imaginado (la construcción de comunidades imaginadas) y el imaginario (como paisaje construido de aspiraciones colectivas) (Appadurai, 1991). En este sentido, las categorías de foco, frontera y flujo constituyen una tríada para analizar los modos en que la imaginación geográfica situada distribuye, conecta y separa lugares, objetos y actores en el espacio urbano, y el peso de clase, género, racialidad, generación y lugar en este proceso. Mientras “foco” alude a una concentración elevada de un fenómeno en un determinado lugar producto de su distribución diferencial en el espacio, pero también a la selectividad y la direccionalidad de la mira (hacer foco), “flujo” designa la práctica social de desplazamiento espacio-temporal a través del territorio de personas y objetos (Hannerz, 1998) que sigue determinados senderos (Urry, 2000; Ingold, 2011) y puede estabilizarse en ciertos circuitos (Magnani, 2002; Segura, 2018), y “frontera” refiere a una discontinuidad o separación en el espacio, así como da nombre a diversos mecanismos de delimitación, cierre social o efecto de frontera que regulan la interacción social (Simmel, 1986; Barth, 1976; Hall, 2010; Segura, 2015a).

Metodológicamente, el proyecto implicó, para cada una de las ciudades, el relevamiento exhaustivo de las políticas públicas locales, provinciales y nacionales relativas a la pandemia, así como el de la comunicación pública de tales políticas desde el inicio de la pandemia hasta finales de julio de 2021; la construcción de un corpus de noticias periodísticas en dos medios gráficos locales (uno “hegemónico” y otro “alternativo”) con un criterio de muestreo común;1 la realización de trabajo de campo en un “área de expansión urbana periférica” (en el caso de La Plata, se seleccionó el “eje oeste”, por el carácter reciente y vertiginoso de la expansión urbana en la zona y por su heterogeneidad social y residencial);2 y la elaboración de un corpus visual de la pandemia resultado del relevamiento de las imágenes que circularon en las políticas y en los medios y de las que se produjeron en el trabajo de campo tanto por las y los investigadores como por las personas entrevistadas. La investigación aborda, entonces, el período que va desde el comienzo de la pandemia hasta el inicio del proceso de vacunación de la población, proceso que, si bien no implica automáticamente el fin de la pandemia, marca un hito y abre un nuevo horizonte temporal (Skegg et al., 2021).

En este artículo formulamos tres preguntas sobre la imaginación geográfica durante la pandemia en / desde La Plata. Más concretamente, a partir del análisis de las políticas públicas, los medios de comunicación y la vida cotidiana durante la pandemia de las y los heterogéneos habitantes del “oeste” de la ciudad de La Plata, nos preguntamos por la metropolización, la temporalidad y la situacionalidad de la pandemia. Y adelantamos algunas hipótesis sobre estas cuestiones que esperamos enriquezcan -por comparación- la comprensión de las dinámicas urbanas durante la pandemia en las otras ciudades bajo análisis en el marco del proyecto colectivo. En lo que sigue, destinamos un apartado a cada una de las preguntas que organizan el desarrollo del artículo. “¿Esto es el AMBA?” aborda las dinámicas de metropolización de la pandemia desde La Plata y muestra los efectos del uso, para la gestión de la pandemia, de una categoría geográfico-administrativa como Área Metropolitana de Buenos Aires en la vida urbana cotidiana de una ciudad habitualmente excluida de esa delimitación. “¿Cuándo fue la pandemia?” indaga en la temporalidad y muestra que, más allá de una primera asociación de la pandemia con el ASPO y, por lo tanto, de su localización en el pasado, un análisis detenido arroja una temporalidad compleja en la experiencia de la pandemia, en la que se entrelazan contagios, aislamientos, muertes y vacunas. Por último, “Acá fue terrible” explora la situacionalidad de la pandemia por medio del señalamiento de algunas transformaciones del habitar cotidiano “durante” la pandemia, no sólo comparando con los momentos previos, sino también siendo sensibles a las variaciones de lugar, tipo de espacio residencial, condiciones laborales y tiempos en la periferia oeste de La Plata. En síntesis, por medio de la exploración de dimensiones espaciales, temporales y situacionales de la “imaginación geográfica” invitamos a pensar la pandemia como un “proceso” antes que como un suceso o un acontecimiento específico, que involucró e involucra temporalidades heterogéneas, escalas diversas y efectos situados.

¿Esto es el AMBA?

La pregunta “¿Qué es el AMBA?” fue, según Google, la cuarta consulta más frecuente que se realizó en la Argentina durante el año 2020. La mayor frecuencia de consultas al respecto se concentró, a nivel nacional, entre el 21 y el 27 de junio. Asimismo, búsquedas relacionadas, como la pregunta “¿La Plata es el AMBA?”, tuvieron su frecuencia más elevada la semana siguiente, entre el 28 de junio y el 4 de julio de 2020. La concentración de estas búsquedas en torno a estas fechas no es azarosa. Responde a que el día 29 de junio de 2020 entró en vigencia el decreto n° 576/2020 por medio del cual, por primera vez desde que el 20 de marzo de 2020 comenzara a regir el Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio (ASPO) para toda la Argentina, una nueva normativa reconocía la heterogeneidad territorial y epidemiológica del país y disponía medidas diferenciales acordes a estas heterogeneidades. De esta manera, a la vez que flexibilizaba las medidas de aislamiento para distintas regiones instalando el DISPO (distanciamiento social, preventivo y obligatorio), mantenía el ASPO para el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA). “¿Esto es el AMBA?”, entonces, se tornó una pregunta recurrente en las y los habitantes de diversas localidades y ciudades que, como La Plata, se encuentran espacialmente próximas a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA), aunque no agrupadas de manera habitual bajo etiquetas como “AMBA” ni que ingresan en delimitaciones más habituales como “conurbano” o “Gran Buenos Aires”. En términos prácticos, estar o no en el AMBA definía la persistencia o no de las medidas de aislamiento obligatorio. Al final de la conferencia pública en la que el presidente de la nación anunciaba la diferenciación geográfica en las medidas, a uno de los autores de este artículo le llegó un WhatsApp de un amigo que le preguntaba: “Nosotros no somos área metropolitana ¿no? Estamos discutiendo con un grupo de colegas abogados si corresponde o no la fase uno para La Plata”. La respuesta fue simple y taxativa: sí. Alcanzaba con ver el mapa que mostraba el presidente. Sin embargo, rápidamente llegó otro mensaje: “Mmmm, no me parece que de Zárate a Magdalena sea toda una misma ciudad”. Poco tiempo transcurrió para que algunas personas en sus redes sociales distribuyeran memes jocosos sobre la sorpresa de los platenses con respecto a su súbita pertenencia a un espacio metropolitano que, desde el punto de vista de las restricciones, les resultaba desfavorable. Quizá por un momento algunos de ellos pensaron, por primera vez, que vivir cerca de Buenos Aires no era siempre, y en cualquier circunstancia, una ventaja. Desde ese momento se despertó en los habitantes platenses un conjunto de dudas y suspicacias acerca de la pertenencia o no a una categoría que, dadas las necesidades de gestionar la pandemia, tomaba una relevancia poco percibida en su vida cotidiana.

La consolidación del AMBA como categoría político-administrativa para la gestión de la pandemia anuda diversas dimensiones y procesos históricos, y desata no pocos conflictos políticos. En efecto, al menos en su inicio, la dinámica espacio-temporal del virus y de los contagios promovió el pensar en términos metropolitanos ante la ineludible evidencia de que, como también sucede con el ambiente, el transporte y la infraestructura (Bender, 2006), su regulación requería de una imagen de los procesos urbanos a escala más amplia que la municipal. Si bien nadie dudaba antes de la pandemia de que este aglomerado urbano de alrededor de 14.000.000 de habitantes tenía algún tipo de unicidad (o al menos, de vinculaciones entre las partes), un conjunto de factores históricos, políticos e institucionales han dificultado su abordaje integral. Entre ellos se destaca la fuerte diferenciación -cuando no antagonismo- entre la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y el Gran Buenos Aires, que se traduce en la coexistencia, el solapamiento y la disputa de múltiples escalas y jurisdicciones de gobierno (nacionales, provinciales, municipales), y en la ausencia de una Autoridad Metropolitana que regule fenómenos de indudable escala metropolitana como la salud.

Asimismo, el lenguaje de uso corriente de las y los habitantes del espacio metropolitano es rico en clivajes, diacríticos e inflexiones socio-espaciales, estando prácticamente ausente la idea de “la metrópoli” o el “área metropolitana”. Aún se puede escuchar en la conversación citadina “vivo en provincia” o “voy a capital”, “eso queda en el conurbano” o “para hacer tal cosa hay que irse a CABA”, “me mudé a zona norte”, “mi tía está en el oeste” o “esto sucede acá en zona sur”, “ahora me vine a ciudad, pero antes vivía en Matanza” y así, pero difícilmente la existencia de un área metropolitana estaba instalada en las representaciones habituales de quienes la habitaban antes de la pandemia. Sin embargo, la crisis inducida por la pandemia la ha puesto en circulación: las formas de gestionar su contención, así como las formas de cuestionar esa gestión, la ubican en un lugar de centralidad y con ello afloran todas las desavenencias, inconsistencias y caracteres difusos de una noción y una forma de representar y hablar del espacio urbano que carece de estabilidad en los imaginarios geográficos de las y los habitantes, los discursos periodísticos y las políticas públicas del espacio metropolitano más grande del país. Entre estas inconsistencias no está de más señalar que con anterioridad a la pandemia el uso más frecuente de la categoría “Área Metropolitana de Buenos Aires” en estadísticas oficiales se expresaba en la ecuación “AMBA = CABA + GBA”, que recorta como unidad la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y los 24 partidos que según el INDEC componen el Gran Buenos Aires. El uso de “AMBA” a partir de la pandemia, en cambio, delimitó un área mayor que tendió a coincidir con el espacio geográfico más amplio. En efecto, en esos días de confusión, desorientación e intensa búsqueda sobre “¿qué es el AMBA?”, el propio gobierno publicó el 14 de septiembre una aclaración titulada “¿Sabías qué es el AMBA?”, en la que -además de una cartografía y un cuadro con los municipios que incluía- se sostenía:

El AMBA es la zona urbana común que conforman la Ciudad de Buenos Aires y los siguientes 40 municipios de la Provincia de Buenos Aires: Almirante Brown, Avellaneda, Berazategui, Berisso, Brandsen, Campana, Cañuelas, Ensenada, Escobar, Esteban Echeverría, Exaltación de la Cruz, Ezeiza, Florencio Varela, General Las Heras, General Rodríguez, General San Martín, Hurlingham, Ituzaingó, José C. Paz, La Matanza, Lanús, La Plata, Lomas de Zamora, Luján, Marcos Paz, Malvinas Argentinas, Moreno, Merlo, Morón, Pilar, Presidente Perón, Quilmes, San Fernando, San Isidro, San Miguel, San Vicente, Tigre, Tres de Febrero, Vicente López, y Zárate. (https://www.argentina.gob.ar/noticias/sabias-que-es-el-amba)

Esta delimitación coincide con las definiciones académicas de “Región Metropolitana de Buenos Aires (RMBA)”, menos frecuente aún que “AMBA” en la vida urbana cotidiana, pero bastante lógica en términos de gestión de la pandemia, ya que se basa en criterios de movilidad cotidiana antes que en jurisdicciones políticas (como “Gran Buenos Aires”) o la continuidad constructiva (como “Aglomeración Buenos Aires”). Como señalan López y Etulain (2019, p. 17), el término fue mencionado por primera vez en el Censo Nacional de 1960 y fue reintroducido en el debate académico por Pedro Pírez en 1994, quien consideró que, además de la primera y segunda corona, la aglomeración se extendía hacia una tercera corona, independientemente de la continuidad del tejido urbano, debido a cuestiones funcionales antes que morfológicas. Poco tiempo después, Susana Kralich (1995) propuso delimitar los bordes metropolitanos en función de los desplazamientos cotidianos de la población, es decir, hasta el lugar último a donde llegan las líneas de transporte durante el día (especialmente el colectivo). La paradoja de las medidas de aislamiento en relación con la metrópoli reside precisamente en que el ASPO reconoce su unicidad entendida como una sistema abierto, funcional e interdependiente, para desactivarlo o al menos modificar su ritmo y reducir sus flujos. De esta manera, al mismo tiempo que le daba existencia a la Región Metropolitana en tanto categoría administrativa y de gubernamentalidad, el impacto del ASPO en la movilidad ponía en jaque -como dicen Maneiro et al.- su organicidad.

Por su posición geográfica ambigua respecto de los usos variables de “AMBA”, y por su relación histórica y política compleja con Buenos Aires y el conurbano, el “punto de vista platense” sobre su inclusión dentro del AMBA durante la gestión del ASPO se torna particularmente revelador de los “imaginarios geográficos” en pugna. En consecuencia, la discusión no se limitó a la confusión generada por la inclusión de ciudades localizadas en el “tercer cordón” dentro de la categoría “AMBA” y sus efectos prácticos relativos a la persistencia del ASPO en esa zona. El 29 de junio, día en que se oficializó el decreto que extendía el ASPO del 1° al 17 de julio en el AMBA, la provincia de Chaco, el departamento rionegrino de General Roca y el aglomerado urbano de Neuquén, el diario El Día publicó la noticia “Qué dice el decreto que endurece la cuarentena en La Plata y el AMBA”. De esta manera, el diario distinguía lo que para el decreto conformaba una unidad de aplicación del ASPO. Asimismo, el 1° de julio el diario titulaba “La Plata, entre los municipios del AMBA con menor cantidad de contagios por cada 100 mil habitantes”, destacando que ocupaba el puesto 39 sobre 40 partidos y esgrimiendo entre las razones de tal situación que “la superficie del partido permite tener una mejor distribución de la población”, “la política en materia de salud” y el “respeto de la mayor parte de los habitantes a los protocolos de seguridad”. Esta situación distintiva dentro de la dinámica de la metrópoli volvía a colocar en el centro, según el diario, “el reclamo de miles de comerciantes y trabajadores independientes que se oponen a las restricciones a las que debe someterse La Plata pese a tener estos números que claramente no corresponden a los de un partido en la zona roja del coronavirus”. Y, a la vez, se citaba una fuente municipal que señalaba la ambivalencia de la inclusión de la ciudad en el área metropolitana: “Ser parte del AMBA tiene sus cosas malas y otras buenas. Por ejemplo, suceden cosas como estas, que pese a no tener una cantidad de contagios que nos hagan preocupar tenemos las mismas restricciones que los partidos más complicados. Pero ser del AMBA nos va a permitir posicionarnos de otra manera desde lo económico a la hora de los subsidios provinciales y en el nuevo reparto de la coparticipación".

Más allá de las posiciones, resulta claro que la inclusión de la ciudad como parte del AMBA desestabilizó imaginarios geográficos profundamente sedimentados y desató la polémica. Pocos días después del decreto, el 8 de julio de 2020, el diario El Día publicaba la nota de opinión “La Plata no es el AMBA, ni debe serlo”, de Juan Portesi, exministro de gobierno de la provincia entre 1983 y 1987. En la nota remarcaba la vinculación entre pandemia y Región Metropolitana (“posiblemente la palabra más utilizada por los medios de difusión y redes sociales cuando se refieren al tema del COVID-19”), después de décadas de que los distintos gobiernos desatendieran la cuestión. Asimismo, en esta emergencia de lo metropolitano el autor señalaba errores, especialmente “la inclusión en el AMBA de La Plata y partidos aledaños”. Su argumentación descansaba en las “características distintivas” de La Plata y “su influencia sobre su región por fuera de la megalópolis”, la “jerarquía” y el “prestigio” de la ciudad que descansan en diversos atributos, como ser la capital de la provincia, ser sede del parlamento que legisla sobre un tercio de la población del país, su universidad centenaria, su diseño urbano, su vida cultural y deportiva, sus actividades industriales, astilleros y puerto, y sus cultivos florihortícolas, entre otros elementos de una larga enumeración. Todo lo cual, concluía el autor, hace “a La Plata diferente de CABA y de los partidos del urbano continuo (es de gran importancia mantener al Parque Pereyra) que constituye el GBA”. Esta diferencia se condensaba, para Portesi, en la plena identificación de los habitantes de La Plata con su ciudad, lo que según su perspectiva no sucede con los partidos del conurbano.

Mientras desde el gobierno, aplicando un criterio de funcionalidad sintetizado en la “movilidad pendular”, se agrupaba bajo la etiqueta “AMBA” a CABA y 40 partidos, en la nota criterios como la discontinuidad del tejido, funciones políticas de la ciudad y atributos urbanísticos, culturales y deportivos se esgrimen para argumentar por la separación. No se trata aquí de tomar posición por alguna de las dos posturas -aunque sin desconocer alguno de los atributos enumerados en la nota, en otro lugar hemos señalado la indudable tendencia a la metropolitanización de la ciudad (Chaves y Segura, 2021)-, sino de mostrar el impacto de la pandemia y de su gestión en la imaginación geográfica que, en este caso, reactualiza no sólo la persistente distinción entre Buenos Aires y el conurbano, sino la singularidad de La Plata respecto de ambos espacios, en la que se articulan dimensiones históricas, sociales, políticas urbanísticas y no pocos prejuicios acerca de ese “otro” -próximo y lejano a la vez- con que se refiere al conurbano (Segura, 2015b).

¿Cuándo fue la pandemia?

Aunque irreductible al Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio decretado el 20 de marzo de 2020, la experiencia de la pandemia y sus efectos en la imaginación geográfica no pueden pensarse sin los períodos más o menos prolongados de confinamiento. Incluso en algunas representaciones sobre la pandemia, ésta se acerca demasiado a aquel, hasta casi confundirse en un mismo fenómeno. La pandemia involucra múltiples temporalidades entrelazadas y no necesariamente sincrónicas: el tiempo de los contagios, el tiempo de las políticas, el tiempo de las muertes, el tiempo de las vacunas. De todos modos, por su carácter disruptivo, el aislamiento constituye el hito con el que más rápidamente se la asocia. No resulta del todo incomprensible, entonces, que la temporalidad de la pandemia suele conjugarse en pasado, refiriéndose a aquellos -hoy aparentemente- lejanos momentos de ASPO.

El confinamiento fue una acción estatal preventiva que movilizó un proceso de reorganización del espacio y el tiempo. El ASPO fue una política basada en un escenario en el que era imperativo actuar, pero el conocimiento sobre lo que ponía en riesgo a la población era incompleto (Lakoff, 2015). Fue un alineamiento parcial de las capacidades estratégicas del Estado para producir un efecto espacio-temporal que se inició con una actividad legislativa vinculante para un territorio nacional (los decretos) pero que involucró el despliegue de instituciones, actores, objetos y tecnologías que intentaban circunscribir y sostener un arreglo espacio-temporal cuya materialidad desbordó su contextura normativa. De todas maneras, un rápido recorrido por las políticas implementadas nos marca que algunas semanas antes de establecerse el ASPO numerosos gobiernos municipales y provinciales, en un contexto de incertidumbre y alarma social, fueron adoptando preventivamente medidas de suspensión, prohibición y regulación de ciertas actividades y movilidades que fueron abonando el terreno para que, finalmente, el Poder Ejecutivo nacional centralizara el gobierno de la emergencia sanitaria a través de numerosas disposiciones que empezaron a regir para todo el territorio nacional y colocara la administración del ASPO en cabeza de la Jefatura de Gabinete de Ministros. Se trató de un proceso gradual de gubernamentalización con fuerte eje en el confinamiento, que terminó de consolidarse hacia el final de la primera mitad del 2020, cuando la cronología objetiva de las semanas epidemiológicas, las tasas de incidencia, la ocupación de las terapias intensivas y los modelos epidemiológicos predictivos pasaron a marcar el ritmo temporal no sólo de medidas y sucesivas prórrogas, sino que también dominaron la imaginación pública y mediática en torno a la evolución de la pandemia, su distribución territorial y una lógica temporal sucesiva impregnada por el presentimiento público de un desborde inminente en un futuro próximo pleno de incertidumbres.

El confinamiento como política epidemiológica con un claro sesgo socio-espacial tuvo múltiples escalas. Una de ellas fue evidentemente transnacional, ya que consistió en una recomendación elaborada en el ámbito de la gobernanza global de la seguridad sanitaria cada vez más centrada en el control y gestión de las “emergencias epidémicas de enfermedades desconocidas” (Lakoff, 2019). Estas recomendaciones tuvieron el sello de un saber tecno-experto globalizado y anudado a las políticas nacionales por intermedio de numerosas instituciones globales e internacionales bajo el comando de la Organización Mundial de la Salud (Martuccelli, 2021). Al mismo tiempo, el efecto demostrativo de crisis sanitarias nacionales sucesivas debido al desplazamiento mundial de la enfermedad, desde Extremo Oriente hacia Occidente, con una intensa escala en varios países de Europa y una amplia difusión mediática de escenas sanitarias dramáticas, en un período relativamente corto, reforzó el aislamiento como opción de política en el limitado menú de los diferentes gobiernos nacionales. Aunque no todos eligieron e implementaron esa opción del mismo modo. El confinamiento tomó forma a partir de una batería de medidas implementadas por gobiernos que intentaron sostener equilibrios políticos coyunturales (e inestables) mediante el establecimiento de compromisos y arreglos espacio-temporales de cierta duración (Jessop, 2017), y que, a juicio del paso del tiempo, tuvieron un lapso de vigencia e intensidad variables (Feierstein, 2021). El gobierno de Alberto Fernández se destacó en el contexto latinoamericano por seguir esta opción con vehemencia y persistencia, adoptando como dispositivo de legitimación el discurso científico y experto, y dándole a la experiencia social del aislamiento y sus controversias públicas una tonalidad específicamente nacional y una temporalidad que no coincide, necesariamente, con el proceso de difusión de los contagios de COVID-19, más allá del esfuerzo permanente por interceptar una curva con otra. Las intensidades diferentes y los momentos cambiantes que atravesaron el aislamiento y los contagios a lo largo de todo el proceso pandémico, así como su cambiante dinámica espacial, contribuyeron a producir una experiencia temporal de la pandemia que fue vivenciada de forma dispar según los sectores sociales, las inserciones laborales, los lugares de residencia y trabajo, las edades, el género, las economías domésticas, la organización microsocial del cuidado y los diversos entramados socioculturales en los cuales se sostienen las formas de convivencia social.

A partir de la investigación de campo realizada en La Plata encontramos como emergente empírico un conjunto de relatos y narraciones de la experiencia pandémica con marcadas diferencias temporales. Las y los habitantes, los medios de comunicación local y las políticas de los gobiernos municipal y provincial despliegan un cuadro muy variado a la hora de ser interrogados con la pregunta temporal: ¿cuándo fue la pandemia? Por un lado, la variación está vinculada a las asincronías entre aislamientos, contagios y muertes, y por otro, se refleja en las fuertes variaciones a las que se vieron sometidas las representaciones sociales del espacio a partir de percepciones y prácticas espaciales que fueron mutando no sólo por la intensidad y el cumplimiento del aislamiento, sino también por los momentos y el modo en que los brotes de la enfermedad y sus efectos alcanzaron a los individuos, las familias, los barrios, las comunidades, y en el que activaron una serie de trastornos y consecuencias (en ocasiones dramáticas y trágicas) en los entramados de la vida cotidiana.

A comienzos del otoño de 2021, período en el que iniciamos el trabajo de campo en La Plata, estaba desarrollándose una “segunda ola” de contagios. Luego del amesetamiento de casos que se había dado entre febrero y mediados de marzo de ese año, comenzó un crecimiento exponencial que llegó rápidamente a un pico histórico entre mediados y fines de abril, con valores promedio que cuadruplicaron los registrados en la “primera ola”. Ante esta situación, las autoridades nacionales diseñaron un conjunto de medidas restrictivas de tipo intermitente para diferentes actividades sociales, tendientes a bajar la circulación de personas en la región metropolitana, y simultáneamente, el gobierno local pujaba por abrir y liberar actividades en nombre de las demandas de comerciantes y empresas, y del hartazgo generalizado de “los vecinos” con el confinamiento, que ya no era ni tan estricto ni tan férreo como había sido en los primeros meses de alarma epidemiológica el año anterior.

La evolución de fallecidos continúa acompañando la curva de casos positivos, elevándose abruptamente durante el mes de abril, llegando a un valor promedio cercano a los 30 fallecimientos diarios. La evolución de la tasa de incidencia cada 100.000 habitantes presenta un ritmo de crecimiento que sigue siendo significativo, principalmente en Ensenada, donde supera los 12.600 casos cada 100.000 habitantes, mientras que en Berisso y La Plata, ronda los 9.800 casos cada 100.000 habitantes. Si se compara el valor alcanzado al 14 de junio de 2021 con respecto al del 20 diciembre de 2020, se destaca que en cada uno de los partidos la tasa de incidencia prácticamente se triplicó. En los primeros nueve meses de la pandemia (marzo a diciembre de 2020) un 3,22 % de la población del GLP [Gran La Plata] había sido identificada como caso positivo de COVID-19, mientras que en los 5 meses y medio transcurridos de 2021 el valor de casos positivos registrados se triplicó alcanzando a casi el 10 % de la población total. Respecto de la tasa de letalidad, en el conjunto del GLP ha descendido levemente. La Plata y Ensenada presentan tasas un poco más bajas que las de diciembre de 2020 (3.09 % y 2.03 %, respectivamente), en Berisso este indicador ha subido alcanzando un 3.76 %. Respecto a la tasa de mortalidad, entre diciembre de 2020 y mediados de junio de 2021 se evidencia una fluctuación en un sentido contrario al mencionado anteriormente para la tasa de letalidad, producto del incremento exponencial de casos que caracteriza a la “segunda ola”. Así, este indicador pasa del 9,06, el 11,25 y el 11,58 en Ensenada, La Plata y Berisso respectivamente, al 30,01, el 37,16 y el 25,72 hacia mediados de junio de 2021. (Alzugaray, Peiró y Santa Maria, 2021, p. 4)

De acuerdo con lo indicado por este reporte estadístico, el brote de la enfermedad seguía una evolución diferenciada temporalmente del aislamiento, ya que a medida que se abrían actividades y circulaciones de la población se incrementaban las probabilidades de contraerla. Si el año 2020 había estado asociado a políticas de aislamiento estricto y una evolución acompasada de los contagios, condensada en el eslogan “aplanar la curva”, el 2021 estaba asociado a políticas de apertura y aislamiento intermitente y picos empinados que graficaban la aceleración de contagios y muertes. De acuerdo con la evolución de las semanas epidemiológicas, el primer semestre del año 2021 podría considerarse, entonces, como el lapso temporal más intenso en contagios, internaciones y decesos en la ciudad de La Plata y en toda el área metropolitana. Las nuevas variantes del virus estaban implicadas en esta amplia y veloz expansión.

Pero además de este escenario general de evolución invertida de aislamientos preventivos y expansión de los contagios, hay aspectos de la dinámica espacio-temporal y sus elaboraciones subjetivas que fueron diferenciales, con entrelazamientos e intensidades variables si se los vincula con el confinamiento o con los brotes de la enfermedad. Desde el punto de vista de la vida cotidiana, esa cronología objetiva de semanas epidemiológicas y olas de contagio coexistió con temporalidades subjetivas y experiencias vitales específicas. De esta manera, en la revisión reflexiva de su experiencia pandémica que la situación de entrevista propició, Virginia (49 años), productora hortícola de la delegación Melchor Romero que habita con su familia extendida en el mismo terreno donde realizan sus cultivos, distingue claramente más de un momento y lugar para comprender sus vivencias (individuales y colectivas) en el marco de un proceso que se extendió, ganando densidad y espesor, en el transcurso del tiempo.

Yo me enteré de golpe, por la tele. Escuchaba que había en China esa enfermedad. Dijeron que había esa enfermedad, pero nunca pensé que iba a llegar acá. Pero después dijeron que llegó. Y empezamos a cuidarnos un montón. Los camioneros ya no querían entrar. Dejaban en la puerta los cajones y nosotros los llenábamos con verduras.

Virginia distingue la incredulidad inicial sobre una noticia en un país lejano del temor y las prevenciones cuando las advertencias pasaron a tener una cercanía espacial ineludible, en una distancia que ya no se calculaba entre entidades geográficas muy distantes, “China y acá”, sino en el roce frecuente con superficies de todo tipo y con otras personas con las que se tenía contacto recurrente, en vistas de mantener una actividad calificada como “esencial”3 durante el ASPO. Esto implicó, como han señalado Segura y Caggiano (2021), una inquietud y una incitación permanente a mantener limpios y desinfectados objetos y lugares domésticos y laborales, acondicionar y reorganizar los microespacios, así como una modificación de disposiciones y gestos corporales centrados en cierto autocontrol, que le daban al tiempo laboral, doméstico y rutinario una intensidad y un ritmo particular.

Se lavaba todo. Marino [su cuñado] se la pasaba con la lavandina, la manguera, la bomba. Ni darse las manos quería. Todo cambió. Los camioneros tenían miedo de agarrárselo, entonces no entraban. Ahora sí, ahora entran, pero Marino no les da la mano, los saluda de lejos, así, con un gesto.

La experimentación del bloqueo a la movilidad cotidiana fue un aspecto central de la temporalización situada de la experiencia pandémica. “Un día iba al centro y me bajaron del colectivo, me bajaron y volví a casa. Ya no fui más al centro. Para allá no fui más por un tiempo”. La ciudad se pobló de retenes y controles de flujos y tránsitos, que impedían ciertos recorridos habituales y configuraban una serie de fronteras que separaban de modo más estricto la casa, el barrio y la ciudad. “Había un puesto en la ruta 36, paraban ahí a los micros; yo me fui igual, sin el permiso, y me dijeron `Señora, tiene que volver a su casa, no puede circular´. No sé, no lo podía creer que así nomás no nos dejen salir”. El confinamiento se moduló como una vida doméstica cercada en la residencia y, desde el punto de vista de Virginia, cargó el tiempo con tedio y aburrimiento.

Y nos empezamos a juntar en la casa, porque una sale y sale, y entonces no estás todo el día ahí metido adentro de la casa. Pero cuando estás acá todos los días y todos los días… estábamos aburridos. Porque mis hijos salían, se iban a La Plata, yo los mandaba a caminar por ahí. Pero ahora no, no podían, yo no los dejaba salir. El más grande se quería ir así nomás y yo lo retaba. Gabriel me hacía renegar, y el padre decía “Dejalo, es chico”. Y yo contestaba “Sí, pero después me va a traer acá la enfermedad”. Teníamos miedo. Decíamos “Esta pandemia nos está haciendo de todo”.

En octubre del 2020 “llegó el COVID”: el padre de Virginia contrajo la enfermedad con síntomas muy graves. “El domingo mi papá no quiso venir con nosotros a la iglesia: `No voy a ir, Virginia, me siento mal, vayan ustedes nomás´”. La situación alertó a toda la familia, generó intranquilidad y circunscribió los vínculos, las interacciones domésticas y las experiencias somáticas en un foco de preocupación e inquietud. “El lunes ya me sentía mal, me dolía la cabeza. `¿Qué será que me duele la cabeza? ¿Será un resfrío?´. Le comenté a Marino. `¿No estarás tomando mate con tu papá?´, me preguntó. Y yo no dije nada, no le conté, me quedé callada”. A Virginia la atrapó el remordimiento de haber cometido una falta involuntaria, de haberse constituido en el inconsciente vector de un brote, de haber traspasado una frontera y una prohibición invisible pero que revelaba sus crudos efectos en su cuerpo y el de su padre. Cada mañana, antes de salir junto a su padre a realizar las tareas de cuidado de las hortalizas y demás cultivos, solían demorar unos minutos en desayunar juntos. “Yo sí había tomado mate. Siempre a la mañana me voy hasta su casa y tomamos un mate, mi mamá, mi papá y yo, con unas facturitas que siempre compraba mi papá”. En cierta manera, el control de objetos y procesos domésticos, el autocontrol de gestos y roces cotidianos se mostraban insuficientes, sino prácticamente imposibles, dada la amplitud, imprecisión y omnipresencia de riesgos imperceptibles e inconcebibles de contagio.

“Me dolía el cuerpo, me dolía la cabeza. No sabía qué me pasaba”. La dificultad de establecer una vinculación certera entre síntomas y enfermedad atravesó la experiencia de Virginia en sus primeros días. Para salir de la incertidumbre que la atormentaba recurrió a un método casero y familiar de diagnóstico.

Me fui a la quinta, agarré unos gajitos de cilantro y empecé a sentir el olor. ¡No sentía nada, no sentía nada! “¿Qué me está pasando?”, me preguntaba. Me vine para la casa con mi cilantro aquí en mi oreja. Y ahí empezaron mis hijos que estaban desayunando: “¡Para qué traés eso, qué olor tan horrible!”. Si no tiene olor, les dije yo. “¿¡Qué!?”, dijo mi cuñado Marino. “¿¡Cómo que no va a tener olor!? ¡Claro que tiene olor!”. “No tiene olor”, le dije. “Me duelen los pies, todo me duele, mi cuerpo, no sé qué me pasa”. “Decinos la verdad”, me preguntaron, “¿vos tomaste mates con tus papás?”. Y ahí le dije la verdad. “¡No sé qué va a pasar, no sé qué va a pasar!”, decía Marino.

Todos los sacrificios, las imposiciones y las auto-imposiciones habían perdido súbitamente su eficacia por un descuido en una situación cariñosa y habitual de intercambio familiar. Para Virginia y sus familiares se abría un tiempo distinto, una serie interminable de horas y días dramáticos con desenlaces imprevistos, entre familiares que debían guardar un obligado reposo dentro de sus viviendas y otros que debían ser evacuados en ambulancia e internados en la terapia intensiva de la “sala COVID” del hospital de Melchor Romero. “Y al otro día cayó Marino, y después Elías mi marido, y después Gabriel mi hijo, después mi hermana. Y algunos nos acostamos y a otros tuvieron que llevarlos al hospital”.

Finalmente, la muerte del padre, de quien no pudo despedirse, y la convalecencia prolongada de todos los adultos del hogar produjeron consecuencias afectivas, remordimientos, miedos perdurables y pérdidas materiales.

Cuando mi papá murió me puse muy mal. Él se levantaba temprano, encendía el tractor y salíamos todos a trabajar a la quinta. ¡Ya no estaba! ¡Andábamos con una pena! ¡No pudimos trabajar! Perdí toda mi cosecha. El brócoli y el perejil florecieron. Las capuchinas se echaron a perder con la helada. ¡Sin mandar nada al mercado! ¿Qué vamos a hacer ahora? ¡Ahora que no hay abuelo!

La noticia del peligro y el temor que suscitó en las interacciones de la vida laboral y familiar, el bloqueo a la movilidad personal y la experiencia de un brote contagioso con desenlace fatal en octubre del 2020 organizan el relato de Virginia en un in crescendo dramático, que le resta relevancia al propio momento en el que hicimos la entrevista, a saber, en una de las semanas epidemiológicas con más contagios y muertes del año 2021, y relativiza la centralidad del ASPO en la cronología. Sin ser generalizable ni paradigmática, a diferencia de la representación de la pandemia en términos de cronologías objetivas y sus deletéreos impactos sociales, el relato de la experiencia pandémica reflejada en las peripecias individuales y familiares de personas como Virginia abre un nuevo conjunto de preguntas sobre su elaboración social y subjetiva como “experiencia cambiada” (Thompson, 1984, p. 315). ¿Cómo un acontecimiento global irrumpe en nuestras vidas y es traducido para constituirse en una experiencia? ¿Cómo eso mismo lleva tiempo para procesarlo, conocerlo, experimentarlo y narrarlo? ¿Cómo y qué huellas deja ese proceso? Como señaló Tim Ingold, la experiencia y las series de datos “objetivos” son dos maneras de conocer: “para los habitantes las cosas no existen como ocurren. Puestas en la confluencia de acciones y respuestas, no son identificadas por sus atributos intrínsecos sino por los recuerdos que pueden convocar. Por eso las cosas no son clasificadas como hechos o tabuladas como datos, sino narradas como historias. Y cada lugar, como una reunión de cosas, es un nudo de historias” (2015, p. 23). Esta reflexión nos conduce a una última dimensión que ya está sugerida en la narración de Virginia: el carácter situado de la experiencia pandémica.

Acá fue terrible

El confinamiento se decretó en el marco de una emergencia sanitaria que permitió al Estado nacional centralizar y concentrar recursos, asignaciones y decisiones. El decreto de aislamiento fue, a su vez, acompañado por una serie de directivas que les dieron a las fuerzas de seguridad nacionales y provinciales el mandato de hacerlo cumplir mediante retenes, controles vehiculares, detenciones, patrullajes, advertencias, etc. Dispositivo al que se sumaron los municipios, las policías locales y las guardias de control urbano, que suspendieron transitoriamente el transporte público, decretaron el cierre de comercios, licenciaron personal, suspendieron actividades y servicios personales desde peluquerías a salas velatorias, prohibieron la realización de actividades de esparcimiento, cerraron y vallaron calles, establecieron puntos de control, acceso y egreso a barrios y ciudades, construyeron taludes y hasta instalaron alambrados para cercar y cerrar zonas de la ciudad, accesos principales a las ciudades e incluso ciudades enteras, y cerraron los pasos fronterizos, aeropuertos, puertos fluviales y marítimos. El fuerte despliegue de personal sanitario del Estado de diferentes tipos y niveles para el diseño y la movilización de objetos y tecnologías, así como el desarrollo de procedimientos para cortar los flujos de tránsito (automovilístico, peatonal, etc.), establecer límites e identificar focos de contagio, fue delineando en los meses de otoño e invierno del año 2020 un proceso de gubernamentalización que introdujo el extenso territorio nacional en una particular dinámica espacio-temporal. Pero esas dinámicas se vieron fuertemente afectadas por las estructuras espaciales preexistentes, reforzando fracturas y desigualdades urbanas (Pinedo y Segura, 2020). Tempranamente, científicos/as e instituciones sostuvieron frente al Ejecutivo nacional las desigualdades y dificultades de diferentes sectores sociales a la hora de cumplir con el confinamiento en tanto operación estatal a gran escala sobre el espacio, las formas de habitarlo y circular. En ese marco se diseñaron e implementaron políticas para compensar, paliar y atender los problemas y las situaciones provocadas por el propio confinamiento, con lo que se cerraba el círculo de la gubernamentalización en dos operaciones: emplazamiento poblacional y gestión de flujos. Movilización de personas, objetos y tecnologías para inmovilizar a la población durante un largo período, y su contraparte, distribución de recursos y asignaciones, implementación de tecnologías, para compensar, moderar o eludir los efectos inconvenientes de la primera operación. El confinamiento se volvió entonces una política poblacional de geometría variable que implicó el establecimiento de límites y fronteras, el control (y la regulación) de flujos y la identificación de focos que excedió su definición normativa y trascendió el debate acerca de sus incumplimientos. No porque, como se ha mencionado, los sujetos sociales “negocian” con las normas, sino porque, fundamentalmente, cada sujeto, cada grupo social tuvo que “negociar” con arreglos espaciales y temporales muy diferentes y desiguales entre sí y que nunca habían experimentado en su historia. Las fronteras, los controles de flujos y los focos que encontraron y con los que tuvieron que negociar diferentes grupos, clases o sectores fueron de una contextura material y de una composición real muy heterogénea.

“Acá fue terrible”, nos dijo Gladys en referencia a la pandemia, una soleada y fría mañana de mayo de 2021, mientras recorríamos la “toma” de Abasto, un asentamiento popular creado en 2015, resaltando las dificultades que encontró durante el ASPO para traspasar el control policial establecido en la rotonda de avenida 520 y ruta 36 y llevar a su hija al médico por la única vía para acceder desde la toma al centro de La Plata, ubicado a unos 20 kilómetros. En ese mismo asentamiento vive Sergio (50 años), junto a su compañera Lorena y sus cuatro hijos. Durante una entrevista posterior, al ser consultado sobre la vida en la pandemia señaló: “Arrancó la pandemia y me quedé sin laburo”. Antes de la pandemia, Sergio trabajaba como seguridad en un centro comercial ubicado en la localidad de Gonnet, sobre el camino Centenario, en el eje norte de la ciudad. Con la pandemia asistió primero a la reducción drástica del personal, después a una capacitación sobre seguridad e higiene personal, luego a un traslado muy inconveniente a una sucursal en Bernal, a más de 50 kilómetros de su casa y cumpliendo el horario nocturno (de 11 de la noche a 7 de la mañana, con tres horas de viaje para llegar y tres horas para volver), para finalmente negociar la salida de la empresa y quedar desocupado. Al momento de la entrevista, se dedicaba a elaborar pan y masas dulces en su casa y venderlas por los alrededores de la toma: “No tengo recorrido lejos porque no tengo movilidad, lo único que tengo es una bicicleta”, nos dijo.

De una manera igualmente abrupta se transformó la vida cotidiana de Lorena y sus hijos: “Yo salía todos los días para llevarlos al colectivo a ellos [a la escuela]”, dijo Lorena en referencia a sus cuatro hijos, quienes durante la entrevista trabajaron silenciosamente en la tarea escolar. “Y ahora estoy encerrada acá nomás”, completó. “Ahora está de maestra”, agregó Sergio, en alusión a las prácticas de educación a distancia, sin conectividad ni computadora, que exigía que una vez por semana Lorena fuera hasta la localidad de Romero e imprimiera la tarea de sus hijos, para luego enviárselas por WhatsApp a la maestra.

“Dios quiera que la pandemia pase y se vaya mañana”, anheló Sergio, “así nos podemos reunir, porque somos familieros nosotros. Nos gusta estar en familia, pero bueno, ahora se cortó todo, ya hace dos años que estamos encerrados, yo hace un año y pico no tengo laburo”. Asimismo, haciendo un balance del tiempo transcurrido y enfatizando las experiencias diferenciales durante la pandemia, agregó:

Hicimos las cosas como se tenían que hacer. Después, bueno, da un poquito de impotencia, de bronca, ver la gente que arrancaba el fin de semana largo, vos mirabas la televisión, y bueno, una que no tenemos la plata como para salir a pasear, pero vos ves la gente de guita que se iba para todos lados.

No muy lejos de la “toma” en la que vive Sergio reside Victoria (38 años, abogada) junto a su pareja y sus dos hijos (Juan, de 8 años, y Alma, una bebita de pocos meses nacida en pandemia). Se trata de un barrio de “clases medias” construido a partir del otorgamiento de créditos PROCREAR que, ante las dificultades de acceso a la tierra para construir sus viviendas, motivó un inédito proceso de colectivización y movilización de las familias receptoras del crédito que, en diálogo con el municipio, lograron adquirir colectivamente la tierra, modificar el código urbano, lotear el suelo y dotar de infraestructura y servicios urbanos (luz, agua, apertura de calles, etc.) a los lotes. Para 2015, después de dos años del inicio de la organización colectiva y de manera simultánea a la creación de la “toma” en la que viven Sergio y su familia, se mudaron las primeras familias a este “barrio PROCREAR”, entre las que se encontraba Victoria.

De manera similar a lo relatado por Sergio, la pandemia interrumpió abruptamente la vida cotidiana de Victoria, quien viajaba todos los días a trabajar a un ministerio en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, situación que describe como “una vida de locos” que se “apagó” abruptamente:

Me iba a las seis de la mañana en auto hasta la rotonda de la autopista La Plata-Buenos Aires, para irme a Buenos Aires todos los días [en colectivo]. Volvía 4 y pico, me tiraba del Costera, volvía a agarrar el auto, ir a buscar a mi nene al colegio, que lo llevaba mi marido al mediodía y yo a la tarde lo pasaba a buscar. Si hacía fútbol Juan, llevarlo a fútbol, hacer los mandados, llegar a las 7 de la tarde y entremedio de eso mecharle alguna audiencia, un Tribunales antes de irme para Buenos Aires, acá en La Plata, o hacer algo de allá. Y bueno, de la noche a la mañana todo se apagó.

Con la pandemia “todo se detuvo por unos 15 días y nunca más arrancamos”, dijo Victoria, quien relata de manera vívida esos primeros tiempos de la pandemia y el aislamiento:

Pasaba por la plaza la camioneta que decía que te quedaras adentro, que no salgas y qué sé yo. Creo que eso sí generaba ese temor (…). Lo que a mí me pasó mucho tiempo acá es que en la rotonda de la ruta 36 había un retén que no te dejaban pasar, digamos, o que te controlaban. Y yo por un momento pensé que era, no sé, era como que tenías el muro (…). Yo pensé que habían bombardeado (risas). Uno se hace un imaginario. Estuve meses sin ir al centro de Olmos. Hacía todo lo que estaba más cerca de acá.

Se trata de imágenes poderosas -la camioneta, el retén, el muro, el bombardeo- que refuerzan los sentidos del detenimiento y del encierro. De hecho, mientras el sistema de retenes localizados en la ruta 36 impedía la visita al médico de Gladys y su hija desde la toma al centro de La Plata, ese mismo dispositivo desincentivó el desplazamiento de Victoria en sentido inverso desde su barrio al centro de Olmos, donde tiene familia y solía ir de compras antes de la pandemia. Sin embargo, el impacto del detenimiento y el encierro en ambos casos adquieren un sentido práctico contrapuesto y ayuda a comprender el carácter situado de la experiencia de la pandemia. En efecto, como describe Victoria, ella vive en un barrio donde hay “mucho trabajador público, mucho docente”, lo que supuso la continuidad del ingreso salarial y el desplazamiento a formas diversas de “teletrabajo” y a que “la gente volviera a su barrio, a consumir en el barrio y a vivir en el barrio”, todo lo cual “le da otra movida”. Esa “movida” se condensa en la imagen de la “burbuja propia” para describir la sociabilidad barrial en tiempos de pandemia:

Los primeros tiempos era como que no nos visitábamos casi con ninguno. Nos mirábamos. Yo con mi vecina de al lado hablábamos a través de la reja (…). Después los chicos empezaron a juntarse a jugar, obviamente, así que medio que instalamos nuestra burbuja barrial, acá en la manzana, con los amigos de mi nene, los más amigos, se junta con los vecinos de al lado y otros vecinos de atrás.

Sin minimizar los efectos negativos de la pandemia (Victoria y toda su familia se contagiaron de COVID-19 en el hospital durante el parto de su bebé), su relato sugiere el despliegue de ciertos arreglos que permitieron sobrellevar de manera menos dramática que Sergio y su familia el tiempo de pandemia: la ampliación de la casa, el teletrabajo, la educación a distancia de su hijo mayor, el tiempo de sociabilidad en el barrio. Su balance es diferente del de Sergio:

La verdad que más allá de que uno extraña el movimiento diario, el trabajar, el tener tu vida, el que te preparás para salir, lo que más rescaté de ese año así como encerrada es haber estado más cerca o poder compartir otras cosas que no las habíamos podido compartir.

De esta manera, la comparación de las experiencias de Sergio y su familia en una “toma” en Abasto con la de Victoria y su familia en un “barrio ProCreAr” en Olmos, ambas en la periferia oeste de La Plata, muestra el impacto diferencial que tuvieron la pandemia y las distintas medidas de control. En virtud de las desiguales condiciones laborales, residenciales, infraestructurales y sociales, el “espacio de proximidad” al cual quedó circunscripta una porción significativa de la vida cotidiana adquiere sentidos contrapuestos que se condensan en la idea del “barrio como encierro” y el “barrio como soporte” para el despliegue de la vida.4

La experiencia fue realmente diferente en el caso de las personas que desarrollaron “trabajos esenciales”, quienes, como vimos en el apartado anterior en el caso de Virginia y su familia involucrada en la producción hortícola en las quintas, mantuvieron las dinámicas laborales previas. En este sentido, Sebastián, médico divorciado de 43 años que vive con sus tres hijos en un barrio cerrado de la localidad de Romero, resalta:

No paré nunca. De hecho no tengo vacaciones hace dos años, porque estoy metido acá adentro [el hospital] hace dos años. Nunca me quedé en mi casa. Los pibes, sí. Entonces hubo que armar una logística importante para bancar a los pibes, que estén en casa. Entonces, yo tengo una niñera que me da una mano terrible a la mañana, cuando me vengo a laburar, que está ahora con los pibes. Y yo me rajo ahora a las doce, los busco, los llevo al colegio y vuelvo al hospital.

La vida laboral de Sebastián no solo continuó sino que se intensificó (“el termómetro mío es cuando entraba al hospital -dice Sebastián-. Yo entraba al hospital, veía la cola de hisopados y decía `Estamos muertos´. Pasaba por terapia, no había una cama”), a la vez que la educación a distancia, la presencia de los niños en la casa y el reparto del cuidado con su expareja supusieron nuevos arreglos domésticos:

Si hay algo bueno de la pandemia, fue que fui impune como un año y medio. Es fantástico, porque iba con mi permiso y mi auto, y nadie me rompía las pelotas. Porque en un momento, imaginate, yo llevo y traigo los tres pibes de casa [a lo] de la madre, viste que en un momento ni se podía... Y yo tenía el carnet, el ambo arriba y cuando me pararon jamás me dijeron nada. Pero ¿qué [me] iban a decir? Si no, le digo “Nene, morite”. O sea, no voy a dejar a mis pibes sin ver a la madre porque a vos se te ocurra. En esa no me subí nunca.

Nuevamente, en estos casos un conjunto de desigualdades económicas, laborales, espaciales y sociales preexistentes modulan las experiencias diferenciales entre Virginia y Sebastián -ambos “trabajadores esenciales”- durante la pandemia, entre las cuales resalta que, a diferencia de Virginia y pese a estar diariamente en el hospital y circular cotidianamente por la ciudad, Sebastián y sus hijos no contrajeron el COVID-19. A la vez, de manera convergente con lo que narraba Virginia en el apartado anterior, por su trabajo Sebastián también experimentó lo que, recurriendo a Sennett (1997), podríamos denominar los efectos del “miedo a tocar” en las interacciones cotidianas:

El médico en pandemia, el primer año, era como un paria. Entonces, “No lo toques porque está todo podrido, que viene del hospital todo podrido y te morís”. Básicamente, fue un año así.

Sin pretensiones de exhaustividad, las experiencias narradas por Sergio, Victoria, Sebastián, Virginia y sus respectivas familias brindan indicios del carácter situado de la pandemia, las políticas y sus efectos, que serán objeto de futuras indagaciones. En torno a estas dramáticas transformaciones del tiempo y el espacio se fue configurando una epidemiología cotidiana con la que los habitantes de los diferentes sectores de la ciudad fueron modulando su experiencia pandémica, a veces en diálogo e interpelación con las políticas públicas, y en ocasiones con arreglo a situaciones y relaciones que las trascendían. Las experiencias de (in)movilidad, de control de los flujos, pero también de las fronteras y focos delineados por los brotes de contagios, les dieron a los espacios más cercanos delimitados por “acá” -el barrio, la casa, la cuadra, el pasillo, la vecindad- una particular intensidad. La situacionalidad, por supuesto, no se reduce a una mera locación física. “Quintas”, “tomas”, “barrios PROCREAR” y “barrios cerrados” coexisten en relaciones de íntima proximidad espacial y diferentes grados de distancia social en la periferia oeste de La Plata. La vida cotidiana de las y los habitantes de estas distintas tipologías residenciales –las cuales expresan de manera más o menos “turbia” (Bourdieu, 2002) desiguales trayectorias y posiciones sociales en la ciudad- no sólo fueron afectadas por disposiciones comunes, sino que también estuvieron atravesadas durante la pandemia por dimensiones y condiciones que modularon y produjeron experiencias diferenciales y situadas de ella.

Reflexiones finales

Este artículo propuso avanzar algunas preguntas e hipótesis sobre la experiencia de la pandemia en/desde La Plata, en el marco de una investigación mayor. Una mirada detenida en la “imaginación geográfica” (Harvey, 2007) en y de la pandemia por parte de diversos agentes (concretamente: políticas públicas, medios de comunicación y habitantes de la periferia oeste de la ciudad) indica la relevancia de pensar en la espacialidad, la temporalidad y la situacionalidad de pandemia, entendida como un proceso en el que se entrelazan múltiples agencias y distintas temporalidades que se despliegan en un escenario preexistente heterogéneo y desigual.

Refiriéndose a los “procesos de producción de localidad”, recientemente el antropólogo indio Arjun Appadurai señaló que “es necesario reconocer que las historias producen geografías, y no a la inversa”; y precisó: “Debemos alejarnos de la noción de que existe cierta clase de paisaje espacial en el cual el tiempo escribe su historia. Son los agentes, las instituciones, los actores y los poderes históricos, en cambio, los que hacen la geografía” (2015, p. 95). La pandemia, las políticas que buscaron controlarla por medio de la intervención en las dimensiones espacio-temporales e interaccionales de la vida social y la reestructuración de las prácticas cotidianas en el cambiante contexto pandémico constituyen una instancia privilegiada para analizar estos procesos de producción de lugares, escalas y geografías.

Se trata de un proceso abierto, inacabado y conflictivo, que involucra múltiples procesos y dimensiones. Como sostuvo hace tiempo Edward Said: “Así como ninguno de nosotros está más allá de la sujeción geográfica, ninguno de nosotros se encuentra completamente libre del combate con la geografía. Ese combate es complejo e interesante porque trata no sólo de soldados y de cañones, sino también de ideas, formas, imágenes e imaginarios” (2018, p. 44). En este sentido, la imaginación geográfica de las políticas públicas, de los medios masivos de comunicación y de las y los habitantes de la periferia constituyó una “puerta de acceso” a la comprensión de los modos en que la pandemia transformó la vida urbana. Por supuesto, no se trata aquí de la imaginación entendida como práctica incondicionada, ideal o fantástica, sino de un trabajo cotidiano (Appadurai, 2001, 2015) que permite comprender el modo en que, con elementos que provienen de escalas y lugares diversos, las personas se involucran en la producción de los entornos en los que -de manera diferencial- habitan. Al respecto, y con miras a comprender los efectos de la pandemia en la vida urbana, el ejercicio realizado muestra la relevancia de desplegar un abordaje sensible a la espacialidad, la temporalidad y la situacionalidad del proceso.

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Notas

1 El relevamiento de los medios combinó: a) la búsqueda completa y exhaustiva desde el 3/3/2020 (primer caso en el país) al 20/4/2020 (primer mes de ASPO) para captar la “novedad” de la pandemia; b) la técnica de la “semana construida” hasta julio de 2021 inclusive, para captar la “cotidianeidad” de la pandemia; y c) hechos localmente relevantes (el primer caso, un brote, un cerco, etc.), en los que se amplió la búsqueda a otros medios y soportes (twitter, memes, Facebook, TV, etc.) para dar cuenta de “acontecimientos” locales.
2 El trabajo de campo en el oeste de La Plata se compone de 30 entrevistas en profundidad sobre la vida cotidiana de las y los integrantes de la unidad doméstica antes y durante la pandemia. Con miras a captar la desigualdad y heterogeneidad social y residencial de la zona, se realizó un número equivalente de entrevistas en “quintas”, “asentamientos”, “barrios cerrados” y “barrios de clase media” del oeste de la ciudad.
3 El decreto que instauró el ASPO señalaba también las excepciones a la normativa en la figura de los trabajos y las actividades “esenciales”, entre los que desde el inicio se encontraron el personal médico, las fuerzas de seguridad, la producción de alimentos, los servicios de recolección, los comercios de cercanía, etc. Vale señalar también que a lo largo de todo el proceso hubo fuertes debates en torno a los criterios de inclusión y exclusión dentro de la categoría.
4 “Encierro” y “soporte” constituyen extremos ideales de un continuo, que muchas veces se entrelazan. Así, situaciones como la que registramos en el barrio Las Quintas, ubicado en la delegación San Carlos de la Zona Oeste de La Plata, sugiere que el aislamiento no se vivió de manera pasiva y sufriente sino que los actores, en un nivel microsocial, buscaron movilizar sus propias prácticas de separación y aislamiento con las tensiones y negociaciones cotidianas específicas que ello implicaba en cada circunstancia y trama vincular, aun con plena conciencia de las pérdidas diversas que eso supondría para la vida y las economías domésticas más golpeadas. En efecto, en Las Quintas algunos vecinos decidieron protegerse del virus construyendo un portón en la calle de entrada para controlar ingresos y egresos. La gestión de esa barrera física implicó el establecimiento de toda una serie de acuerdos en torno a quiénes y por qué razones podían salir o entrar, así como acerca de en qué horarios estaban autorizados.

Recepción: 30 Noviembre 2021

Aprobación: 31 Diciembre 2021

Publicación: 01 Febrero 2022

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